/ viernes 24 de julio de 2020

Los abismos del inconsciente: Dark y los meandros freudianos

Punto al que lo lea

(Spoiler alert: si no has visto las tres temporadas, mejor abstente de leer estas disertaciones).


Enigmática y por momentos lúgubre, la serie alemana Dark encandiló a muchos espectadores que, ansiosos por entender la lógica propuesta por sus creadores, seguían con devoción las andanzas de Jonas a través del tiempo y el espacio. En cuanto algunos personajes viajan al pasado e inician el trajín cronológico a través de los túneles (agujeros de gusano) que serpean dentro de una cueva que se encuentra en el corazón del bosque de Winden, se establecen ciertas premisas que son propias de la ciencia ficción; pero, progresivamente, las reglas de este género se trastocan y transgreden. Poco a poco la serie nos va conduciendo por territorios inquietantes nunca antes transitados. Referencias bíblicas, situaciones que nos recuerdan a ciertas tragedias clásicas (griegas y shakespereanas), alusiones a películas icónicas (como Matrix) y un cúmulo de citas circunscritas al universo intelectual germano nos permiten considerar la posibilidad de que la historia que se va fraguando frente a nosotros es mucho más compleja de lo que, a primera vista, podría parecer. Como ocurre con la mayor parte de las historias que han sido sólidamente concebidas, el espectador puede permanecer al margen de todas estas referencias culturales complejas y disfrutar únicamente de las líneas anecdóticas principales. Para quienes optaron por esta opción, es probable que el final de la tercera temporada haya resultado decepcionante. También es posible que el ritmo reflexivo y pausado de algunos capítulos haya provocado algunos cabeceos y bostezos. En determinado momento, la serie exige cierto esfuerzo intelectual que, al ser eludido, dejará un sinsabor. Pareciera que muchos de los elementos que aparecen en los últimos capítulos fueron insertados de manera forzada y aleatoria (como las gemelas que componen una de las imágenes icónicas de la película El resplandor o la obra de teatro en la que actúa Martha y que gira en torno a Ariadna, personaje mítico que ayuda a Teseo a vencer al Minotauro), pero, tal y como lo repiten los personajes insistentemente, todo está conectado. El trabajo del espectador es desentrañar el misterio que envuelve a Winden y a sus habitantes.

Foto: Cortesía | Netflix

*

¿Desde qué perspectiva hay que analizar los sucesos que acontecen en la serie? ¿Hay algunos indicios que nos ayuden a descifrar lo que esta historia quiere decirnos? Yo creo que sí, es por eso que decidí escribir acerca de mi muy particular perspectiva. Advierto que de ninguna manera pretendo ostentar una verdad absoluta en torno a Dark, no deseo ofrecer una visión didáctica ni pretenciosa sobre su complejo entramado. El hecho de que puedan suscitarse múltiples lecturas es otra de las virtudes de la serie. Empecemos por una de las frases que más se reiteran en boca de varios de los personajes: “lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos es un océano”. Esta aseveración puede referirse al universo mismo, al cosmos, la materia oscura, a la partícula de Dios, a la teoría de la relatividad; pero también puede reflejar el vértigo que sentimos al preguntarnos por nuestra identidad. ¿Quiénes somos? ¿Somos los herederos de historias familiares dolorosas? ¿Somos un nombre? ¿Somos lo que los demás ven y perciben? ¿Somos un recuerdo que se acabará cuando ya no quede nadie que nos haya conocido? ¿Somos nuestras memorias? ¿Somos los libros que hemos leído y las películas que hemos visto? ¿Somos nuestros miedos? ¿Somos nuestros deseos? ¿Nuestros odios? Somos todo eso, pero sólo podemos ver la punta del iceberg. Lo que sabemos acerca de nosotros mismos es apenas una gota, un atisbo. Esta, precisamente, fue la premisa principal sobre la que se basó Freud al momento de proponer una de las tesis que más han cimbrado a la humanidad: existe el inconsciente y en él se depositan una infinidad de deseos e imágenes reprimidas. A través de los sueños a veces se cuelan algunas de estas aterradoras verdades que hemos intentado, por todos los medios, enterrar en lo más profundo de nuestra mente. ¿Puede ser que la cueva que abre su bocaza en medio del bosque de Winden sea una entrada a ese inconsciente que habla a través de los actos fallidos, de los miedos, de las pesadillas? Porque ahí, en el fondo de la más íntima y repudiada oscuridad habitan los deseos incestuosos, el suicidio del padre, la posibilidad de ser la madre de nuestra propia madre, el infanticidio, la homosexualidad culposa, la traición hacia los amigos.

