/ sábado 9 de mayo de 2020

Geografía personal

Tinta para un Atabal

(…) en los intersticios de la materia primordial

está la línea de misterio y fuego

que es la respiración del mundo,

y la respiración continua del mundo

es aquello que oímos y llamamos silencio.

Clarice Lispector


Aún recuerdo el primer día del año, cuando nos abrazamos, nos escribimos, nos escuchamos, enviando mensajes de buenos deseos y “que se cumplan todos tus proyectos”. Entonces, la experiencia me permitía vislumbrar algunos obstáculos que podrían llegar a interferir con mis planes personales y grupales. Ninguno de ellos imposible de trascender.

Dicen por ahí, quienes me conocen bien, que soy una mujer hecha de planes, que no bien he dado dos sorbos a mi café matutino y ya estoy pensando, resolviendo, articulando nuevas estrategias para llevar a cabo más acciones, que impactarán en todas mis prácticas como docente, al frente de grupos, entre la comunidad artística, para el teatro y por el teatro.

Los pocos que me conocen dicen que habiendo terminado mi primer café del día, ya tengo claridad del siguiente paso para que los proyectos en marcha avancen con mayores posibilidades de beneficio y los que aún no empiezan, vayan perfilándose articulados en congruencia con los primeros; entonces ya sé qué llamada, qué visita, qué documento, qué lectura, qué práctica, qué orden voy a dar a mis acciones, por dónde voy a empezar.

Sin lugar para la tristeza, sin lugar para la autocompasión, para la depresión, para el menoscabo, por 20 años o más habían transcurrido mis días como en una carrera interminable contra el tiempo, nunca suficiente para poder lograr lo más y lo mejor.

Nunca imaginé que un microscópico virus detendría mis pasos, porque tal vez el golpe más fuerte que he sufrido en estos días de contingencia (sin mencionar lo vulgar de tener que pensar en cómo resolver el deterioro económico), ha sido el no poder vislumbrar un futuro claro, próximo y, con toda la incertidumbre propia de la vida de un artista, posible.

Más de 30 días de encierro, viendo cómo afuera el mundo se ensombrece por el miedo, sintiendo yo misma un miedo terrible, intentando que no se apodere de mí un pensamiento catastrófico, haciendo lo que está en mis posibilidades por quienes se encuentran a mi alrededor, reflexiono sobre mi presente y, aunque obligada, por primera vez no pienso en el futuro.

–Hace mucho que debí parar– es mi primera reflexión, –pero tuvieron que obligarme a dar este primer paso–. Pero ¡eh! se siente bien estar encerrada en mi propia geografía, pienso que por primera vez habito un terreno de pura libertad, en el que se puede simplemente sobrevivir, resignarse al encierro o fluir aprovechando hasta la más mínima oportunidad de hacer algo nuevo, algo diferente, por ejemplo: contemplar cómo día a día van creciendo y floreciendo las plantas del corredor o del balcón, buscar lo bello de quedarse pasmado viendo al techo mientras dejas que te invada la nostalgia recordando los rostros y los cariños de quienes amas y no están aquí; leyendo, escribiendo, viviendo despojada de la angustia de “no perder el tiempo”.

Como muchos me resistí, quise ocupar todos mis días y todas mis horas para realizar aquellas cosas que había dejado pendientes: los libros, la limpieza profunda, los cambios que siempre quise hacer en mi casa; sacar de mi vida aquellos objetos en desuso, tomar todo como una gran oportunidad de transformar y revolucionar; sólo para llegar a la inmovilidad total y darme cuenta de que el orden de afuera no basta; que por dentro, mi casa interna, la que calla, en silencio me grita que para no acabar derrumbada, necesita que la habite, que ahí también está mi mundo y ese mi mundo interno, me extraña.

Imposible huir, ahí estaba una casa que hace mucho me esperaba callada, con muros hechos de pensamientos, con sus rincones llenos de sentimientos que no había removido en años y que primero, necesitaban una buena desempolvada.

