Razas cibernéticas, gobernadores cyborgs, éxodos humanos a otros planetas, gente infectada por extraños virus y un Querétaro post apocalíptico aparecen en las historias que componen a la antología digital “Cuentos colaborativos sobre el fin del mundo”, editada por Librería Submarino y publicada a través de la plataforma de la Central de Cultura Compartida (laccc.tv)
La compilación es resultado del rally literario que este espacio organizó como parte del festival digital “Encerrón Cretivo”, con el objetivo de que escritores locales se sincronizarán a través de las redes, y aprovecharan este tiempo de encierro para imaginar historias ucrónicas sobre el fin del mundo.
Divididos en equipos, durante 24 horas los participantes trabajaron colectivamente en diferentes propuestas, que fueron ilustradas el mismo día por artistas como Rafael Ontiveros, Zhthz, Natash Weal, Giovanni Tonight, Aline González y Alan Matur.
Cuentos como “Un Querétaro Pos Apocalíptico”, “Pozole Blanco”, “Espécimen H”, “Sarcophagidae”, “Seis patas”, “Dominga”, “Mujeres marte” y “Las jefas del apocalipsis”, escritos por Joselo Montes, Aydee Tirado, Saurio, Pattho Villagrán, Alexa Palacios, Cóatl S, Felipe Bohórquez, Fer Aguillón, Balam Ley, Dan Soto, Santiago Calderón, entre otros autores, podrán leerse hoy para conmemorar el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor.
Para calentar motores
A propósito de ello este es un adelanto de la antología con el cuento “Recuerdos”, del escritor Arturo Juárez:
“El mundo se acabó hace un buen rato. El mundo se acabó y, ¿lo peor? Que ni siquiera estuvo interesante. No fue como yo lo esperaba, o como incluso algunas veces lo deseé: no hubo zombies que cazar, guerras nucleares, animales mutados ni nada por el estilo. Solo se acabó, a lo largo de unos meses, de la manera más anticlimática posible, y nos quedamos con esto: las puras sobras. Yo soy parte del “suertudo” 2% que sobrevivió. Soy parte de este grupo selecto de personas que, poco tiempo después, se quedaron sin saber qué hacer consigo mismas. Grupos de personas perdidas, sin rumbo. Sí, sobreviví, ¿pero para qué? Si aquí ya no queda ni madres. Me levanto todos los días, me baño, alimento a los animales, checo la siembra, platico cordialmente con los demás, ¿y luego? Regreso a mi cuarto, me dejo caer sobre el colchón viejo, miro al techo y me pongo a recordar. ¿Qué más podría hacer?
Paso horas y horas, todas las noches, escribiendo, dibujando, pensando en todo lo que ya no existe: series, películas, tweets, las caras de algunos famosos o cualquier suceso que en su momento fue relevante. Las pedas, los porritos, PlayStation y retas de FIFA, Instagram, mi teclado, la escuela... Yo recuerdo lo que puedo, y después busco plasmarlo en mis libretas. Le dedico casi toda mi energía a esto. A veces me pongo a meditar, o lo más cercano que conozco a ello, y voy explorando mi mente, indagando más y más. Sé que todo está ahí, solo debo encontrarlo, y poco a poco parece que lo voy haciendo. Pareciera que casi puedo reconstruir esa existencia tan lejana a través de este catálogo de todo lo que fue mi vida. Yo sé que no puedo compartirlo, que nadie entendería. Para empezar, no creo que nadie más lo recuerde. Todos en este lugar se enfocaron tanto desde el inicio en crear una sociedad completamente distinta a la anterior, que pareciera que el mundo pasado nunca existió. No, yo sé bien que no es aceptable, no es correcto venerar esos viejos tiempos. Se supone que por algo les llegó el fin, que ellos mismos se lo buscaron, que debemos aborrecerlos, pero... ¿cómo podría hacerlo? Si los extraño tanto…”