/ jueves 17 de marzo de 2022

Apuntes sobre Héroes inconclusos

Libro de cabecera

Héroes inconclusos (Calygramma, 2009) de Gabriel Vega Real es una arriesgada propuesta literaria que incursionó en el género de la novela cuando aún era escasamente trabajado por las letras locales. Santiago y Santos, los protagonistas, viven en la zona denominada La Otra Banda, referencia geográfica que se ubicada en el norte del Centro Histórico de Querétaro, y que abarca principalmente al barrio de El Tepetate, conocido sólo como El Tepe. Después de una disertación inicial que encuadra a la anécdota, sabemos de los protagonistas: “Santos golpeó la figura del luchador hasta que le sangraron los puños. Santiago pensaba en las palabras olor a menta de la licenciada” (p. 7).

De manera intermitente el narrador se asoma para dar cuenta de su participación en la historia: “Todos platicaban solos, los únicos que no perdemos la razón, aparentemente fuimos Patricio, Santiago y yo. Creo que yo la conservé porque entrenaba mi mente escuchando sus historias” (p. 12), lo cual constituye un interesante juego entre la voz narrativa y la perspectiva.

Los protagonistas son niños huérfanos que oyen “gritar a sus padres como si se mordieran”, que esperan “sentados bajo la sombra del pirul”, y que eventualmente forman parte de los Héroes Inconclusos, pandilla del barrio en sempiterna pugna con La Resistencia, con quienes luchan marcando su territorio con grafitis, a pedradas o a golpes. He aquí una historia que se desdobla en diversas subtramas susceptibles de ser seguidos por el lector.

Uno de los trabajos fundamentales del escritor es hacer que el lector siga leyendo. De todas las herramientas con las que cuenta el escritor, la más esencial es la trama, la cual debe impulsar al lector a descubrir qué pasará después. No obstante, conforme avanza Héroes inconclusos, el lector deberá enfrentarse primero a una serie inconexa de personajes, situaciones, escenarios y referencias que aportan mucho a la confusión y poco a la construcción de un argumento. Bajo esta lógica encontramos sólo en las dos primeras páginas los siguientes elementos: 1) Elucubraciones intimistas reflexivas o pretensiosamente filosóficas: “Cada historia es un hecho aislado; la vida es el compendio de todas las historias. Nadie piensa que cuando se mueve un hilo, se puede fracturar toda la estructura del universo”; 2) Desfile de personajes: Esquilo Sarmiento, el Procurador General de la República, Ezo Nuité, el Ministro del Interior (sic), Dante, Virgilio, Angélica, Patricio, Santos, Santiago, Susana… 3) Concatenación de situaciones: “En Querétaro se escuchaban las cadenas de las tradiciones”; “En la Central de Inteligencia se activó la alarma y, en pocos segundos, el cielo de Querétaro se cortó con el vuelo de los aviones Caza (sic) y el de los helicópteros; en la azotea del edificio se desplegó, en forma impecable, el operativo antiaéreo”.

Muchos problemas de la trama se resuelven con una simple estrategia: tener claro qué se quiere contar y quitar todo lo demás, no escribir cientos de páginas sin saber exactamente qué historia se quiere contar. En lugar de desarrollar la trama, se presenta una concatenación de premisas imbricadas y un inicio ilegible que, a lo largo de las más de 220 páginas, jamás acaba de comenzar, acumulando escenas reiterativas e interminables para colmar al lector con antecedentes sin que haya una historia principal a la vista. Alegar que la narración es confusa porque la cuenta un alcohólico es, más que un recurso, un deslinde.

El marco arbitrario de acciones en donde no pasa nada, también es proclive para que pase todo, o sea, “Una vez que se ha tejido la vida posible, es el momento que la imaginaria cobre su propia vida” (p. 43). Bajo esta premisa, Santos y Santiago son reclutados para encargarse de la seguridad de la licenciada Angélica, el cliché de la burócrata adinerada que, sin tener impacto en la trama, acogerá a los personajes para determinar su destino. En algún momento, la licenciada sufre un intento de secuestro a las afueras de su casa, el cual es repelido por Santos y Santiago quienes, de manera súbita, son expertos en el uso de armas y en tácticas policiacas y militares, habilidades especiales de las que el lector nunca tuvo noticia previamente.

