/ viernes 9 de octubre de 2020

Las políticas culturales en América Latina

El libro de cabecera

Documentar las políticas culturales sigue siendo una tarea indispensable para hablar de ellas y para evitar la desmemoria de nuestros pueblos. Estas palabras las retomo del libro Políticas culturales en América Latina (Grijalbo, 1987) de Néstor García Canclini, quien desde entonces consideraba que para que el registro tuviera alcance y valor explicativo, éste debería ser “hecho por los protagonistas o los poderes responsables de las acciones” y por investigaciones y evaluaciones de los “resultados, recepción, refuncionalización que las políticas sufren al llegar a los destinatarios”.

No obstante, llama la atención que García Canclini reduce a la cultura y a las políticas culturales a una variable dependiente de las explicaciones de modelos productivistas, tanto keynesianos como marxistas o neoliberales, hablando específicamente del siglo XXI. Aunque la literatura latinoamericana sobre la modernización entendía a la cultura como un proceso de aproximación a los modelos industriales de las metrópolis, se ocuparon de ésta solamente como un obstáculo del desarrollo, posteriormente el espacio científico se abrió a “nuevas maneras de ver las funciones sociales y económicas de la cultura”, desde los movimientos de oposición, debates sobre las dictaduras y la democratización, en donde la cultura, sobre todo las culturas populares, comenzaron a cobrar importancia, pero más como una consecuencia de los modelos económicos y enfoques ideológicos-políticos que como una variable independiente en sí.

En su recuperación del concepto de cultura, García Canclini la define como “el conjunto de procesos donde se elabora la significación de las estructuras sociales, se la reproduce y transforma mediante operaciones simbólicas”, pero agrega que “es posible verla como parte de la socialización de las clases y los grupos en la formación de las concepciones políticas y en el estilo que la sociedad adopta en diferentes líneas de desarrollo”.

En el otro tratamiento ofrecido por el autor, el trabajo cultural es un “recurso para cohesionar a cada nación o clase en torno de un proyecto comprendido y compartido, un lugar en donde se expresa la participación crítica de diversos sectores para renovar el consenso, por lo que la crisis de la cultura debe entenderse y explicarse de manera conjunta con la crisis económica y la crisis política.

Llegados a este nivel, es menester retomar la definición de políticas culturales propuesta por García Canclini: “conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de ordeno de transformación social”.

Como un intento por comprender el debate sobre las concepciones y modelos que organizan la acción cultural, Néstor García Canclini propuso un esquema de clasificación de los paradigmas en relación con los agentes sociales que lo sustentan, con sus modos de estructurar la relación entre política y cultura, y con su concepción de desarrollo cultural. A continuación se presenta de manera muy resumida cada uno de los paradigmas:

· Mecenazgo liberal: en este paradigma se imponen indicaciones precisas sobre el contenido y el estilo del arte porque –de acuerdo con García Canclini– “la burguesía no exige relaciones de dependencia y fidelidad extremas al modo de señores feudales. Su protectorado se guía por la estética elitista de las bellas artes, y por eso mismo establece los vínculos entre mecenas y artistas según los ideales de gratuidad y libre creación”.

· Tradicional patrimonialista: en este paradigma la nación es definida como un conjunto de individuos unidos por lazos naturales e irracionales sin tomar en cuenta las diferencias sociales entre los miembros de cada nación. Aunque desprecia los criterios históricos para definir lo nacional y se apoya en componentes biológicos y telúricos típicos del pensamiento de derecha, en realidad se trata de un nacionalismo que relaciona la naturaleza con la historia: el orden social impuesto por los latifundistas y la Iglesia.

· Estatismo populista: para este paradigma, la identidad no está contenida en la raza, ni en la geografía, ni en el pasado ni en la tradición, por absurdo que parezca, sino que se aloja en el Estado, el cual aparece como el lugar en que se condensan los valores nacionales, el orden y los conflictos de una sociedad. Es decir, la continuidad de lo nacional va de la mano de la preservación del Estado.

· Privatización neoconservadora: este paradigma hegemónico de la década de los 90, desarrolla una política coherente con la reorganización monetarista en las sociedades latinoamericanas. Este paradigma es el resultado de la reorganización del modelo de acumulación, que elimina las áreas ineficientes del capital para buscar la recuperación de la tasa de ganancia mediante la concentración monopólica de la producción y su adecuación al capital financiero internacional.

· Democratización cultural: este paradigma concibe la política cultural como un programa de distribución y popularización del arte, el conocimiento científico y las demás formas de la denominada alta cultura. La hipótesis básica de este paradigma consiste en que una mejor difusión corregirá las desigualdades en el acceso a los bienes públicos. De acuerdo con García Canclini, este modelo nació en América Latina, específicamente en México en donde se impulsaron masivamente programas artísticos, culturales y educativos después de la Revolución. Asimismo, surgió con la voluntad de destruir al viejo prejuicio que considera a la cultura como una cuestión suntuaria o secundaria. No obstante, el éxito del programa ha sido más retórico que práctico, plasmado predominantemente en discursos tanto de gobernantes y políticos como de organismos nacionales e internacionales.

· Democracia participativa: este paradigma representa un modelo alternativo al de la democratización cultural. Su contenido apunta más a la actividad que a las obras, más a la participación en el proceso que al consumo de productos artísticos y culturales. En este paradigma se defiende la coexistencia de múltiples culturas en una misma sociedad, lo cual propicia un desarrollo autónomo y relaciones igualitarias de participación de cada individuo en cada cultura y de cada cultura respecto a las demás. Es decir, no hay una sola cultura legítima y, por ende, la política cultural no se dedica sólo a la difusión hegemónica de la cultura, sino más bien a promover el desarrollo de todas las culturas que sean representativas de los grupos que conforman una sociedad.

