/ miércoles 14 de marzo de 2018

Lengua, cultura y desigualdad

El 21 de febrero se celebra a nivel mundial el Día Internacional de la Lengua Materna. Este festejo cuenta con una década de vida después de que la ONU resolviera a favor de dicha propuesta en junio de 2007. Con ello, exhorta a los estados miembros a preservar, promover y difundir la pluralidad y diversidad de los idiomas que se hablan entre los pueblos del mundo.

Pero ¿qué importancia tiene en nuestra vida cotidiana la celebración de la lengua materna? Por principio de cuentas, habrá que señalar que la diversidad cultural y lingüística es una característica intrínseca de los humanos. Desde el surgimiento del lenguaje a partir de su conjunción de sonidos y significados, los pueblos en el mundo han utilizado esta vía para la comunicación de sus pensamientos, creencias e interpretaciones.

El lenguaje sirvió en un primer momento como el camino para llegar a los dioses, la naturaleza, los muertos y los vivos. En él se representaron un conjunto de significaciones profundas que le dieron sentido al mundo a partir de nombrarlo, ordenarlo y jerarquizarlo. La oralidad mediante el diálogo, la palabra, la entonación y el sonido fue una de las formas por las cuales el lenguaje se transmitió y se hizo contacto con otras lenguas.

La lengua es una expresión de la cultura y como tal muestra la diversidad de formas sociales con las cuales está organizado nuestro mundo. De tal modo que su diversidad está marcada por eventos sociales, políticos, económicos y religiosos que han sido fronteras y horizontes que van marcando las pautas de su propagación y contracción.

El colonialismo y la construcción de los Estados-nación han sido procesos de larga duración que han utilizado a las lenguas como modo de conquista, aculturación y homogenización de la diversidad. Los Estados-nación por ejemplo, se fundaron bajo el principio de una sola lengua, una sola historia, una sola religión. La premisa “orden y progreso” se convirtió en una forma de pensamiento que institucionalizó la subordinación de las lenguas autóctonas frente a la lengua impuesta.

Un ejemplo de ello lo encontramos en el contacto y la influencia del español en las distintas lenguas originarias a partir de los de colonización. Desde hace más de una década Hekking y Bakker han analizado el otomí y el español que se habla en la región sur del estado, en el municipio de Amealco. En su estudio sobre préstamos léxicos (2010) narran el siguiente fenómeno:

un interesante efecto colateral del contacto de lenguas para el léxico es el que se presenta en la palabra otomí fani, una palabra precolombina que significa “venado”. Una vez que los españoles introdujeron el caballo, la palabra fani, fue utilizada para referirse a este nuevo animal que llegó a ser muy común en las calles. Con el paso del tiempo el significado original de fani fue desplazado y sólo fue aplicado para referirse a “caballo”, que experimenta también algunas derivaciones como: tafni “semental” (=caballo macho), tsufni “yegua”(=caballo hembra), t’olo fani “potrillo” (=pequeño caballo), y más aún se tomó para referirse a un significado moderno: fanibo “bicicleta” (=caballo de hierro). El equivalente de “venado” en otomí, ahora es una palabra compuesta, i. e., fantho (=caballo de montaña), o más interesante, hogufani (=caballo real)”. (Hekking y Bakker 2010: 39).

En este ejemplo relacionado con el venado observamos las distintas dinámicas de contacto lingüístico, donde en primera instancia hay una adaptación del léxico local para la explicación de una contingencia histórica de la cual no se tenía referente; la presencia del caballo. Se utiliza entonces lo más cercano en términos morfológicos que es el venado, fani. Según los distintos estudios realizados por Soustelle (1937) sobre las poblaciones otomís, mencionan que en la época prehispánica y aun en la colonia, el venado era frecuentemente relacionado con los “animales mensajeros de Kwä” (Van der Fliert 1988: 38) fuerza suprema dadora de la vida de todos los seres de humanos y no humanos del mundo conocido. El venado como en muchas tradiciones amerindias, aparece en una relación estrecha con las tribus o grupos que practican la cacería y establece un marcaje de especie insignia de ecosistemas boscosos (López 2014 y Vázquez 2016). Viveiros de Castro señala que la relación entre venado y cazador “se basa en el mismo dualismo en desequilibrio perpetuo entre los polos de la identidad consanguínea y de la alteridad afín. Las relaciones intra e interpersonales son, más allá de eso, ‘co-intensivas’, visto que la persona no puede ser tomada como parte de una totalidad social, sino como versión singular de un colectivo, el cual, a su vez, es una amplificación de persona” (Viveiros de Castro 2002: 439).

