/ viernes 6 de septiembre de 2019

El ángel y las mujeres

Punto al que lo leo

En 1957, gracias a una sacudida telúrica, se precipitó hacia el vacío y perdió la cabeza la Victoria Alada que moraba (y actualmente todavía mora) en la punta de la columna que Porfirio Díaz mandó construir para conmemorar el centenario de la Independencia de México. El encargado de diseñar el fastuoso monumento fue Antonio Rivas Mercado, cuya hija, Antonieta (nacida en 1900), apoyó a un sinnúmero de destacadísimos artistas nacionales, entre los cuales se cuentan Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. Antonieta, además, fue una feminista brillante que escribió ácidos libelos en contra de la represión machista sufrida por las mujeres mexicanas. Desesperada porque el hombre con el que se casó a los 18 años quería despojarla de la custodia de su hijo, por la falta de dinero y por la cruda indiferencia masculina, esta mujer ejemplar se disparó con una pistola que le pertenecía a José Vasconcelos (de quien fue amante). En plena Catedral de Notre Dame, a los 31 años, Antonieta Rivas Mercado se reventó de un tiro el corazón.

La concatenación de eventos que expongo de manera cruda y breve me ha hecho pensar mucho en la marcha feminista del pasado viernes 16 de agosto. La Victoria Alada, aquella que desde la época clásica ha incendiado la imaginación occidental, y a lo largo de la historia ha inflamado el pecho de miles de jóvenes revolucionarios, ese ángel que corona monumentos es una mujer. Nuestra Señora de París, la que le otorga su nombre a la famosa catedral recién asediada por un fuego traidor, es también una dama. Nuestra Dama. Curiosamente, las figuras que fungen como centinelas de muchas ciudades, las que guían hacia el triunfo a los soldados, son figuras femeninas. Pareciera como si las mujeres hubiéramos sido relegadas a un lugar mítico (y religioso) del cual no podemos liberarnos. Quietas como el Ángel de la Independencia, que perdió la cabeza una única vez, inamovibles como las piedras antiquísimas de una catedral del medievo, las mujeres hemos sido escritas y descritas desde que Occidente empezó a gestar sus imaginarios. Los hombres se encargaron de plasmar nombres icónicos femeninos en novelas, cuentos, relatos sagrados y advertencias inquisitoriales. Casi ninguna de las mujeres que “pasaron a la historia” existieron realmente: fueron producto de las fantasías masculinas. Las pocas féminas de carne y hueso que lograron trascender el olvido y el silencio fueron tan vehementemente exaltadas o denostadas, que acabaron por revelársenos como únicas e inalcanzables. Sor Juana, la Fénix, por ejemplo, aparece ante nuestros ojos como un prodigio (lo era, sin duda), pero la propaganda literaria la ha inmortalizado de tal manera, que se le deja muy en claro a las lectoras, la imposibilidad de alcanzar los estándares sobrenaturales a los que ella accedió milagrosamente. Milagros, excepciones, mitos o personajes de ficción: ese es el muestrario histórico femenino que nos ha llegado hasta nuestros días.

Hoy emulan y reproducen esta visión devota los pasquines publicitarios, los videos que ensalzan la belleza erótica, los reportajes sobre las divas hollywoodenses, las fotografías retocadas que cualquier mujer puede capturar en su propio teléfono. El cuerpo femenino sigue aun concibiéndose como un territorio mítico, ficcional, irreal.