Me interno entonces en mi casa y aunque sintiéndome en un principio extraña, me reconozco en ella y me sorprendo como por vez primera de cuánto guarda: viento y sol, mejillas coloradas, dulces moras y uvas recién cortadas, canto de grillo, lunas dibujadas; ásperas manos, de tierra, trabajadas; el pan que sale del horno, leche tibia endulzada; risas, carreras, cantos, flores en la cabeza de una madre que así, bajito, a una niña arrullaba; recostadas en la tierra, madre y niña acurrucadas. Caricias que peinan hilos tiernos en trenza bien apretada. Olores, miles de olores de cama limpia, de flores recién cortadas…, cierro los ojos y ahí, justo en torno mío se arremolinan a un tiempo las voces de ayer y hoy. Recuperé el recuerdo, la nostalgia, la certeza de estar viva.

Ante la magnitud de la tragedia, en medio del sinsentido, del caos, de la falta de certidumbre de salvaguardar la vida, tal vez podemos reconfortarnos en un poco de poesía, recordar, intentar asir las horas bellas y, parafraseando al poeta Manuel Gutiérrez Nájera, solamente: “(…) alzar los ojos para ver el cielo… cuando el cielo está azul o tiene estrellas”.

Calma, que llegará el día en que los sueños, los planes, los anhelos se cumplan. Pero quiero estar lista para cuando todo esto termine.

Cuando todo esto termine, quiero retornar con casa limpia, porque si bien hay oportunidades que hemos desperdiciado y que como humanidad nos han separado, hoy encuentro en este paréntesis de vida, una oportunidad para construir reconstruyéndome, para aportar lo poco o mucho que tenga desde mi historia y mi geografía.

No me ha sido nada fácil estar conmigo misma las 24 horas del día, pero cuando todo esto termine quiero entregarme sin plazos y sin tiempo definido, tomando fuerza de todas esas horas que no había vivido.

Cuando todo esto termine, ya no seremos los mismos pero sin duda, hablaré de la esperanza, de la confianza en que, al final, seremos más solidarios, más empáticos, más compasivos.

No hay que violar esta espera, llenémosla de silencio. De cualquier manera, la distancia física no impedirá nunca que nos encontremos. Dejemos que la vida corra despacio y corra bien para que cuando todo esto termine, salgamos al mundo con actitud renovada, con ánimo y fortalecidos.

(…) en los intersticios de la materia primordial

está la línea de misterio y fuego

que es la respiración del mundo,

y la respiración continua del mundo

es aquello que oímos y llamamos silencio.

Clarice Lispector


Aún recuerdo el primer día del año, cuando nos abrazamos, nos escribimos, nos escuchamos, enviando mensajes de buenos deseos y “que se cumplan todos tus proyectos”. Entonces, la experiencia me permitía vislumbrar algunos obstáculos que podrían llegar a interferir con mis planes personales y grupales. Ninguno de ellos imposible de trascender.

Dicen por ahí, quienes me conocen bien, que soy una mujer hecha de planes, que no bien he dado dos sorbos a mi café matutino y ya estoy pensando, resolviendo, articulando nuevas estrategias para llevar a cabo más acciones, que impactarán en todas mis prácticas como docente, al frente de grupos, entre la comunidad artística, para el teatro y por el teatro.

Los pocos que me conocen dicen que habiendo terminado mi primer café del día, ya tengo claridad del siguiente paso para que los proyectos en marcha avancen con mayores posibilidades de beneficio y los que aún no empiezan, vayan perfilándose articulados en congruencia con los primeros; entonces ya sé qué llamada, qué visita, qué documento, qué lectura, qué práctica, qué orden voy a dar a mis acciones, por dónde voy a empezar.

Sin lugar para la tristeza, sin lugar para la autocompasión, para la depresión, para el menoscabo, por 20 años o más habían transcurrido mis días como en una carrera interminable contra el tiempo, nunca suficiente para poder lograr lo más y lo mejor.

Nunca imaginé que un microscópico virus detendría mis pasos, porque tal vez el golpe más fuerte que he sufrido en estos días de contingencia (sin mencionar lo vulgar de tener que pensar en cómo resolver el deterioro económico), ha sido el no poder vislumbrar un futuro claro, próximo y, con toda la incertidumbre propia de la vida de un artista, posible.

