/ jueves 19 de mayo de 2022

No todo lo que sube tiende a bajar: el dilema de la inflación

Sobremesa económica

Las ideas aquí desarrolladas tan laboriosamente son en extremo sencillas y deberían ser obvias. La dificultad reside no en (aceptar)las ideas nuevas, sino en rehuir a las viejas […]

J. M. Keynes (1936)


De acuerdo con información de Coneval, para diciembre del año 2000 adquirir la canasta básica en las ciudades nos costaba a los mexicanos mil 362 pesos, mientras que en zonas rurales el precio fue de 843 pesos. Para el mismo mes pero del año 2021, los precios a pagar por la misma canasta fueron de 3 mil 542 pesos y 2 mil 343 pesos, respectivamente (https://bit.ly/3LlhdQ0). En un lapso de veinte años el costo de la canasta básica incrementó en las ciudades y zonas rurales 260 y 278%, respectivamente. Compuesta por 283 bienes y servicios, la canasta básica contempla el precio de alimentos como frutas, verduras y carnes, pero también de productos como bebidas embotelladas, ropa y calzado e incluso el precio de una cajetilla de cigarros. Los combustibles, la vivienda, las colegiaturas y el transporte público también forman parte de ésta. Cuando se observa un incremento generalizado de los precios en esta cesta y se sostiene a lo largo del tiempo, lo denominamos inflación. Y como usted habrá notado durante los últimos meses, el tema de la inflación ha estado presente en la discusión pública en México y gran parte del mundo. Pero, ¿por qué cambian los precios de lo que consumimos a lo largo del tiempo? y ¿qué es lo que hace que los precios, una vez que suben, rara vez vuelven a bajar?

Como siempre, las respuestas dependen de quiénes las enuncian y desde dónde son enunciadas. Así, cuando menos podemos encontrar dos versiones antagónicas sobre la misma historia. Para la teoría económica convencional que impera desde el siglo XVIII, la inflación es siempre consecuencia de la cantidad de dinero que circula en la economía: “Un desajuste global entre la demanda y la oferta monetaria”. Es decir, una discrepancia entre cantidades de dinero y de producción. Los precios aumentan, se dice, porque hay más dinero disponible que bienes y servicios producidos, creando un exceso de demanda artificial. Bajo esta teoría, el instrumento por excelencia para controlar la inflación, disminuyendo la cantidad de dinero en circulación, es la tasa de interés, entendida como el precio por pedir dinero prestado. Si la tasa de interés es mayor, se vuelve más atractivo que la gente ahorre su dinero, inhibiendo el gasto y los préstamos al mismo tiempo.

En contraparte, la escuela estructuralista latinoamericana, no asocia del todo la inflación con una abundante cantidad de dinero. Autores como el economista mexicano Juan Noyola, plantearon la necesidad de un análisis más profundo que contemplara causas estructurales e históricas, diferenciando las razones del incremento de precios en las llamadas “economías desarrolladas” y en las economías que no lo son. Entre éstas últimas, no podemos olvidar que en México como en América Latina una buena parte de lo que consumen los hogares no se produce al interior de nuestros países. La apertura comercial indiscriminada durante las últimas décadas del siglo pasado limitó la capacidad para producir los bienes básicos de consumo (granos básicos, gasolinas, entre otros), incrementando nuestra dependencia hacia el exterior para comprar lo que en otros tiempos se producía internamente. Si los precios de dichos bienes aumentan a nivel mundial a causa de una pandemia que nos obliga a todos a permanecer en casa, o por una guerra como la que actualmente tiene lugar entre Rusia y Ucrania, se afecta su producción y distribución, y esto se verá reflejado en el nivel de precios interno de nuestros países. Además, si en el mercado interno la escasa producción que sobrevivió es concentrada en unas cuantas empresas trasnacionales, se generan monopolios que pueden influir sobre los precios y la informalidad del trabajo es abrumadora como en el caso mexicano, la verdadera discrepancia no reside entre el dinero y la producción disponibles, sino en mantener los precios al alza y los salarios a la baja. Para Noyola, la inflación es causa de una estructura económica desigual y reflejo de la disputa constante por mantener el poder adquisitivo de los salarios frente a las utilidades. De acuerdo con esta visión, la inflación debería ser enfrentada incrementando la producción interna y, si bien, una economía no puede producirlo todo por si sola y necesita de relaciones comerciales con otros países, es también a través de la generación de empleos formales y de la organización de los trabajadores para proteger sus salarios, que la inflación puede ser combatida. Los incrementos sobre costos de producción y distribución deben ser absorbidos no sólo por los ingresos de los trabajadores, sino de igual forma por los empleadores.

El pasado 25 de marzo, siguiendo el incremento de tasa de interés de los Estados Unidos (https://bbc.in/3rV7HeF), el Banco de México hizo lo propio al subir la tasa de 6 a 6.5% como medida para frenar el alza de precios. La receta es la misma que viene desde hace más de dos siglos y que salvaguarda la rentabilidad de las empresas e inversionistas externos que operan en el mercado financiero nacional. El dilema actual de la inflación, difícilmente será contenido de esta manera, es tiempo de rehuir las viejas ideas y comenzar a pensar en lo obvio, incrementando la base productiva nacional y la capacidad de los trabajadores para gestionar sus salarios en razón del costo real de la canasta básica.


