/ jueves 3 de septiembre de 2020

El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg

El libro de cabecera

El queso y los gusanos: el cosmos de un molinero del siglo XVI es una obra literaria de tipo historiográfico escrita por el historiador turinés Carlos Ginzburg. Aunque por momentos se decanta por un tono cercano a la crónica, es considerada una de las obras clave de la tradición microhistórica, ya que mediante una reconstrucción de la biografía de Menocchio, un tipo ideal representante de las clases populares, el autor presenta un panorama explicativo e interpretativo del pensamiento religioso, las cuestiones cosmogónicas, las hipótesis del origen del mundo y la cultura medieval. Asimismo, es posible acceder a un retrato histórico de la época a partir de la vida, opiniones y descripciones desde el testimonio del personaje protagónico.

Desde el mismo proceso histórico del surgimiento de la civilización, Ginzburg advierte la existencia de diferencias culturales civilizadas en las cuales se sustenta la base disciplinaria de lo que hoy denominados folclore, demología/demografía, culturas populares y etnografía, por citar algunas disciplinas. Al acudir al concepto de “cultura”, definida desde la antropología como conjunto de actitudes, creencias, patrones de comportamiento, entre otras cosas, propios de las clases subalternas en un determinado periodo histórico, Ginzburg reconoce que es solamente a partir de su acepción primitiva que podríamos inferir la entidad de una cultura que diferenciaba entre clases subalternas y clases dominantes, dualidad que aún prevalece.

Esta tensión entre culturas subalternas/dominantes constituye el marco simbólico desde donde se configura el interés de Ginzburg por las clases subalternas, en contraste con la reticencia de los antropólogos e investigadores de las tradiciones populares, a partir del cual acude a fuentes escritas doblemente indirectas, ante la incapacidad de poder entablar diálogos con los campesinos del siglo XVI.

Las ideas, creencias y esperanzas de los campesinos y artesanos le llegan al investigador del pasado a través de lo que el propio Ginzburg denomina filtros intermedios y deformantes. Aunque este procedimiento metodológico cobra un nuevo matiz de problematización: no se trata solamente de estudiar la cultura producida por las clases populares, sino indagar la cultura impuesta a las culturas populares. Y de eso Ginzburg se encargará de ponerlo perfectamente claro al calificar de absurdo el trabajo de identificar la cultura producida por las clases populares con la cultura impuesta a las clases populares, es decir, dilucidar la fisonomía de la cultura popular sólo y exclusivamente a partir de los proverbios, preceptos y obras literarias de la época.

Tras identificar la imagen estereotipada y endulcorada de la cultura popular, Ginzburg se refiere al trabajo de Mijaíl Bajtín como la recuperación del “mito y el rito que confluyen la exaltación de la fertilidad y la abundancia, la inversión de los valores y las jerarquías, el sentido cósmico del fluir destructor y regenerador del tiempo”. Es decir, la visión del mundo elaborada por la cultura popular se contrapone al dogmatismo y a la seriedad de la cultura de la clases dominantes. Pero este abandono al predominio metodológico desde el dogmatismo dominante tambien se expresa desde el trabajo con las mismas fuentes, las cuales, al no ser del todo ˝objetivas˝ no significa en absoluto que sean desechadas: “una crónica hostil puede aportarnos valiosos testimonios sobre comportamientos de una comunidad rural en rebeldía”, por ejemplo.

Acaso en esa actitud frente a la historia radique el mayor valor metodológico y ontológico de la propuesta microhistórica de Ginzburg, quien señala que las víctimas de la exclusión social se convierten en depositarias del único discurso radicalmente alternativo al discurso de mentiras fraguado por la sociedad establecida y dominante, lo que para el autor no es más que un populismo en signo contrario, como en el caso de Derrida y de Foucault.

Para introducirnos al caso de Menocchio, Ginzburg parte del siguiente cuestionamiento: ¿Hasta qué punto los eventuales elementos de la cultura hegemónica rastreables en la cultura popular son fruto de una aculturación más o menos deliberada, o de una convergencia más o menos espontánea, y no de una deformación inconsciente de las fuentes, claramente proclives a reducir el silencio de lo común y lo corriente? Esta pregunta servirá como una especie de problematización en la que el autor tratará de establecer una explicación lógica al pensamiento y cosmovisión de Menocchio, quien negaba que Dios hubiese creado el mundo y creía que éste se había generado a partir de un caos primigenio en un tiempo cosmogónico, punto de origen de Dios y los ángeles, de manera similar a la aparición espontánea de los gusanos en el queso, de allí el título de la obra. A decir del autor, las ideas del protagonista, quien además negaba la divinidad de Cristo, la validez de los sacramentos y afirmaba la equivalencia de las distintas religiones, surgirían del contacto de esa mentalidad campesina con la lectura de los pocos libros a los que Menocchio tuvo acceso en su vida.