Conductas “vandálicas”

Las feministas inglesas que hicieron estallar bombas en los albores del siglo XX se percataron de que la violencia no era un lenguaje común para las mujeres, fue por eso que decidieron hablarles a los caballeros en el idioma de la guerra, al que ellos estaban habituados desde siempre. Sólo así lograron ser escuchadas. El problema de las reyertas insustanciales que se desatan en las redes sociales hoy en día, es que carecen de perspectiva y se centran en aprobar o reprobar conductas que pueden ser catalogadas como “vandálicas”. El término vándalo fue utilizado por los griegos para estigmatizar a los grupos del norte (en su mayoría germanos) que llegaron a resquebrajar el orden que se había instituido en las diferentes polis que componían la Hélade (Grecia). RESQUEBRAJAR EL ORDEN INSTITUIDO. ¿Quién ha decidido que el orden imperante es el correcto? ¿Quién ha promulgado leyes canónicas que determinan la supremacía masculina? ¿Quiénes pueden votar y quiénes no? ¿Quiénes son ciudadanos y quiénes son marginales? Tendemos a pensar que el sistema en el cual estamos insertos es el mejor, puesto que ha atravesado las pruebas históricas. No queremos sacudidas. Por eso se vuelve más fácil catalogar como “actos vandálicos” cualquier estallido que provenga de un grupo que, en el universo de las fantasías ideales, no debe usar el lenguaje de la violencia.

Es verdad que los monumentos son testigos mudos de la historia, que están ahí para que el tránsito de nuestros antepasados no se diluya, que embellecen el panorama y nos hacen pensar que somos civilizados. Pues bien, las mujeres queremos dejar de ser testigos mudos, no estamos aquí para evitar que se diluya la memoria de los hombres, no queremos embellecer el panorama y hemos sido relegadas de la civilización durante siglos: ERGO, LAS MUJERES NO SOMOS MONUMENTOS. Quizás, para evitar que se nos confunda con la Victoria Alada, era necesario escribirle a ella una plegaria bajo su columna. Para inscribirnos en la historia, tal vez debamos salirnos de las páginas y empezar a escribir sobre el mundo.

La cabeza original del Ángel de la Independencia descansa dentro de una vitrina. Tuvieron que suplantar su verdadera identidad cuando decidió revelarse contra la columna que la aprisionaba. Metáfora fiel de lo que ha pasado con millones de mujeres que han perdido la cabeza por el dolor, la impotencia y la rabia: se les ha silenciado con Prozac, con encierro, con la custodia de sus hijos (como ocurrió con Antonieta), con sangre o con comentarios de Facebook.

En 1957, gracias a una sacudida telúrica, se precipitó hacia el vacío y perdió la cabeza la Victoria Alada que moraba (y actualmente todavía mora) en la punta de la columna que Porfirio Díaz mandó construir para conmemorar el centenario de la Independencia de México. El encargado de diseñar el fastuoso monumento fue Antonio Rivas Mercado, cuya hija, Antonieta (nacida en 1900), apoyó a un sinnúmero de destacadísimos artistas nacionales, entre los cuales se cuentan Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. Antonieta, además, fue una feminista brillante que escribió ácidos libelos en contra de la represión machista sufrida por las mujeres mexicanas. Desesperada porque el hombre con el que se casó a los 18 años quería despojarla de la custodia de su hijo, por la falta de dinero y por la cruda indiferencia masculina, esta mujer ejemplar se disparó con una pistola que le pertenecía a José Vasconcelos (de quien fue amante). En plena Catedral de Notre Dame, a los 31 años, Antonieta Rivas Mercado se reventó de un tiro el corazón.

