/ jueves 10 de marzo de 2022

Del baile de máscaras al paseo de los cascarones en Querétaro

Cartografía del tiempo y la memoria

Cantaremos carnaval ya que Dios ha dado vida, no sea cosa que el otro año ya nos toque la partida (…) El miércoles de ceniza cogimos un gavilán, y del buche le sacamos al cura y al sacristán

Copla de carnaval


El carnaval con sus variantes, es una muestra de la asimilación del teatro catequístico, instaurado en estas tierras por los frailes en el siglo XVI. Así: fiestas, fandangos, bailes y otras expresiones. Con el tiempo tomaron un cariz híbrido, debido a la integración de las manifestaciones de los pueblos originarios. De igual manera, mitos, prácticas y creencias se fusionaron con las europeas. En la actualidad –con otros elementos y contextos–, se revitalizan. Estas manifestaciones tienen su origen en las antiguas fiestas de la región mediterránea. Tomaron otros sesgos en la época medieval. Además de significar en nuestro actual territorio una estrategia colonizadora de control, tiene una carga dual; por un lado la permisividad -con sus excesos- y por otro la expiación y ayuno, como una antesala a la Cuaresma y la Semana Santa. Al paso de los siglos en nuestro país se integraron nuevos elementos, otros fueron desechados.

Performance. El carnaval y sus diversas manifestaciones es una amalgama africana, asiática, prehispánica y europea. Encontramos los símbolos de la fertilidad, el nahualismo, el juego de máscaras. El hombre que se transforma en jaguar, monarca, en mujer, en demonio, ave y sierpe. El negro y el indígena se transformaron en blancos y rubios; en amos y patrones portando el fuete y el arma de fuego. Una tregua a las vejaciones y maltrato normalizado en una sociedad desigual. En el vértigo de tambores. atabales, sonajas, cornetas y silbatos. Máscaras ceremoniales, fetiches, histriones y pantomimas. Por supuesto que la pirotecnia es otro elemento insertado en este performance.

Carnestolendas. Días de carnaval, llamados así los tres días previos al Miércoles de Ceniza. Los queretanos de otros tiempos festejaban entre la algarabía y el bullicio las llamadas mascaradas y bailes. Los procesos de tradición - modernidad han modificado estas expresiones. Valentín Frías nos da referencia - entre la etapa finisecular del siglo XIX y la del inicio del XX– : "El carnaval que yo alcancé, consistía en que los estudiantes “calaveras” y aún más los zapateros y panaderos en jolgorio con los estudiantes “destripados”, alquilaban vestidos de más o menos fantasía, aunque el más generalizado era el “dominó”, especie de tunicela blanca o de color, con capuchón y antifaz de cartón o lienzo, bigoteras, narices, anteojos y demás ridiculeces, pero las de reglamento era la máscara de cartón, más o menos caprichosa y ridícula (Leyendas y Tradiciones Queretanas). En el jardín Zenea y las plazas de los barrios, el Coligallo y el Teatro de Iturbide, se convertían en lugares propicios para los bailes. Las autoridades trataron inútilmente de que no se bebiera el pulque y el aguardiente.

Las máscaras y el Bando de 1870. Para los festejos del carnaval en el año de 1870 en la ciudad de Querétaro se dispusieron algunas reglas para evitar los excesos. Era la oportunidad para hacer catarsis desde el anonimato que proporciona la muchedumbre y el ocultar el rostro. El documento consta de siete puntos, firmado al calce por el C. Julián P. Bolde, prefecto del Distrito del Centro. De igual manera lo signó el oficial Mayos, Francisco Garnica: 1. Todas las personas que vistan de máscaras, se abstendrán de ponerse trajes que ridiculicen alguna corporación. 2. Las mismas no podrán introducirse en casa alguna ya sea en lo particular o en comparsa, sin previo permiso del dueño de ella. 3. No portaran armas de ningún género, ni bastones de ninguna clase, siendo extensiva esta prohibición a todos los ciudadanos al entrar al salón del Teatro. 4. Ningún ciudadano está autorizado para molestar a las máscaras, ni quitar ni levantarles las caretas; sólo las autoridades o los agentes de policía podrán verificar lo último en caso necesario. 5. Las máscaras guardarán en los paseos y en el teatro, una conducta comedida y decente, sin proferir expresiones insultantes de ningún género. 6. En el Teatro ninguna máscara tiene derecho para exigir a las señoras que bailen con ellos, sin darse a conocer previamente por conducto de los bastoneros. 7. Todas las máscaras en el salón, se sugetarán a las disposiciones de los bastoneros señalados por el empresario (Archivo Histórico Municipal-Querétaro). Las infracciones a los puntos señalados se castigarían con “multas o prisión a juicio de la Prefectura”.

