/ jueves 13 de mayo de 2021

El claro oscuro como posibilidad creadora

Tinta para un atabal

¿Qué nos impulsa a crear en escena? ¿cuál es ese motor individual que nos ayuda a construir un personaje? Esa esencia que nos lleva a compartirle nuestro cuerpo, nuestra alma, energía, emociones y nuestra voz a otro ser ¿es un acto narcisista? O por el contrario ¿es un acto generoso que nos permite pasar de nosotros para priorizar la ficción?

Esta reflexión me inquieta como creadora y me ha acompañado gran parte de mi vida desde que el teatro se convirtió en un espacio potente en mí. Una reflexión que parte de una pregunta en concreto y que deriva en una propuesta que nos permita a los creadores concientizar sobre nuestro ser escénico.

¿Qué nos impulsa a crear en escena? Es cierto que las razones son diversas, no solo para cada creador sino también para un mismo intérprete, pues el camino de un actor o una actriz es laberíntico y las situaciones emocionales, personales, vinculadas a las historias de vida nos hacen variar en nuestro sentir y pensar en distintos momentos de nuestra existencia, pero independientemente de esas diversas razones individuales, hay un punto de coincidencia de creación que nos involucra a todos y todas; en ese punto del cual emana y surge la creatividad nace, se construye y muere el personaje, ese espacio tan universalmente humano que llamaré el claro oscuro.

Antes de seguir me gustaría compartir de dónde obtengo esta idea de la luz y de la sombra que construyen a un ser humano y cómo entonces ésta se convierte en una posibilidad creadora por antonomasia en las y los intérpretes escénicos.

El caótico mundo que nos ofrece la exacerbada modernidad nos ha dirigido casi de forma consecuente a escarbar en las culturas ancestrales de diversas geografías, en sus filosofías, en sus desarrollos de vida colectiva y ahí, en esos espacios, nos hemos encontrado con la maravillosa afirmación de que los seres humanos estamos hechos de sombra y de luz, de esa compleja, perfecta y equilibrada dualidad que nos permite transitar con nuestro yo luminoso y con nuestro yo oscuro.

Hasta este punto no he dicho nada nuevo y por lo tanto, nada falso. Los aztecas, a través de sus guardianes y energías creadoras fueron capaces de ilustrar esta visión, esta filosofía de la dualidad que conforma a una persona, en la cual ni luz ni sombra tienen una connotación buena o mala, solo complementaria y natural. En la Cábala por ejemplo, conectar con tu lado oscuro, con tu sombra, te permite también conectar con los demás, hacer consciente su presencia para entonces transitar tus acciones por la luminosidad del amanecer y buscar una pulcritud en lo que se piensa, se dice y se hace.

Esta noción es universal, ha atravesado los calendarios y las geografías y ha surgido de diversas religiones, aunque prefiero llamarlas filosofías de vida, pues más que adoctrinar, comparten una forma de conectarse con el interior y el exterior, buscan el equilibrio individual y el equilibrio colectivo.

El arte, en específico el teatro, se ha empapado de estas propuestas, lo podemos ver en las letras de Shakespeare, en su Hamlet que tuvo que atravesar por el dolor más profundo y el deseo de venganza para alcanzar la luz a través de la muerte y liberarse así de la ira que lo fue carcomiendo. Los vemos también en el personaje Pedro Rojo de Sergio Magaña, que encerrado en sus propias indecisiones tuvo la visión de ayudar a los demás para que salieran de ese espacio que los anquilosaba y los iba oxidando como las tuberías de esa vecindad. Hasta la Capitana Gazpacho, desde su exacerbada locura, atravesó el umbral del claro oscuro para comprender que sus deseos son la tortura del otro y conectarse entonces con otras realidades.

Desde la ficción se ha hecho, pero ¿cómo transitar esa esencia de la dualidad humana perfectamente construida en la ficción a la realidad? Pues es aquí donde la y el intérprete se ven tentados a transitar entonces por esta luz y esta sombra desde su propia experiencia, ¿de qué manera pretende vulnerarse un actor o una actriz si no se permite este auto conocimiento?

Esta vulnerabilidad es necesaria, casi obligatoria y cada uno la transita según sus posibilidades pero quien no quiera transitarla se ve tristemente obligado a experimentar una actuación poco honesta, forzada, que sale a trompicones, que no alcanza para conectar con la esencia del personaje, con la estética y el discurso del montaje, pero sobre todo con la energía del espectador.

