/ jueves 12 de agosto de 2021

“El primer viaje de Abdul”

Literatura y filosofía

En esta ocasión les comparto un cuento de mi autoría, “El primer viaje de Abdul”, publicado recientemente (mayo de 2021) por el Ajuntament de Constantí (Cataluña, España). Fue seleccionado, junto con otros 98 cuentos, de un total de 581 participantes, para ser incluido en el libro Relats d’història (cuentos históricos). La institución convocante fue Nou Silva Equips. Participamos escritores de muchos países. El libro incluye cuentos en castellano y catalán. Espero sea de su agrado.

El primer viaje de Abdul

Todavía no cantaba el gallo, cuando la mamá de Abdul ya estaba preparando el alimento para el viaje.

— Anda Abdul, ya levántate, se nos va a hacer tarde.

— Ya voy mamá, ya voy.

A Abdul le gustaba mucho la idea de ir a la Meca, pero estaba muy cansado, porque la noche anterior había terminado tarde sus labores.

— Ándale, te digo. Ya levántate.

— Está bien, está bien.

Después de unos minutos el niño ya estaba de pie. Tenía puesta su indumentaria arcaica. Ese era el nombre con el que referían la ropa especial, constaba de dos piezas de tela blanca sin costura. Abdul estaba muy preocupado porque la ropa estuviera bien puesta: tenía que estar pegada a sus caderas y llegar hasta las rodillas; además, la otra parte de la ropa tenía que cubrir su hombro izquierdo. Era un poco difícil ponerse esa ropa porque tenía mucho significado. A Abdul, no le importaba. Lo que quería era ya estar en la Meca. Por eso tampoco le preocupó ponerse unas babuchas que le quedaban grandes (su mamá se las había comprado a un hombre que se las vendió baratas por ser de su hijo que había muerto hacía ya más de cinco años). A Abdul le recordaban los cuentos de Las mil y una noches. Ahora era él quien tendría una aventura con esas babuchas.

Sin embargo, aunque ya le andaba por irse a La Meca, es decir a la ciudad santa en donde tenían que ir todos los musulmanes, aunque fuera una vez al año, esperó pacientemente pues, antes de irse, tenían que rezar a Alá. Y es que para los musulmanes el rezo es una de sus principales actividades. Su creencia está basada en su profesión de fe, a la que llaman shahada. El rezo lo había aprendido desde pequeño. Lo repetía cada mañana en silencio, pues no quería que se le olvidara. Decía: Yo atestiguo: No hay más Alah que Alah y Mahoma es el Enviado de Alah. Claro, él lo decía en idioma árabe: la ilaha illa llah, Muhammadum Allah.

Esta es una característica de la religión musulmana: al rezar se establece un diálogo con Dios. Por eso es tan importante rezar, y, sobre todo, hacerlo con fe.

Los rezos son para toda la vida. Al igual que en el cristianismo, los musulmanes siguen rezando toda la vida. Ellos le llaman la recitación de la oración canónica/ritual (salat). Los musulmanes parten de la idea de que, teniendo uso de razón, deben utilizar su inteligencia, sobre todo porque ya son mayores de edad.

Es por ello que están obligados a rezar cinco veces al día, iniciando en la madrugada (a la salida del sol) hasta la noche (entre el final de la tarde y la media noche). Ellos dicen: ¡Alah es máximo! (lo repiten de dos a cuatro veces). Y continúan: Atestiguo que no hay dios sino Alah (esto lo dicen dos veces). ¡Atestiguo que Mahoma es el Enviado de Alah! (dos veces). ¡Acudid a la oración! (dos veces). ¡Llegaos a la felicidad! (dos veces). ¡Alah es máximo! (dos veces). ¡No hay dios sino Alah! (una sola vez). Abdul sabía todo esto. Los musulmanes empiezan a estudiar su religión desde pequeños. Y Abdul quería llegar a ser un hombre sumamente religioso. De hecho, todos los niños de su escuela tenían esta misma idea, pues desde chiquitos los habían educado para que pensaran así. Esto no está mal, el problema es que muchas veces lo hacían más por miedo que por amor a Dios.

Y es que cuando rezaban, tenían que hacerlo con mucho cuidado, pues cualquier error podía ser duramente castigado. Por ejemplo, en la plegaria, antes de empezar, tenían que estar de pie, viendo hacia donde se encontraba su ciudad sagrada, llamada La Meca. Una vez estando en esa posición, tenían que seguir todo el ritual de manera perfecta, tanto las palabras como los ademanes y demás acciones corporales, como inclinación hasta tocar las rodillas con las palmas de las manos, luego erguirse, y después arrodillarse, tenían que tocar el suelo con la frente y con las palmas. Una vez en esta posición bendecían a Mahoma, su profeta. Luego volteaban hacia la derecha y después hacia la izquierda y se ponían de pie. En total eran cinco momentos los que conformaban la oración. Y todos eran anunciados por un hombre al que se le decía muecín o almuédano, que significa el ‘llamador a la oración’. Lo hacía desde el alminar, es decir la torre de la mezquita. Bueno, además de todo este ritual, los musulmanes tenían que practicar la limosna y el ayuno.

