/ viernes 22 de noviembre de 2019

Plaza Mariano de las Casas, lo que el tiempo se llevó

Cartografía del tiempo

"Ten una voz, mujer, que no haga daño / cuando me pregunte: ¿Qué piensas? / Ten una voz, mujer, / que pueda /cuando yo esté contando / las estrellas / decirme de tal modo / ¿qué cuentas? / que al volver hacia ti los ojos / crea / que pasé contando de una estrella a otra estrella. / Ten una voz mujer, que sea / cordial como mi verso / y clara como una estrella." León Felipe. Fragmento Cómo ha de ser tu voz.

Cincuenta y cinco años...

La plaza fue inaugurada el 6 de noviembre de 1964, con un espacio de 3,868 metros cuadrados para dar perspectiva al esplendido templo de Santa Rosa de Viterbo, considerado joya barroca de América. Previamente fueron expropiados los terrenos y viviendas de la manzana que se encontraba en este lugar.

Este sitio fue llamado con el nombre del arquitecto queretano del siglo XVIII, quien dibujó "las monteas y trazos que se hicieron para fabricar la iglesia y colegio de Santa Rosa". El templo y conjunto religioso fue construido por Francisco Martínez Gudiño.

Donde ahora se encuentra la plaza

De esa manzana derrumbada, quedan recuerdos de los viejos vecinos que imprimieron al barrio su huella mística, festiva, artística y participativa; aquellas casas con largos corredores, patios soleados llenos de coloridas flores. Algunas viviendas estrechas y semiderruidas, otras abandonadas. Sus habitantes hicieron de sus calles escenarios mutantes en el discurrir del día; mismos que los más veteranos evocan con la nostalgia característica de lo que se perdió para siempre. Existieron en el entorno aquellas tiendas de abarrotes y misceláneas donde se conseguía el abasto de ultramarinos, velas de cebo, mecates, cuchillos, azúcar, piloncillo, café, aguardiente, pan dulce y de agua conocidos por sus colores, formas, sabores y tamaños.

Desde lo cotidiano

Con el paso del tiempo, las nuevas orientaciones y necesidades de la sociedad originaron cambios progresivos en los antiguos hábitos de consumo; vinieron otros más estandarizados por la publicidad y el mercantilismo; fenómenos tradición-modernidad fue así que desapareció el comercio informal como el de los gelatineros que exhibían en pequeñas cajas de lámina, cubiertas de vidrio su colorido producto elaborado con frutas naturales. Alcanzando esta extinción a los vendedores de pulque, gorditas de cuajada, tortillas y verduras o neveros que ofrecían la nieve en conos cilíndricos; que había sido cuajada en la cuba –o bote– rebosante de hielo y sal de grano.

Foto: Cortesía | Edgardo Moreno Pérez

Vecinos - protagonistas

Los viejos recuerdan los pregones callejeros de las primeras décadas del siglo XX. Hay memoria de los que vendían “Jícamas de aaaagua”; “Piiiiñón calaaandrío”; “ceriiillos de cien luces, ¡Por un centavo!”; el camotero con su silbato y el típico pregón: “¡Camoootes, hay camoootes!” El que vendía pinoles envueltos en papel de china y los cargaba sobre una tabla; el vendedor de las frutas al horno; El señor de los “gaaallitos”, con su carrizo donde insertaba su dulce mercancía. Todas esas voces populares se extinguieron; dando paso a otros protagonistas, en los mismos escenarios.

Solo queda el recuerdo y uno que otro testimonio fotográfico de aquellas casas que fueron derribadas al iniciar la década de los 60 del siglo XX para dar cabida a la Plaza Mariano de las Casas. El recuento de sus habitantes nos acerca al tejido social del barrio por su profesión y oficio. Vivieron en esa cuadra que estaba frente al templo del ex Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo: un mecánico, un carpintero, un soldado, varios comerciantes. El portero y un enfermero del hospital que ocupó el inmueble de las beatas –una vez exclaustradas en 1863–. En esa calle Gral. Arteaga, en el tramo de Fagoaga y Ezequiel Montes, se encontraba en operación un molino de nixtamal y en la esquina la peluquería de Don Lucas.

