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En el Cerro del Gallo, la última localidad perteneciente al municipio de Amealco que se sitúa aproximadamente a una hora de la cabecera municipal, las aulas y los libros no son primordiales para la comunidad. La migración a la capital en los jóvenes y padres de familia es la generalidad. Los pocos que se quedan, entre ellos los niños y madres de familia, se dedican a la cría de ganado o a la leña.
Las oportunidades son pocas y así lo demuestra su entorno. En la comunidad viven unas 20 familias en pequeños cuartos de lámina, su ropa es modesta y el calzado desgastado. Los niños no quieren ir a la escuela, es una opción más no una necesidad. La necesidad de buscar qué comer o tomar es la prioridad. Prefieren cuidar sus chivos y borregos o ir a acarrear agua de un pozo para tener qué tomar.
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Cada sábado, desde hace poco más de un año, Edgar Valerio se abriga, toma su cuaderno, guitarra y sale de su casa en la cabecera de Amealco rumbo al Cerro del Gallo para hacer el trayecto de alrededor de una hora por donde el único transporte público que lleva al lugar son unas “combis” que suben cada tres horas.
Es maestro de música de la “A.C Todos somos comunidad”. Trabaja con los niños y jóvenes la música desde sus inicios, la teoría y práctica. Edgar nació en la comunidad vecina de El Varal. Menciona que aunque es descendiente de indígenas, sus abuelos no quisieron transmitir la legua a sus hijos por miedo a que fueran discriminados, razón por la que él no habla la lengua otomí, pero la integra a sus enseñanzas o en la letra de la música de su banda “Arme Rock Ñañho”.
“Tenemos una identidad propia que nos ha dado nuestra comunidad pero la mayoría nos estamos alejando de esa identidad que el pueblo nos ha dado por todos los cambios: la urbanización, la migración… los jóvenes empiezan a seguir lo que está de moda. Ahorita de grande estoy tratando de preservar, de compartir, de transformar por medio de la música al hacer una mezcla del español y otomí en el que el público joven se relacione y se haga el vínculo en el que la gente grande lo entienda”.
En sus clases, los alumnos son variantes. Las necesidades determinan la asistencia o no de los niños o jóvenes. A veces los papás o hermanos menores van a las clases a observar lo que hacen, a distraerse y aprender de lejos. Cada sábado José Adán y Moisés se asoman de entre la hierba cargando su guitarra, son los más constantes a la clase.
Edgar confía que la música puede ser un factor favorable para que los niños y jóvenes de la comunidad salgan del rezago social y cultural en el que viven… “Que cambien su forma de pensar. Muchas de las personas del Gallo están destinadas a seguir los patrones de sus padres o abuelos, se juntan bien chivitos, no estudian, algunos toman vicios, emigran. Es una comunidad lejana y es difícil que lleguen las oportunidades… que la música les ayude a su construcción social como personas de una comunidad”.
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