/ viernes 17 de agosto de 2018

Fascinación y sonidos locales

Salvador Alcocer nace en 1930 y muere en el año 2013, su trabajo en la poesía abarca 21 títulos, y se nos presenta como una novedad para la literatura.

Hay muchos sentidos que se pueden abordar al momento de escribir, la palabra es moldeable y suele ser llevada por el creador hacia lugares poco frecuentados, o bien, llevarnos ella misma hacia lugares donde nunca antes habíamos estado. Las corrientes en boga de las vanguardias literarias del siglo XX eran la principal influencia en los autores que escribían poesía hacia los años 70. No son pocas las apuestas por innovar el lenguaje, y, sobre todo, por buscar originalidad. En Querétaro, al igual que en muchos rincones de América, las formas musicales del Modernismo continuaban siendo frecuentadas por los autores como un modelo para escribir poesía ya muy entrado el siglo XX. Los trabajos centraban la atención en la musicalidad de las palabras en vez de en el sentido que estas tienen. Y este tipo de expresión era, digámoslo así, la expresión de lo socialmente aceptado. En cierta forma, en el México del interior, políticamente se hablaba del mundo moderno, pero la poesía no estaba enterada aún de lo que significaba ser moderno. Las vanguardias se asentaban apenas partiendo el mundo en un antes y un después, y esa “era moderna”, apenas conquistaba territorios en las voces de autores de la provincia. No había hasta entonces retrato de lo social. La sublimación del ser del hombre era lo que privaba en los contenidos de los poemas, exaltando ya fuera la eternidad o la vacuidad de estar vivos. Y, ante todo, las vanguardias manifestaban la capacidad del hombre de ser rebelde ante las formas, porque la consigna era innovar, y todo lo que estuviera en el pasado era cosa hecha que no debía repetirse. No era un atentado, como muchos pretenden verlo, y como los mismos manifiestos denuncian, contra la tradición. Visto ya ahora, era más bien la búsqueda de nuevas posibilidades expresivas a través del arte. Y a pesar de que muchas vanguardias se impregnaron con ideología política, su centro siempre fue la innovación, de manera que el siglo XX se convirtió en el territorio propicio para la experimentación y la búsqueda de formas literarias y vio múltiples formas novedosas. Aunque prácticamente, en sus mejores expresiones, trató de rescatar desde la filosofía los contenidos, de modo que no es de extrañar que las tentativas del hombre para ser terminaron exaltando las mismas virtudes contrastadas contra la misma miseria, pero en tono novedoso de denuncia.

La obra de Salvador Alcocer es el reflejo de la forma de hablar de una sociedad cuya expresión es particular. Cercano a la necesidad de no repetir y de volver a plantear un lenguaje que permita su propia expresión.La poesía entonces, como argumento, se convirtió en un ser social para la mejora del hombre, esto era un legado de la Ilustración, de hecho, ese había sido el origen de la poesía desde los clásicos griegos y latinos, y las vanguardias no pudieron abandonarlo. Paulatinamente, en el paso hacia la era tecnológica, la poesía pasó de ser objeto de culto a objeto de consumo, y posteriormente a objeto de un eslogan publicitario en espectaculares perdidos en las calles. Hoy todo mundo escribe poesía, no hay nada sagrado en ello ni nada misterioso. La poesía se ha tornado en una herramienta común. Tan común que muchos confunden el uso de la herramienta (retórica) con la poesía misma. Y creen que la conjunción de una anáfora con una sinécdoque y una metáfora son la poesía sin percatarse del hecho simple de que saber reproducir el do re mí fa sol la si do, no es escribir propiamente las Cuatro Estaciones de Vivaldi. La poesía se ha vuelto entonces, más que una experiencia del conocimiento del hombre en sí, una especie de consumo de datos que poco tienen que ver con la experiencia. Pero hacia inicios del siglo pasado, lo repito, la poesía todavía era una introspección, una búsqueda del ser del hombre en las palabras, y este ser del hombre estaba supeditado a la revelación en sí, del conocimiento de sí.