Hay otros elementos que evidencia la ausencia de un verdadero proyecto de novela. A saber: 1) “Cuando la conoció en Las Cruces, municipio de Acapulco” (p. 29). Acapulco de Juárez es municipio de Guerrero; Las Cruces ni siquiera es un municipio; 2) Entre la abundante concatenación de referencias se menciona que “Todo Querétaro festejaba el triunfo de Gallos Blancos”, pero el marco temporal remite a febrero (“llenó sus pulmones del aire de febrero” p. 120), cuando el ascenso del equipo de futbol soccer fue el 30 de mayo del 2009. Otra anécdota que se menciona es el conflicto entre pandillas que atacaron a la tribu urbana de los emos en Plaza de Armas, la cual ocurrió el viernes 4 de marzo del 2008, lo que rompe abruptamente la verosimilitud de la historia; 3) Se recurre obstinadamente a referencias geográficas o culturales dirigidas exclusivamente a quien sea capaz de identificarlas: Jurica, El Tepe, Plaza del Parque, Harry’s (que ya no existe), Gallos Blancos (a veces, simplemente Gallos), la Ciudad de las Artes, el Tángano… A la novela se le impone un corsé autocontemplativo e inteligible sólo para la queretanidad: “¡Querétaro es el ombligo de la patria!” (p. 79); 4) Hay una excesiva iteración por perros que orinan, por la tanga de la licenciada en forma de triángulo negro, por un mono que es apretado por Santos. Pero donde esto llega a un nivel desternillante es con las “piernas” y “muslos”. Así, de la página 119 a la 122 encontramos “cruzando las piernas”, “sus manos en sus muslos”, “los blancos muslos”, “los mulos” (sic), “cruzó las piernas”, “las piernas se alargaron”, “cruzó las piernas”, “acariciándole los muslos”, “acariciándose los muslos”, “Bajó una pierna”, “sus piernas”, “al ver sus piernas”, “tenían las piernas”, “y las piernas”, “Las piernas”..., para que al final no ocurra nada relevante ni con las piernas, ni con los muslos; 5) En las duplas de páginas 107 / 176 y 108 / 177 se copian y pegan de manera explícita párrafos completos, sin justificación ni sustento en la trama, ni en el desarrollo de los personajes.

Si la novela eligiera el camino de la distopía, no hay suficientes elementos que apunten hacia una construcción distópica de una sociedad futura o anacrónica. De hecho, el marco temporal de la novela envejeció prematuramente. Si fuese una crítica desde la sociología o la antropología, la novela falla en el abultamiento caótico de los referentes vinculantes con la realidad respecto al marco histórico de los acontecimientos.

Héroes inconclusos no es el mejor trabajo de Gabriel Vega Real, sus posteriores novelas dan cuenta de ello. Más allá de una crítica, el presente es la invitación a un diálogo, a interpelar nuestras letras en beneficio directo de los autores y su obra, pero sobre todo de los lectores. Siempre será preferible que una obra sea leída, tanto por el lector diáfano como por el crítico, para darle vida, en lugar de condenarla a muerte a golpe de adulaciones desde la inopia lisonjera de quienes no leen.

Héroes inconclusos (Calygramma, 2009) de Gabriel Vega Real es una arriesgada propuesta literaria que incursionó en el género de la novela cuando aún era escasamente trabajado por las letras locales. Santiago y Santos, los protagonistas, viven en la zona denominada La Otra Banda, referencia geográfica que se ubicada en el norte del Centro Histórico de Querétaro, y que abarca principalmente al barrio de El Tepetate, conocido sólo como El Tepe. Después de una disertación inicial que encuadra a la anécdota, sabemos de los protagonistas: “Santos golpeó la figura del luchador hasta que le sangraron los puños. Santiago pensaba en las palabras olor a menta de la licenciada” (p. 7).

De manera intermitente el narrador se asoma para dar cuenta de su participación en la historia: “Todos platicaban solos, los únicos que no perdemos la razón, aparentemente fuimos Patricio, Santiago y yo. Creo que yo la conservé porque entrenaba mi mente escuchando sus historias” (p. 12), lo cual constituye un interesante juego entre la voz narrativa y la perspectiva.

Los protagonistas son niños huérfanos que oyen “gritar a sus padres como si se mordieran”, que esperan “sentados bajo la sombra del pirul”, y que eventualmente forman parte de los Héroes Inconclusos, pandilla del barrio en sempiterna pugna con La Resistencia, con quienes luchan marcando su territorio con grafitis, a pedradas o a golpes. He aquí una historia que se desdobla en diversas subtramas susceptibles de ser seguidos por el lector.

Uno de los trabajos fundamentales del escritor es hacer que el lector siga leyendo. De todas las herramientas con las que cuenta el escritor, la más esencial es la trama, la cual debe impulsar al lector a descubrir qué pasará después. No obstante, conforme avanza Héroes inconclusos, el lector deberá enfrentarse primero a una serie inconexa de personajes, situaciones, escenarios y referencias que aportan mucho a la confusión y poco a la construcción de un argumento. Bajo esta lógica encontramos sólo en las dos primeras páginas los siguientes elementos: 1) Elucubraciones intimistas reflexivas o pretensiosamente filosóficas: “Cada historia es un hecho aislado; la vida es el compendio de todas las historias. Nadie piensa que cuando se mueve un hilo, se puede fracturar toda la estructura del universo”; 2) Desfile de personajes: Esquilo Sarmiento, el Procurador General de la República, Ezo Nuité, el Ministro del Interior (sic), Dante, Virgilio, Angélica, Patricio, Santos, Santiago, Susana… 3) Concatenación de situaciones: “En Querétaro se escuchaban las cadenas de las tradiciones”; “En la Central de Inteligencia se activó la alarma y, en pocos segundos, el cielo de Querétaro se cortó con el vuelo de los aviones Caza (sic) y el de los helicópteros; en la azotea del edificio se desplegó, en forma impecable, el operativo antiaéreo”.

