/ sábado 6 de julio de 2019

Mi primer encuentro con el teatro

Tinta para un Atabal

Desde hace 5 años trabajo con Atabal Teatro, compañía con la que he crecido, descubierto y explotado mis posibilidades tanto escénicas como algunas otras habilidades o tareas necesarias para ofrecer espacio y vida al hecho teatral. He caminado, afortunadamente, acompañada.

Esta experiencia me lleva a profundizar en el cuestionamiento de por qué estamos los que estamos en esta carrera artística. ¿Por qué elegimos el teatro como nuestra actividad profesional, a pesar de las dificultades que tantas veces se enfrentan?

Más allá del compromiso social y las recompensas que en ese sentido ofrece la profesión actoral, los hallazgos a los que invita resultan únicos, tanto para creadores como para espectadores.

En plática con Ana Bertha Cruces, directora de la Compañía Atabal, me compartió que su primer encuentro con el teatro fue a través del contacto con la tierra: el nacer en medio de puro material sensible: leche tierna, caliente; pan horneado con olor a canela y piloncillo; tierra húmeda, viento, solares, surcos y paisajes transparentes; sonido de hojas crujiendo y ladridos de perros; el agua, el sol, los nardos; el ruido de abejas mezcladas con el chisporrotear del fuego; el sabor a nixtamal y a tortillas; las risas, los rezos, los cielos estrellados e infinitos. Cuenta haber crecido en habitaciones oscuras y mágicas, entre velas y melodías del organillo de su papá, entre historias y risas de su mamá; entre la poesía, el baile y el canto, corriendo entre los árboles, siempre jugando.

Recreo estas imágenes en mi mente y pienso en los lugares de donde proviene la magia y cómo es que los necesitamos para descubrir el movimiento y los motivos de nuestra existencia. Crecemos en el juego de descubrir aquellas cosas que nos intrigan o despiertan nuestros sentidos. Conforme vamos caminando, elegimos la lente a través de la cual seguiremos explorando el mundo, algunos eligen las ciencias, otros los oficios, otros el arte. Finalmente todos seguimos jugando y dando sentido al mundo que nos rodea, que para ser francos, nunca vamos a acabar por descubrir… afortunadamente.

Particularmente en el teatro, las posibilidades para descubrir y dialogar con los mundos que ahí en escena se comparten, son infinitas. Sandra Muñoz, otra de mis grandes referentes en el teatro y en el camino, me habló sobre su primera gran experiencia como espectadora de teatro. Esto sucedió cuando ella era niña, antes de saber que quería dedicarse a esta profesión. La puesta en escena era “Los perros” de Elena Garro, bajo la dirección de Emilio Benavides. En esta obra dos mujeres situadas en un contexto rural son víctimas de la violencia propia de un mundo dominado por hombres. Sandra relata que al salir del teatro, su cabeza daba muchas vueltas preguntándose qué significaba todo ese dolor en las mujeres y trataba de responder a situaciones que estaban muy fuera de su alcance, de su entendimiento de niña; lo que más recuerda que le impactó fue cómo sacudió su emocionalidad y su universo interno.

¿Cuántos niveles de entendimiento puede alcanzar el lenguaje teatral? Podría pensarse que es el discurso lo que dialoga con el público, aquello que se dice en escena, lo bien que se ve, la estética o el buen desempeño de los actores. Son todos esos aspectos y muchos más los que hacen posible el hecho escénico, los que pueden trastocar en diferentes aspectos la sensibilidad del espectador y comunicarse con infinidad de universos.

Una segunda experiencia sobre los primeros encuentros con el teatro de la maestra Sandra Muñoz, fue con la puesta en escena “Yourcenar o cada quien su Marguerite”, dirigida por Jesusa Rodríguez en 1989, y presentada en el foro Sor Juana de la Ciudad de México. Muñoz relata que todavía hay momentos en que cierra los ojos y puede ver con claridad imágenes de esa obra que le siguen resonando: coreografías, ambientes, cuerpos bellísimos que parecían moverse a la perfección. “Era una cosa que yo nunca había visto en el escenario, algo completamente orgánico. En ese montaje había agua, había fuego, había piedras. Hasta ese momento yo no había visto que tanta belleza se pudiera lograr en un escenario”, recuerda Sandra; me maravilla la manera en que opera la memoria cuando algo trastoca nuestras vidas.

Junto a esas palabras coloco las de Ana Bertha sobre su primer contacto con el teatro y me atrae inmensamente la coincidencia entre agua, fuego, piedras y tierra; elementos vivos. Luego me coloco en medio de esas imágenes y me recuerdo a mí descubriendo el teatro; rememoro espacios pequeños y secretos, íntimos; también el cielo, el agua y el movimiento; ciudad y casas más que paisajes. Recuerdo haber llorado sin entender por qué, a partir de un hecho artístico.

Hoy me gusta pensar que mi construcción actoral está hecha no solamente de mis experiencias, sino de todos los materiales y sentires que, a través de las personas con quienes he crecido, he absorbido y asimilado, sumando a mis procesos. Hoy me gusta y parece indispensable reconocer que mi individualidad como actriz está conformada de muchos más. Reconozco por otro lado, que como espectadora he vivido en el teatro la magia, la más inocente, inteligente y avasalladora.

Habrá otros espacios para hablar de recursos, de dificultades y procesos. Hoy creo que no pudo ser más que el día para reflexionar y compartir sobre la esencia del teatro, su vida, sus coincidencias y a través de ellas, todo lo que nos permite descubrir y ser. Es por eso que continuamos haciendo teatro a pesar de las dificultades y nos mantenemos en el empeño de tener las salas llenas. Me gusta pensar que crecemos con los espectadores, que cada vez alcanzamos –de su mano–, un escalón más en la aritmética de la existencia humana.