Otros usos, otras necesidades

En las accesorias del antiguo beaterío, funcionó una imprenta, por el rumbo estaba instalada una fábrica de mica; la cantina El Bohemio, –posteriormente llamada El Viejo Bohemio–. Los vecinos recuerdan que cuando llegaba un enfermo al hospital se tocaba un campanazo; dos en caso de gravedad y tres cuando se trataba de un desahuciado. En fin, otra manera de percibir el mundo, otro tiempo, otros ritmos de vida. Las calles del barrio que eran recorridas durante el día por los rancheros con su atavío de calzón de manta, calzados con huaraches y en la cabeza un sombrero de paja. Algunos dirigían entre gritos y chiflidos a sus borricos y una que otra mula terca. Cargados con rejas de tunas o atados de leña, duraznos, aguacates y camotes de horno. La mayoría de ellos provenientes del Pueblito.

Apropiación. Cambio - permanencia

Por las tardes las calles se llenaban de risas de niños; jugando a las canicas, el trompo, los baleros. Se organizaban las rondas: "A la rueda, rueda de San Miguel"... ‘Doña Blanca está cubierta de pilares de oro y plata’... No faltaban los encantados, el bote pateado y las escondidas. Juegos colectivos, uso del tiempo libre con creatividad y posibilidades de sociabilizar. Las mamás sentadas en los pollitos de sus puerta o sobre una silla de bejuco; bordaban, tejían o remendaban alguna prenda, para ser reutilizada, mientras se comentaban confidencias en desparpajado cotilleo. Por las noches, los puestos de fritangas, tripas y moronga; los tamaleros que dejaban una olorosa cauda de vapor por el arroyo; los puestos de fiambres, guajolotes y tacos dorados. Había también opciones o complementos: arroz con leche, natillas y otras delicias que halagaban el paladar.

Las nuevas formas de relación social se caracterizan por el desarraigo, el individualismo que marginan los intereses comunitarios y dan paso a nuevas estrategias solidarias. Ya no basadas en un sentido de pertenencia colectiva, los afectos y hábitos, sino en intereses particulares.

En la próxima entrega nos ubicaremos en la plaza; sin dejar de caminar por el viejo y tradicional barrio de Santa Rosa.

Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

Noviembre de MMXIX.

"Ten una voz, mujer, que no haga daño / cuando me pregunte: ¿Qué piensas? / Ten una voz, mujer, / que pueda /cuando yo esté contando / las estrellas / decirme de tal modo / ¿qué cuentas? / que al volver hacia ti los ojos / crea / que pasé contando de una estrella a otra estrella. / Ten una voz mujer, que sea / cordial como mi verso / y clara como una estrella." León Felipe. Fragmento Cómo ha de ser tu voz.

Cincuenta y cinco años...

La plaza fue inaugurada el 6 de noviembre de 1964, con un espacio de 3,868 metros cuadrados para dar perspectiva al esplendido templo de Santa Rosa de Viterbo, considerado joya barroca de América. Previamente fueron expropiados los terrenos y viviendas de la manzana que se encontraba en este lugar.

Este sitio fue llamado con el nombre del arquitecto queretano del siglo XVIII, quien dibujó "las monteas y trazos que se hicieron para fabricar la iglesia y colegio de Santa Rosa". El templo y conjunto religioso fue construido por Francisco Martínez Gudiño.

Donde ahora se encuentra la plaza

De esa manzana derrumbada, quedan recuerdos de los viejos vecinos que imprimieron al barrio su huella mística, festiva, artística y participativa; aquellas casas con largos corredores, patios soleados llenos de coloridas flores. Algunas viviendas estrechas y semiderruidas, otras abandonadas. Sus habitantes hicieron de sus calles escenarios mutantes en el discurrir del día; mismos que los más veteranos evocan con la nostalgia característica de lo que se perdió para siempre. Existieron en el entorno aquellas tiendas de abarrotes y misceláneas donde se conseguía el abasto de ultramarinos, velas de cebo, mecates, cuchillos, azúcar, piloncillo, café, aguardiente, pan dulce y de agua conocidos por sus colores, formas, sabores y tamaños.

