/ sábado 21 de julio de 2018

Realidad tecnológica

La tecnología ha evolucionado con el paso del tiempo a un nivel nunca antes pensado, permitiéndonos alimentar la necesidad por conocer lo maravilloso que es el mundo y el universo y así develar los misterios de la vida y cómo es que está conformada. Sin ayuda de los avances tecnológicos sería imposible concebir el mundo tal como lo vivimos hoy día con día.

Gracias a ello, se nos ha permitido la simultaneidad del ser, a través de señales y aparatos electrónicos que son de suma vitalidad, dando acceso al conocimiento, el entretenimiento, la comunicación y la conexión e interacción con personas en todas partes del mundo.

En los inicios del auge tecnológico los artistas experimentaban con dichos avances para la creación de proyectos nuevos y afines a los tiempos venideros. Pero su sobrexplotación los ha llevado a convertirse en un arma de dos filos, dejando al mundo del arte al borde de la decadencia. Ahora que se encuentran al alcance de la mayoría de las personas, principalmente a través de un teléfono móvil, el contenido y el discurso se han ido deteriorando quedando en una superficialidad que sólo atiende a la inmediatez y al entretenimiento con desapego a la composición natural y espiritual del ser humano.

Sólo hace falta volver los ojos al mundo de la industria musical; al menos en México, la música comercial está pasando por una crisis que se limita a repetir y seguir modas de otros lados del mundo. El lenguaje se ha reducido, hay canciones que con 2 estrofas insípidas son el mayor éxito a nivel mundial, una simplificación, que se ha convertido en necesaria para estos tiempos de consumo acelerado, una era donde el dinero, el sexo, el éxito y la dignidad -que se confunde con el ego para hacer de menos al otro- son los temas más escuchados y demandados por los consumidores.

Vivimos en una realidad donde cada vez somos más en este apretado mundo, lo cual, a su vez, abre paso a la lucha por la diversidad y la inclusión, a la que, por cierto, algunos se resisten; una realidad donde pareciera que ya no existe la individualidad, donde de pronto todo suena igual, se lee igual, sabe igual.

Ahora todos quieren y “pueden” ser fotógrafos, músicos, diseñadores, incluso escritores y dramaturgos, no hay límites porque los avances tecnológicos así lo permiten; es una realidad hueca, de instructivo para armar, donde la técnica -y a veces ni eso- prevalece por encima de la imaginación y la creatividad, anulando las posibilidades, el misterio, el ritual, la sazón.

En el teatro pasa algo parecido. El mundo Netflix y el del cine lo tienen en jaque a pesar de que el teatro presenta ofertas diversas -algunas muy interesantes y bien hechas que abren el espectro del espectador- mientras los primeros apelan por la violencia, los superhéroes y el morbo, sumergiendo al espectador en mero consumo innato. En México, se ha multiplicado el número de producciones cinematográficas y para la televisión, empobreciendo el contenido, limitándolo a comedias clasistas y estereotipadas y al mundo del narco; sin mencionar la oleada que ya se nos viene encima de series biográficas de personajes de la farándula mexicana; pan y circo para el pueblo, pues.

Todo tiene que pasar por un filtro de estudio mercantil diseñado y supervisado por la industria, acotando estrictamente las propuestas de los creadores para ser un éxito inmediato entre las masas que represente automáticamente ganancias exorbitantes.

Los avances tecnológicos son una herramienta autodidacta donde la práctica hace al maestro, pero ojo: hay que conocer al maestro. Deberían ser un apoyo, una extensión del ser humano, la excepción y no la regla.

Con todo lo anterior se ha alterado la realidad del teatro. Cada vez hay más gente que hace teatro, se crean nuevos grupos y se abren nuevos espacios, lo cual es alentador mientras no se trabaje desde un desconocimiento o por simples logros económicos y mercantiles atrapando al espectador en la dimensión desconocida de la cual busca escapar teletransportándose con ayuda de su celular o sumergiéndolo en un ambiente pantanoso de confusión entre el buen y el mal gusto.

Pareciera que mi postura está en contra del “progreso”, pero no es así, sólo me resisto a ser consumido por ese mundo donde te conviertes en un estudio mercantil y estadístico sin posibilidades de elección. Prefiero ser parte, dentro o fuera, de un escenario en donde un conjunto de elementos con ciertas características y energías esté dispuesto a colisionar para dar paso a la vida, a la ficción.

