/ viernes 28 de enero de 2022

La culpa es de Rulfo, una invitación a la transgresión

El libro de cabecera

La culpa es de Rulfo (2021) es el título del volumen de relatos de la periodista y escritora Alma Araceli Hernández Olguín, conocida como Cheli Oh en el campo de la cultura, espacio en donde ella es una promotora hiperactiva y un amplificador importante de las actividades artísticas y culturales de nuestro estado.

El libro, publicado en noviembre del año pasado como parte de un esfuerzo de autoedición, da cuenta de la fascinación de la autora por congregar a una multiplicidad variopinta de personajes, lugares, emociones, situaciones, estados de las cosas… y ponerlos empotrados en un juego de textos y contextos. Esto es indicio de una autora que sabe leer los lugares que pisa e interactuar con su realidad. Con este impulso por pretender congregar a un todo desde la literatura, Cheli Oh pone a jugar a cada uno de esos elementos con resultados sugestivos.

En este cosmos de elementos, Cheli Oh deja que sus personajes cobren vida, que nos conmuevan y confronten. A veces esta confrontación será con nuestros propios juicios y prenociones respecto a la situación de pandemia que cada lector esté viviendo.

¿Qué de nuevo hay que decir respecto al Covid-19? Muchísimos escritores, músicos, poetas, artistas plásticos, performanceros, grafiteros, raperos, amas de casa, actores, youtuberos… tienen algo que decir y quieren dejar su testimonio. ¿Qué hay de distinto en la propuesta de Cheli Oh que se inserta en este marasmo llamado Covid-19? El ejercicio al que la autora se arriesga, si bien es de carácter pastichesco, da cuenta de estas múltiples situaciones, experiencias y formas de vivir en el contexto de pandemia. Este texto es una especie de caja de juegos en donde el lector puede armar y vivir cada una de las situaciones de forma a veces cómica, a veces trágica. Cheli Oh quiere decir lo que otros han dicho, pero desde una visión literaria, carnavalesca y pastichesca.

Las experiencias plasmadas no reconocen límites entre una emoción a otra, en los relatos de Cheli Oh vamos de la algarabía a la depresión, de la risa más desternillante a la depresión más penetrante, del asco escatológico y, por momentos soez, a la imagen más tierna y diáfana. Si alguien llegase a sentir vértigo al leer estos textos, que no le extrañe, es parte de la experiencia de su lectura. Además del cambio drástico de emociones, están los abruptos saltos de escenarios.

En tiempos de borrasca por la imperante corrección política, ha sido un deleite encontrarse con una obra vacunada en contra de la nueva inquisición, en donde es posible encontrar expresiones que hoy por hoy serían la oportunidad perfecta para el linchamiento mediático de la nueva dictadura moral. Partiendo de una idea honesta y siguiendo el camino de la desobediencia a la neoinquisición, Cheli Oh nos ofrece una obra valiente y retadora, sin demeritar el humor negro ni la inteligencia del lector. El recurso de colgarse de una causa para que la obra funcione no existe en el caso de Cheli Oh: La culpa es de Rulfo es una invitación abierta a desnudarse en las mieles de la experimentación literaria sin el sentimiento de culpa de los atavismos contemporáneos y del espíritu woke que clama por la autocensura de los autores hipócritas.

No obstante, si bien se trata de un esfuerzo de autoedición, en cada uno de los textos es fácil advertir la ausencia del acompañamiento de un editor. Recuerdo en aquella visita fugaz que Ramón Córdoba hizo a nuestra ciudad, a invitación de Araceli Ardón, cuando nos compartió que escribir es una de las formas de felicidad, pero para llegar a ella se necesitaba contar con tres cosas: trabajar, trabajar y trabajar. Para que una buena idea trascienda al anecdotario de las ocurrencias, se debe trabajar en un proyecto de obra, el cual debe considerar desde una escritura impecable (en La culpa es de Rulfo es recurrente encontrar errores ortográficos y morfosintácticos) hasta el acompañamiento rotundo de un buen editor.

Asimismo, aunque es comprensible la necesidad exultante que muchos autores queretanos comparten por publicar más que por escribir (ya no digamos por leer), esta necesidad es una ventana por donde se infiltra la tentación de publicar en la inmediatez, la cual degenera en incuria escritural. Ningún escritor debería permitirse el desaliño al escribir, mucho menos cuando se trata de un cúmulo de buenas ideas que, ante la inatención de la edición, demanda mucha paciencia y condescendencia al lector.

Salvo que se trate de Joyce, la trasgresión literaria sólo debe permitirse en los linderos de lo literario, jamás de la desidia de la inmediatez. Con esto desearía que La culpa es de Rulfo se someta a una reflexiva revisión para una nueva edición que nos permita gozar de cada relato sin las distracciones y tropiezos que conlleva enfrentarse a un libro con editor in absentia.

