/ viernes 25 de septiembre de 2020

Nuestros dioses jugaban con barro

Tinta para un Atabal

Uno de los textos más importantes proveniente de las culturas prehispánicas es el Popol Vuh, en él la cultura maya plasmó gran parte de su mitología y cosmovisión. La primera parte del libro se refiere a la creación, en ella se narra el origen “del todo”, de cuando solo existía el mar y el cielo y los creadores comenzaron a conformar las montañas, la tierra, los animales, el hombre y la mujer: “nuestra primera madre y padre” que en principio fueron creados de barro, luego de madera y finalmente de maíz.

¿Qué fue de esa suerte de alfareros, de escultores, de animadores que definía a nuestros padres? Con el término “animadores” no me refiero únicamente a quienes dotan de energía o dan vida a algo, sino me remito al origen de la palabra: del latín animare que a su vez deriva de ánima, relativo al viento, al aliento, al alma. No sé usted querida, querido lector pero cuando pienso en esta capacidad creativa de dar forma y energía transformada en vida no puedo evitar pensar en los titiriteros, ¿de dónde provienen esos espíritus errantes?, ¿quiénes son? El titiritero es aquel que maneja a los títeres, es usualmente también el realizador y si no lo es, busca los medios para hacer propio un títere, para poder comunicar a través de él.

Los títeres son objetos artísticos animados. De acuerdo con la técnica utilizada para su manipulación reciben nombres específicos entre los que están, por mencionar algunos: títere de guante, de hilo, de manipulación directa, de varilla, de agua, fantoches, marionetas. La variedad es inmensa y el nombre que se les acuña varía en cada región. Tan solo en relación con el origen de la palabra títere hay muchas teorías; algunos autores dicen que viene del francés, otros dicen que su raíz es árabe, otros que del náhuatl y desde luego cada una de estas teorías están acompañadas de una parte de la historia de cada región en relación con estos entes maravillosos y enigmáticos de la creatividad humana.

Quizá actualmente cuando alguien menciona la palabra “títere” la asociación inmediata o el primer pensamiento que viene a nuestras mentes es: Teatro para niñas y niños ya que es un lenguaje que en la contemporaneidad se ha popularizado especialmente con este público, sin embargo, en sus orígenes el arte de los títeres proyectó mucho más que el sentido fantástico y lúdico que lo hace “el favorito” de la audiencia infantil; es y ha sido también una representación multidimensional de la existencia humana. En el títere se han proyectado concepciones religiosas, filosóficas, estéticas y es por esto que la relación de los artistas y de los espectadores con estas entidades suele ser muy entrañable y muestra aspectos muy interesantes de nuestra cosmovisión.

Primer acercamiento

Dentro de todos los recursos y lenguajes posibles del teatro, los títeres constituyen un lenguaje que, podría asegurar, ha sido explorado por la mayoría de los artistas en algún punto de su carrera. En mi caso los títeres fueron protagonistas del primer proyecto profesional que emprendí. Antes de esto, mi experiencia con ellos se reducía a algunas herramientas básicas adquiridas en mi formación académica que a decir verdad fueron una simple referencia ya que para el proyecto en cuestión decidimos, mi equipo y yo, crear nuestros títeres con materiales muy diferentes a los convencionales. Hicimos de lado al barro, al papel, al hule espuma y a la tela para dar lugar al zacate. Sí, al zacate, esa fibra natural que utilizamos para bañarnos o fregar. La experiencia fue singular y creo que no tan desafortunada, esos títeres nos llevaron a conocer diferentes foros, festivales, playas, ¡países! Pero, sobre todo, me mostraron la magia que puede contener un objeto animado y el potencial tan grande de comunicación que tiene con el público.

El ejercicio lúdico al que invita la interacción con un objeto es quizá lo que hace del títere un puente directo a la ficción. La curiosidad por descubrir de dónde proviene la voz del títere, de qué está hecho, cómo es que se mueve, son las preguntas no pronunciadas que abren el diálogo entre el espectador y el títere. A diferencia del teatro de actores en donde el objetivo es que el espectador asuma, por el espacio-tiempo de la ficción, que la historia que se le presenta es real; en el teatro de títeres es necesario, además, que el espectador entre en la convención de que el objeto animado que se le presenta tiene vida autónoma. Pese a la complejidad que supone este doble juego ficcional, la conexión que los títeres logran con las y los espectadores es excepcional.

