/ miércoles 13 de mayo de 2020

Mañana, mañana

Vitral

Muchos, muchos en verdad, expresan sus anhelos de que cuando pase la pandemia provocada por el Covid-19 harán esto o lo otro, volverá la alegría, nos abrazaremos y tantas cosas más. Se entiende esa ansiedad, esa angustia, pero llama la atención que nunca piensen en su presente, y éste es lo único que tenemos real. El pasado ya se fue, pero el futuro no existe, el presente es nuestro verdadero tesoro y no se le aprecia. Porqué no decimos: en este presente me corregiré, me evaluaré, estudiaré, amaré, perdonaré, me instruiré. En este presente me comprometo a leer más de tres líneas sin quedarme dormido, no me desesperaré. En este presente, y mientras estoy en confinamiento, me comprometo a estudiar dos idiomas, a arreglar mis asuntos pendientes, a reencontrarme con mi familia, a comprenderlos, amarlos, porque este presente, este preciso instante, es el más valioso y único que tenemos. Pero no, todo queda pospuesto, procrastinado, es falso que mañana vendrá la alegría, es un engaño. Toda tu actitud mezquina de hoy será la misma para mañana cuando esto pase. Es un autoengaño, una falta de conciencia, una mentira. Porqué no cambiar y desde ahora informarme para no ser un fanático enceguecido de alguna equis causa, porqué no me propongo integrar a mi vida la crítica y la autocrítica; porqué no escuchar a mi buen amigo, dejar atrás mi enorme ego y buscar las palabra certeras para cada quien.

Se requieren en verdad ojos bien abiertos para internalizar todo lo que ocurre en el presente. El futuro no existe, se construye ahora, aquí, con una mirada atenta y con unas orejas muy grandes, y para ello se requiere reeducarse, leer, pensar, reflexionar. Actitudes de las que muchos están muy lejos ya sea por ignorancia, flojera, falta de voluntad, por necesidad, pobreza o por exclusión, pero sea la razón que sea hay que terminar con ese cáncer social que es la ignorancia y el fanatismo. Para ello se requiere plena conciencia para entender lo que vivimos y para poder actuar en forma proactiva bajo el reto planteado por la pandemia y las crisis que traerá aparejadas.

*

Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente. Todos los dichos guardan sabiduría antigua, añeja, comprobada. La frase que cito hoy es muy certera y la estamos viviendo con triste intensidad en estos días. Los que no ven a nadie padecer por el Covid-19 creen que no existe, han llegado a decir que es un invento del gobierno o del nuevo orden internacional para meternos miedo, pero quienes lo están viviendo en carne propia saben perfectamente que el virus existe y algún conocido o ellos mismos han sufrido ya la amarga, dolorosa y cruel realidad de su existencia. Y así nos enteramos de personas que pasan por el tremendo dolor, la impotencia, la eterna espera, la noticia anhelada de que las cosas van mejor, pero no, lo que reciben es una llamada donde les notifican que su pariente está muy grave o muerto. Afortunadamente, otros muchos enfermos se reponen y salen adelante. El acceso tan grande a la información que ahora tienen las sociedades debería ser suficiente para conocer de todos estos casos peligrosos, y sin necesidad de vivirlo poder estar conscientes de la gravedad de lo que está pasando, para que aunque nuestros ojos no vean, nuestro corazón sienta y seamos capaces, en principio, de cuidar de nosotros y de los nuestros, y enseguida, de cuidar a los demás respetando las indicaciones que las autoridades sanitarias indican para detener el avance de la pandemia. Y que cuando sepamos de algún caso en lugar de señalar, increpar, ofender o discriminar a los pacientes, nos solidaricemos con ellos ofreciendo toda la ayuda que esté a nuestro alcance para que estén mejor, tanto los enfermos como sus familiares. Igualmente, debemos proceder así con todo el personal sanitario, médicos, enfermeras, especialistas, camilleros, afanadores, administrativos, vigilantes, con todo el personal de clínicas y hospitales que en este momento se enfrentan en la primera línea de batalla contra la enfermedad. Hay que apoyarlos, bendecirlos, aplaudirles, porque la situación a la que se enfrentan es muy compleja, difícil y peligrosa, lo menos que pueden recibir de nosotros es apoyo, reconocimiento, afecto, solidaridad.

