/ miércoles 6 de noviembre de 2019

Las palabras, Ícaro, Nietzsche y el cuerpo

Vitral

Las palabras son presente, pero vienen del pasado, lo desentrañan y se asoman al porvenir. La palabra hablada sólo es presente, aunque apoyada en las tecnologías, puede en un futuro revivir un presente. La palabra hablada es la emanación de cada uno, es producto de la pintura extraordinaria evolutiva de cada ser humano y el desarrollo de su aparato de fonación. Cuántos secretos por descubrir guarda el lenguaje. Lo importante es su ejercicio, hablado o escrito. Esa es la llave de todo lo demás. Y por supuesto amarlo, conocerlo, maravillarse, aprehenderlo, desarrollarlo, estudiarlo, aunque –parafraseando a Pablo de Tarso–, amarlo es lo importante.

En el poema Las palabras, Octavio Paz es un tanto tosco con ellas. Quiere azotarlas, cogerlas del rabo, hacerlas chillar, las llama putas. No quiero comportarme así. Quiero acariciarlas, tocarles la puerta y que me abran, llenarme de su aroma, que me escriban y escribirlas, que deletreen mi ser –otra vez Paz–, quiero escucharlas, que me seduzcan, verlas desfilar ante mis ojos, tocarles un himno, besarlas en la frente, si acaso, sacudirlas para que me revelen sus secretos, que sean mi Virgilio en mi paseo por el mundo.

Como mujeres que son las letras, las palabras; como ser masculino que es el lenguaje, quiero que se amen inconmensurablemente, que tengan hijos, poemas, cuentos, novelas, ensayos y todo tipo de textos. Quiero que el lenguaje, como a Adán, me permita nombrar todo; objetos, animales y cosas, mundos y universos, que hagan de mi vida un presente perpetuo al pronunciarlas, una canción viviente al recitarlas, que sean una caricia suave y constructora de vida diferente.

Por eso, como el Golem, busco las palabras secretas que me darán más vida. Y ya las he encontrado, son las que habitan en el corazón y salen por la boca, son las flores de mi canto personal y social. Dijo el Maestro: de la abundancia del corazón habla la boca. Puedes intentar fingir, actuar, mentir con habilidad, pero tus palabras –que son tu territorio más vasto–, siempre te delatarán o te mostrarán, tarde o temprano. Tus palabras son tu presente, una especie de espejo, te reflejan. Son lo más íntimo de tu ser terrícola, son las aguas profundas del pozo, son tu ser y habitan en tu mente y corazón. La boca no se manda sola, ella deja salir lo que habita dentro. No es lo de fuera lo que contamina, sino lo que sale del interior. ¿Qué decides que habite en ti, qué pensamientos, qué conceptos? Las palabras no están muertas ni son entes abstractos, son herramientas que expresan quién eres, qué traes y de qué estás hecho. Podrás aparentar, pero el continum de tus palabras pintarán un cuadro de ti factible de interpretarse. Son puro presente.

(Texto inspirado por el capítulo “La palabra en sueños”, del libro El sueño creador, de María Zambrano).

*

Soy Ícaro volando ni muy alto ni muy bajo. La justa medianía, que no mediocridad. La exacta percepción de la mirada para saber amar. A veces toco el agua, otras me levanto de más, tampoco soy purista. Soy Ícaro volando alegre, con cuidado. Respeto las leyes que rigen el arte de navegar. Ni sé menos ni sé más. A veces cargo luz, otras depongo oscuridad, pero amo volar. Aún con sus contradicciones levanto mi bitácora de cara al mar, escribo con los rayos del sol naciente. Acaricio al viento mientras floto, y él me sacude suavemente a mí.

Miríadas de seres angélicos pasan por arriba y por debajo, pero ninguno me hace sentir que no soy ángel, al contrario, me comunican su alegría, aprendo técnicas, contemplo su sonrisa y su mirada. Soy Ícaro volando sobre el mar, acepto que a veces voy arriba y otras no, pero regreso al centro donde Buda me ofrece su mano compasiva. Y cuando la tormenta se avecina Eolo y Ehécatl me avisan muy a tiempo. No hay gota que afloje mi plumaje, puedo llegar a la orilla de una cueva en la montaña y desde ahí miro a las oscuras nubes cómo chocan y se derriten bañando todo, renovando la tierra.