Más de 30 días de encierro, viendo cómo afuera el mundo se ensombrece por el miedo, sintiendo yo misma un miedo terrible, intentando que no se apodere de mí un pensamiento catastrófico, haciendo lo que está en mis posibilidades por quienes se encuentran a mi alrededor, reflexiono sobre mi presente y, aunque obligada, por primera vez no pienso en el futuro.

–Hace mucho que debí parar– es mi primera reflexión, –pero tuvieron que obligarme a dar este primer paso–. Pero ¡eh! se siente bien estar encerrada en mi propia geografía, pienso que por primera vez habito un terreno de pura libertad, en el que se puede simplemente sobrevivir, resignarse al encierro o fluir aprovechando hasta la más mínima oportunidad de hacer algo nuevo, algo diferente, por ejemplo: contemplar cómo día a día van creciendo y floreciendo las plantas del corredor o del balcón, buscar lo bello de quedarse pasmado viendo al techo mientras dejas que te invada la nostalgia recordando los rostros y los cariños de quienes amas y no están aquí; leyendo, escribiendo, viviendo despojada de la angustia de “no perder el tiempo”.

Como muchos me resistí, quise ocupar todos mis días y todas mis horas para realizar aquellas cosas que había dejado pendientes: los libros, la limpieza profunda, los cambios que siempre quise hacer en mi casa; sacar de mi vida aquellos objetos en desuso, tomar todo como una gran oportunidad de transformar y revolucionar; sólo para llegar a la inmovilidad total y darme cuenta de que el orden de afuera no basta; que por dentro, mi casa interna, la que calla, en silencio me grita que para no acabar derrumbada, necesita que la habite, que ahí también está mi mundo y ese mi mundo interno, me extraña.

Imposible huir, ahí estaba una casa que hace mucho me esperaba callada, con muros hechos de pensamientos, con sus rincones llenos de sentimientos que no había removido en años y que primero, necesitaban una buena desempolvada.

Me interno entonces en mi casa y aunque sintiéndome en un principio extraña, me reconozco en ella y me sorprendo como por vez primera de cuánto guarda: viento y sol, mejillas coloradas, dulces moras y uvas recién cortadas, canto de grillo, lunas dibujadas; ásperas manos, de tierra, trabajadas; el pan que sale del horno, leche tibia endulzada; risas, carreras, cantos, flores en la cabeza de una madre que así, bajito, a una niña arrullaba; recostadas en la tierra, madre y niña acurrucadas. Caricias que peinan hilos tiernos en trenza bien apretada. Olores, miles de olores de cama limpia, de flores recién cortadas…, cierro los ojos y ahí, justo en torno mío se arremolinan a un tiempo las voces de ayer y hoy. Recuperé el recuerdo, la nostalgia, la certeza de estar viva.

Ante la magnitud de la tragedia, en medio del sinsentido, del caos, de la falta de certidumbre de salvaguardar la vida, tal vez podemos reconfortarnos en un poco de poesía, recordar, intentar asir las horas bellas y, parafraseando al poeta Manuel Gutiérrez Nájera, solamente: “(…) alzar los ojos para ver el cielo… cuando el cielo está azul o tiene estrellas”.

Calma, que llegará el día en que los sueños, los planes, los anhelos se cumplan. Pero quiero estar lista para cuando todo esto termine.

Cuando todo esto termine, quiero retornar con casa limpia, porque si bien hay oportunidades que hemos desperdiciado y que como humanidad nos han separado, hoy encuentro en este paréntesis de vida, una oportunidad para construir reconstruyéndome, para aportar lo poco o mucho que tenga desde mi historia y mi geografía.

No me ha sido nada fácil estar conmigo misma las 24 horas del día, pero cuando todo esto termine quiero entregarme sin plazos y sin tiempo definido, tomando fuerza de todas esas horas que no había vivido.

Cuando todo esto termine, ya no seremos los mismos pero sin duda, hablaré de la esperanza, de la confianza en que, al final, seremos más solidarios, más empáticos, más compasivos.

No hay que violar esta espera, llenémosla de silencio. De cualquier manera, la distancia física no impedirá nunca que nos encontremos. Dejemos que la vida corra despacio y corra bien para que cuando todo esto termine, salgamos al mundo con actitud renovada, con ánimo y fortalecidos.

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