Muchos problemas de la trama se resuelven con una simple estrategia: tener claro qué se quiere contar y quitar todo lo demás, no escribir cientos de páginas sin saber exactamente qué historia se quiere contar. En lugar de desarrollar la trama, se presenta una concatenación de premisas imbricadas y un inicio ilegible que, a lo largo de las más de 220 páginas, jamás acaba de comenzar, acumulando escenas reiterativas e interminables para colmar al lector con antecedentes sin que haya una historia principal a la vista. Alegar que la narración es confusa porque la cuenta un alcohólico es, más que un recurso, un deslinde.

El marco arbitrario de acciones en donde no pasa nada, también es proclive para que pase todo, o sea, “Una vez que se ha tejido la vida posible, es el momento que la imaginaria cobre su propia vida” (p. 43). Bajo esta premisa, Santos y Santiago son reclutados para encargarse de la seguridad de la licenciada Angélica, el cliché de la burócrata adinerada que, sin tener impacto en la trama, acogerá a los personajes para determinar su destino. En algún momento, la licenciada sufre un intento de secuestro a las afueras de su casa, el cual es repelido por Santos y Santiago quienes, de manera súbita, son expertos en el uso de armas y en tácticas policiacas y militares, habilidades especiales de las que el lector nunca tuvo noticia previamente.

Hay otros elementos que evidencia la ausencia de un verdadero proyecto de novela. A saber: 1) “Cuando la conoció en Las Cruces, municipio de Acapulco” (p. 29). Acapulco de Juárez es municipio de Guerrero; Las Cruces ni siquiera es un municipio; 2) Entre la abundante concatenación de referencias se menciona que “Todo Querétaro festejaba el triunfo de Gallos Blancos”, pero el marco temporal remite a febrero (“llenó sus pulmones del aire de febrero” p. 120), cuando el ascenso del equipo de futbol soccer fue el 30 de mayo del 2009. Otra anécdota que se menciona es el conflicto entre pandillas que atacaron a la tribu urbana de los emos en Plaza de Armas, la cual ocurrió el viernes 4 de marzo del 2008, lo que rompe abruptamente la verosimilitud de la historia; 3) Se recurre obstinadamente a referencias geográficas o culturales dirigidas exclusivamente a quien sea capaz de identificarlas: Jurica, El Tepe, Plaza del Parque, Harry’s (que ya no existe), Gallos Blancos (a veces, simplemente Gallos), la Ciudad de las Artes, el Tángano… A la novela se le impone un corsé autocontemplativo e inteligible sólo para la queretanidad: “¡Querétaro es el ombligo de la patria!” (p. 79); 4) Hay una excesiva iteración por perros que orinan, por la tanga de la licenciada en forma de triángulo negro, por un mono que es apretado por Santos. Pero donde esto llega a un nivel desternillante es con las “piernas” y “muslos”. Así, de la página 119 a la 122 encontramos “cruzando las piernas”, “sus manos en sus muslos”, “los blancos muslos”, “los mulos” (sic), “cruzó las piernas”, “las piernas se alargaron”, “cruzó las piernas”, “acariciándole los muslos”, “acariciándose los muslos”, “Bajó una pierna”, “sus piernas”, “al ver sus piernas”, “tenían las piernas”, “y las piernas”, “Las piernas”..., para que al final no ocurra nada relevante ni con las piernas, ni con los muslos; 5) En las duplas de páginas 107 / 176 y 108 / 177 se copian y pegan de manera explícita párrafos completos, sin justificación ni sustento en la trama, ni en el desarrollo de los personajes.

Si la novela eligiera el camino de la distopía, no hay suficientes elementos que apunten hacia una construcción distópica de una sociedad futura o anacrónica. De hecho, el marco temporal de la novela envejeció prematuramente. Si fuese una crítica desde la sociología o la antropología, la novela falla en el abultamiento caótico de los referentes vinculantes con la realidad respecto al marco histórico de los acontecimientos.

Héroes inconclusos no es el mejor trabajo de Gabriel Vega Real, sus posteriores novelas dan cuenta de ello. Más allá de una crítica, el presente es la invitación a un diálogo, a interpelar nuestras letras en beneficio directo de los autores y su obra, pero sobre todo de los lectores. Siempre será preferible que una obra sea leída, tanto por el lector diáfano como por el crítico, para darle vida, en lugar de condenarla a muerte a golpe de adulaciones desde la inopia lisonjera de quienes no leen.

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