En la relación dialéctica entre sujeto y cultura, y de la cultura de su respectiva época y de la propia clase a la que pertenece el protagonista, nadie escapa sino para entrar en el delirio y en la falta de comunicación. En esta dinámica de intercambio simbólico, la cultura ofrece al sujeto social un horizonte de posibilidades latentes para ejercer una libertad condicionada. Es en esta dinámica en la que Menocchio, con claridad y lucidez inucitadas, articula el lenguaje del que históricamente disponía y al cual tenemos acceso en nuestros días.

En una clara crítica hacia el prevaleciente verticalismo de las investigaciones históricas cuantitativas, Ginzburg señala el principal procedimiento: parte del supuesto de que no sólo los textos, sino aún los títulos, dan una orientación inequívoca, hecho que pierde cada vez más verosimilitud, conforme desciende el nivel social del lector. Por su parte, Ginzburg pone en relieve la importancia de las supervivencias, los arcaismos, la afectividad, lo irracional, todo aquello que de modo específico diferencia el proceder de las disciplinas de las Ciencias Sociales.

El 28 de septiembre de 1583, Menocchio fue denunciado al Santo Oficio. La acusación fue por haber pronunciando palabras “heréticas e impías” acerca de Cristo. Pero esto no se trataba de una blasfemia ocasional, ya anteriormente Menocchio había intentado expresamente difundir sus opiniones mediante la argumentación y predicación. En una especie de comportamiento que recuerda a los peripatéticos, Menocchio se mueve en la plaza, en la hostería, en el camino de Grizzo o de Daviano de regreso a la montaña, en donde a la menor oportunidad el personaje solía salir con razonamientos sobre las cosas de Dios, esgrimiendo siempre algo de herejía.

Referencias:

Ginzburg, C. (2004). El queso y los gusanos. Madrid, España: Editorial Península.

El queso y los gusanos: el cosmos de un molinero del siglo XVI es una obra literaria de tipo historiográfico escrita por el historiador turinés Carlos Ginzburg. Aunque por momentos se decanta por un tono cercano a la crónica, es considerada una de las obras clave de la tradición microhistórica, ya que mediante una reconstrucción de la biografía de Menocchio, un tipo ideal representante de las clases populares, el autor presenta un panorama explicativo e interpretativo del pensamiento religioso, las cuestiones cosmogónicas, las hipótesis del origen del mundo y la cultura medieval. Asimismo, es posible acceder a un retrato histórico de la época a partir de la vida, opiniones y descripciones desde el testimonio del personaje protagónico.

Desde el mismo proceso histórico del surgimiento de la civilización, Ginzburg advierte la existencia de diferencias culturales civilizadas en las cuales se sustenta la base disciplinaria de lo que hoy denominados folclore, demología/demografía, culturas populares y etnografía, por citar algunas disciplinas. Al acudir al concepto de “cultura”, definida desde la antropología como conjunto de actitudes, creencias, patrones de comportamiento, entre otras cosas, propios de las clases subalternas en un determinado periodo histórico, Ginzburg reconoce que es solamente a partir de su acepción primitiva que podríamos inferir la entidad de una cultura que diferenciaba entre clases subalternas y clases dominantes, dualidad que aún prevalece.

Esta tensión entre culturas subalternas/dominantes constituye el marco simbólico desde donde se configura el interés de Ginzburg por las clases subalternas, en contraste con la reticencia de los antropólogos e investigadores de las tradiciones populares, a partir del cual acude a fuentes escritas doblemente indirectas, ante la incapacidad de poder entablar diálogos con los campesinos del siglo XVI.

Las ideas, creencias y esperanzas de los campesinos y artesanos le llegan al investigador del pasado a través de lo que el propio Ginzburg denomina filtros intermedios y deformantes. Aunque este procedimiento metodológico cobra un nuevo matiz de problematización: no se trata solamente de estudiar la cultura producida por las clases populares, sino indagar la cultura impuesta a las culturas populares. Y de eso Ginzburg se encargará de ponerlo perfectamente claro al calificar de absurdo el trabajo de identificar la cultura producida por las clases populares con la cultura impuesta a las clases populares, es decir, dilucidar la fisonomía de la cultura popular sólo y exclusivamente a partir de los proverbios, preceptos y obras literarias de la época.