Paso, luego de hacer este brevísimo marco, a Alcocer. La obra de Salvador Alcocer es el reflejo de la forma de hablar de una sociedad cuya expresión es particular. Cercano a la necesidad de no repetir y de volver a plantear un lenguaje que permita su propia expresión, el planteamiento de Alcocer vuelve a nombrar la realidad desde los hechos inmediatos, regresa muchos pasos de los derroteros que habían tomado las vanguardias, y se plantea el problema de formular la cotidianidad como poesía. Comprender lo necesario de la cotidianidad para escribir no sólo es el hecho de plantear un reto de justificación para retratar la existencia, sabido es que la existencia como tal nunca queda retratada, sino que el escritor sólo es capaz de insinuar los elementos humanos que la hacen digna de ser escrita. Lo peculiar de la literatura de Salvador Alcocer reside en un punto que es característico en su obra: sus textos son insinuación, nunca nombre propio, sugerencia, no imposición, chisme, no verdad tácita, y transparente rebeldía hacia lo católico que ha castrado, para él, la posibilidad de que el hombre sea sencillamente hombre ante la vida. Estos elementos conforman una forma de decir particular porque es la forma como se comunican los queretanos, y esa es la forma de expresión que va a trasladar a la literatura, una forma de expresión que, combinada con el tema de una cultura cuya fundación mitológica permite que el universo católico imponga, se combina con creencias sobre el abolengo, con realidades de vida que deben ser actuadas dentro de los cánones, de manera que vivir se va tornando en una especie de mofa donde la vida queda supeditada al decir de los demás, no a las decisiones propias de los individuos. De este modo, al plantear su poesía, no es de extrañar que Alcocer quede excluido del paraíso de la aceptación pública, lo que menos ama un pueblo metido es sus costumbres es el señalamiento de lo que en verdad es ante la existencia.

Salvador ve la cultura y su forma de expresión como un circo, como una procesión de animales domados que, por las noches, para evitar tanta castración, explotan y salen de juerga, sólo para después esconderse para no ser señalados. En el fondo, contempla que ni siquiera existe la conciencia como un mecanismo de evaluación ante la vida. La mayoría de ellos son, la clase dominante, la clase que manda y decide en la ciudad. Y todos sirven a un amo que les mantiene dopadas las ideas, yugo bajo el cual se desenvuelven si cuestionar un solo acto de sus vidas. La poesía de Alcocer se yergue entonces como una respuesta que usa los mismos métodos que la sociedad queretana ocupa para dirigirse al otro: el chisme, el mordaz ninguneo, la insinuación, y al momento de señalarlo nos devela que lo que existe es sólo una apariencia, un mundo que desea ser cercano a una idea pero que en realidad es muy distinto al mundo de las ideas, y señala el sitio donde han quedado varadas las buenas costumbres, cada día contrariadas por los mismos que se dicen ejercerlas. No es un poeta moral, pero sí un poeta ético. Su poesía se convierte en espejo de una sociedad y en acto de rebeldía.

Salvador ve la cultura y su forma de expresión como un circo, como una procesión de animales domados que, por las noches, para evitar tanta castración, explotan y salen de juerga, sólo para después esconderse para no ser señalados.No es curioso encontrar personas que siguen considerando que su apuesta literaria fue menor, o que no tuvo la repercusión adecuada. Indico: ¿cómo no iba a ser menor una denuncia?, o ¿cómo iba a tener la repercusión adecuada, si sus libros fueron publicados dentro de la misma sociedad a la cual dirigió sus críticas? La misma sociedad que sólo puede voltear hacia sí misma para ver la circunstancia de los apellidos, sólo es capaz de levantar estatuas. Ella misma es una estatua. Su cultura, su metódica forma de proceder. Sus valores. Son estatua. Nada hay que pueda moverlos. Petrificada se levanta todos los días a buscar arquetipos en los hombres y se niega a ver que los hombres no son arquetipos. Y desde su fundación mitológica corrobora todos los días su miedo a ser sin representaciones. Sin lugares comunes. Los mismos siglos de familias con apellido la esperan afuera. Esta es una ciudad que quiere conservarse inamovible por siempre y para siempre. Y donde las voces de los “libre pensadores” es escuchada como un atentado contra las buenas costumbres. Su cualidad es la del cura que preside las reuniones importantes: para todo usa agua bendita y excomulga con facilidad a cualquiera que se atreva a cuestionar la media cuartilla de la fundación con la aparición de Santiago. Un crítico de la sociedad es lo menos que necesita una sociedad perfectamente establecida, con sus pequeños reyes patrullando la heredad, sin mayor preocupación que pasarla bien, y ser algo así como un Pedro Infante con todas sus chorreadas que llega borracho en las madrugadas a que lo atienda su abuelita. Cómo una sociedad iba a prestar atención al hecho de que su hipocresía podía estar incluida dentro de un libro de poesía, si la poesía, y esto lo saben ellos que son tan cultos, sólo puede ser bonita, la verdad sólo insinuada, la realidad un chisme, y, sobre todo, debe contener ideas tan profundas donde ellos se vean reflejado no en su realidad, sino en un más allá misericordioso que evite señalar el tránsito de toda su humanidad.

