/ viernes 8 de abril de 2022

La normalidad en mutis

El espectador

La normalidad no parece notificada de su regreso pese a las declaraciones institucionales y oficiosas. Esta mismo artículo no es “normal” pues aludiré, entre otras cosas, a una reposición teatral que no presenciaré y a otra multipresenciada.

“Playa paraíso”, de Gabriela Román, la conocí en noviembre de 2020 en el Mesón de los Cómicos de la Lengua por invitación del actor Noel Pacheco e interés por presenciar una nueva dirección escénica de Víctor Sasia Farias.

Pacheco impresiona con su fuerza histriónica desde una enorme insignificancia física; ya lo hacía desde sus actuaciones universitarias en El Jacalón, recinto de cámara en la FBA-UAQ. Las direcciones escénicas de “Le restó” (teatro del absurdo), “Los perros”, de Elena Garro, “Molière y Magdalena”, de Franco Vega, “Clotilde en su casa”, de Jorge Ibargüengoitia, “Los niños de Morelia”, de Víctor Hugo Rascón Banda, me dejaron capturado de su tino y competencia en esta especialidad teatral. En el elenco tropical aparecía también, así como Harlem Tapia (ahora Adriana) que ha resuelto con plausible y admirable pertinencia múltiples personajes. En “Tren nocturno a Georgia”, de María Luisa Medina, es una incriminante alumna que seduce a una maestra para acusarla por seducción de menores; en “La caja”, de Pamela Jiménez Draguicevic, es una infante brutalizada por un padre torturador; en “Hikari”, de Ana Lucía Ramírez, es una joven puesta a enamorarse con una indefinición de género intrigante; no se pasa por alto su mima y gestualidad en “Escuela para mujeres”, de Jean-Baptist Poquelin, y en “El ocaso de un rey” (El rey se muere), de Eugène Ionesco.

Precisamente Pacheco y Tapia, en “Playa paraíso”, llevan dos personajes que substancian y se revuelcan en un paraíso de ignominia como verdaderos naturales de la prostitución humana… que proceden con valores propios de su peculiar dignidad: una repugnancia que difícilmente asquea… una repugnancia comprensible por la sobrevivencia, una sobrevivencia que flota en el vaivén de la oferta y la demanda, impermeable al desinterés por la correspondencia a la buena fe. Aplaude uno las encarnaciones teatrales; la trama indigesta, mucho acerca al vómito. Esta reposición empezó 30 de marzo y terminará los días 5 y 6 de abril Teatro de Cámara de la Facultad de Bellas Artes UAQ.

Foto: Cortesía | Óscar Salas

En el mismo espacio, atraído por el dramaturgo sonorense Daniel Serrano Moreno (“El carbón en la boca de Porcia”, “Roma al final de la vía”) y el citado director escénico, conocí decepcionado “París detrás de la puerta” el sábado 26 de marzo, donde una pareja juvenil, en vísperas universitarias, está puesta a comerse el mundo a puños no obstante penurias y precariedades o quizá por éstas. Con la exposición principalmente de sus sueños, recuerdos y momentos del ahora nos vamos enterando de lo que han hecho y dónde se encuentran y/o dónde sueñan encontrarse, idealizando culturalmente precisamente París. El enorme vacío de El Jacalón dificulta una acústica idónea para atender los parlamentos que nos dan cuenta de su vida como pareja, sus diferencias y desavenencias, aspiraciones vocacionales, románticas y amorosas, los éxitos y metas que alcanzarían. A tal dificultad se aúna el entreverado ir-y-venir de tiempos y lugares dramáticos obstaculizando enormemente la atención. En el esfuerzo de ésta surge el humor involuntario, casi negro, de la celebración triunfal de la actriz de canes que sería ella. No es creíble que sea una aspiración de vida el pastoreo y conducción de jaurías callejeras que tanto vemos por los caminos urbanos de Querétaro. Seguramente, imaginándose en París, los personajes estarán refiriéndose a Cannes, la turística ciudad rivereña famosa por su festival cinematográfico. Bien vendría la adecuación de este parlamento, echando mano de la debida pronunciación... francesa. La temporada de seis fechas terminará los días 8 y 9 de abril.