Todo esto lo pensaba Abdul, mientras su corazón latía muy fuerte. Él quería que todo saliera bien. Amaba a Aláh y amaba a su familia. Quería ser un buen musulmán. Por eso se esforzaba tanto en seguir de manera correcta el ritual del rezo.

Y estaba tan contento, pensando en todo esto, que, cuando estaba por salir de la mano de su mamá, no se dio cuenta de que una mano tocaba su hombro. Era su tío Ismael. Su tío junto otros hombres peleaba en el frente de batalla. Había llegado al pueblo de Abdul con el fin de incorporar a jóvenes para la guerra; sin embargo, quedaban muy pocos jóvenes: todos se habían ido a la guerra, sólo había ancianos y niños. Ismael quería que su sobrino Abdul ingresar al ejército para combatir contra los enemigos.

Abdul volteó a ver a su madre. Ella cerró los ojos y bajó el rostro. No dijo nada, pero de sus ojos salieron algunas lágrimas. No hacían falta las palabras. El silencio era ensordecedor.

Cuando Ismael y Abdul caminaban rumbo a la camioneta en donde sería transportado junto con otros niños que también habían incorporado. Abdul le gritó a su madre. No te preocupes mamita. Aláh me cuidará, sobre todo porque ya me sé de memoria el rezo y la manera correcta de rezar.

Su madre levantó la mano y mientras le decía adiós, en su corazón repetía una y otra vez: la ilaha illa llah, Muhammadum Allah: Yo atestiguo: No hay más Dios que Alah y Mahoma es su profeta.

A esa misma hora muchos niños estaban llegando a la mezquita. En sus mentes el silencio era testigo de las mismas palabras que decía la mamá de Abdul.

En esta ocasión les comparto un cuento de mi autoría, “El primer viaje de Abdul”, publicado recientemente (mayo de 2021) por el Ajuntament de Constantí (Cataluña, España). Fue seleccionado, junto con otros 98 cuentos, de un total de 581 participantes, para ser incluido en el libro Relats d’història (cuentos históricos). La institución convocante fue Nou Silva Equips. Participamos escritores de muchos países. El libro incluye cuentos en castellano y catalán. Espero sea de su agrado.

El primer viaje de Abdul

Todavía no cantaba el gallo, cuando la mamá de Abdul ya estaba preparando el alimento para el viaje.

— Anda Abdul, ya levántate, se nos va a hacer tarde.

— Ya voy mamá, ya voy.

A Abdul le gustaba mucho la idea de ir a la Meca, pero estaba muy cansado, porque la noche anterior había terminado tarde sus labores.

— Ándale, te digo. Ya levántate.

— Está bien, está bien.

Después de unos minutos el niño ya estaba de pie. Tenía puesta su indumentaria arcaica. Ese era el nombre con el que referían la ropa especial, constaba de dos piezas de tela blanca sin costura. Abdul estaba muy preocupado porque la ropa estuviera bien puesta: tenía que estar pegada a sus caderas y llegar hasta las rodillas; además, la otra parte de la ropa tenía que cubrir su hombro izquierdo. Era un poco difícil ponerse esa ropa porque tenía mucho significado. A Abdul, no le importaba. Lo que quería era ya estar en la Meca. Por eso tampoco le preocupó ponerse unas babuchas que le quedaban grandes (su mamá se las había comprado a un hombre que se las vendió baratas por ser de su hijo que había muerto hacía ya más de cinco años). A Abdul le recordaban los cuentos de Las mil y una noches. Ahora era él quien tendría una aventura con esas babuchas.

Sin embargo, aunque ya le andaba por irse a La Meca, es decir a la ciudad santa en donde tenían que ir todos los musulmanes, aunque fuera una vez al año, esperó pacientemente pues, antes de irse, tenían que rezar a Alá. Y es que para los musulmanes el rezo es una de sus principales actividades. Su creencia está basada en su profesión de fe, a la que llaman shahada. El rezo lo había aprendido desde pequeño. Lo repetía cada mañana en silencio, pues no quería que se le olvidara. Decía: Yo atestiguo: No hay más Alah que Alah y Mahoma es el Enviado de Alah. Claro, él lo decía en idioma árabe: la ilaha illa llah, Muhammadum Allah.

Esta es una característica de la religión musulmana: al rezar se establece un diálogo con Dios. Por eso es tan importante rezar, y, sobre todo, hacerlo con fe.

Los rezos son para toda la vida. Al igual que en el cristianismo, los musulmanes siguen rezando toda la vida. Ellos le llaman la recitación de la oración canónica/ritual (salat). Los musulmanes parten de la idea de que, teniendo uso de razón, deben utilizar su inteligencia, sobre todo porque ya son mayores de edad.