La concatenación de eventos que expongo de manera cruda y breve me ha hecho pensar mucho en la marcha feminista del pasado viernes 16 de agosto. La Victoria Alada, aquella que desde la época clásica ha incendiado la imaginación occidental, y a lo largo de la historia ha inflamado el pecho de miles de jóvenes revolucionarios, ese ángel que corona monumentos es una mujer. Nuestra Señora de París, la que le otorga su nombre a la famosa catedral recién asediada por un fuego traidor, es también una dama. Nuestra Dama. Curiosamente, las figuras que fungen como centinelas de muchas ciudades, las que guían hacia el triunfo a los soldados, son figuras femeninas. Pareciera como si las mujeres hubiéramos sido relegadas a un lugar mítico (y religioso) del cual no podemos liberarnos. Quietas como el Ángel de la Independencia, que perdió la cabeza una única vez, inamovibles como las piedras antiquísimas de una catedral del medievo, las mujeres hemos sido escritas y descritas desde que Occidente empezó a gestar sus imaginarios. Los hombres se encargaron de plasmar nombres icónicos femeninos en novelas, cuentos, relatos sagrados y advertencias inquisitoriales. Casi ninguna de las mujeres que “pasaron a la historia” existieron realmente: fueron producto de las fantasías masculinas. Las pocas féminas de carne y hueso que lograron trascender el olvido y el silencio fueron tan vehementemente exaltadas o denostadas, que acabaron por revelársenos como únicas e inalcanzables. Sor Juana, la Fénix, por ejemplo, aparece ante nuestros ojos como un prodigio (lo era, sin duda), pero la propaganda literaria la ha inmortalizado de tal manera, que se le deja muy en claro a las lectoras, la imposibilidad de alcanzar los estándares sobrenaturales a los que ella accedió milagrosamente. Milagros, excepciones, mitos o personajes de ficción: ese es el muestrario histórico femenino que nos ha llegado hasta nuestros días.

Hoy emulan y reproducen esta visión devota los pasquines publicitarios, los videos que ensalzan la belleza erótica, los reportajes sobre las divas hollywoodenses, las fotografías retocadas que cualquier mujer puede capturar en su propio teléfono. El cuerpo femenino sigue aun concibiéndose como un territorio mítico, ficcional, irreal.

Conductas “vandálicas”

Las feministas inglesas que hicieron estallar bombas en los albores del siglo XX se percataron de que la violencia no era un lenguaje común para las mujeres, fue por eso que decidieron hablarles a los caballeros en el idioma de la guerra, al que ellos estaban habituados desde siempre. Sólo así lograron ser escuchadas. El problema de las reyertas insustanciales que se desatan en las redes sociales hoy en día, es que carecen de perspectiva y se centran en aprobar o reprobar conductas que pueden ser catalogadas como “vandálicas”. El término vándalo fue utilizado por los griegos para estigmatizar a los grupos del norte (en su mayoría germanos) que llegaron a resquebrajar el orden que se había instituido en las diferentes polis que componían la Hélade (Grecia). RESQUEBRAJAR EL ORDEN INSTITUIDO. ¿Quién ha decidido que el orden imperante es el correcto? ¿Quién ha promulgado leyes canónicas que determinan la supremacía masculina? ¿Quiénes pueden votar y quiénes no? ¿Quiénes son ciudadanos y quiénes son marginales? Tendemos a pensar que el sistema en el cual estamos insertos es el mejor, puesto que ha atravesado las pruebas históricas. No queremos sacudidas. Por eso se vuelve más fácil catalogar como “actos vandálicos” cualquier estallido que provenga de un grupo que, en el universo de las fantasías ideales, no debe usar el lenguaje de la violencia.

Es verdad que los monumentos son testigos mudos de la historia, que están ahí para que el tránsito de nuestros antepasados no se diluya, que embellecen el panorama y nos hacen pensar que somos civilizados. Pues bien, las mujeres queremos dejar de ser testigos mudos, no estamos aquí para evitar que se diluya la memoria de los hombres, no queremos embellecer el panorama y hemos sido relegadas de la civilización durante siglos: ERGO, LAS MUJERES NO SOMOS MONUMENTOS. Quizás, para evitar que se nos confunda con la Victoria Alada, era necesario escribirle a ella una plegaria bajo su columna. Para inscribirnos en la historia, tal vez debamos salirnos de las páginas y empezar a escribir sobre el mundo.

La cabeza original del Ángel de la Independencia descansa dentro de una vitrina. Tuvieron que suplantar su verdadera identidad cuando decidió revelarse contra la columna que la aprisionaba. Metáfora fiel de lo que ha pasado con millones de mujeres que han perdido la cabeza por el dolor, la impotencia y la rabia: se les ha silenciado con Prozac, con encierro, con la custodia de sus hijos (como ocurrió con Antonieta), con sangre o con comentarios de Facebook.

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