/ sábado 24 de agosto de 2019

Porque polvo somos y en polvo nos convertiremos

Literatura y filosofía

La palabra «vida» deriva del latín vita –ae. Con este término se designa cualquier tipo de vida y, por relación antonímica, lo que es contrario a la muerte: lo que carece de vida. En griego —por su parte— existen dos términos para designar vida: βίος (bíos), con lo que se refiere cualquier tipo de vida; y ζῶν6 (zoon) para especificar solamente a los animales, aunque los antiguos griegos lo utilizaban para referirse al ser humano. Es por ello que Aristóteles habla del zoon politicón, de ζῷον, zỗion, «animal» y πολῑτῐκόν, politikón, «político (perteneciente a la polis o ciudad-estado)»; dicho de otra manera: que los hombres somos seres políticos, o cívicos, porque vivimos y participamos de y en la ciudad.

Ahora bien, ambas palabras (bíos y zoon) tienen su origen en la raíz indoeuropea gwe˰i, que al igual que en griego, refiere vida. Hoy en día, sin embargo, existe un debate acerca de dónde empieza la vida. A mí me parece que no habría mayor problema si se tomara en cuenta que todos —como seres humanos— estamos en acto y potencia a la vez. Así, estamos en acto si tomamos en cuenta el presente, el ahora en el que transcurrimos; y en potencia, si hablamos de lo que podremos ser. Es por ello que si se corta o imposibilita ese posible transcurrir (aborto) se está quitando (haciendo imposible) el hecho de que la vida continúe. En este sentido el término que debería utilizarse es el de matar, y no abortar, porque sólo se puede matar algo que está vivo (pero ya hablaré de este tema y con mayor precisión en otra ocasión). Por ahora me quedo con la idea de que estar vivo —insisto— no es estar en un eterno presente, ya que existe un desarrollo que se da entre el acto y la potencia.

Por otra parte, contrario a la vida, se encuentran varios términos que suelen usarse indistintamente; sin embargo, me parece que conviene distinguirlos desde su etimología; para comprender —aunque sea en parte— su sentido actual. Empecemos por el término «cadáver» que significa ʻsin sepultarʼ, ya que proviene de cadere, que significa que ʻya no puede ponerse en pieʼ. Así se colige —por antonomasia— que es aquél que está muerto.

Hay varias formas de referirse a los que están muertos; por ejemplo, cuando los restos son transportados se dice que son ʻexequiasʼ, ya que el término proviene del latín exsequiæ, que significa ʻcortejo fúnebreʼ, ya que deriva de exsequi, o sea ʻseguir el entierroʼ, de ex, fuera de; y sequi, seguir. Ahora bien, es fúnebre porque proviene de ʻdifuntoʼ, el cual deriva —a su vez— de defungi, el que cumple la deuda o lo que tenía que hacer, de dē-fungor, fūnctus, desempeñar, ejercer (de aquí viene p. ej. el término funcionario). Dicho de una manera directa: el que ya no funciona, o ha dejado de funcionar. Es por eso que en la antigüedad se decía diem functus, es decir, el que ha concluido sus días. Por su parte, existía también la expresión functi officio, para referirse a aquél que había realizado (cumplido) las tareas que tenía que realizar, o las que tenía que haber llevado a cabo durante la vida (los deberes que debió haber cumplido); ahora que si los deberes eran de alto rango, se decía honoribus functus, porque había desempeñado honores.

Al respecto llama la atención el hecho de que dependiendo del destino (en otra ocasión hablaré de este término: destino) que se les dé a los difuntos, será el término que se utilice para referirse a ellos. Así, si son incinerados se les dice reliquias, ya que viene de reliquiæ, que significa ʻrestosʼ, ʻdespojosʼ; sobre todo cuando son de alguien que murió desde hace mucho tiempo. Una vez que son enterrados se les llama sepultados. Esta palabra proviene de sepulto, que significa aquél que ya no tiene pulso, es decir sine pulsu, o dicho de otra manera: que ya no tiene movimiento.

Como parte del proceso luctuoso se usa precisamente ʻluctuosoʼ, palabra que deriva de luctuosus, que significa ʻcon mucho dolor o mucha tristezaʼ, ya que proviene de lūctus, a, um, que significa llanto, luto y/o causa de llanto; y del sufijo -oso que significa abundancia. Con lo cual se quiere decir que el dolor es grande, o que la pérdida del ser querido no es menor. También se utiliza el término ʻsepelioʼ, porque proviene de sepelire que significa ʻocultar el cuerpoʼ. Hay un término que se utilizaba en la antigua Roma y parte de la Alta Edad Media, y que ya no utilizamos (al menos con el sentido que tenía en ese tiempo). Es el de humare que significa ʻsoterrarʼ, es decir, cubrir de tierra. Hoy decimos —en cambio— enterrar, que significa poner bajo tierra: en (dentro) terra (tierra) ar (acción) = acción de poner dentro de la tierra. También existe el término ʻinhumarʼ que provienen de in humare (poner dentro de la tierra), humus significa tierra en latín; y ʻcremarʼ que viene del latín cremo, que significa quemar. En fin, todos estos términos nos recuerdan que polvo somos y en polvo nos convertiremos.

