¿Qué es la religión? Es una de las preguntas más recurrentes que mis estudiantes de artes me plantearon en su momento. Algunos planteaban la pregunta con la curiosidad de quien pregunta que es un oxímoron; otros con el característico acento de confrontación de quien siente amenazado su sistema de ideas. Y algunos otros, los menos, como simples provocadores, desafiantes sagaces del tipo que suelen poner en aprietos a los profesores.
La RAE la define como el conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.
Ante el estatus contemporáneo que ocupa, esta definición suele dejar insatisfechos a curiosos, aludidos y provocadores. De acuerdo a Yuval Noah Harari[i], la religión, en su determinado contexto, suele ser fuente de discriminación, desacuerdo, contradicciones y desuniones. No obstante, junto con el dinero y los grandes imperios, la religión ha sido el tercer poder que ha unificado a la humanidad. Asimismo, los órdenes y las jerarquías sociales son imaginados y, por lo tanto, frágiles: cuanto mayor es el tamaño de las sociedades, más frágil es el poder.
¿Cuál ha sido el papel de la religión en la historia? Crucial y protagónico, ya que fundamentalmente ha consistido en conferir legitimidad sobrehumana a los frágiles órdenes y jerarquías sociales. ¿Pero no se supone que dicha legitimidad la otorga un marco legal? Sí, pero las leyes son una creación del capricho humano. En cambio, el marco legal religioso es ordenado por una autoridad absoluta y suprema. Bajo la autoridad religiosa ha trascendido durante mucho tiempo a toda contestación, asegurando o al menos pretendiendo conseguir la estabilidad social.
De acuerdo a Noah Harari, la religión es un sistema de normas y valores humanos que se basa en la creencia en un orden sobrehumano. Esto implica dos criterios:
1) Las religiones sostienen que existe un orden subrehumano, que no es el producto de caprichos o convenios sobrehumanos. El futbol profesional no es una religión porque, a pesar de sus leyes, ritos y rituales extraños, es una invención del ser humano.
2) Sobre la base de este orden sobrehumano, la religión establece normas y valores que considera obligatorios. Si bien existen personas que creen en hadas o en la reencarnación, estas creencias no son (no deberían ser) fuente de normas morales ni de comportamiento por lo que tampoco constituyen una religión.
A pesar de lo anterior, las religiones no han sabido o no han podido proteger bajo su manto ni legitimar a grupos sociales o políticos extendidos. Para ello requiere de otras dos cualidades:
A) Adoptar un orden sobrehumano universal que sea válido siempre y en todas partes.
B) Insistir en extender dicha creencia a todos, es decir, ser universal y misionera.
Las religiones antiguas eran locales y exclusivas, en donde sus seguidores no pretendían convertir a toda la humanidad, sino más bien fundar sus creencias en deidades y espíritus locales por razones muy específicas: los dioses alcanzaron importancia porque ofrecían solución a los problemas de la actividad agrícola. El papel de la diosa de la fertilidad, del dios del agua, del dios del cielo… pasó a ser principal cuando las plantas y animales perdieron su capacidad de hablar. Los dioses fueron mediadores entre humanos, plantas y animales. En el Génesis podemos encontrar que la liturgia religiosa consistía principalmente en que los humanos sacrificaban corderos, vino y alimentos a los poderes divinos, quienes a cambio prometían cosechas abundantes y rebaños fecundos.
Con la extensión de las actividades agrícolas y comerciales entre distintas localidades, surgieron las religiones politeístas. Los humanos podrían invocar a estos dioses ofreciéndoles devoción y sacrificios para ser bendecidos con lluvia, victoria y salud.
Mientras que los animistas consideraban al homo sapiens como uno de los muchos seres que habitan el mundo, los politeístas consideraban al mundo como un reflejo de la relación entre dioses y humanos: nuestras plegarias, sacrificios, pecados y buenas obras determinan el destino de nuestro ecosistema, exaltando así no la condición de los dioses, sino la de la humanidad.
Por su carácter intrínsecamente liberal, el politeísmo favoreció la tolerancia religiosa, raramente persiguió a herejes o infieles. En lugar de convertirlos, el politeísmo buscaba la forma de convivir o adaptar los dioses de los pueblos conquistados. En contraste, el monoteísmo exige por principio abandonar a los dioses y rituales locales. El único dios que los romanos se negaron a tolerar durante mucho tiempo fue el dios monoteísta y evangelizador de los cristianos, quienes se negaron vehementemente a respetar a los dioses protectores del imperio y el carácter divino del emperador. Aun después del decreto de Constantino en el año 313 d. C. siguieron cuatro persecuciones contra los cristianos. Las víctimas de estas persecuciones rondan pocos miles de cristianos[ii], mientras que, a lo largo de los 1500 años posteriores, los cristianos masacraron a millones de correligionarios para defender interpretaciones ligeramente distintas a la religión del amor y la compasión. Por ejemplo, todos los implicados en la guerra entre católicos y protestantes en los siglos XVI y XVII aceptaban la divinidad de Cristo y su evangelio basado en la compasión y el amor. No obstante, no estaban de acuerdo en la naturaleza de ese amor. Los protestantes creían que el amor divino es tan grande que Dios se hizo carne y permitió que se le torturara y crucificara, redimiendo así el pecado original y consiguiendo abrir las puertas del cielo a todos los que profesaban la fe. Por su parte, los católicos sostenían que, aunque la fe es esencial, no es suficiente. Para entrar al cielo, los creyentes tienen que participar en los rituales de la iglesia, y hacer buenas obras. Los protestantes dijeron que no, porque esto empequeñecía la grandeza de Dios.
Esta pelea se volvió tan violenta que católicos y protestantes se mataron entre sí por cientos de miles. El 23 de agosto de 1572, los católicos franceses (los que hablaban de buenas obras) atacaron comunidades protestantes (los que creían en la humanidad), en la llamada Matanza del Día de San Bartolomé, en donde entre 5 y 10 mil protestantes fueron asesinados en menos de 24 horas. Cuando al papa Gregorio XIII le llegó la noticia, se alegró tanto que organizó festividades en honor a la masacre y ordenó a Giorgio Vasari un fresco conmemorativo.
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