A fondo, el trabajo de Alcocer es un reflejo, tal cual, de lo social, no nada más en lo que dice, sino en las formas que ocupa para expresarlo. Ahí es donde está el valor. El escritor se ha planteado un reto no para romper con formas heredadas, sino para incluir en ellas la forma de expresión de un lugar determinado. Los contenidos, sustentado en la particular forma de expresarse de lo regional. Su apuesta literaria se hace un planteamiento serio al momento de decidir cómo va a hablar de la realidad, de su realidad, y encuentra que todo lo que ocurre es susceptible de hacerlo literatura. Para ello determina que son las formas cotidianas de expresión el lugar donde habita el elemento de la poesía. Ellas son su vehículo.

Regreso, considero que la mayor forma de expresión de un autor reside en pensar cómo se va a expresar, cuales son los elementos de la realidad en el lenguaje hablado existente, que va a ocupar para su propia expresión. La cotidianidad de Alcocer a la vez que es el mundo que lo rodea, también es él mismo. Es ineludible que él se encuentre en mitad de los poemas. Que sea parte de la misma cultura que rechaza. Ahí, en mitad de la ciudad barroca, en mitad de la ciudad que es capaz de presumir al exterior ser una ciudad de “libre pensadores”, lo que en verdad existe es la hipocresía, el olvido de sus autores, el silencio como un rechazo hacia quienes se atrevan a pensar distinto, hacia quienes no sean de buenas familias, y hacia quienes no puedan ostentar un apellido histórico.


Salvador Alcocer nace en 1930 y muere en el año 2013, su trabajo en la poesía abarca 21 títulos, y se nos presenta como una novedad para la literatura.

Hay muchos sentidos que se pueden abordar al momento de escribir, la palabra es moldeable y suele ser llevada por el creador hacia lugares poco frecuentados, o bien, llevarnos ella misma hacia lugares donde nunca antes habíamos estado. Las corrientes en boga de las vanguardias literarias del siglo XX eran la principal influencia en los autores que escribían poesía hacia los años 70. No son pocas las apuestas por innovar el lenguaje, y, sobre todo, por buscar originalidad. En Querétaro, al igual que en muchos rincones de América, las formas musicales del Modernismo continuaban siendo frecuentadas por los autores como un modelo para escribir poesía ya muy entrado el siglo XX. Los trabajos centraban la atención en la musicalidad de las palabras en vez de en el sentido que estas tienen. Y este tipo de expresión era, digámoslo así, la expresión de lo socialmente aceptado. En cierta forma, en el México del interior, políticamente se hablaba del mundo moderno, pero la poesía no estaba enterada aún de lo que significaba ser moderno. Las vanguardias se asentaban apenas partiendo el mundo en un antes y un después, y esa “era moderna”, apenas conquistaba territorios en las voces de autores de la provincia. No había hasta entonces retrato de lo social. La sublimación del ser del hombre era lo que privaba en los contenidos de los poemas, exaltando ya fuera la eternidad o la vacuidad de estar vivos. Y, ante todo, las vanguardias manifestaban la capacidad del hombre de ser rebelde ante las formas, porque la consigna era innovar, y todo lo que estuviera en el pasado era cosa hecha que no debía repetirse. No era un atentado, como muchos pretenden verlo, y como los mismos manifiestos denuncian, contra la tradición. Visto ya ahora, era más bien la búsqueda de nuevas posibilidades expresivas a través del arte. Y a pesar de que muchas vanguardias se impregnaron con ideología política, su centro siempre fue la innovación, de manera que el siglo XX se convirtió en el territorio propicio para la experimentación y la búsqueda de formas literarias y vio múltiples formas novedosas. Aunque prácticamente, en sus mejores expresiones, trató de rescatar desde la filosofía los contenidos, de modo que no es de extrañar que las tentativas del hombre para ser terminaron exaltando las mismas virtudes contrastadas contra la misma miseria, pero en tono novedoso de denuncia.

