/ miércoles 24 de julio de 2019

Desde las entrañas del circo

A lo largo de nueve años, la fotógrafa Gabriela Olmedo ha reunido un importante acervo visual que da cuenta de la transformación de los circos, a partir de la prohibición del uso de los animales, así como de la vida de los profesionales que viven de esta tradición en el país

“¿Qué pasa cuándo el espectáculo acaba? ¿Qué hay detrás de las graciosas sonrisas de los payasos, así como de los leotardos de lentejuelas y las largas pestañas de las bailarinas? ¿Qué historias viajan en los campers de los acróbatas, forzudos, bailarinas y enanos de circo, cuya vida se va entretejiendo de ciudad en ciudad?”, estas son algunas de las preguntas que motivaron a la fotógrafa mexicana, Gabriela Olmedo, a penetrar en el lado más íntimo de la carpa.

Su proyecto comenzó hace nueve años, cuando después de estudiar mercadotecnia, así como la maestría en humanidades y gastronomía, decidió tomar una cámara y escarbar entre sus recuerdos de infancia para encontrar a su padre, quien fue secuestrado y asesinado cuando ella tenía 22 años de edad.

En entrevista con DIARIO DE QUERÉTARO platica que desde muy pequeña su papá solía llevarla a los circos, “yo no sé si porque le gustaba ver a las bailarinas que salían muy coquetas con sus bikinis diminutos y lentejuelas (risas) o por qué motivo… lo que sí, es que le gustaba llevarme. Así que, fue hasta que empecé a tomar fotos que pude sanar esa gran pérdida”.

Diferencias sociales entre los cirqueros, desencuentros, amor y las familias que han sido unidas por la carpa, son algunos de los temas que capta la fotógrafa. / Gabriela Olmedo

Inspirada en el trabajo de fotógrafas como Mary Ellen Mark, quien por mucho tiempo fue su profesora en esta disciplina, Olmedo decidió apuntar su lente a cada espacio, rincón y lugar donde pudiera encontrar a su padre, para despedirse.

Entonces regresó a las carpas, justamente cuando en México se comenzaba a discutir sobre una reforma a la Ley General de Vida Silvestre con la que, en 2015, quedaría prohibido el uso de animales en los espectáculos circenses.

“Los cirqueros no sabían si yo era reportera, si estaba con el Partido Verde o era activista, así que de manera tajante, me decían: no, no puedes entrar, no puedes ver, no puedes hacer nada”.

Después de mucho insistir logró infiltrarse con su cámara en uno de estos espectáculos, dejando anonadado al dueño con los resultados; pues sin pensarlo, le solicitó su material fotográfico para usarlo como publicidad, “y le dije que sí, con la condición de que me diera chance de hacer fotos tras bambalinas. “¿Pero me prometes que no eres activista?”– preguntó – .“Prometido”, recuerda que le dijo, y así fue como inició su aventura.

Campers que se convierten en la casa de quienes viven del circo, han sido examinados por la lente de la artista. / Gabriela Olmedo

De Circo y Maroma

- Gabriela Olmedo estudió en la Activa de Fotografía y en la International Center of Photography.

- Desde hace nueve años, cada que llega a una nueva ciudad visita el circo más cercano, como en Querétaro; donde recientemente documentó El Sorprendente Espectáculo Chino de Chang Zhi.

- Su exposición en el Museo Regional de Querétaro permanecerá hasta agosto.

Gabriela Olmedo ha explorado, con su cámara, la parte humana de quienes en escena crean verdaderas fantasías. / Donna Oliveros

El circo como un reflejo de la sociedad

Gabriela inició con su trabajo documental hace nueve años en el Circo Atayde Hermanos, “cuando todavía usaban caballos, llamas, elefantes, leones y tigres en sus shows”.

Sin esperarlo, relata que vivió la transformación de los grandes espectáculos, y la decadencia de muchos circos; pues al entrar en vigor la nueva reglamentación sobre la prohibición del uso de animales, mucha gente dejó de concurrir sus carpas.

“Circos como Hermanos Vázquez se fueron a Estados Unidos, donde regalaron a todos sus animales porque no sabían qué hacer con ellos, y los más chiquitos la vivieron peor… lamentablemente muchos cerraron”.

Entonces las carpas empezaron a cambiar, dando lugar a circos temáticos como el circo del terror, el circo de Disney y el circo sobre hielo, o en su lugar, a trasladar los espectáculos a grandes teatros como en el caso de Atayde Hermanos, “que ahora se presenta en recintos modernos, con otro tipo de públicos porque ya no son nómadas. Incluso los actores se disfrazan con botargas de animales, en remembranza de los shows tradicionales”.

