/ jueves 7 de abril de 2022

Los feminicidios y “El invencible verano de Liliana”

El libro de cabecera

En la madrugada del lunes 16 de julio de 1990, Liliana Rivera Garza, una mujer de apenas veinte años, murió asesinada a manos de Ángel González Ramos, su expareja, quien jamás ha sido llevado ante la justicia y ha vivido en total impunidad desde entonces. En ese tiempo aún no estaba tipificado el feminicidio, delito que apenas cumplirá su primera década de existir en nuestro sistema penal mexicano, y se refiere a la muerte violenta de la mujer por razones de género. El feminicidio es la forma más extrema de violencia contra la mujer y una de las manifestaciones más graves de la discriminación hacia ellas.

Justicia, palabra tan carente de sentido en un país en el que, a pesar de estar tipificado el delito de feminicidio en el artículo 325 del Código Penal Federal, registra un promedio de 10 asesinatos de mujeres diarios. De acuerdo con datos de la Secretaría de Seguridad Pública, tan solo en febrero del 2022 se perpetuaron 80 feminicidios. La cifra de mil 6 feminicidios es la más alta al cierre de cualquier año desde que Andrés Manuel López Obrador es presidente. En 2018, el último año de Enrique Peña Nieto como presidente, hubo un total de 917 asesinatos de mujeres.

En este contexto, Cristina Rivera Garza (Heroica Matamoros, 1964) nos otorga El invencible verano de Liliana (Penguin Random House, 2021), un elogio fúnebre integrado narrativamente por una denuncia, una exigencia de justicia, una crónica del viacrucis de la burocracia inépta de la ausente aplicación de la ley, un manifiesto de sororidad y un retrato literario de Liliana.

Aunque recientemente tipificado el 14 de junio del 2012, el feminicidio se ha normalizado, lo que ha desatado la indignación de nueva cuenta, una indignación compartida en donde las mujeres “somos ellas en el pasado, y somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas, y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que solo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas”.

El asesinato impune de Liliana ha quedado archivado en un expediente perdido en el limbo administrativo, del cual solo es posible acceder a “una hoja solitaria donde se listan las tres instancias que podrían tener o no tener, o haber tenido” la autora/narradora, o cualquier familiar de una víctima de feminicidio. Han pasado veintidos años, “¿Quién tiene derecho a decidir cuánto tiempo es mucho tiempo y cuánto es poco?”.

Cuando al feminicidio se le denominaba `crimen pasional´ este iba acompañado del juicio inmediato del tribunal de la superioridad moral: eso le pasa por andar de puta, ella se lo buscó, eso le pasa a las que no se portan bien, es que ella provocó a su pareja. A propósito del asesinato de Lesvy Berlín Osorio, ocurrido el 3 de mayo del 2017, recriminalizado por el tribunal de las hordas moralmente superiores, Rivera Garza nos recuerda lo dicho por la madre de Lesvy: “Ni drogadicta, ni puta, ni peda. Una muchacha joven, nada más. Nada menos. Un cuerpo pleno de goce, dueño de su propia libertad […] La única culpa de Lesvy había sido ser mujer”.

Foto: Cortesía | @Penguinlibros

“Lo que distingue a la violencia doméstica, especialmente el homicidio de pareja, de cualquier otro crimen es el amor” apunta Rivera Garza a partir del libro No Visible Bruises: What We Don't Know about Domestic Violence Can Kill Us (2019) de Rachel Louise Snyder, y sentencia: “Ningún otro acto de violencia extrema se alimenta de una ideología tan diseminada como compartida”.

México es el país en donde las canciones aún ensalzan “a hombres que, en arrebatos de celos, o a la menor provocación” asesinan mujeres; en donde se normalizan y celebran los píropos, esa denigración pública emitida hacia las mujeres en cualquier espacio en donde haya un hombre que se sienta con el poder y derecho para gritarlo; en donde está prohibido no llorar para no parecer “vieja”; o en donde el que llega al último es “vieja”; en donde ser mujer es sinónimo de debilidad, miedo, emocionalidad, inferioridad. En este país es necesario “un lenguaje capaz de identificar factores de riesgo y momentos de sumo peligro”, lo que ha significado “una lucha heroica cuyos triunfos le corresponden, sin duda, a activista empecinadas en cuestionar la endémica desigualdad de género y las operaciones violentas, mínimas y no, del patriarcado que nos acecha”.