Es cierto que esta vulnerabilidad se vive también de formas muy diversas, pues depende no solo de la estructura de actor o la actriz, sino también de su formación, de las técnicas que atraviesan sus procesos escénicos, de la visión del director del montaje y del resto de elenco que permite se genere también esa conexión. Además, esta vulnerabilidad puede vivirse de una forma intuitiva pero con el riesgo de no atravesar la conciencia.

Qué maravilloso resulta cuando un actor y una actriz, en sus entrenamientos, incorpora al cuerpo y a la mente esta experiencia personal del claro oscuro, esta vivencia de su yo luz y su yo sombra, cuando se permite ser en toda su profundidad, en su dualidad y lo convierte en ficción a través del cuerpo del personaje, de la voz del personaje, de su esencia y de su energía.

Sí, el personaje no es un ente vacío, tiene su propia identidad, pero ésta solo se activa al conectar con la energía del actor, con su disposición de danzar su vida con la vida del personaje, con la virtud de entrelazar la ficción con la realidad, con el riesgo de ser otro sin perderse en la locura de la falsedad, con la oportunidad de ser honesto consigo mismo y con el público, porque al final no tiene sentido que la carcajada retumbe fuerte en el foro o el llanto esté inundado de lágrimas si no vienen desde las entrañas del intérprete, si no se tejen con los hilos de la esencia del actor y la actriz, que emanan de su claro oscuro y con la esencia del personaje que emana de la pluma del creador que imprime también su propia luz y su propia sombra.

No temamos, como creadores, a rasgar el velo donde la sombra espera paciente para encontrase con la mirada de nuestra conciencia, asumamos el riesgo, aventémonos al vacío y construyamos la ficción con las posibilidades del vértigo, pero hagámoslo con un proceso, acompañados de una técnica, pero sobre todo de un propósito, que nuestro ser en escena no sea una verborrea creativa, al contrario, que sea una construcción con estructura y estética, pero que venga de lo más profundo de nuestro ser, de nuestra complejidad, de la dualidad que nos ofrece el claro oscuro para crear.

¿Qué nos impulsa a crear en escena? ¿cuál es ese motor individual que nos ayuda a construir un personaje? Esa esencia que nos lleva a compartirle nuestro cuerpo, nuestra alma, energía, emociones y nuestra voz a otro ser ¿es un acto narcisista? O por el contrario ¿es un acto generoso que nos permite pasar de nosotros para priorizar la ficción?

Esta reflexión me inquieta como creadora y me ha acompañado gran parte de mi vida desde que el teatro se convirtió en un espacio potente en mí. Una reflexión que parte de una pregunta en concreto y que deriva en una propuesta que nos permita a los creadores concientizar sobre nuestro ser escénico.

¿Qué nos impulsa a crear en escena? Es cierto que las razones son diversas, no solo para cada creador sino también para un mismo intérprete, pues el camino de un actor o una actriz es laberíntico y las situaciones emocionales, personales, vinculadas a las historias de vida nos hacen variar en nuestro sentir y pensar en distintos momentos de nuestra existencia, pero independientemente de esas diversas razones individuales, hay un punto de coincidencia de creación que nos involucra a todos y todas; en ese punto del cual emana y surge la creatividad nace, se construye y muere el personaje, ese espacio tan universalmente humano que llamaré el claro oscuro.

Antes de seguir me gustaría compartir de dónde obtengo esta idea de la luz y de la sombra que construyen a un ser humano y cómo entonces ésta se convierte en una posibilidad creadora por antonomasia en las y los intérpretes escénicos.

El caótico mundo que nos ofrece la exacerbada modernidad nos ha dirigido casi de forma consecuente a escarbar en las culturas ancestrales de diversas geografías, en sus filosofías, en sus desarrollos de vida colectiva y ahí, en esos espacios, nos hemos encontrado con la maravillosa afirmación de que los seres humanos estamos hechos de sombra y de luz, de esa compleja, perfecta y equilibrada dualidad que nos permite transitar con nuestro yo luminoso y con nuestro yo oscuro.