Es por ello que afirma que en sociedades amerindias, actividades como la caza establecen un carácter de reciprocidad y reintegración de los bienes naturales mediante sistemas normativos de conservación y reintegración de energía al ecosistema, totalmente distintos a la depredación que se practica cuando se concibe a la naturaleza de forma instrumental y productivista.

Por sus características ligadas a la sagacidad, la velocidad y la fuerza el fani, era un animal difícil de cazar debido a la protección de Kwä que siempre le avisaba cuando se acercaba el peligro. En Santiago Mexquititlán, Amealco, cuentan que a partir de la llegada de las haciendas y los mestizos, el bosque de pino, encino y oyamel se comenzó a talar y con ello progresivamente los venados fueron desapareciendo. En los lugares donde antes había bosque se realizó un cambio de uso de suelo, y como señalan los santiagueros, “la gente comenzó a comerse el cerro e hicieron milpas para la siembra”. Fue así que las actividades ligadas con la cacería de venado se volvieron mucho más esporádicas y lejanas en la comunidad, de tal manera que el venado y las creencias asociadas con Kwä-bosque fueron cediendo ante las actividades productivas ligadas a un sistema colonial de explotación de la naturaleza. Así mismo, la entrada del caballo en la vida cotidiana nos habla de la sedentarización y de crecimiento poblacional que desplazó territorialmente al fani y a la cacería en territorios foráneos a Santiago Mexquititlán.

Es por ello que en la actualidad, para nombrar al venado, ahora se usa una palabra compuesta fantho que significa caballo de montaña o también se utiliza hogufani, que significa caballo real o verdadero, en contraposición al caballo extraño. En estas dos expresiones se contempla la re-identificación semántica de venado como un animal nativo asociado a los contextos donde se ubicaba, se le concibe además como un animal del orden de lo silvestre versus el caballo que representa el mundo de lo domesticado.

Apuntes finales

En la actualidad conocemos expresiones como: si se pierde una lengua se pierde una cultura, pero es preciso señalar que entre el contacto de una lengua con otra hay múltiples cambios y adecuaciones que no los podemos comprender únicamente desde el plano cartesiano y aritmético de ganancia y pérdida porque también hay resistencias, adaptaciones, resignificaciones y reivindicaciones del significado que encierran las palabras.

Por ello, celebremos cotidianamente la pluralidad lingüística y la diversidad cultural de nuestros entornos. Ensanchemos nuestra identidad como mexicanos conociendo y aprendiendo de los pueblos originarios y sus formas de reproducción cultural e innovación. Participemos como ciudadanos en festejar que somos distintos y que provenimos de tradiciones centenarias de las cuales hay mucho que aprender y tanto por construir a partir de la solidaridad y el diálogo fraterno.

Bibliografía
Hekking, E., Bakker, D. (2010). “Tipología de los préstamos léxicos en el otomí queretano: una contribución para el estudio sistemático y comparativo de diversas lenguas representativas en el mundo desde un enfoque interlingüístico” Ciencia UAQ: vol. 3, no. 1 enero-junio 2010. Dirección de Investigación y Posgrado UAQ.
López, R. (2014). “Agua, territorio y poder. Análisis de la gestión y manejos diferenciados en torno a los manantiales de San Ildefonso Tultepec, Amealco”. Tesis para obtener el grado de Maestro en Estudios Antropológicos en Sociedades Contemporáneas, Facultad de Filosofía, Universidad Autónoma de Querétaro, México.
Soustelle, J. (1937). La familia otomí-pame de México Central, Paris, Instituto de Etnología, trabajos y memorias.
Van der Fliert, L. (1988). El otomí en busca de la vida. Querétaro: UAQ.
Viveiros de Castro, E. (2002). A inconstancia da alma salvagem. Sao Paulo: COSAC & NAIFI EDICOES.
Vázquez, Estrada A. (2016). Ya hñä ne ya ‘mui ‘ñani zäntho. Lengua y cultura en movimiento. Querétaro: Universidad Autónoma de Querétaro.