Soy Ícaro, mi padre está más allá de Dédalo. Vuelo alegre besando al viento, a pesar de haber sido asaeteado a veces por Tánatos. Mi padre es Dios y bajo enamorado para besar la tierra. Por las noches pego plumas nuevas para, al amanecer, volar de nuevo. Tengo por fronteras las montañas, y sigo así a la luz hasta la puesta deslumbrante del amarillo sol. Soy Ícaro, este es el relato de mis viajes.

*

Cuando lees a un gran poeta y repasas sus letras, te das cuenta de que éstas brillan con el paso del tiempo. Por ejemplo en Novalis, en quien el corazón de sus palabras está más allá del sueño y de lo eterno, brillan con el cosmos. Y qué decir del silencio exánime del trabajo de Hölderlin, vasija de porcelana fina vibrando en los salones de la no-mente. O Lao Tsé, que sin pretender crear poesía vertió en el Tao el fundamento de lo sublime, de lo que no se puede deletrear. Ellos, y otros que no menciono aquí, suenan como el viento montado a horcajadas sobre la nebulosa denominada Cabeza de Caballo, tintineando en el éter, soplando polvo de estrellas por los cielos.

*

En el capítulo En Stratford-on-Avon, del libro Ideas sobre el bien y el mal, de W. B. Yeats, se señala que la buena literatura no puede ser una monserga vulgar que enjuicie moralmente a sus personajes. Shakespeare los retrata sin pudor calcados de la realidad de su tiempo, ni más ni menos. Sólo lo que es. Y esa cualidad, que no arregla ni maquilla los hechos, es la que da esa fuerza expresiva y vitalidad a sus obras. Gran enseñanza sin duda, para quienes escriben narraciones.

*

Tiene razón Nietzsche respecto a lo que apunta en el prólogo de La gaya ciencia acerca de que la filosofía es una expresión del estado del cuerpo del autor, pero no sólo de ésta, también la música, la literatura, la pintura y todo lo creado es una manifestación del estado corporal. Expresas la fuerza, la debilidad, la potencia, la convicción que sea capaz de manifestar tu ser. Y eso tiene que ver con tu edad, tu estado de salud físico y emocional, tu circunstancia. Somos el cuerpo y él se construye de lo que comemos y pensamos. Benedictus corporis.

https://escritosdeaft.blogspot.com

Las palabras son presente, pero vienen del pasado, lo desentrañan y se asoman al porvenir. La palabra hablada sólo es presente, aunque apoyada en las tecnologías, puede en un futuro revivir un presente. La palabra hablada es la emanación de cada uno, es producto de la pintura extraordinaria evolutiva de cada ser humano y el desarrollo de su aparato de fonación. Cuántos secretos por descubrir guarda el lenguaje. Lo importante es su ejercicio, hablado o escrito. Esa es la llave de todo lo demás. Y por supuesto amarlo, conocerlo, maravillarse, aprehenderlo, desarrollarlo, estudiarlo, aunque –parafraseando a Pablo de Tarso–, amarlo es lo importante.

En el poema Las palabras, Octavio Paz es un tanto tosco con ellas. Quiere azotarlas, cogerlas del rabo, hacerlas chillar, las llama putas. No quiero comportarme así. Quiero acariciarlas, tocarles la puerta y que me abran, llenarme de su aroma, que me escriban y escribirlas, que deletreen mi ser –otra vez Paz–, quiero escucharlas, que me seduzcan, verlas desfilar ante mis ojos, tocarles un himno, besarlas en la frente, si acaso, sacudirlas para que me revelen sus secretos, que sean mi Virgilio en mi paseo por el mundo.

Como mujeres que son las letras, las palabras; como ser masculino que es el lenguaje, quiero que se amen inconmensurablemente, que tengan hijos, poemas, cuentos, novelas, ensayos y todo tipo de textos. Quiero que el lenguaje, como a Adán, me permita nombrar todo; objetos, animales y cosas, mundos y universos, que hagan de mi vida un presente perpetuo al pronunciarlas, una canción viviente al recitarlas, que sean una caricia suave y constructora de vida diferente.

