/ lunes 4 de junio de 2018

Los personajes del debate: un análisis desde la ficción

En mis redes sociales varios usuarios se han tomado la molestia de disuadirme de hablar de política, que mejor me dedique a tratar temas de los que más sé: cine, música y libros. Obviamente no iba a ceder al donaire retrógrada e intolerante de las pirañas cibernéticas, aunque, no obstante, me pareció una idea interesante hacer un acercamiento del Segundo Debate Presidencial desde la narratología, no un estudio exhaustivo de análisis del discurso, pero sí un divertimento desde el espíritu liberal.

Considerando que los tres candidatos (Jaime Rodríguez Calderón, alias “El Bronco” no fue considerado puesto que pretendo ahorrar tiempo y tinta) pueden ser analizados como personajes literarios, cabe preguntarse ¿por qué estudiar a los personajes? La importancia que tienen los personajes puede variar de un texto a otro. Hay textos que enfocan más la acción en sí, o que dirigen el interés hacia otros elementos, como, por ejemplo, el espacio en que ocurren los eventos narrados. Por lo general, los personajes juegan un papel muy central en la narración, dígase en este caso, en este relato llamado debate, que más bien pareció una sátira cutre.

Desde la tipología de los personajes de ficción, y considerando su respectivo desempeño dentro del segundo debate, presentamos el análisis de cada candidato:

Andrés Manuel López Obrador, el bufón, héroe torpe y payaso malvado.

Es un payaso o un bromista que cuenta adivinanzas, juegos de palabras (el ridículo y lento Ricky Riquín Canayín, aunque el personaje de ficción al que hizo referencia es Ricky Ricón). Con frecuencia es inteligente, aunque en el caso del candidato más bien es sagaz, ingenioso. Presume revelar supuestos hechos clave acerca de los personajes (las supuestas mentiras de Anaya) sobre los que hace payasadas, muy malas y pasadas de moda. Los bufones de Shakespeare, como los de Noche de Reyes o El rey Lear, son ejemplos muy conocidos. A pesar de esto, sus fanáticos, sin reconocerlo, lo asumen y entronizan como un héroe torpe: una persona bien intencionada (sobre todo con los sectores menesterosos) pero incompetente (su ignorancia en temas de política exterior y economía internacional es más que evidente), y que suele poner en riesgo de manera involuntaria a sus amigos, aliados y proyectos, en este caso a su propio partido con la incorporación de una enorme lista de personalidades polémicas, que van desde Napoléon Gómez Urrutia, Manuel Espino, Alfonso Romo, hasta Nestora Salgado. Los actos más llamativos del héroe torpe se derivan de confundir y estigatizar a inocentes y villanos (los que disentimos con el candidato somos corruptos, parte de la Mafia del Poder), detener a los malos con su sola presencia aparentemente superior al enemigo (recordemos que con su autoridad moral pretende combatir a la corrupción y demás problemas complejos), y malinterpretar las pruebas evidentes (por ejemplo, el incremento de la inversión en el DF durante su gestión como jefe de gobierno, en la cual no incluyó el ingreso por la venta de Banamex). Con su última actuación, López Obrador quedó más cerca del Payaso Malvado (por ejemplo, el Conde Milenario de D. Gray-Man) e inmensamente lejos del Viejo Sabio (Merlín, Yoda o Dumbledore).

Ricardo Anaya Cortés, el joven angustiado, el señorito, el genio malvado.

Un personaje masculino joven, normalmente guapo (no en el caso de Anaya) y viril (tampoco en el caso de Anaya), pero eso sí, muy conflictivo (sigue acumulando escándalos), hosco (¿Será por eso que no tuvo éxito su spot cantando al lado de Yuawi) y en lucha con el sistema establecido (basta ver cómo dejó al PAN). Suele representarse con James Dean y Holden Caulfield, de Salinger en El guardián entre el centeno, aunque Anaya encaja más en la línea de Anakin Skywalker, con la consigna de transformarse en señor oscuro, en un Darth Vader. Anaya también reúne caraterísticas del personaje tipo señorito: aristócrata muy elegante, típicamente vestido muy laboriosamente (reconozco que traje a la medida que usó en el debate fue impecable) y cuya forma de hablar se caracteriza por el abuso o mal empleo de frases o expresiones en inglés o francés (“Insolting” y “Unacceptabol”) o varias formas de hipercorrección. Más que por su inteligencia, el señorito destaca por ser parlanchín. No, Ricardo Anaya no es un héroe, en todo caso, por esa sonrisa inquietante que desveló contra AMLO en el debate, es plausible que devenga en genio malvado.

