Ya casi para cerrar la extensa programación de la Cruzada Central por el Teatro, estuvo en Querétaro el grupo de San Luis Potosí El Rinoceronte Enamorado, que se constituyó y continúa vigente gracias al compromiso teatral de los Coronado, Jesús, Edén y Caín, sin olvidar el concurso de Angustias Lucio, con quien forman una familia entregada a buscar y encontrar las mejores respuestas para las interrogantes escénicas que se plantea la gente de teatro cuando se mete, pero en serio, en las tripas del trabajo escénico.
Antes de decir algo sobre la obra que presentaron en el Museo de la Ciudad del 5 al 7 de octubre, considero necesario destacar su trayectoria. Jesús empezó su vida teatral con Los Zopilotes, grupo que a lo largo de treinta años, más o menos, desarrolló sus trabajo muy cerca de las actividades políticas de izquierda, políticas que ganaron fuerza a partir del 2 de octubre de 1968. Jesús nunca se ha apartado de los derroteros que marcaron sus raíces, nada más que a la reciedumbre política le sumó una férrea voluntad estética que, desde hace algunos años, comparte con sus hijos.
Pero eso no es todo. Los Rinos jamás dilapidaron los fondos y la experiencia que fueron adquiriendo con los comodatos, becas y apoyos que obtuvieron, seguramente porque desde siempre quisieron un espacio propio para asentar sus búsquedas que, merecidamente, han obtenido reconocimiento social y artístico, no solamente en San Luis Potosí, sino en la Ciudad de México, en muchas ciudades del país, y fuera del país. Después de todo, el talento y la honradez de esta familia son incuestionables.
En realidad, los Rinos son poetas.
Fíjense nomás: para hacer "Injusticia" -la obra que presentaron- se propusieron trabajar a la manera de un laboratorio que indagó la clave de la contención escénica, los retos que plantea la presencia de la cuarta pared y, como si lo anterior fuera poco, decidieron prescindir del trazo escénico. Tal vez las dos últimas premisas resulten fáciles de entender para un hipotético lector que sepa pocas cosas del teatro, pero la contención dramática implica el minucioso trabajo con la atmósfera que promueve el director (Edén Coronado) y con el tono con el cual los actores se desempeñan.
"Injusticia" partió de la obra de Albert Camus "Los Justos", obra que confrontaron (perdonen la belicosa expresión) con textos de José Revueltas ("Los Muros de Agua", "Los Días Terrenales", "Los Errores") para encontrar una tonalidad mexicana al conflicto que plantea el texto: ejecutar un acto terrorista. Ejecutarlo con la sangre fría indispensable y con la carga ideológica que tal actividad supone. Es ahí donde surge la corriente eléctrica que descarga el tono.
En el acto terrorista los personajes se están jugando la vida, por lo tanto, la tensión nerviosa es brutal; bueno, pues, en el montaje de los Rinos esa tensión se podía cortar con un cuchillo. Ya sé que esta última frase es un lugar común, pero no tengo otra para decir que los espectadores estábamos con los "deseos" en la garganta, y pido perdón por escribir dos lugares comunes, uno tras otro, pero no encuentro otra manera de decirlo. Además, fue lo único que se me ocurrió decirle al director cuando le di un entusiasmado abrazo.
Lograr la íntima tensión y compartirla es tarea de buenos actores y, por supuesto, de un buen director, y los seis directamente involucrados en la escena lograron lo que se propusieron. No trataron de memorizar los parlamentos para recitarlos sin equivocaciones, no los interiorizaron, no: los enquistaron en su sistema nervioso y lograron ser uno con cada uno de los personajes. Envidiable. Envidiable porque eso es lo que busca un buen actor (y una buena actriz, por supuesto; el trabajo de Diana Fidelia es ejemplar) y eso es lo que encuentra el espectador que busca buen teatro, no diversión chata y pueril.
