/ miércoles 3 de febrero de 2021

Desear el mal a otra persona

Vitral

¿Es ético desearle el mal, la enfermedad, incluso la muerte, a otra persona? ¿Qué tipo de personalidad posee alguien que es capaz de tener un deseo así? La historia de la humanidad está plagada de eventos como este en donde se desea el mal a otro, y donde infinidad de veces se ejerce el mal, sin compasión, sobre otros seres humanos. Y van desde acciones del Estado, hasta las motivaciones estrictamente personales marcadas por un deseo de venganza, de odio personalizado. No es una utopía plantear que la política pudiera estar alejada de tales conductas, pero desafortunadamente tampoco está ni estará libre de los malos deseos para el enemigo, al que ahora muchos disfrazan con el eufemismo de “adversario”. Los psicólogos saben bien que las palabras y conductas que no pueden expresarse abiertamente, debido los códigos sociales existentes, brotarán de otras formas, pero no quedarán ocultas, de algún modo se manifestarán. La mejor de las veces quizá puedan sublimarse, pero en el peor de los casos se convertirán en odios, revanchas, incluso en crímenes.

El mal, desear el mal, desear la muerte a otra persona, es una película que ya hemos visto miles de veces, la literatura ha abordado el tema hasta la saciedad, y siempre da para más y más, tristemente. Pero qué esperar en sociedades donde priva el egoísmo, la necedad, el valemadrismo, la insensibilidad, la falta de solidaridad, ¿Cómo combatir estas lacras añejas?

Sin valores éticos, el mundo, la sociedad, camina hacia la destrucción, pero no hablamos de una ética en abstracto ni de una definición hueca, sino ligada a contextos específicos, a sociedades y condiciones de vida concretas, de una ética que esté ligada a la justicia, a la riqueza económica, a la justicia social, al respeto irrestricto a los derechos humanos, a la no impunidad, a la justicia aplicada a secas, porque si no es así, sólo se construirían castillos en el aire.

El dilema de conformar sociedades donde la ética impere es muy viejo, milenario podríamos decir. Todos los códigos de conducta desarrollados durante la historia humana siempre han insistido en esto: el respeto a los demás, a los otros. Las filosofías más importantes y las principales religiones también han abordado el tema e insistido en ello: el respeto por los otros es fundamental para la convivencia social. Cuando alguien, algunos o muchos, no respetan este principio de convivencia básico vienen los problemas, el caos, el desorden, hasta la violencia y la guerra.

El complejo entramado de la construcción social de un ser humano va desde la consideración de los contextos antes citados, hasta la consideración de lo pequeño, lo micro, pero no por ello menos importante: la autoeducación en los valores, la educación en casa, en la escuela, las religiones (para los creyentes). Pero actualmente vivimos un momento en el que todas estas instituciones sociales están en crisis. Es un hecho que la gente necesita de estos valores éticos para vivir en mínima armonía, pero aquí cada quien permanece en su covacha, en su mundito personal, y cree poseer estos valores, situación que queda desmentida a la mínima provocación en donde al menor conflicto se responde con una violencia inusitada, a mentadas, empujones, incluso la agresión física.

El nuevo medio para despotricar, agredir, insultar, sobajar, son las redes sociales. Por supuesto, hay quienes utilizan las redes para fines mucho más encomiables, pero también podemos atestiguar, en nuestras redes y en las ajenas, los pleitos que se suscitan por la diferencia de opiniones respecto a un tema. La propia dinámica de las redes sociales no permite, por sus prisas, la presentación de argumentos, razonamientos, datos. Lo más rápido es la descalificación, el insulto, la supremacía del ego desbocado.

La política partidista es otro tema que pasa por una profunda crisis. La gente ya no cree ni en la política, ni en los políticos. Se reduce la política a lo partidista, en donde por medio de la prensa atestiguamos jaloneos, trácalas, corrupción sin medida, mentiras gigantescas, cinismo inaudito. Y así, muchos ciudadanos reducen la política, supremo arte de dialogar y negociar para llegar a arreglos, al vil sombrerazo e insulto. Las sociedades, en todo el mundo, están tremendamente polarizadas, y además los políticos populistas se encargan de presentar a sus seguidores un mundo de estás conmigo o contra mí, de buenos y malos, sin matices.