Por eso, como el Golem, busco las palabras secretas que me darán más vida. Y ya las he encontrado, son las que habitan en el corazón y salen por la boca, son las flores de mi canto personal y social. Dijo el Maestro: de la abundancia del corazón habla la boca. Puedes intentar fingir, actuar, mentir con habilidad, pero tus palabras –que son tu territorio más vasto–, siempre te delatarán o te mostrarán, tarde o temprano. Tus palabras son tu presente, una especie de espejo, te reflejan. Son lo más íntimo de tu ser terrícola, son las aguas profundas del pozo, son tu ser y habitan en tu mente y corazón. La boca no se manda sola, ella deja salir lo que habita dentro. No es lo de fuera lo que contamina, sino lo que sale del interior. ¿Qué decides que habite en ti, qué pensamientos, qué conceptos? Las palabras no están muertas ni son entes abstractos, son herramientas que expresan quién eres, qué traes y de qué estás hecho. Podrás aparentar, pero el continum de tus palabras pintarán un cuadro de ti factible de interpretarse. Son puro presente.

(Texto inspirado por el capítulo “La palabra en sueños”, del libro El sueño creador, de María Zambrano).

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Soy Ícaro volando ni muy alto ni muy bajo. La justa medianía, que no mediocridad. La exacta percepción de la mirada para saber amar. A veces toco el agua, otras me levanto de más, tampoco soy purista. Soy Ícaro volando alegre, con cuidado. Respeto las leyes que rigen el arte de navegar. Ni sé menos ni sé más. A veces cargo luz, otras depongo oscuridad, pero amo volar. Aún con sus contradicciones levanto mi bitácora de cara al mar, escribo con los rayos del sol naciente. Acaricio al viento mientras floto, y él me sacude suavemente a mí.

Miríadas de seres angélicos pasan por arriba y por debajo, pero ninguno me hace sentir que no soy ángel, al contrario, me comunican su alegría, aprendo técnicas, contemplo su sonrisa y su mirada. Soy Ícaro volando sobre el mar, acepto que a veces voy arriba y otras no, pero regreso al centro donde Buda me ofrece su mano compasiva. Y cuando la tormenta se avecina Eolo y Ehécatl me avisan muy a tiempo. No hay gota que afloje mi plumaje, puedo llegar a la orilla de una cueva en la montaña y desde ahí miro a las oscuras nubes cómo chocan y se derriten bañando todo, renovando la tierra.

Soy Ícaro, mi padre está más allá de Dédalo. Vuelo alegre besando al viento, a pesar de haber sido asaeteado a veces por Tánatos. Mi padre es Dios y bajo enamorado para besar la tierra. Por las noches pego plumas nuevas para, al amanecer, volar de nuevo. Tengo por fronteras las montañas, y sigo así a la luz hasta la puesta deslumbrante del amarillo sol. Soy Ícaro, este es el relato de mis viajes.

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Cuando lees a un gran poeta y repasas sus letras, te das cuenta de que éstas brillan con el paso del tiempo. Por ejemplo en Novalis, en quien el corazón de sus palabras está más allá del sueño y de lo eterno, brillan con el cosmos. Y qué decir del silencio exánime del trabajo de Hölderlin, vasija de porcelana fina vibrando en los salones de la no-mente. O Lao Tsé, que sin pretender crear poesía vertió en el Tao el fundamento de lo sublime, de lo que no se puede deletrear. Ellos, y otros que no menciono aquí, suenan como el viento montado a horcajadas sobre la nebulosa denominada Cabeza de Caballo, tintineando en el éter, soplando polvo de estrellas por los cielos.

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En el capítulo En Stratford-on-Avon, del libro Ideas sobre el bien y el mal, de W. B. Yeats, se señala que la buena literatura no puede ser una monserga vulgar que enjuicie moralmente a sus personajes. Shakespeare los retrata sin pudor calcados de la realidad de su tiempo, ni más ni menos. Sólo lo que es. Y esa cualidad, que no arregla ni maquilla los hechos, es la que da esa fuerza expresiva y vitalidad a sus obras. Gran enseñanza sin duda, para quienes escriben narraciones.

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Tiene razón Nietzsche respecto a lo que apunta en el prólogo de La gaya ciencia acerca de que la filosofía es una expresión del estado del cuerpo del autor, pero no sólo de ésta, también la música, la literatura, la pintura y todo lo creado es una manifestación del estado corporal. Expresas la fuerza, la debilidad, la potencia, la convicción que sea capaz de manifestar tu ser. Y eso tiene que ver con tu edad, tu estado de salud físico y emocional, tu circunstancia. Somos el cuerpo y él se construye de lo que comemos y pensamos. Benedictus corporis.

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