/ viernes 16 de agosto de 2019

El papel de las visiones, un acercamiento a Thomas Sowell

El libro de cabecera

No es novedad que las personas tomen caminos opuestos ante diversos problemas que les depara la vida cotidiana. Con cierta regularidad, dichos problemas no están intrínsecamente conectados por cuestiones de causalidad o, desde la perspectiva del sujeto social, porque se establecen razonamientos a partir de premisas muy diferentes. La realidad es demasiado compleja como para ser abordada por una sola visión, de eso ha dado cuenta la humanidad a través de los diversos esfuerzos intelectuales y científicos que se han acuñado a la sombra inmensa de dicha realidad.

A propósito de las visiones, el economista estadounidense Thomas Sowell * (Gastonia, 1930) las define como una especie de mapas cognitivos que nos guían a través de una maraña de complejidades desconcertantes. En estas visiones se obvian los rasgos concretos para facilitarnos la ubicación de los pocos caminos que conducen a nuestra meta. No obstante, a pesar de ser indispensables, las visiones son peligrosas porque tendemos a confundirlas con la realidad. En este sentido, es pertinente considerar a las visiones como actos cognitivos de carácter preanalítico, a un nivel previo al establecimiento de teorías, es decir, en el preámbulo hipotético que nos permitirá contrastar la realidad, a partir de intuir el funcionamiento del mundo desde nuestra propia percepción.

Aunque –siguiendo a Sowell– las visiones constituyen el cimiento de las teorías, la estructura teórica resultante no depende solamente de los cimientos, sino del denuedo y coherencia que se posean para la colección de datos y la ulterior construcción del marco teórico. En este sentido, Sowell destaca el carácter cualitativo y subjetivo de las visiones: nos parecen simplistas las visiones ajenas; nos parecen asertivas las propias.

En el proceso complejo de una visión a teoría, tanto la lógica como las pruebas empíricas ocupan una función esencial para determinar la validez de la teoría. Si la visión inicial resulta crucial para vislumbrar el funcionamiento del mundo, a la visión más pura no le corresponderá necesariamente el papel de fundamento de las teorías más convincentes, ya no digamos que gocen eventualmente de mayor validez. En todo caso, tanto en su versión inicial como pura, la visión es una forma de causación.

En el terreno de la teoría social el acercamiento hacia las complejidades y, muy a menudo, a las subconscientes interacciones de millones de seres humanos, nos obliga establecer una lógica pendular entre visiones (teoría y realidad). A decir de Sowell, los hechos de la realidad nos obligan a desechar algunas teorías, aunque nunca se le puede otorgar a una teoría dada el imprimátur de verdad definitiva.

Dos vertientes que propone el autor son la visión restringida y la visión no restringida. / Cortesía

Ante este escenario, ¿en dónde radica la importancia de las visiones sociales? Las políticas basadas en cierta visión del mundo, tienen consecuencias latentes y manifiestas que son difundidas por la sociedad y reverberan a través de los años y cambios generacionales. En el devenir temporal, las visiones guían el curso del pensamiento y de la acción social cubriendo inmensas lagunas del conocimiento individual.

A menudo, detrás de las visiones prevalecen intereses específicos con tal intensidad que éstas cuentan con el respaldo y la simpatía de la llamada opinión pública. Las visiones son susceptibles de ser invocadas a favor o en contra de un determinado escenario político. Asimismo, las diversas visiones de la naturaleza son tan complejas y distintas que sus respectivos conceptos de conocimiento y sus representaciones de instituciones deben de diferir indefectiblemente. A consecuencia de esto, las múltiples ramificaciones de estas visiones conflictivas se extienden a las decisiones económicas, judiciales, militares, filosóficas y, desde luego, políticas.

Dos visiones

¿Qué tipo de decisiones debemos de ser capaces de distinguir en el escenario sociopolítico? Thomas Sowell propone dos vertientes: la visión restringida y la visión no restringida. En la primera se encaran principalmente transacciones antes que formular soluciones. En la segunda, la sociedad persigue un perfeccionamiento moral que carece sistemáticamente de un límite fijo. Mientras que para la visión restringida la prudencia (templanza, cautela, moderación) cumple un papel determinante, en la no restringida se recompensan las pautas de conducta, en contrasentido de la ambición por lograr justicia y concebir virtudes.