Y aunque la concurrencia ya no es la misma que antes, Olmedo asevera que los circos son organismos vivos que se adaptan a los cambios y a las nuevas generaciones de espectadores.

“El mundo va avanzando muy rápido y los circos también, incluso ahora hay una nueva tendencia a que se proyecten imágenes de animales en los circos; actualmente compras tu boleto en Ticketmaster, (…) y aunque el público ya no es recibido por la tradicional alfombra de aserrín y ya no hay animales ni trapecistas porque en los mismos teatros no hay espacio para poner un trapecio, siguen manteniendo su esencia como familia”.

Ver a un payaso llorando le mostró que aunque brinden un espectáculo, se trata de personas que también sufren. / Foto: Gabriela Olmedo

Reír llorando

Como en el poema de Juan de Dios Peza “Reír llorando” , en el que un actor –cuyo espectáculo sirve de aliciente a otros– no tiene quien lo consuele, Gabriela rememora una de las tantas experiencias que sembraron en ella la curiosidad por conocer al humano detrás de cada personaje.

“De muy chiquita yo le decía a mi papá: ‘quiero ver lo que hay detrás de bambalinas’, y pues claro que no era permitido. Pero cuando cumplí cinco años, mi mamá contrató a un payaso para mi fiesta, quien vestido de civil, pidió permiso para usar el baño de la casa para caracterizarse. Poquito antes de que empezara la fiesta, pasé cerca de donde se encontraba, y a hurtadillas, pude verlo sentado sobre el excusado, con la sonrisa bien pintada, pero llorando. Recuerdo que para mí fue un shock darme cuenta, en ese instante, de la dualidad de la vida, y descubrir que al final de cuentas, el payaso es humano como cualquier otro. Desde ahí nació mi inquietud por descubrir las cosas como son, sin maquillaje ni tapujos”.

Años más tarde, Olmedo lo haría a través de la lente, reuniendo un importante acervo visual que da cuenta de la transformación de los circos.

Hoy parte de este proyecto puede apreciarse en el Museo Regional de Querétaro, donde hace un par de semanas fue inaugurada su exposición “De circo y maroma”, en la que a través de 50 fotografías, Gabriela recorre el delgado telón que separa el espectáculo, de la vida de los cirqueros.

Foto: Gabriela Olmedo

A través de la documentación de circos como Hermanos Fuentes Gasca, El Rolex y Hermanos Vázquez, Olmedo discurre sobre la vida cotidiana de los artistas y revela el lado humano de toda la parafernalia circense: una bailarina en bata y chanclas fuma tranquilamente un cigarrillo tras bambalinas; un payaso se espolvorea el rostro, mientras que un hombre con enanismo, se asoma desde un pequeño maletero que ha habituado como casa.

La autora también habla de las diferencias sociales entre los cirqueros y los desencuentros, así como del amor y las familias que han sido unidas por la carpa.

“En el circo existen historias increíbles. Como la de una ex bailarina de TV Azteca, quien antes de sumarse al circ,o trabajaba en Venga la Alegría. De acuerdo con su anécdota, un día en el programa entrevistaron al domador de un circo, quien ese día le echó el ojo y ella a él. Se hicieron novios y debido a los constantes viajes del cirquero, él le ofreció trabajo como bailarina en la carpa. A ella no le desagradó la idea porque de pequeña se la vivió enamorada de un payaso de circo, y le parecía una situación muy padre. Aunque la relación con el domador no funcionó, ella se fue a trabajar a otro circo en Rusia. Allá conoció a un cirquero mexicano del que se hizo amiga y después se enamoró. Cuando quedó embarazada, cuenta que un día en su casa le dijo a él: ‘A ver, enséñame fotos de cuando eras joven para imaginar cómo va ser nuestro hijo’. Va sacando la foto, y ¿qué crees? Era el payaso de su infancia, del que vivió enamorada toda su vida. Ahora están juntos, casados y tienen una hermosa hija de tres años que trabaja en el circo junto a ellos”.

“Cada año digo que ya lo voy a terminar”, dice la autora sobre este trabajo documental. “La idea es que el año que sigue –que se cumplen 10 años de esta gesta creativa–, cerrar ahora sí con este proyecto que empezó como algo personal y hoy por hoy, de todos los proyectos que he hecho, creo que es el que más se ha presentado, el que más se ha publicado, el que más se ha vendido, con el que la gente se identifica más y con el que sienten más nostalgia (…) porque cuentan la historia de nosotros los mexicanos”.