¿Qué caso tiene una cuenta de funciones que no corresponde con la asistencia? El domingo 27 de marzo, Día Mundial del Teatro, Javier Velázquez, a su decir, dio la función 318 de “Vértigo para hombre y rata” (Aullido ultramoderno en caóticas carcajadas) en el Centro Cultural ‘El árbol’, con una asistencia de diez personas, si acaso un tercio contado en taquilla. Una cuenta engañosa también por haberla iniciado con “El hombre de la rata”, del venezolano Gilberto Pinto. No entiendo por qué la primera no lleva cuenta propia. ¿Para qué fundir la última con la primera cuando los aullidos y las caóticas carcajadas han ganado una cuenta exclusiva.

Foto: Cortesía | Óscar Salas

A no ser los histriones telefamosos, muy pocas veces conocí el Teatro del Seguro Social ocupado totalmente y una de ellas la logró “El hombre de la rata”, con un dificilísimo público juvenil de una institución privada. Igualmente increíble fue que su montaje rebasara el escenario de tal recinto, cuando lo conocí exactamente ajustado al reducido espacio del teatrino de la Ex Prepa Centro de la UAQ. El “Aullido ultramoderno en caóticas carcajadas” tiene verdad y fuerza propias, apoyado en una muy congruente y convincente solvencia histriónica. Apostaría que la maniática numeralia de Velázquez poco o nada influye en la apreciación del espectador, para quien los aullidos y las carcajadas pueden resultar convincentes y plausibles por cuanto ironiza y cuestiona el progreso que nos apretuja y acongoja. Tanto nos rebasan la cantidad y contundencia de los cuestionamientos que cuando aparece la calaca, el abundante metaforismo dramático ya ha hecho del escenario una matraca. Ésta marcaría el final de los aullidos sin necesidad de ninguna prolongación recurriendo al “Hombre de la rata”.

La normalidad no parece notificada de su regreso pese a las declaraciones institucionales y oficiosas. Esta mismo artículo no es “normal” pues aludiré, entre otras cosas, a una reposición teatral que no presenciaré y a otra multipresenciada.

“Playa paraíso”, de Gabriela Román, la conocí en noviembre de 2020 en el Mesón de los Cómicos de la Lengua por invitación del actor Noel Pacheco e interés por presenciar una nueva dirección escénica de Víctor Sasia Farias.

Pacheco impresiona con su fuerza histriónica desde una enorme insignificancia física; ya lo hacía desde sus actuaciones universitarias en El Jacalón, recinto de cámara en la FBA-UAQ. Las direcciones escénicas de “Le restó” (teatro del absurdo), “Los perros”, de Elena Garro, “Molière y Magdalena”, de Franco Vega, “Clotilde en su casa”, de Jorge Ibargüengoitia, “Los niños de Morelia”, de Víctor Hugo Rascón Banda, me dejaron capturado de su tino y competencia en esta especialidad teatral. En el elenco tropical aparecía también, así como Harlem Tapia (ahora Adriana) que ha resuelto con plausible y admirable pertinencia múltiples personajes. En “Tren nocturno a Georgia”, de María Luisa Medina, es una incriminante alumna que seduce a una maestra para acusarla por seducción de menores; en “La caja”, de Pamela Jiménez Draguicevic, es una infante brutalizada por un padre torturador; en “Hikari”, de Ana Lucía Ramírez, es una joven puesta a enamorarse con una indefinición de género intrigante; no se pasa por alto su mima y gestualidad en “Escuela para mujeres”, de Jean-Baptist Poquelin, y en “El ocaso de un rey” (El rey se muere), de Eugène Ionesco.

