Las historias que rondan de boca en boca, son acervos en los aconteceres de los queretanos, son imanes atrayentes para chicos y grandes; realidad, ficción, creencias son algunos de los elementos que las hacen irresistibles para los escuchas que sin duda a cada párrafo narrado es imposible no echar a volar la imaginación, como La Sombra de Maximiliano que tiene como escenario el Panteón de los Queretanos Ilustres y el Convento de la Santa Cruz de los Milagros.
Cuenta la leyenda que fue en el Convento donde el Emperador Maximiliano cayó prisionero días antes de ser fusilado en el cerro de las Campanas un 19 de junio de 1867.
Simón era el panteonero y vigilante del convento, un hombre humilde que con su trabajo mantenía a su esposa e hijos, sin preparación y alejado de los acontecimientos que ocurrían en el país, el cual se encontraba dividido entre un imperio europeo impuesto por conservadores y un gobierno legítimo perteneciente a Benito Juárez.
El protagonista solo vivía para trabajar por lo que poco le importó que un emprendedor perteneciente a las familias de mas alta alcurnia y abolengo en Europa se encontrara preso en el claustro, ni que muchas horas después de haber sido fusilado, le extrajeran sus ojos azules y en vez de estos le colocaran unos negros de cristal pertenecientes a una estatua de santa Úrsula; ni que doctores oportunistas hicieran negocio con su corazón, para vender los trozos de este en frascos de cristal con formol, ni mucho menos que el cuerpo del desdichado se encontrara mal embalsamado por lo cual su piel se ennegreció, para pasar muchas horas más colgado de cabeza, para que todas las sustancias se le salieran del cuerpo y así volverlo embalsamar por segunda ocasión.
Todo esto fue desconocido para el joven hasta que un día en medio de su silencio, mientras hacía su jornal diario en el jardín, escuchó una voz que se oyera cual murmullo y lo llamaba por su nombre, Simón. Incrédulo trató de no hacerle caso, pero aquella extraña sensación de sentirse observado no la pudo evitar.
Olvidando lo acontecido, días después volvió a escuchar ese murmullo que le erizaba la piel, esta vez la voz era más fuerte, lo llamaba indistintamente, cuando estaba terminando de barrer los pasillos de las últimas tumbas, el joven pensaba que se estaba volviendo loco.
Una tarde la impresión y el pavor se apoderaron de Simón, el murmullo se convirtió en una voz clara y sombría que lo hizo voltear por inercia postrando sus ojos en una sombra con el rostro sin forma, como si se tratara de una pesadilla, el espantado hombre quería correr, pero sus piernas no le respondían. Frente a él estaba el espectro, un frío de muerte pasó por su cuerpo y su garganta se cerró completamente, enmudeciendo y quedando paralizado. El ser de ultratumba quería comunicarle algo sin embargo la impresión de Simón fue tanta que su cuerpo se desplomó y como tabla cayó desmayado.
La esposa y los amigos de Simón se preocuparon pues las horas pasaban y el panteonero no aparecía por su casa, toda la noche lo esperaron, cuando los primeros rayos del sol aparecieron y sin recibir noticias, uno de sus compadres se ofreció a ir al Convento de la Cruz, pero al llegar este se encontraba cerrado.
Desesperado acudió al camposanto para saber si Simón se encontraba ahí. La reja estaba con el cerrojo, por lo que sin dudarlo brincó a pesar de la gran altura. Simón aún desmayado en medio de el pasto con el puño de la mano totalmente cerrado como si estuviera guardando un tesoro, su cara con un rictus de pánico, fue llevado a un viejo hospital donde hasta el tercer día abrió los ojos, contando su experiencia de ultratumba a su esposa y su compadre, pero estos no creían el relato, pensaban que estaba delirando. Más su compadre se atrevió a preguntar al enterrador que era lo que tenía guardado en su puño a lo que de principio Simón no entendió pero al bajar la mirada a su mano su puño aún se encontraba cerrado, al extender la palma, el asombro de todos fue mayor, pues en medio de su mano se encontraba una moneda brillante de oro de 14 quilates, era un Maximiliano que según cuenta la historia de México que antes de ser fusilado Maximiliano de Habsburgo, se volvió hacía el pelotón que le daría muerte, entregando a cada hombre, una moneda de oro, pidiéndoles no le apuntarán en el rostro, sino al pecho; después volvió a la fila del fusilamiento para partirse la barba en dos, señalando el pecho, diciéndole a la gente que se había congregado:
“Perdónenme como los perdono yo, vine por el bien de México y no por necia ambición”.
Se cuenta que aún en estos tiempos a media noche aún se aparece el emperador rodando por el Panteón y el Convento de la Santa Cruz.