En la visión restringida se buscan las causas específicas de la paz (no, aquí no se recurre a la torpe falacia que conmina a “resolver los problemas de raíz”), la riqueza o el respeto de las leyes. En contraste, la no restringida busca las causas específicas de la guerra, la pobreza y el delito. Mientras que en la restringida los artificios o estrategias que restrinjan o palien los males sociales innatos también tendrán un precio, en la visión no restringida no hay causas insolubles de los males sociales porque se ofrecen a partir del compromiso moral.

En la restringida, aquello que se nos ofrece como lo mejor es enemigo de lo bueno, solo es posible llegar a una prudente transición; en la no, se emprende la persecución de los ideales más elevados para la consecución de las mejores soluciones.

La no restringida se erige moralmente como un monolito de intenciones humanas que, en última instancia, se consignan como decisivas. Por su parte, en la visión restringida prevalece una versión trágica y pesimista de la condición humana, aunque no se plantea la meta de crear el ideal, sino de establecer lo mejor que las personas puedan tolerar. Si en la restringida se miden los ideales de acuerdo con el precio que cuesta alcanzarlos, en la no restringida se considera que toda aproximación al ideal es preferible; si bien el precio a pagar es lamentable, éste no será decisivo.

En la visión restringida, por ende, se optan por sistemas complejos de pesos y contrapesos y se evita a toda costa confiarle a alguien todo el poder. Las reglas indispensables para configurar una sociedad libre nos exigen muchas cosas desagradables, dado que la naturaleza humana no puede coincidir a plenitud con el ideal del bien social, aunque es preciso subordinarla a él deliberadamente, a pesar de lo desagradable que esto pudiera resultar. Es por eso que, como señala Sowell, la visión no restringida habla directamente en términos de resultados deseados, mientras que en la restringida se privilegian las características conducentes del proceso para lograr los resultados deseados: la paz y el orden son una condición necesaria para el alivio de los poseídos, mas nunca a la inversa.

(*) Sowell, T. (1990) Un conflicto de visiones: orígenes ideológicos de las luchas políticas. Colección Hombre y Sociedad. España: Editorial Gedisa.

@doctorsimulacro

No es novedad que las personas tomen caminos opuestos ante diversos problemas que les depara la vida cotidiana. Con cierta regularidad, dichos problemas no están intrínsecamente conectados por cuestiones de causalidad o, desde la perspectiva del sujeto social, porque se establecen razonamientos a partir de premisas muy diferentes. La realidad es demasiado compleja como para ser abordada por una sola visión, de eso ha dado cuenta la humanidad a través de los diversos esfuerzos intelectuales y científicos que se han acuñado a la sombra inmensa de dicha realidad.

A propósito de las visiones, el economista estadounidense Thomas Sowell * (Gastonia, 1930) las define como una especie de mapas cognitivos que nos guían a través de una maraña de complejidades desconcertantes. En estas visiones se obvian los rasgos concretos para facilitarnos la ubicación de los pocos caminos que conducen a nuestra meta. No obstante, a pesar de ser indispensables, las visiones son peligrosas porque tendemos a confundirlas con la realidad. En este sentido, es pertinente considerar a las visiones como actos cognitivos de carácter preanalítico, a un nivel previo al establecimiento de teorías, es decir, en el preámbulo hipotético que nos permitirá contrastar la realidad, a partir de intuir el funcionamiento del mundo desde nuestra propia percepción.

Aunque –siguiendo a Sowell– las visiones constituyen el cimiento de las teorías, la estructura teórica resultante no depende solamente de los cimientos, sino del denuedo y coherencia que se posean para la colección de datos y la ulterior construcción del marco teórico. En este sentido, Sowell destaca el carácter cualitativo y subjetivo de las visiones: nos parecen simplistas las visiones ajenas; nos parecen asertivas las propias.

En el proceso complejo de una visión a teoría, tanto la lógica como las pruebas empíricas ocupan una función esencial para determinar la validez de la teoría. Si la visión inicial resulta crucial para vislumbrar el funcionamiento del mundo, a la visión más pura no le corresponderá necesariamente el papel de fundamento de las teorías más convincentes, ya no digamos que gocen eventualmente de mayor validez. En todo caso, tanto en su versión inicial como pura, la visión es una forma de causación.