Desde lo cotidiano

Con el paso del tiempo, las nuevas orientaciones y necesidades de la sociedad originaron cambios progresivos en los antiguos hábitos de consumo; vinieron otros más estandarizados por la publicidad y el mercantilismo; fenómenos tradición-modernidad fue así que desapareció el comercio informal como el de los gelatineros que exhibían en pequeñas cajas de lámina, cubiertas de vidrio su colorido producto elaborado con frutas naturales. Alcanzando esta extinción a los vendedores de pulque, gorditas de cuajada, tortillas y verduras o neveros que ofrecían la nieve en conos cilíndricos; que había sido cuajada en la cuba –o bote– rebosante de hielo y sal de grano.

Foto: Cortesía | Edgardo Moreno Pérez

Vecinos - protagonistas

Los viejos recuerdan los pregones callejeros de las primeras décadas del siglo XX. Hay memoria de los que vendían “Jícamas de aaaagua”; “Piiiiñón calaaandrío”; “ceriiillos de cien luces, ¡Por un centavo!”; el camotero con su silbato y el típico pregón: “¡Camoootes, hay camoootes!” El que vendía pinoles envueltos en papel de china y los cargaba sobre una tabla; el vendedor de las frutas al horno; El señor de los “gaaallitos”, con su carrizo donde insertaba su dulce mercancía. Todas esas voces populares se extinguieron; dando paso a otros protagonistas, en los mismos escenarios.

Solo queda el recuerdo y uno que otro testimonio fotográfico de aquellas casas que fueron derribadas al iniciar la década de los 60 del siglo XX para dar cabida a la Plaza Mariano de las Casas. El recuento de sus habitantes nos acerca al tejido social del barrio por su profesión y oficio. Vivieron en esa cuadra que estaba frente al templo del ex Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo: un mecánico, un carpintero, un soldado, varios comerciantes. El portero y un enfermero del hospital que ocupó el inmueble de las beatas –una vez exclaustradas en 1863–. En esa calle Gral. Arteaga, en el tramo de Fagoaga y Ezequiel Montes, se encontraba en operación un molino de nixtamal y en la esquina la peluquería de Don Lucas.

Otros usos, otras necesidades

En las accesorias del antiguo beaterío, funcionó una imprenta, por el rumbo estaba instalada una fábrica de mica; la cantina El Bohemio, –posteriormente llamada El Viejo Bohemio–. Los vecinos recuerdan que cuando llegaba un enfermo al hospital se tocaba un campanazo; dos en caso de gravedad y tres cuando se trataba de un desahuciado. En fin, otra manera de percibir el mundo, otro tiempo, otros ritmos de vida. Las calles del barrio que eran recorridas durante el día por los rancheros con su atavío de calzón de manta, calzados con huaraches y en la cabeza un sombrero de paja. Algunos dirigían entre gritos y chiflidos a sus borricos y una que otra mula terca. Cargados con rejas de tunas o atados de leña, duraznos, aguacates y camotes de horno. La mayoría de ellos provenientes del Pueblito.

Apropiación. Cambio - permanencia

Por las tardes las calles se llenaban de risas de niños; jugando a las canicas, el trompo, los baleros. Se organizaban las rondas: "A la rueda, rueda de San Miguel"... ‘Doña Blanca está cubierta de pilares de oro y plata’... No faltaban los encantados, el bote pateado y las escondidas. Juegos colectivos, uso del tiempo libre con creatividad y posibilidades de sociabilizar. Las mamás sentadas en los pollitos de sus puerta o sobre una silla de bejuco; bordaban, tejían o remendaban alguna prenda, para ser reutilizada, mientras se comentaban confidencias en desparpajado cotilleo. Por las noches, los puestos de fritangas, tripas y moronga; los tamaleros que dejaban una olorosa cauda de vapor por el arroyo; los puestos de fiambres, guajolotes y tacos dorados. Había también opciones o complementos: arroz con leche, natillas y otras delicias que halagaban el paladar.

Las nuevas formas de relación social se caracterizan por el desarraigo, el individualismo que marginan los intereses comunitarios y dan paso a nuevas estrategias solidarias. Ya no basadas en un sentido de pertenencia colectiva, los afectos y hábitos, sino en intereses particulares.

En la próxima entrega nos ubicaremos en la plaza; sin dejar de caminar por el viejo y tradicional barrio de Santa Rosa.

Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

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