Precisamente Pacheco y Tapia, en “Playa paraíso”, llevan dos personajes que substancian y se revuelcan en un paraíso de ignominia como verdaderos naturales de la prostitución humana… que proceden con valores propios de su peculiar dignidad: una repugnancia que difícilmente asquea… una repugnancia comprensible por la sobrevivencia, una sobrevivencia que flota en el vaivén de la oferta y la demanda, impermeable al desinterés por la correspondencia a la buena fe. Aplaude uno las encarnaciones teatrales; la trama indigesta, mucho acerca al vómito. Esta reposición empezó 30 de marzo y terminará los días 5 y 6 de abril Teatro de Cámara de la Facultad de Bellas Artes UAQ.

Foto: Cortesía | Óscar Salas

En el mismo espacio, atraído por el dramaturgo sonorense Daniel Serrano Moreno (“El carbón en la boca de Porcia”, “Roma al final de la vía”) y el citado director escénico, conocí decepcionado “París detrás de la puerta” el sábado 26 de marzo, donde una pareja juvenil, en vísperas universitarias, está puesta a comerse el mundo a puños no obstante penurias y precariedades o quizá por éstas. Con la exposición principalmente de sus sueños, recuerdos y momentos del ahora nos vamos enterando de lo que han hecho y dónde se encuentran y/o dónde sueñan encontrarse, idealizando culturalmente precisamente París. El enorme vacío de El Jacalón dificulta una acústica idónea para atender los parlamentos que nos dan cuenta de su vida como pareja, sus diferencias y desavenencias, aspiraciones vocacionales, románticas y amorosas, los éxitos y metas que alcanzarían. A tal dificultad se aúna el entreverado ir-y-venir de tiempos y lugares dramáticos obstaculizando enormemente la atención. En el esfuerzo de ésta surge el humor involuntario, casi negro, de la celebración triunfal de la actriz de canes que sería ella. No es creíble que sea una aspiración de vida el pastoreo y conducción de jaurías callejeras que tanto vemos por los caminos urbanos de Querétaro. Seguramente, imaginándose en París, los personajes estarán refiriéndose a Cannes, la turística ciudad rivereña famosa por su festival cinematográfico. Bien vendría la adecuación de este parlamento, echando mano de la debida pronunciación... francesa. La temporada de seis fechas terminará los días 8 y 9 de abril.

¿Qué caso tiene una cuenta de funciones que no corresponde con la asistencia? El domingo 27 de marzo, Día Mundial del Teatro, Javier Velázquez, a su decir, dio la función 318 de “Vértigo para hombre y rata” (Aullido ultramoderno en caóticas carcajadas) en el Centro Cultural ‘El árbol’, con una asistencia de diez personas, si acaso un tercio contado en taquilla. Una cuenta engañosa también por haberla iniciado con “El hombre de la rata”, del venezolano Gilberto Pinto. No entiendo por qué la primera no lleva cuenta propia. ¿Para qué fundir la última con la primera cuando los aullidos y las caóticas carcajadas han ganado una cuenta exclusiva.

Foto: Cortesía | Óscar Salas

A no ser los histriones telefamosos, muy pocas veces conocí el Teatro del Seguro Social ocupado totalmente y una de ellas la logró “El hombre de la rata”, con un dificilísimo público juvenil de una institución privada. Igualmente increíble fue que su montaje rebasara el escenario de tal recinto, cuando lo conocí exactamente ajustado al reducido espacio del teatrino de la Ex Prepa Centro de la UAQ. El “Aullido ultramoderno en caóticas carcajadas” tiene verdad y fuerza propias, apoyado en una muy congruente y convincente solvencia histriónica. Apostaría que la maniática numeralia de Velázquez poco o nada influye en la apreciación del espectador, para quien los aullidos y las carcajadas pueden resultar convincentes y plausibles por cuanto ironiza y cuestiona el progreso que nos apretuja y acongoja. Tanto nos rebasan la cantidad y contundencia de los cuestionamientos que cuando aparece la calaca, el abundante metaforismo dramático ya ha hecho del escenario una matraca. Ésta marcaría el final de los aullidos sin necesidad de ninguna prolongación recurriendo al “Hombre de la rata”.

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