Es por ello que están obligados a rezar cinco veces al día, iniciando en la madrugada (a la salida del sol) hasta la noche (entre el final de la tarde y la media noche). Ellos dicen: ¡Alah es máximo! (lo repiten de dos a cuatro veces). Y continúan: Atestiguo que no hay dios sino Alah (esto lo dicen dos veces). ¡Atestiguo que Mahoma es el Enviado de Alah! (dos veces). ¡Acudid a la oración! (dos veces). ¡Llegaos a la felicidad! (dos veces). ¡Alah es máximo! (dos veces). ¡No hay dios sino Alah! (una sola vez). Abdul sabía todo esto. Los musulmanes empiezan a estudiar su religión desde pequeños. Y Abdul quería llegar a ser un hombre sumamente religioso. De hecho, todos los niños de su escuela tenían esta misma idea, pues desde chiquitos los habían educado para que pensaran así. Esto no está mal, el problema es que muchas veces lo hacían más por miedo que por amor a Dios.

Y es que cuando rezaban, tenían que hacerlo con mucho cuidado, pues cualquier error podía ser duramente castigado. Por ejemplo, en la plegaria, antes de empezar, tenían que estar de pie, viendo hacia donde se encontraba su ciudad sagrada, llamada La Meca. Una vez estando en esa posición, tenían que seguir todo el ritual de manera perfecta, tanto las palabras como los ademanes y demás acciones corporales, como inclinación hasta tocar las rodillas con las palmas de las manos, luego erguirse, y después arrodillarse, tenían que tocar el suelo con la frente y con las palmas. Una vez en esta posición bendecían a Mahoma, su profeta. Luego volteaban hacia la derecha y después hacia la izquierda y se ponían de pie. En total eran cinco momentos los que conformaban la oración. Y todos eran anunciados por un hombre al que se le decía muecín o almuédano, que significa el ‘llamador a la oración’. Lo hacía desde el alminar, es decir la torre de la mezquita. Bueno, además de todo este ritual, los musulmanes tenían que practicar la limosna y el ayuno.

Todo esto lo pensaba Abdul, mientras su corazón latía muy fuerte. Él quería que todo saliera bien. Amaba a Aláh y amaba a su familia. Quería ser un buen musulmán. Por eso se esforzaba tanto en seguir de manera correcta el ritual del rezo.

Y estaba tan contento, pensando en todo esto, que, cuando estaba por salir de la mano de su mamá, no se dio cuenta de que una mano tocaba su hombro. Era su tío Ismael. Su tío junto otros hombres peleaba en el frente de batalla. Había llegado al pueblo de Abdul con el fin de incorporar a jóvenes para la guerra; sin embargo, quedaban muy pocos jóvenes: todos se habían ido a la guerra, sólo había ancianos y niños. Ismael quería que su sobrino Abdul ingresar al ejército para combatir contra los enemigos.

Abdul volteó a ver a su madre. Ella cerró los ojos y bajó el rostro. No dijo nada, pero de sus ojos salieron algunas lágrimas. No hacían falta las palabras. El silencio era ensordecedor.

Cuando Ismael y Abdul caminaban rumbo a la camioneta en donde sería transportado junto con otros niños que también habían incorporado. Abdul le gritó a su madre. No te preocupes mamita. Aláh me cuidará, sobre todo porque ya me sé de memoria el rezo y la manera correcta de rezar.

Su madre levantó la mano y mientras le decía adiós, en su corazón repetía una y otra vez: la ilaha illa llah, Muhammadum Allah: Yo atestiguo: No hay más Dios que Alah y Mahoma es su profeta.

A esa misma hora muchos niños estaban llegando a la mezquita. En sus mentes el silencio era testigo de las mismas palabras que decía la mamá de Abdul.

Finanzas

Agencias automotrices activan venta en línea de vehículos seminuevos

La AMDA precisó que ante la demanda se activó la plataforma y en un periodo de seis meses se han vendido 380 unidades

Local

Anticipan tráfico por viacrucis tradicionales

Exhortan a conductores tomar sus precauciones y buscar vías alternas en la capital queretana y El Marqués después de las 16:00 horas

Local

Aplican medidas para evitar robos en escuelas queretanas

Recomiendan a docentes estar en comunicación con padre de familia que habitan cerca de los planteles

Local

Alistan plan emergente por sequía, en Querétaro

Lanzan campaña social denominada “¡Cuidemos el agua juntos!” y programa de detección de fugas

Finanzas

Marisquerías queretanas crecen 70% su inventario

Comerciantes se adelantan a las compras que los clientes realizan en Semana Santa; consumen más el filete de pescado y los camarones, afirman

Policiaca

Mató a su colega de trabajo en Carrillo

Un día anterior habrían convivido en el cuarto que rentaba y al no presentarse a trabajar comenzó su búsqueda