***

En los relatos de Cheli Oh vamos de la algarabía a la depresión, de la risa más desternillante a la depresión más penetrante, del asco escatológico y, por momentos soez, a la imagen más tierna y diáfana



La culpa es de Rulfo (2021) es el título del volumen de relatos de la periodista y escritora Alma Araceli Hernández Olguín, conocida como Cheli Oh en el campo de la cultura, espacio en donde ella es una promotora hiperactiva y un amplificador importante de las actividades artísticas y culturales de nuestro estado.

El libro, publicado en noviembre del año pasado como parte de un esfuerzo de autoedición, da cuenta de la fascinación de la autora por congregar a una multiplicidad variopinta de personajes, lugares, emociones, situaciones, estados de las cosas… y ponerlos empotrados en un juego de textos y contextos. Esto es indicio de una autora que sabe leer los lugares que pisa e interactuar con su realidad. Con este impulso por pretender congregar a un todo desde la literatura, Cheli Oh pone a jugar a cada uno de esos elementos con resultados sugestivos.

En este cosmos de elementos, Cheli Oh deja que sus personajes cobren vida, que nos conmuevan y confronten. A veces esta confrontación será con nuestros propios juicios y prenociones respecto a la situación de pandemia que cada lector esté viviendo.

¿Qué de nuevo hay que decir respecto al Covid-19? Muchísimos escritores, músicos, poetas, artistas plásticos, performanceros, grafiteros, raperos, amas de casa, actores, youtuberos… tienen algo que decir y quieren dejar su testimonio. ¿Qué hay de distinto en la propuesta de Cheli Oh que se inserta en este marasmo llamado Covid-19? El ejercicio al que la autora se arriesga, si bien es de carácter pastichesco, da cuenta de estas múltiples situaciones, experiencias y formas de vivir en el contexto de pandemia. Este texto es una especie de caja de juegos en donde el lector puede armar y vivir cada una de las situaciones de forma a veces cómica, a veces trágica. Cheli Oh quiere decir lo que otros han dicho, pero desde una visión literaria, carnavalesca y pastichesca.

Las experiencias plasmadas no reconocen límites entre una emoción a otra, en los relatos de Cheli Oh vamos de la algarabía a la depresión, de la risa más desternillante a la depresión más penetrante, del asco escatológico y, por momentos soez, a la imagen más tierna y diáfana. Si alguien llegase a sentir vértigo al leer estos textos, que no le extrañe, es parte de la experiencia de su lectura. Además del cambio drástico de emociones, están los abruptos saltos de escenarios.

En tiempos de borrasca por la imperante corrección política, ha sido un deleite encontrarse con una obra vacunada en contra de la nueva inquisición, en donde es posible encontrar expresiones que hoy por hoy serían la oportunidad perfecta para el linchamiento mediático de la nueva dictadura moral. Partiendo de una idea honesta y siguiendo el camino de la desobediencia a la neoinquisición, Cheli Oh nos ofrece una obra valiente y retadora, sin demeritar el humor negro ni la inteligencia del lector. El recurso de colgarse de una causa para que la obra funcione no existe en el caso de Cheli Oh: La culpa es de Rulfo es una invitación abierta a desnudarse en las mieles de la experimentación literaria sin el sentimiento de culpa de los atavismos contemporáneos y del espíritu woke que clama por la autocensura de los autores hipócritas.

No obstante, si bien se trata de un esfuerzo de autoedición, en cada uno de los textos es fácil advertir la ausencia del acompañamiento de un editor. Recuerdo en aquella visita fugaz que Ramón Córdoba hizo a nuestra ciudad, a invitación de Araceli Ardón, cuando nos compartió que escribir es una de las formas de felicidad, pero para llegar a ella se necesitaba contar con tres cosas: trabajar, trabajar y trabajar. Para que una buena idea trascienda al anecdotario de las ocurrencias, se debe trabajar en un proyecto de obra, el cual debe considerar desde una escritura impecable (en La culpa es de Rulfo es recurrente encontrar errores ortográficos y morfosintácticos) hasta el acompañamiento rotundo de un buen editor.

Asimismo, aunque es comprensible la necesidad exultante que muchos autores queretanos comparten por publicar más que por escribir (ya no digamos por leer), esta necesidad es una ventana por donde se infiltra la tentación de publicar en la inmediatez, la cual degenera en incuria escritural. Ningún escritor debería permitirse el desaliño al escribir, mucho menos cuando se trata de un cúmulo de buenas ideas que, ante la inatención de la edición, demanda mucha paciencia y condescendencia al lector.

Salvo que se trate de Joyce, la trasgresión literaria sólo debe permitirse en los linderos de lo literario, jamás de la desidia de la inmediatez. Con esto desearía que La culpa es de Rulfo se someta a una reflexiva revisión para una nueva edición que nos permita gozar de cada relato sin las distracciones y tropiezos que conlleva enfrentarse a un libro con editor in absentia.

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En los relatos de Cheli Oh vamos de la algarabía a la depresión, de la risa más desternillante a la depresión más penetrante, del asco escatológico y, por momentos soez, a la imagen más tierna y diáfana



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