Apenas un dibujo, una crónica, tres cartas y algunos chismes es lo que queda del efímero pero apasionado encuentro que tuvieron el escritor mexicano Salvador Novo y el poeta español Federico García Lorca en aquel Buenos Aires de 1933.
La crónica aparece en un libro llamado Continente vacío. Viaje a Sudamérica, que Salvador Novo publicó pasado un año, tras su regreso a México, más como una conversación consigo mismo que como un documento de importancia para generaciones futuras.
Según cuenta el joven periodista y literato, miembro del grupo de Los Contemporáneos, él arribó a Buenos Aires en busca de descanso antes de participar en la delegación mexicana en la VII Conferencia Internacional Americana, que se celebraría ocho días después, en Montevideo, Uruguay.
Sería, pues, una breve parada que además aprovecharía para conocer un poco de la vida en las calles de la ciudad porteña— aunque no se le hizo conocer los cabarets ni “los cafetines de marineros”—, hacer algunas amistades literarias y visitar al filósofo dominicano Pedro Enríquez Ureña, quien fue su maestro y mentor cuando Novo era apenas un adolescente de 17 años.
Aunque reconoce Salvador que Argentina era un país de cuyos autores no había leído demasiado, sabía y pudo confirmar que Buenos Aires era una ciudad que recibía huéspedes ilustres que se sucedían con “extrema celeridad”, pasando de “una moda furiosa al más completo olvido”.
En ese momento el que era “ídolo de Buenos Aires”, era Federico García Lorca, que tras el exitoso estreno de su obra de teatro Bodas de sangre había sido invitado a presentar otra obra suya, La zapatera prodigiosa, además de ofrecer algunas conferencias y conciertos.
“[…] lo adora todo el mundo y los diarios se llenan con sus retratos. Lo admiro mucho, pero no querría ser simplemente un admirador suyo más, y quizás no habrá medio de ser su amigo”, escribió Novo. Pero el destino le tenía preparado el primer encuentro con Lorca, pues el poeta Ricardo E. Molinari llevó a Novo al hotel Castelar, donde se hospedaba el autor del Romancero gitano.
“Federico entraba y salía, me miraba de reojo, contaba anécdotas, y poco a poco sentí que hablaba directamente para mí; que todos aquellos ilustres admiradores suyos le embromaban tanto como me cohibían y que yo debía aguardar hasta que se marchasen para que él y yo nos diéramos un verdadero abrazo”, escribió el autor de La nueva grandeza mexicana, quien había quedado con Lorca en verse esa noche, en que estrenaba su nueva obra.
Fue Molinari quien le dijo a Novo que era muy probable que Lorca pudiera hacer una viñeta para su poema Seamen Rhymes, que había escrito durante su viaje hasta su compromiso en Montevideo. De esta idea surgirían de las manos de Lorca una serie de dibujos, entre ellos uno en el que se ve a un marinero junto a la palabra Amor.
Después del exitoso estreno de la obra, Novo y Federico pudieron por fin estar solos —“como dos amigos que no se han visto en muchos años, como dos personas que van a cotejar sus biografías, preparadas en distintos extremos de la Tierra para gustar cada uno de cada otra. ¿En qué momento comenzamos a tutearnos?”. En la terraza de un restaurante que da al Río de la Plata.
Ahí hablan de todo menos de literatura: “Toda nuestra España fluía de sus labios en charla sin testigos, ávida de acercarse a nuestro México”, decía Novo. En la charla Lorca hizo entender que en España y Nueva York había escuchado de él, que conocía su lengua rayada para los sonetos, que el gitano sabía se habrían de conocer algún día: “Pa mí, la amiztá e ya pa siempre; e cosa sagrá; ¡paze lo que paze, ya tú y yo zeremos amigo pa toa la vía!”, transcribió Novo de esa conversación, tratando de emular el acento del español de Granada.
En esa misma conversación, Lorca le expresó su amor por México, que si bien no lo conocía en persona, a la distancia le llegaban sus escritos y canciones, entre ellas el corrido de la revolución La Adelita, la cual cantó al cronista. La marca de ese momento fue tal, que tiempo después Novo escribiría el poema Romance de Angelillo y Adela, que Monsiváis calificaría como un evidente “travestismo autobiográfico”, pues en éste se refiere a sí mismo como Adela y a Lorca como el Angelillo.
Después de aquel encuentro, Novo visitaría a Nieves Rinaldi, quien en su casa organizaba tertulias. Ahí Novo cae enfermo por una fuerte infección respiratoria, con fiebres de hasta 40 grados, que hicieron considerar la muerte. Pero Nieves Rinaldi —quien, según le contó a Novo, vio morir a Amado Nervo en sus brazos, en Montevideo— lo cuidó mientras Federico lo visitaba y le aseguraba que no moriría, pues había hecho algunos conjuros gitanos por su salud.
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Al aliviarse, Novo se dirigió inmediatamente a su compromiso a Montevideo y, cuando regresa a Buenos Aires, Lorca apenas y pudo verlo: “Ni siquiera la compañía de Federico me perteneció por entero esos días, pues tuvo que marcharse Córdoba a dar una conferencia, y ya no pude despedirme de él”.
Después de esto, la comunicación no se cortó, se conocen tres cartas en las que Novo llega a expresar su deseo de visitar España. Si bien en ningún texto se refiere que entre ellos haya habido algún contacto físico, hay quien asegura que sí sucedió, pero eso queda fuera del estante.