En el terreno de la teoría social el acercamiento hacia las complejidades y, muy a menudo, a las subconscientes interacciones de millones de seres humanos, nos obliga establecer una lógica pendular entre visiones (teoría y realidad). A decir de Sowell, los hechos de la realidad nos obligan a desechar algunas teorías, aunque nunca se le puede otorgar a una teoría dada el imprimátur de verdad definitiva.

Dos vertientes que propone el autor son la visión restringida y la visión no restringida. / Cortesía

Ante este escenario, ¿en dónde radica la importancia de las visiones sociales? Las políticas basadas en cierta visión del mundo, tienen consecuencias latentes y manifiestas que son difundidas por la sociedad y reverberan a través de los años y cambios generacionales. En el devenir temporal, las visiones guían el curso del pensamiento y de la acción social cubriendo inmensas lagunas del conocimiento individual.

A menudo, detrás de las visiones prevalecen intereses específicos con tal intensidad que éstas cuentan con el respaldo y la simpatía de la llamada opinión pública. Las visiones son susceptibles de ser invocadas a favor o en contra de un determinado escenario político. Asimismo, las diversas visiones de la naturaleza son tan complejas y distintas que sus respectivos conceptos de conocimiento y sus representaciones de instituciones deben de diferir indefectiblemente. A consecuencia de esto, las múltiples ramificaciones de estas visiones conflictivas se extienden a las decisiones económicas, judiciales, militares, filosóficas y, desde luego, políticas.

Dos visiones

¿Qué tipo de decisiones debemos de ser capaces de distinguir en el escenario sociopolítico? Thomas Sowell propone dos vertientes: la visión restringida y la visión no restringida. En la primera se encaran principalmente transacciones antes que formular soluciones. En la segunda, la sociedad persigue un perfeccionamiento moral que carece sistemáticamente de un límite fijo. Mientras que para la visión restringida la prudencia (templanza, cautela, moderación) cumple un papel determinante, en la no restringida se recompensan las pautas de conducta, en contrasentido de la ambición por lograr justicia y concebir virtudes.

En la visión restringida se buscan las causas específicas de la paz (no, aquí no se recurre a la torpe falacia que conmina a “resolver los problemas de raíz”), la riqueza o el respeto de las leyes. En contraste, la no restringida busca las causas específicas de la guerra, la pobreza y el delito. Mientras que en la restringida los artificios o estrategias que restrinjan o palien los males sociales innatos también tendrán un precio, en la visión no restringida no hay causas insolubles de los males sociales porque se ofrecen a partir del compromiso moral.

En la restringida, aquello que se nos ofrece como lo mejor es enemigo de lo bueno, solo es posible llegar a una prudente transición; en la no, se emprende la persecución de los ideales más elevados para la consecución de las mejores soluciones.

La no restringida se erige moralmente como un monolito de intenciones humanas que, en última instancia, se consignan como decisivas. Por su parte, en la visión restringida prevalece una versión trágica y pesimista de la condición humana, aunque no se plantea la meta de crear el ideal, sino de establecer lo mejor que las personas puedan tolerar. Si en la restringida se miden los ideales de acuerdo con el precio que cuesta alcanzarlos, en la no restringida se considera que toda aproximación al ideal es preferible; si bien el precio a pagar es lamentable, éste no será decisivo.

En la visión restringida, por ende, se optan por sistemas complejos de pesos y contrapesos y se evita a toda costa confiarle a alguien todo el poder. Las reglas indispensables para configurar una sociedad libre nos exigen muchas cosas desagradables, dado que la naturaleza humana no puede coincidir a plenitud con el ideal del bien social, aunque es preciso subordinarla a él deliberadamente, a pesar de lo desagradable que esto pudiera resultar. Es por eso que, como señala Sowell, la visión no restringida habla directamente en términos de resultados deseados, mientras que en la restringida se privilegian las características conducentes del proceso para lograr los resultados deseados: la paz y el orden son una condición necesaria para el alivio de los poseídos, mas nunca a la inversa.

(*) Sowell, T. (1990) Un conflicto de visiones: orígenes ideológicos de las luchas políticas. Colección Hombre y Sociedad. España: Editorial Gedisa.

@doctorsimulacro

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