*

De pronto queda borrada la historia de la humanidad, como si nunca hubiera existido el ayer, pero sin conocer el pasado no hay qué sustente el presente y menos el futuro. Es un arranque de inconsciencia, tenemos pies de barro si no reconocemos nuestras raíces históricas porque sin ellas no se sabe de dónde se viene, y mucho menos hacia dónde se va. Ese mañana, mañana, mañana saldremos, mañana nos abrazaremos, guarda trozos de verdad y guardar trozos de inconsciencia, de amnesia. A veces, parece sólo producto de la desesperación inmediatista por estar encerrados, pero no hay un verdadero proyecto sólido, bien fundado, y sobre todo, no está demostrado en los hechos cotidianos, son sólo fantasías producto del encierro. Por supuesto, como en todo, no se puede generalizar, hay que celebrar que haya excepciones y que haya a quienes sí les ha caído el 20, y han demostrado en los hechos que tienen capacidad para cambiar sus vidas.

*

Si ni siquiera enfrentado a la muerte eres capaz de ceder un poco, eso quiere decir que con nada cambiarás, quiere decir que tu dureza está ya petrificada. Exacto, eres una piedra. Eres carne, tienes huesos y sangre, pero eres una piedra o peor, porque las piedras cumplen con la misión que tienen y tú no cumples con la tuya. Si ni siquiera enfrentado a la muerte eres capaz de perdonar, de tener compasión, empatía, de hablar primero, de olvidar, ya no lo harás con nada, te has endurecido, tienes costras inquebrantables cubriendo tu ser. Perdiste toda oportunidad de ser humano, amoroso solidario, compasivo. Tú no sabes si habrá un mañana para ti, crees que eres eterno y que luego podrás arreglar lo que tienes pendiente, mañana, mañana, pero el mundo da vueltas y mañana quién sabe… el día es hoy.


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com


Muchos, muchos en verdad, expresan sus anhelos de que cuando pase la pandemia provocada por el Covid-19 harán esto o lo otro, volverá la alegría, nos abrazaremos y tantas cosas más. Se entiende esa ansiedad, esa angustia, pero llama la atención que nunca piensen en su presente, y éste es lo único que tenemos real. El pasado ya se fue, pero el futuro no existe, el presente es nuestro verdadero tesoro y no se le aprecia. Porqué no decimos: en este presente me corregiré, me evaluaré, estudiaré, amaré, perdonaré, me instruiré. En este presente me comprometo a leer más de tres líneas sin quedarme dormido, no me desesperaré. En este presente, y mientras estoy en confinamiento, me comprometo a estudiar dos idiomas, a arreglar mis asuntos pendientes, a reencontrarme con mi familia, a comprenderlos, amarlos, porque este presente, este preciso instante, es el más valioso y único que tenemos. Pero no, todo queda pospuesto, procrastinado, es falso que mañana vendrá la alegría, es un engaño. Toda tu actitud mezquina de hoy será la misma para mañana cuando esto pase. Es un autoengaño, una falta de conciencia, una mentira. Porqué no cambiar y desde ahora informarme para no ser un fanático enceguecido de alguna equis causa, porqué no me propongo integrar a mi vida la crítica y la autocrítica; porqué no escuchar a mi buen amigo, dejar atrás mi enorme ego y buscar las palabra certeras para cada quien.

Se requieren en verdad ojos bien abiertos para internalizar todo lo que ocurre en el presente. El futuro no existe, se construye ahora, aquí, con una mirada atenta y con unas orejas muy grandes, y para ello se requiere reeducarse, leer, pensar, reflexionar. Actitudes de las que muchos están muy lejos ya sea por ignorancia, flojera, falta de voluntad, por necesidad, pobreza o por exclusión, pero sea la razón que sea hay que terminar con ese cáncer social que es la ignorancia y el fanatismo. Para ello se requiere plena conciencia para entender lo que vivimos y para poder actuar en forma proactiva bajo el reto planteado por la pandemia y las crisis que traerá aparejadas.