*

Así pues, quizás la serie no debe entenderse desde parámetros científicos, sino a partir de una perspectiva filosófica y psicoanalítica. “El hombre siempre se ha sentido desconcertado sobre su origen, su génesis. ¿Fue creado por Dios o es un producto de la evolución?” Es otra de las preguntas que aparecen en la serie. Aunque no se profese ninguna religión, en Occidente el judeocristianismo ha permeado el inconsciente colectivo, los íconos bíblicos metaforizan la historia de la humanidad y constantemente los encontramos en el mundo (y en nuestros sueños). La pareja fundadora Adán y Eva, el pecado original, el Arca de Noé y la edad de Cristo están grabados en nuestra psique. La batalla entre el bien y el mal se libra en las sagas medievales, en las historias épicas que Europa nos legó desde cada una de sus latitudes, en los cuentos que impregnan nuestra concepción del mundo. Tolkien, en el siglo XX retomó muchos de estos símbolos: el bosque, las montañas y las cuevas están habitadas por seres que pertenecen al lado luminoso o a la oscuridad. Y, en nuestro deseo de permanecer, de prevalecer, de trascender la muerte, ritualizamos ciertos instantes de la vida y nos aferramos a los indicios de un mundo que se acota de la pedestre realidad. Lo sagrado, lo simbólico, lo metafórico, nos ayudan a creer en que nuestra verdad fisiológica y animal no es absoluta. Hay verdades inasibles, metafísicas; debe existir el alma (cualquiera que sea su naturaleza). A pesar de que el siglo XIX nos legó el positivismo y su visión inminentemente científica, aun resguardamos los territorios en los que habita el mito y la ficción. Por eso aún necesitamos las historias en las que el bien intenta sobreponerse al mal. Y esta polarización aparece en Dark: hay personajes que creen ser los portadores de una verdad luminosa y repudian a quienes buscan la destrucción del mundo. Y el signo de la oscuridad es una planta nuclear. ¿No está en nuestros imaginarios colectivos la amenaza permanente de una guerra nuclear que puede extinguir la vida en la tierra? El hecho de que se entremezcle la religión con un apocalipsis propiciado por la estupidez humana me induce a pensar que tanto el Winden que aparece en la temporada inicial como el mundo alternativo que hace eco de ese supuesto Winden original, no son más que construcciones inconscientes en la mente del científico que aparece en la temporada de cierre.

Foto: Cortesía | Netflix

La máquina del tiempo de este científico es una imitación de la que aparece en la película que se basa en la historia homónima de H.G. Wells. ¿Puede ser que tanto El resplandor, como el mito de Ariadna, la planta nuclear y la máquina del tiempo de H.G. Wells coexistan en un mismo universo? Sí, en el inconsciente de un ser humano. Freud echó mano de los mitos griegos para describir sus teorías y nombrar algunos complejos (Edipo, Electra). También habló de que, por más que tratemos de librarnos de nuestra familia, nuestra vida entera estará atravesada por la relación que tuvimos (o tenemos) con nuestros padres y hermanos. Las tragedias griegas giran en torno a estas obsesiones familiares. Nuestro destino está indiscutiblemente ligado a esas consignas silenciosas que se implantaron en nuestra mente desde los albores de la vida. “No importa cuánto luchemos, la sangre nos une. Podemos sentirnos alejados de nuestras familias y no entender sus acciones. Y aún así, al final haríamos cualquier cosa por ellas. Existe un hilo en común que conecta nuestras vidas”.

El científico que hace aparecer los universos alternos busca algo desesperadamente: traer de vuelta a la vida a su hijo y a su nieta. Y quizás ellos nunca murieron, pero en el inconsciente de este hombre entregado a la ciencia existe el horror de esa posibilidad. Abrazar a un hijo parece una acción intrascendente, banal, pero en entornos familiares resquebrajados ese abrazo puede acomodar todas las piezas en su sitio. Jonas, Martha y todos los potenciales habitantes de Winden desaparecen en cuanto este hecho se consuma.

Y al final, el impermeable amarillo nos recuerda que todas las posibilidades que se resguardan en nuestros sueños son tan reales como cualquier ficción, porque nuestra identidad está ensamblada por fragmentos de todo lo que hemos vivido y no queremos o no podemos recordar.