Circos temáticos fueron implementados luego de la prohibición del uso de animales, para evocar el interés del público, cada vez más escaso. Foto: Gabriela Olmedo

“¿Qué pasa cuándo el espectáculo acaba? ¿Qué hay detrás de las graciosas sonrisas de los payasos, así como de los leotardos de lentejuelas y las largas pestañas de las bailarinas? ¿Qué historias viajan en los campers de los acróbatas, forzudos, bailarinas y enanos de circo, cuya vida se va entretejiendo de ciudad en ciudad?”, estas son algunas de las preguntas que motivaron a la fotógrafa mexicana, Gabriela Olmedo, a penetrar en el lado más íntimo de la carpa.

Su proyecto comenzó hace nueve años, cuando después de estudiar mercadotecnia, así como la maestría en humanidades y gastronomía, decidió tomar una cámara y escarbar entre sus recuerdos de infancia para encontrar a su padre, quien fue secuestrado y asesinado cuando ella tenía 22 años de edad.

En entrevista con DIARIO DE QUERÉTARO platica que desde muy pequeña su papá solía llevarla a los circos, “yo no sé si porque le gustaba ver a las bailarinas que salían muy coquetas con sus bikinis diminutos y lentejuelas (risas) o por qué motivo… lo que sí, es que le gustaba llevarme. Así que, fue hasta que empecé a tomar fotos que pude sanar esa gran pérdida”.

Diferencias sociales entre los cirqueros, desencuentros, amor y las familias que han sido unidas por la carpa, son algunos de los temas que capta la fotógrafa. / Gabriela Olmedo

Inspirada en el trabajo de fotógrafas como Mary Ellen Mark, quien por mucho tiempo fue su profesora en esta disciplina, Olmedo decidió apuntar su lente a cada espacio, rincón y lugar donde pudiera encontrar a su padre, para despedirse.

Entonces regresó a las carpas, justamente cuando en México se comenzaba a discutir sobre una reforma a la Ley General de Vida Silvestre con la que, en 2015, quedaría prohibido el uso de animales en los espectáculos circenses.

“Los cirqueros no sabían si yo era reportera, si estaba con el Partido Verde o era activista, así que de manera tajante, me decían: no, no puedes entrar, no puedes ver, no puedes hacer nada”.

Después de mucho insistir logró infiltrarse con su cámara en uno de estos espectáculos, dejando anonadado al dueño con los resultados; pues sin pensarlo, le solicitó su material fotográfico para usarlo como publicidad, “y le dije que sí, con la condición de que me diera chance de hacer fotos tras bambalinas. “¿Pero me prometes que no eres activista?”– preguntó – .“Prometido”, recuerda que le dijo, y así fue como inició su aventura.

Campers que se convierten en la casa de quienes viven del circo, han sido examinados por la lente de la artista. / Gabriela Olmedo

De Circo y Maroma

- Gabriela Olmedo estudió en la Activa de Fotografía y en la International Center of Photography.

- Desde hace nueve años, cada que llega a una nueva ciudad visita el circo más cercano, como en Querétaro; donde recientemente documentó El Sorprendente Espectáculo Chino de Chang Zhi.

- Su exposición en el Museo Regional de Querétaro permanecerá hasta agosto.

Gabriela Olmedo ha explorado, con su cámara, la parte humana de quienes en escena crean verdaderas fantasías. / Donna Oliveros

El circo como un reflejo de la sociedad

Gabriela inició con su trabajo documental hace nueve años en el Circo Atayde Hermanos, “cuando todavía usaban caballos, llamas, elefantes, leones y tigres en sus shows”.

Sin esperarlo, relata que vivió la transformación de los grandes espectáculos, y la decadencia de muchos circos; pues al entrar en vigor la nueva reglamentación sobre la prohibición del uso de animales, mucha gente dejó de concurrir sus carpas.

“Circos como Hermanos Vázquez se fueron a Estados Unidos, donde regalaron a todos sus animales porque no sabían qué hacer con ellos, y los más chiquitos la vivieron peor… lamentablemente muchos cerraron”.

Entonces las carpas empezaron a cambiar, dando lugar a circos temáticos como el circo del terror, el circo de Disney y el circo sobre hielo, o en su lugar, a trasladar los espectáculos a grandes teatros como en el caso de Atayde Hermanos, “que ahora se presenta en recintos modernos, con otro tipo de públicos porque ya no son nómadas. Incluso los actores se disfrazan con botargas de animales, en remembranza de los shows tradicionales”.

