/ jueves 19 de mayo de 2022

Nido

El libro de cabecera

Nido (Par Tres, 2020) es el primer libro de relatos de Alejandra Hoyos (Querétaro, 1987) quien a sí misma suele definirse como psicóloga de profesión, cuentacuentos desde que tiene memoria, y escritora. Esta ecuación de su perfil no es baladí: en cada uno de los relatos es posible advertir puntos de encuentro de sus tres vocaciones.

Por ejemplo, en Luna menguante –el relato con el que abre el volumen–, el perfil de los personajes se intuye desde una voz narrativa en primera persona que recurre a un tono intimista y cómplice, que acude a la conciencia del lector para acentuar el pensamiento de los personajes:

˝—Unos nacen y otros se mueren— dijo mi tía Chayo, entre telarañas y pañuelos, cuando le mostré a Joaquín que dormía inmutable en su carriola. Estaba claro que un funeral no era el mejor lugar para un bebé con menos de veinte días; pero no había podido encargarlo con nadie. `Al menos alcanzó a conocer a su bisabuela´ pensé evocando como mi Tata, en sus últimos días, había hecho un esfuerzo por cargarlo con sus brazos menguantes. Solo quedó el recuerdo pues la batería del celular murió antes de tatuar el instante”.

Aunado al tono, Hoyos construye figuras a partir del título de cada relato, lo que el lector encontrará interesante al verse envuelto en un juego de interrelación simbólica. Así, en Luna menguante encontramos “brazos menguantes”, “mi abuela, como luna menguante, parece haberse encogido” que se integran a las miradas y ojos desaprobatorios de la tía Chayo o de la madre de quien narra.

Los relatos de Alejandra Hoyos son genuinamente sencillos, desprendidos de pretensiones, cercanos y afables para quien ingresa a su entorno literario. En Anular desnudo, por ejemplo, se narra cómo “Claudia quería verse mejor que nunca para que no se le notara el dolor que sentía por dentro”, maquillándose “como si efectivamente hubiera llegado el día de su boda”, mirándose en el espejo para luego salir. Pero en esa genuina sencillez se intuye la complejidad de las relaciones interpersonales, de los conflictos existenciales, de las cuitas propias del vivir en cada uno de los personajes. Aunado al encuentro de juegos simbólicos, que remite además a invocaciones gestaltianas, la prosodia de cada relato revela una vocación por contar forjada desde el mismo oficio del contador (persona que cuenta), del cuentista (persona que suele narrar o escribir cuentos) o del oficio contemporáneo del cuentacuentos, recuperado en Europa en la década de los setenta, y que remite al oficio de contar y a los espectáculos públicos del teatro independiente. Quizás por esta razón, los elementos que resultan más elocuentes en cada relato de Alejandra Hoyos resulten ser la anécdota, el nudo dramático y la claridad de lo que se quiere narrar.

En Claro oscuro, por ejemplo, a partir de la disyuntiva entre luz y ausencia de luz, se narra cómo “Bruno va recorriendo mis dedos, avanza al ritmo de la melodía; mi mano suda nerviosa y torpe, sin la osadía de los primeros encuentros o la sensualidad como preámbulo de una noche de pasión, de las piernas anudadas después del orgasmo”.

Es quizá en el relato titulado Diálogos, donde el encuentro de la mirada narrativa, la perspectiva gestaltiana y la elocuencia al contar, se integran con mejor oficio, halados por una subversiva segunda persona que, de manera pendular, se debate entre el confidente y el delator, entre el cómplice y el culpable, entre la autocompasión y el estoicismo, de una misma persona que se mira al espejo para, tras un intenso y fugaz diálogo, acabar entonando un himno a la autoafirmación.

El tono intimista y cómplice por momentos se dosifica, luego se intensifica, después se reconfigura a medida que se avanza en los relatos, para hacer eco en la exploración de los sentidos. Es entonces cuando los juegos simbólicos devienen en sensoriales con el tacto: “Cuando llegamos a la clínica, apenas tuve tiempo de meterme a la tina, de sentir el alivio del agua caliente. Julián me sostenía desde afuera”; la vista [sobre todo en el relato Escala de grises]: “—Matilde es gris, papá es gris y tú eres muy gris. Somos un montón de grises. El mundo es una bola gris”; o de la condensación de los sentidos en un solo cuerpo, como ocurre en Nido, que da título al libro: “El cuerpo habla hasta donde las palabras no alcanzan”.

Por momentos, aunque de manera efectiva, Alejandra Hoyos decide correr el riesgo de acudir al recurso de enunciar referencias culturales. En el relato Anular desnudo esto es evidente: “En la radio, Someone like you de Adele, vuelven las preguntas. `Nadie muere de amor´, piensa Claudia, pero siente cómo le crece un agujero en el estómago”. Si bien ante semejante referencia la atención del lector podría desplazarse, el recurso de la canción de Adele funciona como una textura sonora para acentuar de manera intencionada la situación narrativa construida, como una especie de anáfora musical: “Han pasado cinco años. Se arregla el cabello y trata de disimular las ojeras con un corrector. Otra vez escucha: Someone like you”.

Nido es una colección cuidada en su edición, efectiva en su selección y pulcra en su creación. Cada relato tiene la fuerza que se obtiene de la vocación de saber qué se quiere contar, del oficio de integrar elementos simbólicos y sensoriales, y de la invitación abierta al lector para que sea parte de cada anécdota.