José Antonio Meade, un mayordomo británico.

No podría estar más de acuerdo con Jesús Silva-Herzog Márquez: Mead es un funcionario, no un político, y no termina de persuadir al electorado con la recurrente idea de que es un ciudadano autónomo; si bien se ha desempeñado como funcionario no militante, a sus espaldas lleva el peso implacable del PRI. Presente a menudo, si el personaje principal es rico o de clase alta (Enrique Peña Nieto, y anteriormente Felipe Calderón), es muy correcto, educado, hábil y leal a sus patrones, y siempre acude en su ayuda cuando lo necesitan (prueba de ello están sus cargos emergentes como secretario de energía, hacienda, relaciones exteriores, desarrollo social y candidato a la presidencia). Suele hablar con un exagerado acento inglés o tecnicista (como cuando habló de la implementación de tecnología en las aduanas) y puede tener un sentido del humor lacónico o ser propenso a comentarios cínicos (#YoMero). Algunos ejemplos son: Alfred Pennyworth de Batman o uno de los Hijos de Thanos en Avengers: Infinity War, Ebony Maw, por ejemplo. Estos mayordomos y otros sirvientes se solapan a veces con el hombre competente en contraste con otros empleados menos competentes o inteligentes (Miguel Ángel Osorio Chong o Luis Videgaray). Cuando ha ocurrido un crimen, siempre es el principal sospechoso, a veces de manera justificada como Ramsley en La mansión embrujada. Al mostrarse incapaz de reconocer el error de aceptar la visita de Donald Trump a Enrique Peña Nieto aquel amargo 31 de agosto del 2016, y anteponer a toda costa el concepto de diplomacia (algo que se aplaude, pero no en el caso de un visitante hostil como Trump) Mead corre el riesgo de ser un profesor chiflado, es decir un académico con información importante, pero cuyo interés en sus conocimientos le lleva a ignorar lo que sucede a su alrededor.

¿Por qué AMLO abarca más rasgos? Ya es una tradición de el eterno candidato aporte más material que sus contrincantes.

@doctorsimulacro

En mis redes sociales varios usuarios se han tomado la molestia de disuadirme de hablar de política, que mejor me dedique a tratar temas de los que más sé: cine, música y libros. Obviamente no iba a ceder al donaire retrógrada e intolerante de las pirañas cibernéticas, aunque, no obstante, me pareció una idea interesante hacer un acercamiento del Segundo Debate Presidencial desde la narratología, no un estudio exhaustivo de análisis del discurso, pero sí un divertimento desde el espíritu liberal.

Considerando que los tres candidatos (Jaime Rodríguez Calderón, alias “El Bronco” no fue considerado puesto que pretendo ahorrar tiempo y tinta) pueden ser analizados como personajes literarios, cabe preguntarse ¿por qué estudiar a los personajes? La importancia que tienen los personajes puede variar de un texto a otro. Hay textos que enfocan más la acción en sí, o que dirigen el interés hacia otros elementos, como, por ejemplo, el espacio en que ocurren los eventos narrados. Por lo general, los personajes juegan un papel muy central en la narración, dígase en este caso, en este relato llamado debate, que más bien pareció una sátira cutre.

Desde la tipología de los personajes de ficción, y considerando su respectivo desempeño dentro del segundo debate, presentamos el análisis de cada candidato:

Andrés Manuel López Obrador, el bufón, héroe torpe y payaso malvado.