Hablar de benevolencia parece hasta ingenuo, se habla de empatía de dientes para fuera, como pose intelectual o para lucirse. En el terreno de los hechos pocos la practican. Los argumentos brillan por su ausencia, todo queda reducido a memes vacíos, pseudo cómicos y despolitizadores.

Es en medio de este panorama donde debe ubicarse el acto de que alguien le desee el mal a otro, incluso la muerte. Este caso lo hemos atestiguado en estos días con el hecho de que Andrés Manuel López Obrador se haya contagiado de Covid-19. La saña de muchos, su odio irracional, su anhelo de venganza, su poca capacidad ética, solidaria y empatía quedó desnudada a la vista de todos en las redes. También existió la otra cara, los que defendieron a AMLO con todo para tundir al bando rival, a los “adversarios”. Algo de lo más valioso y rescatable fue ver cómo diversos opositores a las políticas de López Obrador, independientemente de ello, desearon pronta recuperación para el presidente. Eso no significa que hayan dejado de cuestionar sus políticas públicas, sino que supieron distinguir con claridad entre la oposición política legítima, y la solidaridad humana con alguien que sufre y peligra por el estado en que la pandemia se encuentra en México.

El problema de falta de valores éticos no es sólo una cuestión individual, depende también, en una relación dialéctica, del contexto que rodea a cada individuo, y va de lo micro hasta lo macro social y viceversa, aunque, en última instancia, es decisión de cada individuo, de cada ciudadano, la manera como decide comportarse: si como un salvaje papanatas, o como un constructor de entornos nuevos, éticos, solidarios, que puedan conformar un mundo más pacífico y empático. No es sólo López Obrador y sus políticas públicas, eres tú y el cómo te vas a comportar con los que se enferman. Tus deseos para otros son un espejo de quién eres como persona.


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com

¿Es ético desearle el mal, la enfermedad, incluso la muerte, a otra persona? ¿Qué tipo de personalidad posee alguien que es capaz de tener un deseo así? La historia de la humanidad está plagada de eventos como este en donde se desea el mal a otro, y donde infinidad de veces se ejerce el mal, sin compasión, sobre otros seres humanos. Y van desde acciones del Estado, hasta las motivaciones estrictamente personales marcadas por un deseo de venganza, de odio personalizado. No es una utopía plantear que la política pudiera estar alejada de tales conductas, pero desafortunadamente tampoco está ni estará libre de los malos deseos para el enemigo, al que ahora muchos disfrazan con el eufemismo de “adversario”. Los psicólogos saben bien que las palabras y conductas que no pueden expresarse abiertamente, debido los códigos sociales existentes, brotarán de otras formas, pero no quedarán ocultas, de algún modo se manifestarán. La mejor de las veces quizá puedan sublimarse, pero en el peor de los casos se convertirán en odios, revanchas, incluso en crímenes.

El mal, desear el mal, desear la muerte a otra persona, es una película que ya hemos visto miles de veces, la literatura ha abordado el tema hasta la saciedad, y siempre da para más y más, tristemente. Pero qué esperar en sociedades donde priva el egoísmo, la necedad, el valemadrismo, la insensibilidad, la falta de solidaridad, ¿Cómo combatir estas lacras añejas?

Sin valores éticos, el mundo, la sociedad, camina hacia la destrucción, pero no hablamos de una ética en abstracto ni de una definición hueca, sino ligada a contextos específicos, a sociedades y condiciones de vida concretas, de una ética que esté ligada a la justicia, a la riqueza económica, a la justicia social, al respeto irrestricto a los derechos humanos, a la no impunidad, a la justicia aplicada a secas, porque si no es así, sólo se construirían castillos en el aire.

