/ viernes 7 de mayo de 2021

Nomadland

El libro de cabecera

“Mientras escribo estas líneas, se hallan dispersos por todo el país”, así inicia el prefacio de País nómada, supervivientes del siglo XXI (Capitán Swing, 2020) escrito por Jessica Bruder, libro en el que se basó Chloé Zhao para Nomadland, la adaptación cinematográfica que el pasado domingo 25 de abril se alzó con el Oscar a Mejor Película en una funesta ceremonia en la que quizás AMPAS optó por el suicidio mediático.

Además de Mejor Película, Zhao se quedó con el premio a Mejor Directora, siendo la segunda mujer en la historia de los Oscars en obtenerlo. Es importante señalar que la directora de origen chino se alzó con sendos galardones en la ceremonia de los Globos de Oro que, aunque con menos rigor que la Academia, suele ser un referente para la crítica.

Nomadland nos narra la historia personal de Fern interpretada por Frances McDormand quien, por cierto, también se alzó con la estatuilla a mejor actriz. La historia es un bello artificio pendular que va de la ficción al documental. Es decir, sólo es posible atisbar que se trata de una ficción cuando caemos en la cuenta de que sólo dos actores del reparto son profesionales: McDormand y David Strathairn quien interpreta a David, un efímero enamorado de la protagonista.

El ritmo de la historia es apto para quienes gozamos de los encuadres largos, con el ritmo contemplativo de los planos secuencia prolongados. Fern es una mujer que, en el andén de la senectud, y tras la muerte de su esposo, se encuentra viuda. Las circunstancias la orillan a optar por la vida sedentaria después de que, a raíz de la crisis económica del 2008, el pueblo donde vivía fuera evacuado completamente.

La vida se Fern se convierte al nomadismo, es decir, a la vida de una persona que reside en Vanguard, a bordo de una Ford Econoline, pero periódicamente y de manera simultánea trabaja en mcjobs de temporada: como empacadora en Amazon; en pequeñas empresas; como personal de apoyo en aparcaderos; como mesera en un restaurante de comida rápida…

En su primer empleo de la temporada, como empacadora de las múltiples compras navideñas en Amazon, conocemos a Linda May, una persona que en realidad se trata de una nómada de la vida real. Fern y Linda pasan la mayor parte del tiempo hablando de la vida pasada y de los modos de sobrevivir en el presente, efectúan un extraño tipo de trueque y se recomiendan mutuamente opciones de empleo temporal. En la cinta es posible advertir a Frances McDormand realmente trabajando en alguna de las plantas, en una de las imágenes elegidas cuidadosamente para ilustrar el perfil de los nómadas y el gran momento actoral por el que atraviesa McDormand.


Linda May convence a Fern de que se una a un boot camp de Bob Wells, un gordo bonachón cuya imagen nos remite a una especie de Santa Claus posmoderno patético. Situado en Arizona, el boot camp enseña a los visitantes los aspectos básicos para ser un nómada, mismos que, paradójicamente, han sido compartidos de manera viral a través de YouTube, medio que Wells utiliza para extender la ayuda de su organización para personas que son rechazadas por el sistema. Por supuesto que lo que motiva a Wells a hacer lo que hace también es una historia que, aunque brevísima, no deja de aportar al relato del filme.

Fern se identifica y familiariza de inmediato con el estilo de vida de los nómadas. Además de May, Fern establece lazos de amistad con Swankie, otra nómada anciana de la vida real que representará el icónico destino manifiesto de la mayoría de los nómadas ancianos de Nomadland. Fern, David, May y Swankie son seres que comparten la soledad del exilio voluntario y la pauperización de un sistema económico fracasado, que abandona a los ciudadanos instantáneamente para convertirlos de súbito en nómadas, ante el sedentarismo de clase que se jacta de tener una vida estable, cualquier cosa que eso signifique.

McDormand nos presenta un trabajo actoral natural, propicio para la improvisación y lejano de toda pretensión experimental. Ella va marcando la pauta de la historia, ejecutando un relato visual que conmueve sin rayar en el melodrama, y suscita a la reflexión sin caer en la veleidad moralina tan propicia en tiempos de la neoinquisición de la corrección política. Pero hay algo más allá: Nomadland es un ensayo cinematográfico de la etapa de vida a la que incursiona McDormand, como mujer, como esposa, como actriz y como trabajadora de una industria que defenestra a sus prodigios en aras de seguir manteniendo estándares de juventud, belleza y frivolidad.

Nomadland debe verse en el cine, so pena de incurrir en el fatal error de Roma que, al proyectarse en Netflix, sacrificó el relato visual por la promesa de ganar audiencia, masa idiota que terminó por decantarse por reproducir el cinismo clasista contra Yalitza Aparicio.

Nomadland debe leerse en clave de ensayo, discutirse en términos del idilio socioeconómico de nuestra era, y gozarse con todos los sentidos. Nomadland es una obra saturada de introspección y, a su vez, de un manifiesto humanista desde los reductos del sistema. Un cuestionamiento a las decisiones del campo de poder político que sigue empeñado en separar individuos y en condenar al olvido a innumerables historias de nómadas cada vez más numerosos, más cercanos y, no obstante, menos longevos.