Hasta este punto no he dicho nada nuevo y por lo tanto, nada falso. Los aztecas, a través de sus guardianes y energías creadoras fueron capaces de ilustrar esta visión, esta filosofía de la dualidad que conforma a una persona, en la cual ni luz ni sombra tienen una connotación buena o mala, solo complementaria y natural. En la Cábala por ejemplo, conectar con tu lado oscuro, con tu sombra, te permite también conectar con los demás, hacer consciente su presencia para entonces transitar tus acciones por la luminosidad del amanecer y buscar una pulcritud en lo que se piensa, se dice y se hace.

Esta noción es universal, ha atravesado los calendarios y las geografías y ha surgido de diversas religiones, aunque prefiero llamarlas filosofías de vida, pues más que adoctrinar, comparten una forma de conectarse con el interior y el exterior, buscan el equilibrio individual y el equilibrio colectivo.

El arte, en específico el teatro, se ha empapado de estas propuestas, lo podemos ver en las letras de Shakespeare, en su Hamlet que tuvo que atravesar por el dolor más profundo y el deseo de venganza para alcanzar la luz a través de la muerte y liberarse así de la ira que lo fue carcomiendo. Los vemos también en el personaje Pedro Rojo de Sergio Magaña, que encerrado en sus propias indecisiones tuvo la visión de ayudar a los demás para que salieran de ese espacio que los anquilosaba y los iba oxidando como las tuberías de esa vecindad. Hasta la Capitana Gazpacho, desde su exacerbada locura, atravesó el umbral del claro oscuro para comprender que sus deseos son la tortura del otro y conectarse entonces con otras realidades.

Desde la ficción se ha hecho, pero ¿cómo transitar esa esencia de la dualidad humana perfectamente construida en la ficción a la realidad? Pues es aquí donde la y el intérprete se ven tentados a transitar entonces por esta luz y esta sombra desde su propia experiencia, ¿de qué manera pretende vulnerarse un actor o una actriz si no se permite este auto conocimiento?

Esta vulnerabilidad es necesaria, casi obligatoria y cada uno la transita según sus posibilidades pero quien no quiera transitarla se ve tristemente obligado a experimentar una actuación poco honesta, forzada, que sale a trompicones, que no alcanza para conectar con la esencia del personaje, con la estética y el discurso del montaje, pero sobre todo con la energía del espectador.

Es cierto que esta vulnerabilidad se vive también de formas muy diversas, pues depende no solo de la estructura de actor o la actriz, sino también de su formación, de las técnicas que atraviesan sus procesos escénicos, de la visión del director del montaje y del resto de elenco que permite se genere también esa conexión. Además, esta vulnerabilidad puede vivirse de una forma intuitiva pero con el riesgo de no atravesar la conciencia.

Qué maravilloso resulta cuando un actor y una actriz, en sus entrenamientos, incorpora al cuerpo y a la mente esta experiencia personal del claro oscuro, esta vivencia de su yo luz y su yo sombra, cuando se permite ser en toda su profundidad, en su dualidad y lo convierte en ficción a través del cuerpo del personaje, de la voz del personaje, de su esencia y de su energía.

Sí, el personaje no es un ente vacío, tiene su propia identidad, pero ésta solo se activa al conectar con la energía del actor, con su disposición de danzar su vida con la vida del personaje, con la virtud de entrelazar la ficción con la realidad, con el riesgo de ser otro sin perderse en la locura de la falsedad, con la oportunidad de ser honesto consigo mismo y con el público, porque al final no tiene sentido que la carcajada retumbe fuerte en el foro o el llanto esté inundado de lágrimas si no vienen desde las entrañas del intérprete, si no se tejen con los hilos de la esencia del actor y la actriz, que emanan de su claro oscuro y con la esencia del personaje que emana de la pluma del creador que imprime también su propia luz y su propia sombra.

No temamos, como creadores, a rasgar el velo donde la sombra espera paciente para encontrase con la mirada de nuestra conciencia, asumamos el riesgo, aventémonos al vacío y construyamos la ficción con las posibilidades del vértigo, pero hagámoslo con un proceso, acompañados de una técnica, pero sobre todo de un propósito, que nuestro ser en escena no sea una verborrea creativa, al contrario, que sea una construcción con estructura y estética, pero que venga de lo más profundo de nuestro ser, de nuestra complejidad, de la dualidad que nos ofrece el claro oscuro para crear.

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