Desde hace 5 años trabajo con Atabal Teatro, compañía con la que he crecido, descubierto y explotado mis posibilidades tanto escénicas como algunas otras habilidades o tareas necesarias para ofrecer espacio y vida al hecho teatral. He caminado, afortunadamente, acompañada.

Esta experiencia me lleva a profundizar en el cuestionamiento de por qué estamos los que estamos en esta carrera artística. ¿Por qué elegimos el teatro como nuestra actividad profesional, a pesar de las dificultades que tantas veces se enfrentan?

Más allá del compromiso social y las recompensas que en ese sentido ofrece la profesión actoral, los hallazgos a los que invita resultan únicos, tanto para creadores como para espectadores.

En plática con Ana Bertha Cruces, directora de la Compañía Atabal, me compartió que su primer encuentro con el teatro fue a través del contacto con la tierra: el nacer en medio de puro material sensible: leche tierna, caliente; pan horneado con olor a canela y piloncillo; tierra húmeda, viento, solares, surcos y paisajes transparentes; sonido de hojas crujiendo y ladridos de perros; el agua, el sol, los nardos; el ruido de abejas mezcladas con el chisporrotear del fuego; el sabor a nixtamal y a tortillas; las risas, los rezos, los cielos estrellados e infinitos. Cuenta haber crecido en habitaciones oscuras y mágicas, entre velas y melodías del organillo de su papá, entre historias y risas de su mamá; entre la poesía, el baile y el canto, corriendo entre los árboles, siempre jugando.

Recreo estas imágenes en mi mente y pienso en los lugares de donde proviene la magia y cómo es que los necesitamos para descubrir el movimiento y los motivos de nuestra existencia. Crecemos en el juego de descubrir aquellas cosas que nos intrigan o despiertan nuestros sentidos. Conforme vamos caminando, elegimos la lente a través de la cual seguiremos explorando el mundo, algunos eligen las ciencias, otros los oficios, otros el arte. Finalmente todos seguimos jugando y dando sentido al mundo que nos rodea, que para ser francos, nunca vamos a acabar por descubrir… afortunadamente.

Particularmente en el teatro, las posibilidades para descubrir y dialogar con los mundos que ahí en escena se comparten, son infinitas. Sandra Muñoz, otra de mis grandes referentes en el teatro y en el camino, me habló sobre su primera gran experiencia como espectadora de teatro. Esto sucedió cuando ella era niña, antes de saber que quería dedicarse a esta profesión. La puesta en escena era “Los perros” de Elena Garro, bajo la dirección de Emilio Benavides. En esta obra dos mujeres situadas en un contexto rural son víctimas de la violencia propia de un mundo dominado por hombres. Sandra relata que al salir del teatro, su cabeza daba muchas vueltas preguntándose qué significaba todo ese dolor en las mujeres y trataba de responder a situaciones que estaban muy fuera de su alcance, de su entendimiento de niña; lo que más recuerda que le impactó fue cómo sacudió su emocionalidad y su universo interno.

¿Cuántos niveles de entendimiento puede alcanzar el lenguaje teatral? Podría pensarse que es el discurso lo que dialoga con el público, aquello que se dice en escena, lo bien que se ve, la estética o el buen desempeño de los actores. Son todos esos aspectos y muchos más los que hacen posible el hecho escénico, los que pueden trastocar en diferentes aspectos la sensibilidad del espectador y comunicarse con infinidad de universos.

Una segunda experiencia sobre los primeros encuentros con el teatro de la maestra Sandra Muñoz, fue con la puesta en escena “Yourcenar o cada quien su Marguerite”, dirigida por Jesusa Rodríguez en 1989, y presentada en el foro Sor Juana de la Ciudad de México. Muñoz relata que todavía hay momentos en que cierra los ojos y puede ver con claridad imágenes de esa obra que le siguen resonando: coreografías, ambientes, cuerpos bellísimos que parecían moverse a la perfección. “Era una cosa que yo nunca había visto en el escenario, algo completamente orgánico. En ese montaje había agua, había fuego, había piedras. Hasta ese momento yo no había visto que tanta belleza se pudiera lograr en un escenario”, recuerda Sandra; me maravilla la manera en que opera la memoria cuando algo trastoca nuestras vidas.

Junto a esas palabras coloco las de Ana Bertha sobre su primer contacto con el teatro y me atrae inmensamente la coincidencia entre agua, fuego, piedras y tierra; elementos vivos. Luego me coloco en medio de esas imágenes y me recuerdo a mí descubriendo el teatro; rememoro espacios pequeños y secretos, íntimos; también el cielo, el agua y el movimiento; ciudad y casas más que paisajes. Recuerdo haber llorado sin entender por qué, a partir de un hecho artístico.

Hoy me gusta pensar que mi construcción actoral está hecha no solamente de mis experiencias, sino de todos los materiales y sentires que, a través de las personas con quienes he crecido, he absorbido y asimilado, sumando a mis procesos. Hoy me gusta y parece indispensable reconocer que mi individualidad como actriz está conformada de muchos más. Reconozco por otro lado, que como espectadora he vivido en el teatro la magia, la más inocente, inteligente y avasalladora.

Habrá otros espacios para hablar de recursos, de dificultades y procesos. Hoy creo que no pudo ser más que el día para reflexionar y compartir sobre la esencia del teatro, su vida, sus coincidencias y a través de ellas, todo lo que nos permite descubrir y ser. Es por eso que continuamos haciendo teatro a pesar de las dificultades y nos mantenemos en el empeño de tener las salas llenas. Me gusta pensar que crecemos con los espectadores, que cada vez alcanzamos –de su mano–, un escalón más en la aritmética de la existencia humana.

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