Tras identificar la imagen estereotipada y endulcorada de la cultura popular, Ginzburg se refiere al trabajo de Mijaíl Bajtín como la recuperación del “mito y el rito que confluyen la exaltación de la fertilidad y la abundancia, la inversión de los valores y las jerarquías, el sentido cósmico del fluir destructor y regenerador del tiempo”. Es decir, la visión del mundo elaborada por la cultura popular se contrapone al dogmatismo y a la seriedad de la cultura de la clases dominantes. Pero este abandono al predominio metodológico desde el dogmatismo dominante tambien se expresa desde el trabajo con las mismas fuentes, las cuales, al no ser del todo ˝objetivas˝ no significa en absoluto que sean desechadas: “una crónica hostil puede aportarnos valiosos testimonios sobre comportamientos de una comunidad rural en rebeldía”, por ejemplo.

Acaso en esa actitud frente a la historia radique el mayor valor metodológico y ontológico de la propuesta microhistórica de Ginzburg, quien señala que las víctimas de la exclusión social se convierten en depositarias del único discurso radicalmente alternativo al discurso de mentiras fraguado por la sociedad establecida y dominante, lo que para el autor no es más que un populismo en signo contrario, como en el caso de Derrida y de Foucault.

Para introducirnos al caso de Menocchio, Ginzburg parte del siguiente cuestionamiento: ¿Hasta qué punto los eventuales elementos de la cultura hegemónica rastreables en la cultura popular son fruto de una aculturación más o menos deliberada, o de una convergencia más o menos espontánea, y no de una deformación inconsciente de las fuentes, claramente proclives a reducir el silencio de lo común y lo corriente? Esta pregunta servirá como una especie de problematización en la que el autor tratará de establecer una explicación lógica al pensamiento y cosmovisión de Menocchio, quien negaba que Dios hubiese creado el mundo y creía que éste se había generado a partir de un caos primigenio en un tiempo cosmogónico, punto de origen de Dios y los ángeles, de manera similar a la aparición espontánea de los gusanos en el queso, de allí el título de la obra. A decir del autor, las ideas del protagonista, quien además negaba la divinidad de Cristo, la validez de los sacramentos y afirmaba la equivalencia de las distintas religiones, surgirían del contacto de esa mentalidad campesina con la lectura de los pocos libros a los que Menocchio tuvo acceso en su vida.

En la relación dialéctica entre sujeto y cultura, y de la cultura de su respectiva época y de la propia clase a la que pertenece el protagonista, nadie escapa sino para entrar en el delirio y en la falta de comunicación. En esta dinámica de intercambio simbólico, la cultura ofrece al sujeto social un horizonte de posibilidades latentes para ejercer una libertad condicionada. Es en esta dinámica en la que Menocchio, con claridad y lucidez inucitadas, articula el lenguaje del que históricamente disponía y al cual tenemos acceso en nuestros días.

En una clara crítica hacia el prevaleciente verticalismo de las investigaciones históricas cuantitativas, Ginzburg señala el principal procedimiento: parte del supuesto de que no sólo los textos, sino aún los títulos, dan una orientación inequívoca, hecho que pierde cada vez más verosimilitud, conforme desciende el nivel social del lector. Por su parte, Ginzburg pone en relieve la importancia de las supervivencias, los arcaismos, la afectividad, lo irracional, todo aquello que de modo específico diferencia el proceder de las disciplinas de las Ciencias Sociales.

El 28 de septiembre de 1583, Menocchio fue denunciado al Santo Oficio. La acusación fue por haber pronunciando palabras “heréticas e impías” acerca de Cristo. Pero esto no se trataba de una blasfemia ocasional, ya anteriormente Menocchio había intentado expresamente difundir sus opiniones mediante la argumentación y predicación. En una especie de comportamiento que recuerda a los peripatéticos, Menocchio se mueve en la plaza, en la hostería, en el camino de Grizzo o de Daviano de regreso a la montaña, en donde a la menor oportunidad el personaje solía salir con razonamientos sobre las cosas de Dios, esgrimiendo siempre algo de herejía.

Referencias:

Ginzburg, C. (2004). El queso y los gusanos. Madrid, España: Editorial Península.

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