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Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente. Todos los dichos guardan sabiduría antigua, añeja, comprobada. La frase que cito hoy es muy certera y la estamos viviendo con triste intensidad en estos días. Los que no ven a nadie padecer por el Covid-19 creen que no existe, han llegado a decir que es un invento del gobierno o del nuevo orden internacional para meternos miedo, pero quienes lo están viviendo en carne propia saben perfectamente que el virus existe y algún conocido o ellos mismos han sufrido ya la amarga, dolorosa y cruel realidad de su existencia. Y así nos enteramos de personas que pasan por el tremendo dolor, la impotencia, la eterna espera, la noticia anhelada de que las cosas van mejor, pero no, lo que reciben es una llamada donde les notifican que su pariente está muy grave o muerto. Afortunadamente, otros muchos enfermos se reponen y salen adelante. El acceso tan grande a la información que ahora tienen las sociedades debería ser suficiente para conocer de todos estos casos peligrosos, y sin necesidad de vivirlo poder estar conscientes de la gravedad de lo que está pasando, para que aunque nuestros ojos no vean, nuestro corazón sienta y seamos capaces, en principio, de cuidar de nosotros y de los nuestros, y enseguida, de cuidar a los demás respetando las indicaciones que las autoridades sanitarias indican para detener el avance de la pandemia. Y que cuando sepamos de algún caso en lugar de señalar, increpar, ofender o discriminar a los pacientes, nos solidaricemos con ellos ofreciendo toda la ayuda que esté a nuestro alcance para que estén mejor, tanto los enfermos como sus familiares. Igualmente, debemos proceder así con todo el personal sanitario, médicos, enfermeras, especialistas, camilleros, afanadores, administrativos, vigilantes, con todo el personal de clínicas y hospitales que en este momento se enfrentan en la primera línea de batalla contra la enfermedad. Hay que apoyarlos, bendecirlos, aplaudirles, porque la situación a la que se enfrentan es muy compleja, difícil y peligrosa, lo menos que pueden recibir de nosotros es apoyo, reconocimiento, afecto, solidaridad.

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De pronto queda borrada la historia de la humanidad, como si nunca hubiera existido el ayer, pero sin conocer el pasado no hay qué sustente el presente y menos el futuro. Es un arranque de inconsciencia, tenemos pies de barro si no reconocemos nuestras raíces históricas porque sin ellas no se sabe de dónde se viene, y mucho menos hacia dónde se va. Ese mañana, mañana, mañana saldremos, mañana nos abrazaremos, guarda trozos de verdad y guardar trozos de inconsciencia, de amnesia. A veces, parece sólo producto de la desesperación inmediatista por estar encerrados, pero no hay un verdadero proyecto sólido, bien fundado, y sobre todo, no está demostrado en los hechos cotidianos, son sólo fantasías producto del encierro. Por supuesto, como en todo, no se puede generalizar, hay que celebrar que haya excepciones y que haya a quienes sí les ha caído el 20, y han demostrado en los hechos que tienen capacidad para cambiar sus vidas.

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Si ni siquiera enfrentado a la muerte eres capaz de ceder un poco, eso quiere decir que con nada cambiarás, quiere decir que tu dureza está ya petrificada. Exacto, eres una piedra. Eres carne, tienes huesos y sangre, pero eres una piedra o peor, porque las piedras cumplen con la misión que tienen y tú no cumples con la tuya. Si ni siquiera enfrentado a la muerte eres capaz de perdonar, de tener compasión, empatía, de hablar primero, de olvidar, ya no lo harás con nada, te has endurecido, tienes costras inquebrantables cubriendo tu ser. Perdiste toda oportunidad de ser humano, amoroso solidario, compasivo. Tú no sabes si habrá un mañana para ti, crees que eres eterno y que luego podrás arreglar lo que tienes pendiente, mañana, mañana, pero el mundo da vueltas y mañana quién sabe… el día es hoy.


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