En el libro se narra el primer contacto de Liliana con su asesino cuando ella “escribió el nombre de Ángel González Ramos” el domingo 10 de junio de 1984. Es decir, desde aquel “día nublado, con algo de lluvia” hasta la funesta madrugada de su asesinato en 1990, Liliana regresaba una y otra vez a una relación que le ofrecía inestabilidad y daño. Rivera Garza, tomando como referencia a Snyder, propone dos preguntas alternativas: ¿Por qué regresa Liliana una y otra vez la mujer a su depredador? ¿Cuál es la reacción más lógica cuando alguien es atacado por un oso? La respuesta a la primera pregunta “abre el campo de lo mucho que hay todavía por saber acerca de las masculinidades atrofiadas en un contexto patriarcal”, mientras que la segunda “nos lleva directamente a un momento de decisión, a una decisión de vida o muerte”, en donde las mujeres se quedan porque tienen miedo de provocar a su agresor, porque ven que el oso se aproxima. Las mujeres se quedan porque quieren vivir. La mujer que quiere vivir se resigna sacrificándose a permanecer con su agresor.

En El invencible verano de Liliana la autora/narradora y las voces ausentes y presentes de las víctimas de feminicidio, al unísono, afirman de manera tajante: “Ángel ejerció violencia letal espeluznante sobre el cuerpo de mi hermana guiado […] por el odio. El odio de género. El odio contra la independencia y la libertad de las mujeres. El odio contra Liliana, la estudiante universitaria que siempre se puso del lado del amor”.

El invensible verano de Liliana es un hito de la literatura tanto por su condición elegíaca como su convicción militante. Un necesario cuestionamiento a una realidad vergonzante y violenta que no encuentra respuesta en la incapacidad gubernamental, en la demagogia oportunista que desecha las legítimas denuncias feministas, ante el recrudecimiento del machismo destructor de un país agresor, violador, patriarcal y asesino con vocación de cementerio. Un texto dolorosamente fundamental.

En la madrugada del lunes 16 de julio de 1990, Liliana Rivera Garza, una mujer de apenas veinte años, murió asesinada a manos de Ángel González Ramos, su expareja, quien jamás ha sido llevado ante la justicia y ha vivido en total impunidad desde entonces. En ese tiempo aún no estaba tipificado el feminicidio, delito que apenas cumplirá su primera década de existir en nuestro sistema penal mexicano, y se refiere a la muerte violenta de la mujer por razones de género. El feminicidio es la forma más extrema de violencia contra la mujer y una de las manifestaciones más graves de la discriminación hacia ellas.

Justicia, palabra tan carente de sentido en un país en el que, a pesar de estar tipificado el delito de feminicidio en el artículo 325 del Código Penal Federal, registra un promedio de 10 asesinatos de mujeres diarios. De acuerdo con datos de la Secretaría de Seguridad Pública, tan solo en febrero del 2022 se perpetuaron 80 feminicidios. La cifra de mil 6 feminicidios es la más alta al cierre de cualquier año desde que Andrés Manuel López Obrador es presidente. En 2018, el último año de Enrique Peña Nieto como presidente, hubo un total de 917 asesinatos de mujeres.

En este contexto, Cristina Rivera Garza (Heroica Matamoros, 1964) nos otorga El invencible verano de Liliana (Penguin Random House, 2021), un elogio fúnebre integrado narrativamente por una denuncia, una exigencia de justicia, una crónica del viacrucis de la burocracia inépta de la ausente aplicación de la ley, un manifiesto de sororidad y un retrato literario de Liliana.

Aunque recientemente tipificado el 14 de junio del 2012, el feminicidio se ha normalizado, lo que ha desatado la indignación de nueva cuenta, una indignación compartida en donde las mujeres “somos ellas en el pasado, y somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas, y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que solo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas”.