Para el o la titiritera, especialmente aquellos que construyen sus títeres, la conexión con estos es inevitable ya que se genera a través del tacto, la vista, el olfato. El titiritero gesta, concibe, da vida a personajes que además maduran en sus manos, juntos aprenden a moverse, a expresarse. El titiritero ha de significar cada rasgo, físico o de carácter del títere: ¿cómo se expresa?, ¿cuál es su carácter?, ¿de dónde viene?, ¿cuál es la calidad de sus movimientos?, ¿cómo se viste?, ¿quién es?

Brunella Eruli, investigadora teatral, especialista en teatro contemporáneo, habla de cómo “las relaciones entre el hombre y el títere siempre han sobrepasado el estadio de la imitación y de la ilusión para intentar penetrar en el núcleo de la identidad humana” y es que, la labor de definir-descubrir (como acciones paralelas ya que es absurdo suponer que se puede decidir la totalidad de la realización de un títere sin estar determinado por la calidad innata del objeto) la identidad del títere implica desentrañar a la vez la identidad del personaje que representa que ha de ser consecuente con la realidad humana y sus contextos. Profundizar en ello implica una investigación que sobrepasa lo creativo para urdir en saberes de la conformación humana en todos sus aspectos.

A pesar de que mi caminar profesional no lo he dirigido al lenguaje de los títeres, he participado en algunos proyectos más con este corte, pero en fechas recientes he tenido la oportunidad de experimentar, por primera vez, la realización de títeres a partir de barro. De este contacto han surgido muchas preguntas e ideas como las que he compartido arriba pero, sobre todo, he corroborado lo universal de este lenguaje y la virtud y generosidad de quienes dedican su quehacer artístico a este espacio creativo tan mítico, extenso, mágico. ¡Larga vida a los títeres!

Uno de los textos más importantes proveniente de las culturas prehispánicas es el Popol Vuh, en él la cultura maya plasmó gran parte de su mitología y cosmovisión. La primera parte del libro se refiere a la creación, en ella se narra el origen “del todo”, de cuando solo existía el mar y el cielo y los creadores comenzaron a conformar las montañas, la tierra, los animales, el hombre y la mujer: “nuestra primera madre y padre” que en principio fueron creados de barro, luego de madera y finalmente de maíz.

¿Qué fue de esa suerte de alfareros, de escultores, de animadores que definía a nuestros padres? Con el término “animadores” no me refiero únicamente a quienes dotan de energía o dan vida a algo, sino me remito al origen de la palabra: del latín animare que a su vez deriva de ánima, relativo al viento, al aliento, al alma. No sé usted querida, querido lector pero cuando pienso en esta capacidad creativa de dar forma y energía transformada en vida no puedo evitar pensar en los titiriteros, ¿de dónde provienen esos espíritus errantes?, ¿quiénes son? El titiritero es aquel que maneja a los títeres, es usualmente también el realizador y si no lo es, busca los medios para hacer propio un títere, para poder comunicar a través de él.

Los títeres son objetos artísticos animados. De acuerdo con la técnica utilizada para su manipulación reciben nombres específicos entre los que están, por mencionar algunos: títere de guante, de hilo, de manipulación directa, de varilla, de agua, fantoches, marionetas. La variedad es inmensa y el nombre que se les acuña varía en cada región. Tan solo en relación con el origen de la palabra títere hay muchas teorías; algunos autores dicen que viene del francés, otros dicen que su raíz es árabe, otros que del náhuatl y desde luego cada una de estas teorías están acompañadas de una parte de la historia de cada región en relación con estos entes maravillosos y enigmáticos de la creatividad humana.