@doctorsimulacro

Documentar las políticas culturales sigue siendo una tarea indispensable para hablar de ellas y para evitar la desmemoria de nuestros pueblos. Estas palabras las retomo del libro Políticas culturales en América Latina (Grijalbo, 1987) de Néstor García Canclini, quien desde entonces consideraba que para que el registro tuviera alcance y valor explicativo, éste debería ser “hecho por los protagonistas o los poderes responsables de las acciones” y por investigaciones y evaluaciones de los “resultados, recepción, refuncionalización que las políticas sufren al llegar a los destinatarios”.

No obstante, llama la atención que García Canclini reduce a la cultura y a las políticas culturales a una variable dependiente de las explicaciones de modelos productivistas, tanto keynesianos como marxistas o neoliberales, hablando específicamente del siglo XXI. Aunque la literatura latinoamericana sobre la modernización entendía a la cultura como un proceso de aproximación a los modelos industriales de las metrópolis, se ocuparon de ésta solamente como un obstáculo del desarrollo, posteriormente el espacio científico se abrió a “nuevas maneras de ver las funciones sociales y económicas de la cultura”, desde los movimientos de oposición, debates sobre las dictaduras y la democratización, en donde la cultura, sobre todo las culturas populares, comenzaron a cobrar importancia, pero más como una consecuencia de los modelos económicos y enfoques ideológicos-políticos que como una variable independiente en sí.

En su recuperación del concepto de cultura, García Canclini la define como “el conjunto de procesos donde se elabora la significación de las estructuras sociales, se la reproduce y transforma mediante operaciones simbólicas”, pero agrega que “es posible verla como parte de la socialización de las clases y los grupos en la formación de las concepciones políticas y en el estilo que la sociedad adopta en diferentes líneas de desarrollo”.

En el otro tratamiento ofrecido por el autor, el trabajo cultural es un “recurso para cohesionar a cada nación o clase en torno de un proyecto comprendido y compartido, un lugar en donde se expresa la participación crítica de diversos sectores para renovar el consenso, por lo que la crisis de la cultura debe entenderse y explicarse de manera conjunta con la crisis económica y la crisis política.

Llegados a este nivel, es menester retomar la definición de políticas culturales propuesta por García Canclini: “conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de ordeno de transformación social”.

Como un intento por comprender el debate sobre las concepciones y modelos que organizan la acción cultural, Néstor García Canclini propuso un esquema de clasificación de los paradigmas en relación con los agentes sociales que lo sustentan, con sus modos de estructurar la relación entre política y cultura, y con su concepción de desarrollo cultural. A continuación se presenta de manera muy resumida cada uno de los paradigmas:

· Mecenazgo liberal: en este paradigma se imponen indicaciones precisas sobre el contenido y el estilo del arte porque –de acuerdo con García Canclini– “la burguesía no exige relaciones de dependencia y fidelidad extremas al modo de señores feudales. Su protectorado se guía por la estética elitista de las bellas artes, y por eso mismo establece los vínculos entre mecenas y artistas según los ideales de gratuidad y libre creación”.

· Tradicional patrimonialista: en este paradigma la nación es definida como un conjunto de individuos unidos por lazos naturales e irracionales sin tomar en cuenta las diferencias sociales entre los miembros de cada nación. Aunque desprecia los criterios históricos para definir lo nacional y se apoya en componentes biológicos y telúricos típicos del pensamiento de derecha, en realidad se trata de un nacionalismo que relaciona la naturaleza con la historia: el orden social impuesto por los latifundistas y la Iglesia.

· Estatismo populista: para este paradigma, la identidad no está contenida en la raza, ni en la geografía, ni en el pasado ni en la tradición, por absurdo que parezca, sino que se aloja en el Estado, el cual aparece como el lugar en que se condensan los valores nacionales, el orden y los conflictos de una sociedad. Es decir, la continuidad de lo nacional va de la mano de la preservación del Estado.

· Privatización neoconservadora: este paradigma hegemónico de la década de los 90, desarrolla una política coherente con la reorganización monetarista en las sociedades latinoamericanas. Este paradigma es el resultado de la reorganización del modelo de acumulación, que elimina las áreas ineficientes del capital para buscar la recuperación de la tasa de ganancia mediante la concentración monopólica de la producción y su adecuación al capital financiero internacional.

· Democratización cultural: este paradigma concibe la política cultural como un programa de distribución y popularización del arte, el conocimiento científico y las demás formas de la denominada alta cultura. La hipótesis básica de este paradigma consiste en que una mejor difusión corregirá las desigualdades en el acceso a los bienes públicos. De acuerdo con García Canclini, este modelo nació en América Latina, específicamente en México en donde se impulsaron masivamente programas artísticos, culturales y educativos después de la Revolución. Asimismo, surgió con la voluntad de destruir al viejo prejuicio que considera a la cultura como una cuestión suntuaria o secundaria. No obstante, el éxito del programa ha sido más retórico que práctico, plasmado predominantemente en discursos tanto de gobernantes y políticos como de organismos nacionales e internacionales.

· Democracia participativa: este paradigma representa un modelo alternativo al de la democratización cultural. Su contenido apunta más a la actividad que a las obras, más a la participación en el proceso que al consumo de productos artísticos y culturales. En este paradigma se defiende la coexistencia de múltiples culturas en una misma sociedad, lo cual propicia un desarrollo autónomo y relaciones igualitarias de participación de cada individuo en cada cultura y de cada cultura respecto a las demás. Es decir, no hay una sola cultura legítima y, por ende, la política cultural no se dedica sólo a la difusión hegemónica de la cultura, sino más bien a promover el desarrollo de todas las culturas que sean representativas de los grupos que conforman una sociedad.

@doctorsimulacro

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