La tecnología ha evolucionado con el paso del tiempo a un nivel nunca antes pensado, permitiéndonos alimentar la necesidad por conocer lo maravilloso que es el mundo y el universo y así develar los misterios de la vida y cómo es que está conformada. Sin ayuda de los avances tecnológicos sería imposible concebir el mundo tal como lo vivimos hoy día con día.

Gracias a ello, se nos ha permitido la simultaneidad del ser, a través de señales y aparatos electrónicos que son de suma vitalidad, dando acceso al conocimiento, el entretenimiento, la comunicación y la conexión e interacción con personas en todas partes del mundo.

En los inicios del auge tecnológico los artistas experimentaban con dichos avances para la creación de proyectos nuevos y afines a los tiempos venideros. Pero su sobrexplotación los ha llevado a convertirse en un arma de dos filos, dejando al mundo del arte al borde de la decadencia. Ahora que se encuentran al alcance de la mayoría de las personas, principalmente a través de un teléfono móvil, el contenido y el discurso se han ido deteriorando quedando en una superficialidad que sólo atiende a la inmediatez y al entretenimiento con desapego a la composición natural y espiritual del ser humano.

Sólo hace falta volver los ojos al mundo de la industria musical; al menos en México, la música comercial está pasando por una crisis que se limita a repetir y seguir modas de otros lados del mundo. El lenguaje se ha reducido, hay canciones que con 2 estrofas insípidas son el mayor éxito a nivel mundial, una simplificación, que se ha convertido en necesaria para estos tiempos de consumo acelerado, una era donde el dinero, el sexo, el éxito y la dignidad -que se confunde con el ego para hacer de menos al otro- son los temas más escuchados y demandados por los consumidores.

Vivimos en una realidad donde cada vez somos más en este apretado mundo, lo cual, a su vez, abre paso a la lucha por la diversidad y la inclusión, a la que, por cierto, algunos se resisten; una realidad donde pareciera que ya no existe la individualidad, donde de pronto todo suena igual, se lee igual, sabe igual.

Ahora todos quieren y “pueden” ser fotógrafos, músicos, diseñadores, incluso escritores y dramaturgos, no hay límites porque los avances tecnológicos así lo permiten; es una realidad hueca, de instructivo para armar, donde la técnica -y a veces ni eso- prevalece por encima de la imaginación y la creatividad, anulando las posibilidades, el misterio, el ritual, la sazón.

En el teatro pasa algo parecido. El mundo Netflix y el del cine lo tienen en jaque a pesar de que el teatro presenta ofertas diversas -algunas muy interesantes y bien hechas que abren el espectro del espectador- mientras los primeros apelan por la violencia, los superhéroes y el morbo, sumergiendo al espectador en mero consumo innato. En México, se ha multiplicado el número de producciones cinematográficas y para la televisión, empobreciendo el contenido, limitándolo a comedias clasistas y estereotipadas y al mundo del narco; sin mencionar la oleada que ya se nos viene encima de series biográficas de personajes de la farándula mexicana; pan y circo para el pueblo, pues.

Todo tiene que pasar por un filtro de estudio mercantil diseñado y supervisado por la industria, acotando estrictamente las propuestas de los creadores para ser un éxito inmediato entre las masas que represente automáticamente ganancias exorbitantes.

Los avances tecnológicos son una herramienta autodidacta donde la práctica hace al maestro, pero ojo: hay que conocer al maestro. Deberían ser un apoyo, una extensión del ser humano, la excepción y no la regla.

Con todo lo anterior se ha alterado la realidad del teatro. Cada vez hay más gente que hace teatro, se crean nuevos grupos y se abren nuevos espacios, lo cual es alentador mientras no se trabaje desde un desconocimiento o por simples logros económicos y mercantiles atrapando al espectador en la dimensión desconocida de la cual busca escapar teletransportándose con ayuda de su celular o sumergiéndolo en un ambiente pantanoso de confusión entre el buen y el mal gusto.

Pareciera que mi postura está en contra del “progreso”, pero no es así, sólo me resisto a ser consumido por ese mundo donde te conviertes en un estudio mercantil y estadístico sin posibilidades de elección. Prefiero ser parte, dentro o fuera, de un escenario en donde un conjunto de elementos con ciertas características y energías esté dispuesto a colisionar para dar paso a la vida, a la ficción.

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