Nido (Par Tres, 2020) es el primer libro de relatos de Alejandra Hoyos (Querétaro, 1987) quien a sí misma suele definirse como psicóloga de profesión, cuentacuentos desde que tiene memoria, y escritora. Esta ecuación de su perfil no es baladí: en cada uno de los relatos es posible advertir puntos de encuentro de sus tres vocaciones.

Por ejemplo, en Luna menguante –el relato con el que abre el volumen–, el perfil de los personajes se intuye desde una voz narrativa en primera persona que recurre a un tono intimista y cómplice, que acude a la conciencia del lector para acentuar el pensamiento de los personajes:

˝—Unos nacen y otros se mueren— dijo mi tía Chayo, entre telarañas y pañuelos, cuando le mostré a Joaquín que dormía inmutable en su carriola. Estaba claro que un funeral no era el mejor lugar para un bebé con menos de veinte días; pero no había podido encargarlo con nadie. `Al menos alcanzó a conocer a su bisabuela´ pensé evocando como mi Tata, en sus últimos días, había hecho un esfuerzo por cargarlo con sus brazos menguantes. Solo quedó el recuerdo pues la batería del celular murió antes de tatuar el instante”.

Aunado al tono, Hoyos construye figuras a partir del título de cada relato, lo que el lector encontrará interesante al verse envuelto en un juego de interrelación simbólica. Así, en Luna menguante encontramos “brazos menguantes”, “mi abuela, como luna menguante, parece haberse encogido” que se integran a las miradas y ojos desaprobatorios de la tía Chayo o de la madre de quien narra.

Los relatos de Alejandra Hoyos son genuinamente sencillos, desprendidos de pretensiones, cercanos y afables para quien ingresa a su entorno literario. En Anular desnudo, por ejemplo, se narra cómo “Claudia quería verse mejor que nunca para que no se le notara el dolor que sentía por dentro”, maquillándose “como si efectivamente hubiera llegado el día de su boda”, mirándose en el espejo para luego salir. Pero en esa genuina sencillez se intuye la complejidad de las relaciones interpersonales, de los conflictos existenciales, de las cuitas propias del vivir en cada uno de los personajes. Aunado al encuentro de juegos simbólicos, que remite además a invocaciones gestaltianas, la prosodia de cada relato revela una vocación por contar forjada desde el mismo oficio del contador (persona que cuenta), del cuentista (persona que suele narrar o escribir cuentos) o del oficio contemporáneo del cuentacuentos, recuperado en Europa en la década de los setenta, y que remite al oficio de contar y a los espectáculos públicos del teatro independiente. Quizás por esta razón, los elementos que resultan más elocuentes en cada relato de Alejandra Hoyos resulten ser la anécdota, el nudo dramático y la claridad de lo que se quiere narrar.

En Claro oscuro, por ejemplo, a partir de la disyuntiva entre luz y ausencia de luz, se narra cómo “Bruno va recorriendo mis dedos, avanza al ritmo de la melodía; mi mano suda nerviosa y torpe, sin la osadía de los primeros encuentros o la sensualidad como preámbulo de una noche de pasión, de las piernas anudadas después del orgasmo”.

Es quizá en el relato titulado Diálogos, donde el encuentro de la mirada narrativa, la perspectiva gestaltiana y la elocuencia al contar, se integran con mejor oficio, halados por una subversiva segunda persona que, de manera pendular, se debate entre el confidente y el delator, entre el cómplice y el culpable, entre la autocompasión y el estoicismo, de una misma persona que se mira al espejo para, tras un intenso y fugaz diálogo, acabar entonando un himno a la autoafirmación.

El tono intimista y cómplice por momentos se dosifica, luego se intensifica, después se reconfigura a medida que se avanza en los relatos, para hacer eco en la exploración de los sentidos. Es entonces cuando los juegos simbólicos devienen en sensoriales con el tacto: “Cuando llegamos a la clínica, apenas tuve tiempo de meterme a la tina, de sentir el alivio del agua caliente. Julián me sostenía desde afuera”; la vista [sobre todo en el relato Escala de grises]: “—Matilde es gris, papá es gris y tú eres muy gris. Somos un montón de grises. El mundo es una bola gris”; o de la condensación de los sentidos en un solo cuerpo, como ocurre en Nido, que da título al libro: “El cuerpo habla hasta donde las palabras no alcanzan”.

Por momentos, aunque de manera efectiva, Alejandra Hoyos decide correr el riesgo de acudir al recurso de enunciar referencias culturales. En el relato Anular desnudo esto es evidente: “En la radio, Someone like you de Adele, vuelven las preguntas. `Nadie muere de amor´, piensa Claudia, pero siente cómo le crece un agujero en el estómago”. Si bien ante semejante referencia la atención del lector podría desplazarse, el recurso de la canción de Adele funciona como una textura sonora para acentuar de manera intencionada la situación narrativa construida, como una especie de anáfora musical: “Han pasado cinco años. Se arregla el cabello y trata de disimular las ojeras con un corrector. Otra vez escucha: Someone like you”.

Nido es una colección cuidada en su edición, efectiva en su selección y pulcra en su creación. Cada relato tiene la fuerza que se obtiene de la vocación de saber qué se quiere contar, del oficio de integrar elementos simbólicos y sensoriales, y de la invitación abierta al lector para que sea parte de cada anécdota.

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