Regocijos populares. Además de la vendimia de coloridos cascarones rellenos de pintura, aserrín, confeti, agua, pétalos de rosa, diamantina, charamuscas, antifaces, matracas, pitos y cornetas en la “Plaza de Arriba” (Plaza de Armas), había serenatas en el Jardín Zenea. Un equilibrista realizó su “peligroso” acto en las alturas del mercado Pedro Escobedo. (Donde actualmente se encuentra la Plaza Constitución, entre las Avenidas Corregidora y B. Juárez). Alberto Vieytez, otro miembro prominente de aquella sociedad clasista con su doble moral, nos refiere que el paseo del carnaval fue en este año (1882) casi por completo ignorado debido a los eventos extraordinarios que había en torno a la exposición: “Esta vez unos cuantos ridículos recorrieron el paseo. Lo sucio de su traje, sus maneras incultas y su calzado, denunciaban desde luego a que clase de gente pertenecían los disfrazados. Dos bailes, por los suburbios de la ciudad, dieron fin con esa temporada” (La Sombra de Arteaga, 1882). Para la última década, estas manifestaciones populares fueron decreciendo, se quedaron en la plaza o en el espacio atrial del barrio, hasta desaparecer o ser sustituidas por otras. Al decir del Alter, en 1886, solo fueron unas cuantas “mascaritas” las que anduvieron por las calles, al siguiente año “nadie salió, con aplauso unánime de la sociedad”.(ídem). Una manera de inhibir las manifestaciones populares, más allá de guardar el “orden público”, de atender a las “buenas conciencias”, fue el de invertir la fórmula, más circo y menos pan como una práctica represora y controladora.

Paseo de los Cascarones. En las décadas de 1920 al cuarenta se veía a las personas que recolectaban cascarones de huevo. Se les ponían ingeniosas decoraciones y se rellenaban de confeti, una haba, garbanzo o una gragea con sabor de anís. Algunas tenían tarjetas con mensajes amorosos. Por supuesto, había los que se rellenaban con ceniza. A estas manifestaciones los llamaban: Paseo de los Cascarones. Los escenarios eran las plazas y atrios de los barrios y en el Jardín Obregón -hoy Zenea-. La música de diferentes bandas amenizaba la reunión. De ese ritual nacieron compadrazgos o se iniciaron noviazgos. Al paso de los años los juegos se volcaron violentos –huevos con la yema, con anilinas, o diamantina– por lo que dejó de ser familiar el encuentro, y con el tiempo se fue perdiendo. Hasta hace pocos años, en la Cruz, El Cerrito, San Sebastián y San Roque, se ha comenzado a recuperar esta tradición.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Marzo de MMXXII.

Cantaremos carnaval ya que Dios ha dado vida, no sea cosa que el otro año ya nos toque la partida (…) El miércoles de ceniza cogimos un gavilán, y del buche le sacamos al cura y al sacristán

Copla de carnaval


El carnaval con sus variantes, es una muestra de la asimilación del teatro catequístico, instaurado en estas tierras por los frailes en el siglo XVI. Así: fiestas, fandangos, bailes y otras expresiones. Con el tiempo tomaron un cariz híbrido, debido a la integración de las manifestaciones de los pueblos originarios. De igual manera, mitos, prácticas y creencias se fusionaron con las europeas. En la actualidad –con otros elementos y contextos–, se revitalizan. Estas manifestaciones tienen su origen en las antiguas fiestas de la región mediterránea. Tomaron otros sesgos en la época medieval. Además de significar en nuestro actual territorio una estrategia colonizadora de control, tiene una carga dual; por un lado la permisividad -con sus excesos- y por otro la expiación y ayuno, como una antesala a la Cuaresma y la Semana Santa. Al paso de los siglos en nuestro país se integraron nuevos elementos, otros fueron desechados.

Performance. El carnaval y sus diversas manifestaciones es una amalgama africana, asiática, prehispánica y europea. Encontramos los símbolos de la fertilidad, el nahualismo, el juego de máscaras. El hombre que se transforma en jaguar, monarca, en mujer, en demonio, ave y sierpe. El negro y el indígena se transformaron en blancos y rubios; en amos y patrones portando el fuete y el arma de fuego. Una tregua a las vejaciones y maltrato normalizado en una sociedad desigual. En el vértigo de tambores. atabales, sonajas, cornetas y silbatos. Máscaras ceremoniales, fetiches, histriones y pantomimas. Por supuesto que la pirotecnia es otro elemento insertado en este performance.