El 21 de febrero se celebra a nivel mundial el Día Internacional de la Lengua Materna. Este festejo cuenta con una década de vida después de que la ONU resolviera a favor de dicha propuesta en junio de 2007. Con ello, exhorta a los estados miembros a preservar, promover y difundir la pluralidad y diversidad de los idiomas que se hablan entre los pueblos del mundo.

Pero ¿qué importancia tiene en nuestra vida cotidiana la celebración de la lengua materna? Por principio de cuentas, habrá que señalar que la diversidad cultural y lingüística es una característica intrínseca de los humanos. Desde el surgimiento del lenguaje a partir de su conjunción de sonidos y significados, los pueblos en el mundo han utilizado esta vía para la comunicación de sus pensamientos, creencias e interpretaciones.

El lenguaje sirvió en un primer momento como el camino para llegar a los dioses, la naturaleza, los muertos y los vivos. En él se representaron un conjunto de significaciones profundas que le dieron sentido al mundo a partir de nombrarlo, ordenarlo y jerarquizarlo. La oralidad mediante el diálogo, la palabra, la entonación y el sonido fue una de las formas por las cuales el lenguaje se transmitió y se hizo contacto con otras lenguas.

La lengua es una expresión de la cultura y como tal muestra la diversidad de formas sociales con las cuales está organizado nuestro mundo. De tal modo que su diversidad está marcada por eventos sociales, políticos, económicos y religiosos que han sido fronteras y horizontes que van marcando las pautas de su propagación y contracción.

El colonialismo y la construcción de los Estados-nación han sido procesos de larga duración que han utilizado a las lenguas como modo de conquista, aculturación y homogenización de la diversidad. Los Estados-nación por ejemplo, se fundaron bajo el principio de una sola lengua, una sola historia, una sola religión. La premisa “orden y progreso” se convirtió en una forma de pensamiento que institucionalizó la subordinación de las lenguas autóctonas frente a la lengua impuesta.

Un ejemplo de ello lo encontramos en el contacto y la influencia del español en las distintas lenguas originarias a partir de los de colonización. Desde hace más de una década Hekking y Bakker han analizado el otomí y el español que se habla en la región sur del estado, en el municipio de Amealco. En su estudio sobre préstamos léxicos (2010) narran el siguiente fenómeno:

un interesante efecto colateral del contacto de lenguas para el léxico es el que se presenta en la palabra otomí fani, una palabra precolombina que significa “venado”. Una vez que los españoles introdujeron el caballo, la palabra fani, fue utilizada para referirse a este nuevo animal que llegó a ser muy común en las calles. Con el paso del tiempo el significado original de fani fue desplazado y sólo fue aplicado para referirse a “caballo”, que experimenta también algunas derivaciones como: tafni “semental” (=caballo macho), tsufni “yegua”(=caballo hembra), t’olo fani “potrillo” (=pequeño caballo), y más aún se tomó para referirse a un significado moderno: fanibo “bicicleta” (=caballo de hierro). El equivalente de “venado” en otomí, ahora es una palabra compuesta, i. e., fantho (=caballo de montaña), o más interesante, hogufani (=caballo real)”. (Hekking y Bakker 2010: 39).

En este ejemplo relacionado con el venado observamos las distintas dinámicas de contacto lingüístico, donde en primera instancia hay una adaptación del léxico local para la explicación de una contingencia histórica de la cual no se tenía referente; la presencia del caballo. Se utiliza entonces lo más cercano en términos morfológicos que es el venado, fani. Según los distintos estudios realizados por Soustelle (1937) sobre las poblaciones otomís, mencionan que en la época prehispánica y aun en la colonia, el venado era frecuentemente relacionado con los “animales mensajeros de Kwä” (Van der Fliert 1988: 38) fuerza suprema dadora de la vida de todos los seres de humanos y no humanos del mundo conocido. El venado como en muchas tradiciones amerindias, aparece en una relación estrecha con las tribus o grupos que practican la cacería y establece un marcaje de especie insignia de ecosistemas boscosos (López 2014 y Vázquez 2016). Viveiros de Castro señala que la relación entre venado y cazador “se basa en el mismo dualismo en desequilibrio perpetuo entre los polos de la identidad consanguínea y de la alteridad afín. Las relaciones intra e interpersonales son, más allá de eso, ‘co-intensivas’, visto que la persona no puede ser tomada como parte de una totalidad social, sino como versión singular de un colectivo, el cual, a su vez, es una amplificación de persona” (Viveiros de Castro 2002: 439).