La obra de Salvador Alcocer es el reflejo de la forma de hablar de una sociedad cuya expresión es particular. Cercano a la necesidad de no repetir y de volver a plantear un lenguaje que permita su propia expresión.La poesía entonces, como argumento, se convirtió en un ser social para la mejora del hombre, esto era un legado de la Ilustración, de hecho, ese había sido el origen de la poesía desde los clásicos griegos y latinos, y las vanguardias no pudieron abandonarlo. Paulatinamente, en el paso hacia la era tecnológica, la poesía pasó de ser objeto de culto a objeto de consumo, y posteriormente a objeto de un eslogan publicitario en espectaculares perdidos en las calles. Hoy todo mundo escribe poesía, no hay nada sagrado en ello ni nada misterioso. La poesía se ha tornado en una herramienta común. Tan común que muchos confunden el uso de la herramienta (retórica) con la poesía misma. Y creen que la conjunción de una anáfora con una sinécdoque y una metáfora son la poesía sin percatarse del hecho simple de que saber reproducir el do re mí fa sol la si do, no es escribir propiamente las Cuatro Estaciones de Vivaldi. La poesía se ha vuelto entonces, más que una experiencia del conocimiento del hombre en sí, una especie de consumo de datos que poco tienen que ver con la experiencia. Pero hacia inicios del siglo pasado, lo repito, la poesía todavía era una introspección, una búsqueda del ser del hombre en las palabras, y este ser del hombre estaba supeditado a la revelación en sí, del conocimiento de sí.

Paso, luego de hacer este brevísimo marco, a Alcocer. La obra de Salvador Alcocer es el reflejo de la forma de hablar de una sociedad cuya expresión es particular. Cercano a la necesidad de no repetir y de volver a plantear un lenguaje que permita su propia expresión, el planteamiento de Alcocer vuelve a nombrar la realidad desde los hechos inmediatos, regresa muchos pasos de los derroteros que habían tomado las vanguardias, y se plantea el problema de formular la cotidianidad como poesía. Comprender lo necesario de la cotidianidad para escribir no sólo es el hecho de plantear un reto de justificación para retratar la existencia, sabido es que la existencia como tal nunca queda retratada, sino que el escritor sólo es capaz de insinuar los elementos humanos que la hacen digna de ser escrita. Lo peculiar de la literatura de Salvador Alcocer reside en un punto que es característico en su obra: sus textos son insinuación, nunca nombre propio, sugerencia, no imposición, chisme, no verdad tácita, y transparente rebeldía hacia lo católico que ha castrado, para él, la posibilidad de que el hombre sea sencillamente hombre ante la vida. Estos elementos conforman una forma de decir particular porque es la forma como se comunican los queretanos, y esa es la forma de expresión que va a trasladar a la literatura, una forma de expresión que, combinada con el tema de una cultura cuya fundación mitológica permite que el universo católico imponga, se combina con creencias sobre el abolengo, con realidades de vida que deben ser actuadas dentro de los cánones, de manera que vivir se va tornando en una especie de mofa donde la vida queda supeditada al decir de los demás, no a las decisiones propias de los individuos. De este modo, al plantear su poesía, no es de extrañar que Alcocer quede excluido del paraíso de la aceptación pública, lo que menos ama un pueblo metido es sus costumbres es el señalamiento de lo que en verdad es ante la existencia.

Salvador ve la cultura y su forma de expresión como un circo, como una procesión de animales domados que, por las noches, para evitar tanta castración, explotan y salen de juerga, sólo para después esconderse para no ser señalados. En el fondo, contempla que ni siquiera existe la conciencia como un mecanismo de evaluación ante la vida. La mayoría de ellos son, la clase dominante, la clase que manda y decide en la ciudad. Y todos sirven a un amo que les mantiene dopadas las ideas, yugo bajo el cual se desenvuelven si cuestionar un solo acto de sus vidas. La poesía de Alcocer se yergue entonces como una respuesta que usa los mismos métodos que la sociedad queretana ocupa para dirigirse al otro: el chisme, el mordaz ninguneo, la insinuación, y al momento de señalarlo nos devela que lo que existe es sólo una apariencia, un mundo que desea ser cercano a una idea pero que en realidad es muy distinto al mundo de las ideas, y señala el sitio donde han quedado varadas las buenas costumbres, cada día contrariadas por los mismos que se dicen ejercerlas. No es un poeta moral, pero sí un poeta ético. Su poesía se convierte en espejo de una sociedad y en acto de rebeldía.