La palabra «vida» deriva del latín vita –ae. Con este término se designa cualquier tipo de vida y, por relación antonímica, lo que es contrario a la muerte: lo que carece de vida. En griego —por su parte— existen dos términos para designar vida: βίος (bíos), con lo que se refiere cualquier tipo de vida; y ζῶν6 (zoon) para especificar solamente a los animales, aunque los antiguos griegos lo utilizaban para referirse al ser humano. Es por ello que Aristóteles habla del zoon politicón, de ζῷον, zỗion, «animal» y πολῑτῐκόν, politikón, «político (perteneciente a la polis o ciudad-estado)»; dicho de otra manera: que los hombres somos seres políticos, o cívicos, porque vivimos y participamos de y en la ciudad.

Ahora bien, ambas palabras (bíos y zoon) tienen su origen en la raíz indoeuropea gwe˰i, que al igual que en griego, refiere vida. Hoy en día, sin embargo, existe un debate acerca de dónde empieza la vida. A mí me parece que no habría mayor problema si se tomara en cuenta que todos —como seres humanos— estamos en acto y potencia a la vez. Así, estamos en acto si tomamos en cuenta el presente, el ahora en el que transcurrimos; y en potencia, si hablamos de lo que podremos ser. Es por ello que si se corta o imposibilita ese posible transcurrir (aborto) se está quitando (haciendo imposible) el hecho de que la vida continúe. En este sentido el término que debería utilizarse es el de matar, y no abortar, porque sólo se puede matar algo que está vivo (pero ya hablaré de este tema y con mayor precisión en otra ocasión). Por ahora me quedo con la idea de que estar vivo —insisto— no es estar en un eterno presente, ya que existe un desarrollo que se da entre el acto y la potencia.

Por otra parte, contrario a la vida, se encuentran varios términos que suelen usarse indistintamente; sin embargo, me parece que conviene distinguirlos desde su etimología; para comprender —aunque sea en parte— su sentido actual. Empecemos por el término «cadáver» que significa ʻsin sepultarʼ, ya que proviene de cadere, que significa que ʻya no puede ponerse en pieʼ. Así se colige —por antonomasia— que es aquél que está muerto.

Hay varias formas de referirse a los que están muertos; por ejemplo, cuando los restos son transportados se dice que son ʻexequiasʼ, ya que el término proviene del latín exsequiæ, que significa ʻcortejo fúnebreʼ, ya que deriva de exsequi, o sea ʻseguir el entierroʼ, de ex, fuera de; y sequi, seguir. Ahora bien, es fúnebre porque proviene de ʻdifuntoʼ, el cual deriva —a su vez— de defungi, el que cumple la deuda o lo que tenía que hacer, de dē-fungor, fūnctus, desempeñar, ejercer (de aquí viene p. ej. el término funcionario). Dicho de una manera directa: el que ya no funciona, o ha dejado de funcionar. Es por eso que en la antigüedad se decía diem functus, es decir, el que ha concluido sus días. Por su parte, existía también la expresión functi officio, para referirse a aquél que había realizado (cumplido) las tareas que tenía que realizar, o las que tenía que haber llevado a cabo durante la vida (los deberes que debió haber cumplido); ahora que si los deberes eran de alto rango, se decía honoribus functus, porque había desempeñado honores.

Al respecto llama la atención el hecho de que dependiendo del destino (en otra ocasión hablaré de este término: destino) que se les dé a los difuntos, será el término que se utilice para referirse a ellos. Así, si son incinerados se les dice reliquias, ya que viene de reliquiæ, que significa ʻrestosʼ, ʻdespojosʼ; sobre todo cuando son de alguien que murió desde hace mucho tiempo. Una vez que son enterrados se les llama sepultados. Esta palabra proviene de sepulto, que significa aquél que ya no tiene pulso, es decir sine pulsu, o dicho de otra manera: que ya no tiene movimiento.

Como parte del proceso luctuoso se usa precisamente ʻluctuosoʼ, palabra que deriva de luctuosus, que significa ʻcon mucho dolor o mucha tristezaʼ, ya que proviene de lūctus, a, um, que significa llanto, luto y/o causa de llanto; y del sufijo -oso que significa abundancia. Con lo cual se quiere decir que el dolor es grande, o que la pérdida del ser querido no es menor. También se utiliza el término ʻsepelioʼ, porque proviene de sepelire que significa ʻocultar el cuerpoʼ. Hay un término que se utilizaba en la antigua Roma y parte de la Alta Edad Media, y que ya no utilizamos (al menos con el sentido que tenía en ese tiempo). Es el de humare que significa ʻsoterrarʼ, es decir, cubrir de tierra. Hoy decimos —en cambio— enterrar, que significa poner bajo tierra: en (dentro) terra (tierra) ar (acción) = acción de poner dentro de la tierra. También existe el término ʻinhumarʼ que provienen de in humare (poner dentro de la tierra), humus significa tierra en latín; y ʻcremarʼ que viene del latín cremo, que significa quemar. En fin, todos estos términos nos recuerdan que polvo somos y en polvo nos convertiremos.

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