El asesinato impune de Liliana ha quedado archivado en un expediente perdido en el limbo administrativo, del cual solo es posible acceder a “una hoja solitaria donde se listan las tres instancias que podrían tener o no tener, o haber tenido” la autora/narradora, o cualquier familiar de una víctima de feminicidio. Han pasado veintidos años, “¿Quién tiene derecho a decidir cuánto tiempo es mucho tiempo y cuánto es poco?”.

Cuando al feminicidio se le denominaba `crimen pasional´ este iba acompañado del juicio inmediato del tribunal de la superioridad moral: eso le pasa por andar de puta, ella se lo buscó, eso le pasa a las que no se portan bien, es que ella provocó a su pareja. A propósito del asesinato de Lesvy Berlín Osorio, ocurrido el 3 de mayo del 2017, recriminalizado por el tribunal de las hordas moralmente superiores, Rivera Garza nos recuerda lo dicho por la madre de Lesvy: “Ni drogadicta, ni puta, ni peda. Una muchacha joven, nada más. Nada menos. Un cuerpo pleno de goce, dueño de su propia libertad […] La única culpa de Lesvy había sido ser mujer”.

Foto: Cortesía | @Penguinlibros

“Lo que distingue a la violencia doméstica, especialmente el homicidio de pareja, de cualquier otro crimen es el amor” apunta Rivera Garza a partir del libro No Visible Bruises: What We Don't Know about Domestic Violence Can Kill Us (2019) de Rachel Louise Snyder, y sentencia: “Ningún otro acto de violencia extrema se alimenta de una ideología tan diseminada como compartida”.

México es el país en donde las canciones aún ensalzan “a hombres que, en arrebatos de celos, o a la menor provocación” asesinan mujeres; en donde se normalizan y celebran los píropos, esa denigración pública emitida hacia las mujeres en cualquier espacio en donde haya un hombre que se sienta con el poder y derecho para gritarlo; en donde está prohibido no llorar para no parecer “vieja”; o en donde el que llega al último es “vieja”; en donde ser mujer es sinónimo de debilidad, miedo, emocionalidad, inferioridad. En este país es necesario “un lenguaje capaz de identificar factores de riesgo y momentos de sumo peligro”, lo que ha significado “una lucha heroica cuyos triunfos le corresponden, sin duda, a activista empecinadas en cuestionar la endémica desigualdad de género y las operaciones violentas, mínimas y no, del patriarcado que nos acecha”.

En el libro se narra el primer contacto de Liliana con su asesino cuando ella “escribió el nombre de Ángel González Ramos” el domingo 10 de junio de 1984. Es decir, desde aquel “día nublado, con algo de lluvia” hasta la funesta madrugada de su asesinato en 1990, Liliana regresaba una y otra vez a una relación que le ofrecía inestabilidad y daño. Rivera Garza, tomando como referencia a Snyder, propone dos preguntas alternativas: ¿Por qué regresa Liliana una y otra vez la mujer a su depredador? ¿Cuál es la reacción más lógica cuando alguien es atacado por un oso? La respuesta a la primera pregunta “abre el campo de lo mucho que hay todavía por saber acerca de las masculinidades atrofiadas en un contexto patriarcal”, mientras que la segunda “nos lleva directamente a un momento de decisión, a una decisión de vida o muerte”, en donde las mujeres se quedan porque tienen miedo de provocar a su agresor, porque ven que el oso se aproxima. Las mujeres se quedan porque quieren vivir. La mujer que quiere vivir se resigna sacrificándose a permanecer con su agresor.

En El invencible verano de Liliana la autora/narradora y las voces ausentes y presentes de las víctimas de feminicidio, al unísono, afirman de manera tajante: “Ángel ejerció violencia letal espeluznante sobre el cuerpo de mi hermana guiado […] por el odio. El odio de género. El odio contra la independencia y la libertad de las mujeres. El odio contra Liliana, la estudiante universitaria que siempre se puso del lado del amor”.

El invensible verano de Liliana es un hito de la literatura tanto por su condición elegíaca como su convicción militante. Un necesario cuestionamiento a una realidad vergonzante y violenta que no encuentra respuesta en la incapacidad gubernamental, en la demagogia oportunista que desecha las legítimas denuncias feministas, ante el recrudecimiento del machismo destructor de un país agresor, violador, patriarcal y asesino con vocación de cementerio. Un texto dolorosamente fundamental.

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