(Spoiler alert: si no has visto las tres temporadas, mejor abstente de leer estas disertaciones).


Enigmática y por momentos lúgubre, la serie alemana Dark encandiló a muchos espectadores que, ansiosos por entender la lógica propuesta por sus creadores, seguían con devoción las andanzas de Jonas a través del tiempo y el espacio. En cuanto algunos personajes viajan al pasado e inician el trajín cronológico a través de los túneles (agujeros de gusano) que serpean dentro de una cueva que se encuentra en el corazón del bosque de Winden, se establecen ciertas premisas que son propias de la ciencia ficción; pero, progresivamente, las reglas de este género se trastocan y transgreden. Poco a poco la serie nos va conduciendo por territorios inquietantes nunca antes transitados. Referencias bíblicas, situaciones que nos recuerdan a ciertas tragedias clásicas (griegas y shakespereanas), alusiones a películas icónicas (como Matrix) y un cúmulo de citas circunscritas al universo intelectual germano nos permiten considerar la posibilidad de que la historia que se va fraguando frente a nosotros es mucho más compleja de lo que, a primera vista, podría parecer. Como ocurre con la mayor parte de las historias que han sido sólidamente concebidas, el espectador puede permanecer al margen de todas estas referencias culturales complejas y disfrutar únicamente de las líneas anecdóticas principales. Para quienes optaron por esta opción, es probable que el final de la tercera temporada haya resultado decepcionante. También es posible que el ritmo reflexivo y pausado de algunos capítulos haya provocado algunos cabeceos y bostezos. En determinado momento, la serie exige cierto esfuerzo intelectual que, al ser eludido, dejará un sinsabor. Pareciera que muchos de los elementos que aparecen en los últimos capítulos fueron insertados de manera forzada y aleatoria (como las gemelas que componen una de las imágenes icónicas de la película El resplandor o la obra de teatro en la que actúa Martha y que gira en torno a Ariadna, personaje mítico que ayuda a Teseo a vencer al Minotauro), pero, tal y como lo repiten los personajes insistentemente, todo está conectado. El trabajo del espectador es desentrañar el misterio que envuelve a Winden y a sus habitantes.

Foto: Cortesía | Netflix

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¿Desde qué perspectiva hay que analizar los sucesos que acontecen en la serie? ¿Hay algunos indicios que nos ayuden a descifrar lo que esta historia quiere decirnos? Yo creo que sí, es por eso que decidí escribir acerca de mi muy particular perspectiva. Advierto que de ninguna manera pretendo ostentar una verdad absoluta en torno a Dark, no deseo ofrecer una visión didáctica ni pretenciosa sobre su complejo entramado. El hecho de que puedan suscitarse múltiples lecturas es otra de las virtudes de la serie. Empecemos por una de las frases que más se reiteran en boca de varios de los personajes: “lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos es un océano”. Esta aseveración puede referirse al universo mismo, al cosmos, la materia oscura, a la partícula de Dios, a la teoría de la relatividad; pero también puede reflejar el vértigo que sentimos al preguntarnos por nuestra identidad. ¿Quiénes somos? ¿Somos los herederos de historias familiares dolorosas? ¿Somos un nombre? ¿Somos lo que los demás ven y perciben? ¿Somos un recuerdo que se acabará cuando ya no quede nadie que nos haya conocido? ¿Somos nuestras memorias? ¿Somos los libros que hemos leído y las películas que hemos visto? ¿Somos nuestros miedos? ¿Somos nuestros deseos? ¿Nuestros odios? Somos todo eso, pero sólo podemos ver la punta del iceberg. Lo que sabemos acerca de nosotros mismos es apenas una gota, un atisbo. Esta, precisamente, fue la premisa principal sobre la que se basó Freud al momento de proponer una de las tesis que más han cimbrado a la humanidad: existe el inconsciente y en él se depositan una infinidad de deseos e imágenes reprimidas. A través de los sueños a veces se cuelan algunas de estas aterradoras verdades que hemos intentado, por todos los medios, enterrar en lo más profundo de nuestra mente. ¿Puede ser que la cueva que abre su bocaza en medio del bosque de Winden sea una entrada a ese inconsciente que habla a través de los actos fallidos, de los miedos, de las pesadillas? Porque ahí, en el fondo de la más íntima y repudiada oscuridad habitan los deseos incestuosos, el suicidio del padre, la posibilidad de ser la madre de nuestra propia madre, el infanticidio, la homosexualidad culposa, la traición hacia los amigos.