Salvador ve la cultura y su forma de expresión como un circo, como una procesión de animales domados que, por las noches, para evitar tanta castración, explotan y salen de juerga, sólo para después esconderse para no ser señalados.No es curioso encontrar personas que siguen considerando que su apuesta literaria fue menor, o que no tuvo la repercusión adecuada. Indico: ¿cómo no iba a ser menor una denuncia?, o ¿cómo iba a tener la repercusión adecuada, si sus libros fueron publicados dentro de la misma sociedad a la cual dirigió sus críticas? La misma sociedad que sólo puede voltear hacia sí misma para ver la circunstancia de los apellidos, sólo es capaz de levantar estatuas. Ella misma es una estatua. Su cultura, su metódica forma de proceder. Sus valores. Son estatua. Nada hay que pueda moverlos. Petrificada se levanta todos los días a buscar arquetipos en los hombres y se niega a ver que los hombres no son arquetipos. Y desde su fundación mitológica corrobora todos los días su miedo a ser sin representaciones. Sin lugares comunes. Los mismos siglos de familias con apellido la esperan afuera. Esta es una ciudad que quiere conservarse inamovible por siempre y para siempre. Y donde las voces de los “libre pensadores” es escuchada como un atentado contra las buenas costumbres. Su cualidad es la del cura que preside las reuniones importantes: para todo usa agua bendita y excomulga con facilidad a cualquiera que se atreva a cuestionar la media cuartilla de la fundación con la aparición de Santiago. Un crítico de la sociedad es lo menos que necesita una sociedad perfectamente establecida, con sus pequeños reyes patrullando la heredad, sin mayor preocupación que pasarla bien, y ser algo así como un Pedro Infante con todas sus chorreadas que llega borracho en las madrugadas a que lo atienda su abuelita. Cómo una sociedad iba a prestar atención al hecho de que su hipocresía podía estar incluida dentro de un libro de poesía, si la poesía, y esto lo saben ellos que son tan cultos, sólo puede ser bonita, la verdad sólo insinuada, la realidad un chisme, y, sobre todo, debe contener ideas tan profundas donde ellos se vean reflejado no en su realidad, sino en un más allá misericordioso que evite señalar el tránsito de toda su humanidad.

A fondo, el trabajo de Alcocer es un reflejo, tal cual, de lo social, no nada más en lo que dice, sino en las formas que ocupa para expresarlo. Ahí es donde está el valor. El escritor se ha planteado un reto no para romper con formas heredadas, sino para incluir en ellas la forma de expresión de un lugar determinado. Los contenidos, sustentado en la particular forma de expresarse de lo regional. Su apuesta literaria se hace un planteamiento serio al momento de decidir cómo va a hablar de la realidad, de su realidad, y encuentra que todo lo que ocurre es susceptible de hacerlo literatura. Para ello determina que son las formas cotidianas de expresión el lugar donde habita el elemento de la poesía. Ellas son su vehículo.

Regreso, considero que la mayor forma de expresión de un autor reside en pensar cómo se va a expresar, cuales son los elementos de la realidad en el lenguaje hablado existente, que va a ocupar para su propia expresión. La cotidianidad de Alcocer a la vez que es el mundo que lo rodea, también es él mismo. Es ineludible que él se encuentre en mitad de los poemas. Que sea parte de la misma cultura que rechaza. Ahí, en mitad de la ciudad barroca, en mitad de la ciudad que es capaz de presumir al exterior ser una ciudad de “libre pensadores”, lo que en verdad existe es la hipocresía, el olvido de sus autores, el silencio como un rechazo hacia quienes se atrevan a pensar distinto, hacia quienes no sean de buenas familias, y hacia quienes no puedan ostentar un apellido histórico.


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