El dilema de conformar sociedades donde la ética impere es muy viejo, milenario podríamos decir. Todos los códigos de conducta desarrollados durante la historia humana siempre han insistido en esto: el respeto a los demás, a los otros. Las filosofías más importantes y las principales religiones también han abordado el tema e insistido en ello: el respeto por los otros es fundamental para la convivencia social. Cuando alguien, algunos o muchos, no respetan este principio de convivencia básico vienen los problemas, el caos, el desorden, hasta la violencia y la guerra.

El complejo entramado de la construcción social de un ser humano va desde la consideración de los contextos antes citados, hasta la consideración de lo pequeño, lo micro, pero no por ello menos importante: la autoeducación en los valores, la educación en casa, en la escuela, las religiones (para los creyentes). Pero actualmente vivimos un momento en el que todas estas instituciones sociales están en crisis. Es un hecho que la gente necesita de estos valores éticos para vivir en mínima armonía, pero aquí cada quien permanece en su covacha, en su mundito personal, y cree poseer estos valores, situación que queda desmentida a la mínima provocación en donde al menor conflicto se responde con una violencia inusitada, a mentadas, empujones, incluso la agresión física.

El nuevo medio para despotricar, agredir, insultar, sobajar, son las redes sociales. Por supuesto, hay quienes utilizan las redes para fines mucho más encomiables, pero también podemos atestiguar, en nuestras redes y en las ajenas, los pleitos que se suscitan por la diferencia de opiniones respecto a un tema. La propia dinámica de las redes sociales no permite, por sus prisas, la presentación de argumentos, razonamientos, datos. Lo más rápido es la descalificación, el insulto, la supremacía del ego desbocado.

La política partidista es otro tema que pasa por una profunda crisis. La gente ya no cree ni en la política, ni en los políticos. Se reduce la política a lo partidista, en donde por medio de la prensa atestiguamos jaloneos, trácalas, corrupción sin medida, mentiras gigantescas, cinismo inaudito. Y así, muchos ciudadanos reducen la política, supremo arte de dialogar y negociar para llegar a arreglos, al vil sombrerazo e insulto. Las sociedades, en todo el mundo, están tremendamente polarizadas, y además los políticos populistas se encargan de presentar a sus seguidores un mundo de estás conmigo o contra mí, de buenos y malos, sin matices.

Hablar de benevolencia parece hasta ingenuo, se habla de empatía de dientes para fuera, como pose intelectual o para lucirse. En el terreno de los hechos pocos la practican. Los argumentos brillan por su ausencia, todo queda reducido a memes vacíos, pseudo cómicos y despolitizadores.

Es en medio de este panorama donde debe ubicarse el acto de que alguien le desee el mal a otro, incluso la muerte. Este caso lo hemos atestiguado en estos días con el hecho de que Andrés Manuel López Obrador se haya contagiado de Covid-19. La saña de muchos, su odio irracional, su anhelo de venganza, su poca capacidad ética, solidaria y empatía quedó desnudada a la vista de todos en las redes. También existió la otra cara, los que defendieron a AMLO con todo para tundir al bando rival, a los “adversarios”. Algo de lo más valioso y rescatable fue ver cómo diversos opositores a las políticas de López Obrador, independientemente de ello, desearon pronta recuperación para el presidente. Eso no significa que hayan dejado de cuestionar sus políticas públicas, sino que supieron distinguir con claridad entre la oposición política legítima, y la solidaridad humana con alguien que sufre y peligra por el estado en que la pandemia se encuentra en México.

El problema de falta de valores éticos no es sólo una cuestión individual, depende también, en una relación dialéctica, del contexto que rodea a cada individuo, y va de lo micro hasta lo macro social y viceversa, aunque, en última instancia, es decisión de cada individuo, de cada ciudadano, la manera como decide comportarse: si como un salvaje papanatas, o como un constructor de entornos nuevos, éticos, solidarios, que puedan conformar un mundo más pacífico y empático. No es sólo López Obrador y sus políticas públicas, eres tú y el cómo te vas a comportar con los que se enferman. Tus deseos para otros son un espejo de quién eres como persona.


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