Quizá actualmente cuando alguien menciona la palabra “títere” la asociación inmediata o el primer pensamiento que viene a nuestras mentes es: Teatro para niñas y niños ya que es un lenguaje que en la contemporaneidad se ha popularizado especialmente con este público, sin embargo, en sus orígenes el arte de los títeres proyectó mucho más que el sentido fantástico y lúdico que lo hace “el favorito” de la audiencia infantil; es y ha sido también una representación multidimensional de la existencia humana. En el títere se han proyectado concepciones religiosas, filosóficas, estéticas y es por esto que la relación de los artistas y de los espectadores con estas entidades suele ser muy entrañable y muestra aspectos muy interesantes de nuestra cosmovisión.

Primer acercamiento

Dentro de todos los recursos y lenguajes posibles del teatro, los títeres constituyen un lenguaje que, podría asegurar, ha sido explorado por la mayoría de los artistas en algún punto de su carrera. En mi caso los títeres fueron protagonistas del primer proyecto profesional que emprendí. Antes de esto, mi experiencia con ellos se reducía a algunas herramientas básicas adquiridas en mi formación académica que a decir verdad fueron una simple referencia ya que para el proyecto en cuestión decidimos, mi equipo y yo, crear nuestros títeres con materiales muy diferentes a los convencionales. Hicimos de lado al barro, al papel, al hule espuma y a la tela para dar lugar al zacate. Sí, al zacate, esa fibra natural que utilizamos para bañarnos o fregar. La experiencia fue singular y creo que no tan desafortunada, esos títeres nos llevaron a conocer diferentes foros, festivales, playas, ¡países! Pero, sobre todo, me mostraron la magia que puede contener un objeto animado y el potencial tan grande de comunicación que tiene con el público.

El ejercicio lúdico al que invita la interacción con un objeto es quizá lo que hace del títere un puente directo a la ficción. La curiosidad por descubrir de dónde proviene la voz del títere, de qué está hecho, cómo es que se mueve, son las preguntas no pronunciadas que abren el diálogo entre el espectador y el títere. A diferencia del teatro de actores en donde el objetivo es que el espectador asuma, por el espacio-tiempo de la ficción, que la historia que se le presenta es real; en el teatro de títeres es necesario, además, que el espectador entre en la convención de que el objeto animado que se le presenta tiene vida autónoma. Pese a la complejidad que supone este doble juego ficcional, la conexión que los títeres logran con las y los espectadores es excepcional.

Para el o la titiritera, especialmente aquellos que construyen sus títeres, la conexión con estos es inevitable ya que se genera a través del tacto, la vista, el olfato. El titiritero gesta, concibe, da vida a personajes que además maduran en sus manos, juntos aprenden a moverse, a expresarse. El titiritero ha de significar cada rasgo, físico o de carácter del títere: ¿cómo se expresa?, ¿cuál es su carácter?, ¿de dónde viene?, ¿cuál es la calidad de sus movimientos?, ¿cómo se viste?, ¿quién es?

Brunella Eruli, investigadora teatral, especialista en teatro contemporáneo, habla de cómo “las relaciones entre el hombre y el títere siempre han sobrepasado el estadio de la imitación y de la ilusión para intentar penetrar en el núcleo de la identidad humana” y es que, la labor de definir-descubrir (como acciones paralelas ya que es absurdo suponer que se puede decidir la totalidad de la realización de un títere sin estar determinado por la calidad innata del objeto) la identidad del títere implica desentrañar a la vez la identidad del personaje que representa que ha de ser consecuente con la realidad humana y sus contextos. Profundizar en ello implica una investigación que sobrepasa lo creativo para urdir en saberes de la conformación humana en todos sus aspectos.

A pesar de que mi caminar profesional no lo he dirigido al lenguaje de los títeres, he participado en algunos proyectos más con este corte, pero en fechas recientes he tenido la oportunidad de experimentar, por primera vez, la realización de títeres a partir de barro. De este contacto han surgido muchas preguntas e ideas como las que he compartido arriba pero, sobre todo, he corroborado lo universal de este lenguaje y la virtud y generosidad de quienes dedican su quehacer artístico a este espacio creativo tan mítico, extenso, mágico. ¡Larga vida a los títeres!

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