Es por ello que afirma que en sociedades amerindias, actividades como la caza establecen un carácter de reciprocidad y reintegración de los bienes naturales mediante sistemas normativos de conservación y reintegración de energía al ecosistema, totalmente distintos a la depredación que se practica cuando se concibe a la naturaleza de forma instrumental y productivista.

Por sus características ligadas a la sagacidad, la velocidad y la fuerza el fani, era un animal difícil de cazar debido a la protección de Kwä que siempre le avisaba cuando se acercaba el peligro. En Santiago Mexquititlán, Amealco, cuentan que a partir de la llegada de las haciendas y los mestizos, el bosque de pino, encino y oyamel se comenzó a talar y con ello progresivamente los venados fueron desapareciendo. En los lugares donde antes había bosque se realizó un cambio de uso de suelo, y como señalan los santiagueros, “la gente comenzó a comerse el cerro e hicieron milpas para la siembra”. Fue así que las actividades ligadas con la cacería de venado se volvieron mucho más esporádicas y lejanas en la comunidad, de tal manera que el venado y las creencias asociadas con Kwä-bosque fueron cediendo ante las actividades productivas ligadas a un sistema colonial de explotación de la naturaleza. Así mismo, la entrada del caballo en la vida cotidiana nos habla de la sedentarización y de crecimiento poblacional que desplazó territorialmente al fani y a la cacería en territorios foráneos a Santiago Mexquititlán.

Es por ello que en la actualidad, para nombrar al venado, ahora se usa una palabra compuesta fantho que significa caballo de montaña o también se utiliza hogufani, que significa caballo real o verdadero, en contraposición al caballo extraño. En estas dos expresiones se contempla la re-identificación semántica de venado como un animal nativo asociado a los contextos donde se ubicaba, se le concibe además como un animal del orden de lo silvestre versus el caballo que representa el mundo de lo domesticado.

Apuntes finales

En la actualidad conocemos expresiones como: si se pierde una lengua se pierde una cultura, pero es preciso señalar que entre el contacto de una lengua con otra hay múltiples cambios y adecuaciones que no los podemos comprender únicamente desde el plano cartesiano y aritmético de ganancia y pérdida porque también hay resistencias, adaptaciones, resignificaciones y reivindicaciones del significado que encierran las palabras.

Por ello, celebremos cotidianamente la pluralidad lingüística y la diversidad cultural de nuestros entornos. Ensanchemos nuestra identidad como mexicanos conociendo y aprendiendo de los pueblos originarios y sus formas de reproducción cultural e innovación. Participemos como ciudadanos en festejar que somos distintos y que provenimos de tradiciones centenarias de las cuales hay mucho que aprender y tanto por construir a partir de la solidaridad y el diálogo fraterno.

Bibliografía
Hekking, E., Bakker, D. (2010). “Tipología de los préstamos léxicos en el otomí queretano: una contribución para el estudio sistemático y comparativo de diversas lenguas representativas en el mundo desde un enfoque interlingüístico” Ciencia UAQ: vol. 3, no. 1 enero-junio 2010. Dirección de Investigación y Posgrado UAQ.
López, R. (2014). “Agua, territorio y poder. Análisis de la gestión y manejos diferenciados en torno a los manantiales de San Ildefonso Tultepec, Amealco”. Tesis para obtener el grado de Maestro en Estudios Antropológicos en Sociedades Contemporáneas, Facultad de Filosofía, Universidad Autónoma de Querétaro, México.
Soustelle, J. (1937). La familia otomí-pame de México Central, Paris, Instituto de Etnología, trabajos y memorias.
Van der Fliert, L. (1988). El otomí en busca de la vida. Querétaro: UAQ.
Viveiros de Castro, E. (2002). A inconstancia da alma salvagem. Sao Paulo: COSAC & NAIFI EDICOES.
Vázquez, Estrada A. (2016). Ya hñä ne ya ‘mui ‘ñani zäntho. Lengua y cultura en movimiento. Querétaro: Universidad Autónoma de Querétaro.

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