Las ideas aquí desarrolladas tan laboriosamente son en extremo sencillas y deberían ser obvias. La dificultad reside no en (aceptar)las ideas nuevas, sino en rehuir a las viejas […]

J. M. Keynes (1936)


De acuerdo con información de Coneval, para diciembre del año 2000 adquirir la canasta básica en las ciudades nos costaba a los mexicanos mil 362 pesos, mientras que en zonas rurales el precio fue de 843 pesos. Para el mismo mes pero del año 2021, los precios a pagar por la misma canasta fueron de 3 mil 542 pesos y 2 mil 343 pesos, respectivamente (https://bit.ly/3LlhdQ0). En un lapso de veinte años el costo de la canasta básica incrementó en las ciudades y zonas rurales 260 y 278%, respectivamente. Compuesta por 283 bienes y servicios, la canasta básica contempla el precio de alimentos como frutas, verduras y carnes, pero también de productos como bebidas embotelladas, ropa y calzado e incluso el precio de una cajetilla de cigarros. Los combustibles, la vivienda, las colegiaturas y el transporte público también forman parte de ésta. Cuando se observa un incremento generalizado de los precios en esta cesta y se sostiene a lo largo del tiempo, lo denominamos inflación. Y como usted habrá notado durante los últimos meses, el tema de la inflación ha estado presente en la discusión pública en México y gran parte del mundo. Pero, ¿por qué cambian los precios de lo que consumimos a lo largo del tiempo? y ¿qué es lo que hace que los precios, una vez que suben, rara vez vuelven a bajar?

Como siempre, las respuestas dependen de quiénes las enuncian y desde dónde son enunciadas. Así, cuando menos podemos encontrar dos versiones antagónicas sobre la misma historia. Para la teoría económica convencional que impera desde el siglo XVIII, la inflación es siempre consecuencia de la cantidad de dinero que circula en la economía: “Un desajuste global entre la demanda y la oferta monetaria”. Es decir, una discrepancia entre cantidades de dinero y de producción. Los precios aumentan, se dice, porque hay más dinero disponible que bienes y servicios producidos, creando un exceso de demanda artificial. Bajo esta teoría, el instrumento por excelencia para controlar la inflación, disminuyendo la cantidad de dinero en circulación, es la tasa de interés, entendida como el precio por pedir dinero prestado. Si la tasa de interés es mayor, se vuelve más atractivo que la gente ahorre su dinero, inhibiendo el gasto y los préstamos al mismo tiempo.

En contraparte, la escuela estructuralista latinoamericana, no asocia del todo la inflación con una abundante cantidad de dinero. Autores como el economista mexicano Juan Noyola, plantearon la necesidad de un análisis más profundo que contemplara causas estructurales e históricas, diferenciando las razones del incremento de precios en las llamadas “economías desarrolladas” y en las economías que no lo son. Entre éstas últimas, no podemos olvidar que en México como en América Latina una buena parte de lo que consumen los hogares no se produce al interior de nuestros países. La apertura comercial indiscriminada durante las últimas décadas del siglo pasado limitó la capacidad para producir los bienes básicos de consumo (granos básicos, gasolinas, entre otros), incrementando nuestra dependencia hacia el exterior para comprar lo que en otros tiempos se producía internamente. Si los precios de dichos bienes aumentan a nivel mundial a causa de una pandemia que nos obliga a todos a permanecer en casa, o por una guerra como la que actualmente tiene lugar entre Rusia y Ucrania, se afecta su producción y distribución, y esto se verá reflejado en el nivel de precios interno de nuestros países. Además, si en el mercado interno la escasa producción que sobrevivió es concentrada en unas cuantas empresas trasnacionales, se generan monopolios que pueden influir sobre los precios y la informalidad del trabajo es abrumadora como en el caso mexicano, la verdadera discrepancia no reside entre el dinero y la producción disponibles, sino en mantener los precios al alza y los salarios a la baja. Para Noyola, la inflación es causa de una estructura económica desigual y reflejo de la disputa constante por mantener el poder adquisitivo de los salarios frente a las utilidades. De acuerdo con esta visión, la inflación debería ser enfrentada incrementando la producción interna y, si bien, una economía no puede producirlo todo por si sola y necesita de relaciones comerciales con otros países, es también a través de la generación de empleos formales y de la organización de los trabajadores para proteger sus salarios, que la inflación puede ser combatida. Los incrementos sobre costos de producción y distribución deben ser absorbidos no sólo por los ingresos de los trabajadores, sino de igual forma por los empleadores.

El pasado 25 de marzo, siguiendo el incremento de tasa de interés de los Estados Unidos (https://bbc.in/3rV7HeF), el Banco de México hizo lo propio al subir la tasa de 6 a 6.5% como medida para frenar el alza de precios. La receta es la misma que viene desde hace más de dos siglos y que salvaguarda la rentabilidad de las empresas e inversionistas externos que operan en el mercado financiero nacional. El dilema actual de la inflación, difícilmente será contenido de esta manera, es tiempo de rehuir las viejas ideas y comenzar a pensar en lo obvio, incrementando la base productiva nacional y la capacidad de los trabajadores para gestionar sus salarios en razón del costo real de la canasta básica.


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