Y aunque la concurrencia ya no es la misma que antes, Olmedo asevera que los circos son organismos vivos que se adaptan a los cambios y a las nuevas generaciones de espectadores.

“El mundo va avanzando muy rápido y los circos también, incluso ahora hay una nueva tendencia a que se proyecten imágenes de animales en los circos; actualmente compras tu boleto en Ticketmaster, (…) y aunque el público ya no es recibido por la tradicional alfombra de aserrín y ya no hay animales ni trapecistas porque en los mismos teatros no hay espacio para poner un trapecio, siguen manteniendo su esencia como familia”.

Ver a un payaso llorando le mostró que aunque brinden un espectáculo, se trata de personas que también sufren. / Foto: Gabriela Olmedo

Reír llorando

Como en el poema de Juan de Dios Peza “Reír llorando” , en el que un actor –cuyo espectáculo sirve de aliciente a otros– no tiene quien lo consuele, Gabriela rememora una de las tantas experiencias que sembraron en ella la curiosidad por conocer al humano detrás de cada personaje.

“De muy chiquita yo le decía a mi papá: ‘quiero ver lo que hay detrás de bambalinas’, y pues claro que no era permitido. Pero cuando cumplí cinco años, mi mamá contrató a un payaso para mi fiesta, quien vestido de civil, pidió permiso para usar el baño de la casa para caracterizarse. Poquito antes de que empezara la fiesta, pasé cerca de donde se encontraba, y a hurtadillas, pude verlo sentado sobre el excusado, con la sonrisa bien pintada, pero llorando. Recuerdo que para mí fue un shock darme cuenta, en ese instante, de la dualidad de la vida, y descubrir que al final de cuentas, el payaso es humano como cualquier otro. Desde ahí nació mi inquietud por descubrir las cosas como son, sin maquillaje ni tapujos”.

Años más tarde, Olmedo lo haría a través de la lente, reuniendo un importante acervo visual que da cuenta de la transformación de los circos.

Hoy parte de este proyecto puede apreciarse en el Museo Regional de Querétaro, donde hace un par de semanas fue inaugurada su exposición “De circo y maroma”, en la que a través de 50 fotografías, Gabriela recorre el delgado telón que separa el espectáculo, de la vida de los cirqueros.

Foto: Gabriela Olmedo

A través de la documentación de circos como Hermanos Fuentes Gasca, El Rolex y Hermanos Vázquez, Olmedo discurre sobre la vida cotidiana de los artistas y revela el lado humano de toda la parafernalia circense: una bailarina en bata y chanclas fuma tranquilamente un cigarrillo tras bambalinas; un payaso se espolvorea el rostro, mientras que un hombre con enanismo, se asoma desde un pequeño maletero que ha habituado como casa.

La autora también habla de las diferencias sociales entre los cirqueros y los desencuentros, así como del amor y las familias que han sido unidas por la carpa.

“En el circo existen historias increíbles. Como la de una ex bailarina de TV Azteca, quien antes de sumarse al circ,o trabajaba en Venga la Alegría. De acuerdo con su anécdota, un día en el programa entrevistaron al domador de un circo, quien ese día le echó el ojo y ella a él. Se hicieron novios y debido a los constantes viajes del cirquero, él le ofreció trabajo como bailarina en la carpa. A ella no le desagradó la idea porque de pequeña se la vivió enamorada de un payaso de circo, y le parecía una situación muy padre. Aunque la relación con el domador no funcionó, ella se fue a trabajar a otro circo en Rusia. Allá conoció a un cirquero mexicano del que se hizo amiga y después se enamoró. Cuando quedó embarazada, cuenta que un día en su casa le dijo a él: ‘A ver, enséñame fotos de cuando eras joven para imaginar cómo va ser nuestro hijo’. Va sacando la foto, y ¿qué crees? Era el payaso de su infancia, del que vivió enamorada toda su vida. Ahora están juntos, casados y tienen una hermosa hija de tres años que trabaja en el circo junto a ellos”.

“Cada año digo que ya lo voy a terminar”, dice la autora sobre este trabajo documental. “La idea es que el año que sigue –que se cumplen 10 años de esta gesta creativa–, cerrar ahora sí con este proyecto que empezó como algo personal y hoy por hoy, de todos los proyectos que he hecho, creo que es el que más se ha presentado, el que más se ha publicado, el que más se ha vendido, con el que la gente se identifica más y con el que sienten más nostalgia (…) porque cuentan la historia de nosotros los mexicanos”.

Circos temáticos fueron implementados luego de la prohibición del uso de animales, para evocar el interés del público, cada vez más escaso. Foto: Gabriela Olmedo

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