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Así pues, quizás la serie no debe entenderse desde parámetros científicos, sino a partir de una perspectiva filosófica y psicoanalítica. “El hombre siempre se ha sentido desconcertado sobre su origen, su génesis. ¿Fue creado por Dios o es un producto de la evolución?” Es otra de las preguntas que aparecen en la serie. Aunque no se profese ninguna religión, en Occidente el judeocristianismo ha permeado el inconsciente colectivo, los íconos bíblicos metaforizan la historia de la humanidad y constantemente los encontramos en el mundo (y en nuestros sueños). La pareja fundadora Adán y Eva, el pecado original, el Arca de Noé y la edad de Cristo están grabados en nuestra psique. La batalla entre el bien y el mal se libra en las sagas medievales, en las historias épicas que Europa nos legó desde cada una de sus latitudes, en los cuentos que impregnan nuestra concepción del mundo. Tolkien, en el siglo XX retomó muchos de estos símbolos: el bosque, las montañas y las cuevas están habitadas por seres que pertenecen al lado luminoso o a la oscuridad. Y, en nuestro deseo de permanecer, de prevalecer, de trascender la muerte, ritualizamos ciertos instantes de la vida y nos aferramos a los indicios de un mundo que se acota de la pedestre realidad. Lo sagrado, lo simbólico, lo metafórico, nos ayudan a creer en que nuestra verdad fisiológica y animal no es absoluta. Hay verdades inasibles, metafísicas; debe existir el alma (cualquiera que sea su naturaleza). A pesar de que el siglo XIX nos legó el positivismo y su visión inminentemente científica, aun resguardamos los territorios en los que habita el mito y la ficción. Por eso aún necesitamos las historias en las que el bien intenta sobreponerse al mal. Y esta polarización aparece en Dark: hay personajes que creen ser los portadores de una verdad luminosa y repudian a quienes buscan la destrucción del mundo. Y el signo de la oscuridad es una planta nuclear. ¿No está en nuestros imaginarios colectivos la amenaza permanente de una guerra nuclear que puede extinguir la vida en la tierra? El hecho de que se entremezcle la religión con un apocalipsis propiciado por la estupidez humana me induce a pensar que tanto el Winden que aparece en la temporada inicial como el mundo alternativo que hace eco de ese supuesto Winden original, no son más que construcciones inconscientes en la mente del científico que aparece en la temporada de cierre.

Foto: Cortesía | Netflix

La máquina del tiempo de este científico es una imitación de la que aparece en la película que se basa en la historia homónima de H.G. Wells. ¿Puede ser que tanto El resplandor, como el mito de Ariadna, la planta nuclear y la máquina del tiempo de H.G. Wells coexistan en un mismo universo? Sí, en el inconsciente de un ser humano. Freud echó mano de los mitos griegos para describir sus teorías y nombrar algunos complejos (Edipo, Electra). También habló de que, por más que tratemos de librarnos de nuestra familia, nuestra vida entera estará atravesada por la relación que tuvimos (o tenemos) con nuestros padres y hermanos. Las tragedias griegas giran en torno a estas obsesiones familiares. Nuestro destino está indiscutiblemente ligado a esas consignas silenciosas que se implantaron en nuestra mente desde los albores de la vida. “No importa cuánto luchemos, la sangre nos une. Podemos sentirnos alejados de nuestras familias y no entender sus acciones. Y aún así, al final haríamos cualquier cosa por ellas. Existe un hilo en común que conecta nuestras vidas”.

El científico que hace aparecer los universos alternos busca algo desesperadamente: traer de vuelta a la vida a su hijo y a su nieta. Y quizás ellos nunca murieron, pero en el inconsciente de este hombre entregado a la ciencia existe el horror de esa posibilidad. Abrazar a un hijo parece una acción intrascendente, banal, pero en entornos familiares resquebrajados ese abrazo puede acomodar todas las piezas en su sitio. Jonas, Martha y todos los potenciales habitantes de Winden desaparecen en cuanto este hecho se consuma.

Y al final, el impermeable amarillo nos recuerda que todas las posibilidades que se resguardan en nuestros sueños son tan reales como cualquier ficción, porque nuestra identidad está ensamblada por fragmentos de todo lo que hemos vivido y no queremos o no podemos recordar.

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