@doctorsimulacro

“Mientras escribo estas líneas, se hallan dispersos por todo el país”, así inicia el prefacio de País nómada, supervivientes del siglo XXI (Capitán Swing, 2020) escrito por Jessica Bruder, libro en el que se basó Chloé Zhao para Nomadland, la adaptación cinematográfica que el pasado domingo 25 de abril se alzó con el Oscar a Mejor Película en una funesta ceremonia en la que quizás AMPAS optó por el suicidio mediático.

Además de Mejor Película, Zhao se quedó con el premio a Mejor Directora, siendo la segunda mujer en la historia de los Oscars en obtenerlo. Es importante señalar que la directora de origen chino se alzó con sendos galardones en la ceremonia de los Globos de Oro que, aunque con menos rigor que la Academia, suele ser un referente para la crítica.

Nomadland nos narra la historia personal de Fern interpretada por Frances McDormand quien, por cierto, también se alzó con la estatuilla a mejor actriz. La historia es un bello artificio pendular que va de la ficción al documental. Es decir, sólo es posible atisbar que se trata de una ficción cuando caemos en la cuenta de que sólo dos actores del reparto son profesionales: McDormand y David Strathairn quien interpreta a David, un efímero enamorado de la protagonista.

El ritmo de la historia es apto para quienes gozamos de los encuadres largos, con el ritmo contemplativo de los planos secuencia prolongados. Fern es una mujer que, en el andén de la senectud, y tras la muerte de su esposo, se encuentra viuda. Las circunstancias la orillan a optar por la vida sedentaria después de que, a raíz de la crisis económica del 2008, el pueblo donde vivía fuera evacuado completamente.

La vida se Fern se convierte al nomadismo, es decir, a la vida de una persona que reside en Vanguard, a bordo de una Ford Econoline, pero periódicamente y de manera simultánea trabaja en mcjobs de temporada: como empacadora en Amazon; en pequeñas empresas; como personal de apoyo en aparcaderos; como mesera en un restaurante de comida rápida…

En su primer empleo de la temporada, como empacadora de las múltiples compras navideñas en Amazon, conocemos a Linda May, una persona que en realidad se trata de una nómada de la vida real. Fern y Linda pasan la mayor parte del tiempo hablando de la vida pasada y de los modos de sobrevivir en el presente, efectúan un extraño tipo de trueque y se recomiendan mutuamente opciones de empleo temporal. En la cinta es posible advertir a Frances McDormand realmente trabajando en alguna de las plantas, en una de las imágenes elegidas cuidadosamente para ilustrar el perfil de los nómadas y el gran momento actoral por el que atraviesa McDormand.


Linda May convence a Fern de que se una a un boot camp de Bob Wells, un gordo bonachón cuya imagen nos remite a una especie de Santa Claus posmoderno patético. Situado en Arizona, el boot camp enseña a los visitantes los aspectos básicos para ser un nómada, mismos que, paradójicamente, han sido compartidos de manera viral a través de YouTube, medio que Wells utiliza para extender la ayuda de su organización para personas que son rechazadas por el sistema. Por supuesto que lo que motiva a Wells a hacer lo que hace también es una historia que, aunque brevísima, no deja de aportar al relato del filme.

Fern se identifica y familiariza de inmediato con el estilo de vida de los nómadas. Además de May, Fern establece lazos de amistad con Swankie, otra nómada anciana de la vida real que representará el icónico destino manifiesto de la mayoría de los nómadas ancianos de Nomadland. Fern, David, May y Swankie son seres que comparten la soledad del exilio voluntario y la pauperización de un sistema económico fracasado, que abandona a los ciudadanos instantáneamente para convertirlos de súbito en nómadas, ante el sedentarismo de clase que se jacta de tener una vida estable, cualquier cosa que eso signifique.

McDormand nos presenta un trabajo actoral natural, propicio para la improvisación y lejano de toda pretensión experimental. Ella va marcando la pauta de la historia, ejecutando un relato visual que conmueve sin rayar en el melodrama, y suscita a la reflexión sin caer en la veleidad moralina tan propicia en tiempos de la neoinquisición de la corrección política. Pero hay algo más allá: Nomadland es un ensayo cinematográfico de la etapa de vida a la que incursiona McDormand, como mujer, como esposa, como actriz y como trabajadora de una industria que defenestra a sus prodigios en aras de seguir manteniendo estándares de juventud, belleza y frivolidad.

Nomadland debe verse en el cine, so pena de incurrir en el fatal error de Roma que, al proyectarse en Netflix, sacrificó el relato visual por la promesa de ganar audiencia, masa idiota que terminó por decantarse por reproducir el cinismo clasista contra Yalitza Aparicio.

Nomadland debe leerse en clave de ensayo, discutirse en términos del idilio socioeconómico de nuestra era, y gozarse con todos los sentidos. Nomadland es una obra saturada de introspección y, a su vez, de un manifiesto humanista desde los reductos del sistema. Un cuestionamiento a las decisiones del campo de poder político que sigue empeñado en separar individuos y en condenar al olvido a innumerables historias de nómadas cada vez más numerosos, más cercanos y, no obstante, menos longevos.


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