Es un payaso o un bromista que cuenta adivinanzas, juegos de palabras (el ridículo y lento Ricky Riquín Canayín, aunque el personaje de ficción al que hizo referencia es Ricky Ricón). Con frecuencia es inteligente, aunque en el caso del candidato más bien es sagaz, ingenioso. Presume revelar supuestos hechos clave acerca de los personajes (las supuestas mentiras de Anaya) sobre los que hace payasadas, muy malas y pasadas de moda. Los bufones de Shakespeare, como los de Noche de Reyes o El rey Lear, son ejemplos muy conocidos. A pesar de esto, sus fanáticos, sin reconocerlo, lo asumen y entronizan como un héroe torpe: una persona bien intencionada (sobre todo con los sectores menesterosos) pero incompetente (su ignorancia en temas de política exterior y economía internacional es más que evidente), y que suele poner en riesgo de manera involuntaria a sus amigos, aliados y proyectos, en este caso a su propio partido con la incorporación de una enorme lista de personalidades polémicas, que van desde Napoléon Gómez Urrutia, Manuel Espino, Alfonso Romo, hasta Nestora Salgado. Los actos más llamativos del héroe torpe se derivan de confundir y estigatizar a inocentes y villanos (los que disentimos con el candidato somos corruptos, parte de la Mafia del Poder), detener a los malos con su sola presencia aparentemente superior al enemigo (recordemos que con su autoridad moral pretende combatir a la corrupción y demás problemas complejos), y malinterpretar las pruebas evidentes (por ejemplo, el incremento de la inversión en el DF durante su gestión como jefe de gobierno, en la cual no incluyó el ingreso por la venta de Banamex). Con su última actuación, López Obrador quedó más cerca del Payaso Malvado (por ejemplo, el Conde Milenario de D. Gray-Man) e inmensamente lejos del Viejo Sabio (Merlín, Yoda o Dumbledore).

Ricardo Anaya Cortés, el joven angustiado, el señorito, el genio malvado.

Un personaje masculino joven, normalmente guapo (no en el caso de Anaya) y viril (tampoco en el caso de Anaya), pero eso sí, muy conflictivo (sigue acumulando escándalos), hosco (¿Será por eso que no tuvo éxito su spot cantando al lado de Yuawi) y en lucha con el sistema establecido (basta ver cómo dejó al PAN). Suele representarse con James Dean y Holden Caulfield, de Salinger en El guardián entre el centeno, aunque Anaya encaja más en la línea de Anakin Skywalker, con la consigna de transformarse en señor oscuro, en un Darth Vader. Anaya también reúne caraterísticas del personaje tipo señorito: aristócrata muy elegante, típicamente vestido muy laboriosamente (reconozco que traje a la medida que usó en el debate fue impecable) y cuya forma de hablar se caracteriza por el abuso o mal empleo de frases o expresiones en inglés o francés (“Insolting” y “Unacceptabol”) o varias formas de hipercorrección. Más que por su inteligencia, el señorito destaca por ser parlanchín. No, Ricardo Anaya no es un héroe, en todo caso, por esa sonrisa inquietante que desveló contra AMLO en el debate, es plausible que devenga en genio malvado.

José Antonio Meade, un mayordomo británico.

No podría estar más de acuerdo con Jesús Silva-Herzog Márquez: Mead es un funcionario, no un político, y no termina de persuadir al electorado con la recurrente idea de que es un ciudadano autónomo; si bien se ha desempeñado como funcionario no militante, a sus espaldas lleva el peso implacable del PRI. Presente a menudo, si el personaje principal es rico o de clase alta (Enrique Peña Nieto, y anteriormente Felipe Calderón), es muy correcto, educado, hábil y leal a sus patrones, y siempre acude en su ayuda cuando lo necesitan (prueba de ello están sus cargos emergentes como secretario de energía, hacienda, relaciones exteriores, desarrollo social y candidato a la presidencia). Suele hablar con un exagerado acento inglés o tecnicista (como cuando habló de la implementación de tecnología en las aduanas) y puede tener un sentido del humor lacónico o ser propenso a comentarios cínicos (#YoMero). Algunos ejemplos son: Alfred Pennyworth de Batman o uno de los Hijos de Thanos en Avengers: Infinity War, Ebony Maw, por ejemplo. Estos mayordomos y otros sirvientes se solapan a veces con el hombre competente en contraste con otros empleados menos competentes o inteligentes (Miguel Ángel Osorio Chong o Luis Videgaray). Cuando ha ocurrido un crimen, siempre es el principal sospechoso, a veces de manera justificada como Ramsley en La mansión embrujada. Al mostrarse incapaz de reconocer el error de aceptar la visita de Donald Trump a Enrique Peña Nieto aquel amargo 31 de agosto del 2016, y anteponer a toda costa el concepto de diplomacia (algo que se aplaude, pero no en el caso de un visitante hostil como Trump) Mead corre el riesgo de ser un profesor chiflado, es decir un académico con información importante, pero cuyo interés en sus conocimientos le lleva a ignorar lo que sucede a su alrededor.

¿Por qué AMLO abarca más rasgos? Ya es una tradición de el eterno candidato aporte más material que sus contrincantes.

@doctorsimulacro

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