Carnestolendas. Días de carnaval, llamados así los tres días previos al Miércoles de Ceniza. Los queretanos de otros tiempos festejaban entre la algarabía y el bullicio las llamadas mascaradas y bailes. Los procesos de tradición - modernidad han modificado estas expresiones. Valentín Frías nos da referencia - entre la etapa finisecular del siglo XIX y la del inicio del XX– : "El carnaval que yo alcancé, consistía en que los estudiantes “calaveras” y aún más los zapateros y panaderos en jolgorio con los estudiantes “destripados”, alquilaban vestidos de más o menos fantasía, aunque el más generalizado era el “dominó”, especie de tunicela blanca o de color, con capuchón y antifaz de cartón o lienzo, bigoteras, narices, anteojos y demás ridiculeces, pero las de reglamento era la máscara de cartón, más o menos caprichosa y ridícula (Leyendas y Tradiciones Queretanas). En el jardín Zenea y las plazas de los barrios, el Coligallo y el Teatro de Iturbide, se convertían en lugares propicios para los bailes. Las autoridades trataron inútilmente de que no se bebiera el pulque y el aguardiente.

Las máscaras y el Bando de 1870. Para los festejos del carnaval en el año de 1870 en la ciudad de Querétaro se dispusieron algunas reglas para evitar los excesos. Era la oportunidad para hacer catarsis desde el anonimato que proporciona la muchedumbre y el ocultar el rostro. El documento consta de siete puntos, firmado al calce por el C. Julián P. Bolde, prefecto del Distrito del Centro. De igual manera lo signó el oficial Mayos, Francisco Garnica: 1. Todas las personas que vistan de máscaras, se abstendrán de ponerse trajes que ridiculicen alguna corporación. 2. Las mismas no podrán introducirse en casa alguna ya sea en lo particular o en comparsa, sin previo permiso del dueño de ella. 3. No portaran armas de ningún género, ni bastones de ninguna clase, siendo extensiva esta prohibición a todos los ciudadanos al entrar al salón del Teatro. 4. Ningún ciudadano está autorizado para molestar a las máscaras, ni quitar ni levantarles las caretas; sólo las autoridades o los agentes de policía podrán verificar lo último en caso necesario. 5. Las máscaras guardarán en los paseos y en el teatro, una conducta comedida y decente, sin proferir expresiones insultantes de ningún género. 6. En el Teatro ninguna máscara tiene derecho para exigir a las señoras que bailen con ellos, sin darse a conocer previamente por conducto de los bastoneros. 7. Todas las máscaras en el salón, se sugetarán a las disposiciones de los bastoneros señalados por el empresario (Archivo Histórico Municipal-Querétaro). Las infracciones a los puntos señalados se castigarían con “multas o prisión a juicio de la Prefectura”.

Regocijos populares. Además de la vendimia de coloridos cascarones rellenos de pintura, aserrín, confeti, agua, pétalos de rosa, diamantina, charamuscas, antifaces, matracas, pitos y cornetas en la “Plaza de Arriba” (Plaza de Armas), había serenatas en el Jardín Zenea. Un equilibrista realizó su “peligroso” acto en las alturas del mercado Pedro Escobedo. (Donde actualmente se encuentra la Plaza Constitución, entre las Avenidas Corregidora y B. Juárez). Alberto Vieytez, otro miembro prominente de aquella sociedad clasista con su doble moral, nos refiere que el paseo del carnaval fue en este año (1882) casi por completo ignorado debido a los eventos extraordinarios que había en torno a la exposición: “Esta vez unos cuantos ridículos recorrieron el paseo. Lo sucio de su traje, sus maneras incultas y su calzado, denunciaban desde luego a que clase de gente pertenecían los disfrazados. Dos bailes, por los suburbios de la ciudad, dieron fin con esa temporada” (La Sombra de Arteaga, 1882). Para la última década, estas manifestaciones populares fueron decreciendo, se quedaron en la plaza o en el espacio atrial del barrio, hasta desaparecer o ser sustituidas por otras. Al decir del Alter, en 1886, solo fueron unas cuantas “mascaritas” las que anduvieron por las calles, al siguiente año “nadie salió, con aplauso unánime de la sociedad”.(ídem). Una manera de inhibir las manifestaciones populares, más allá de guardar el “orden público”, de atender a las “buenas conciencias”, fue el de invertir la fórmula, más circo y menos pan como una práctica represora y controladora.

Paseo de los Cascarones. En las décadas de 1920 al cuarenta se veía a las personas que recolectaban cascarones de huevo. Se les ponían ingeniosas decoraciones y se rellenaban de confeti, una haba, garbanzo o una gragea con sabor de anís. Algunas tenían tarjetas con mensajes amorosos. Por supuesto, había los que se rellenaban con ceniza. A estas manifestaciones los llamaban: Paseo de los Cascarones. Los escenarios eran las plazas y atrios de los barrios y en el Jardín Obregón -hoy Zenea-. La música de diferentes bandas amenizaba la reunión. De ese ritual nacieron compadrazgos o se iniciaron noviazgos. Al paso de los años los juegos se volcaron violentos –huevos con la yema, con anilinas, o diamantina– por lo que dejó de ser familiar el encuentro, y con el tiempo se fue perdiendo. Hasta hace pocos años, en la Cruz, El Cerrito, San Sebastián y San Roque, se ha comenzado a recuperar esta tradición.


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