/ sábado 23 de marzo de 2019

Reinvenciones

Tinta para un atabal

Hay un espectáculo invisible reservado a aquel que sea capaz de aventurarse en el laberinto de la mente del actor; un espectáculo que empieza a suceder frente a aquel que sucumbe a la tentación de ingresar por intrincados pasillos en los que transitan muchas ficciones, sueños, olvidos, ángeles extraviados que determinan lo que hacemos hoy o lo que haremos mañana.

“El espectáculo invisible”/ Luis de Tavira

Todos los días me levanto, vivo y camino por esta realidad inasible, intentando entender el lugar que ocupa, en mi vida, la ficción. Estos días he hablado mucho, he pensado mucho, y caigo en cuenta de que por una tal intuición profunda, un día llegó y no se fue. Se quedó agazapada y poco a poco fue invadiendo cada rincón, en lo cotidiano y en lo extraordinario de mi vida.

Hacer teatro exige condenarme a mí misma a perseguir una utopía yendo en contra de toda resistencia que la realidad impone, no conformarme con sólo ver pasar la vida, sino querer poseer todo en un instante, buscar ser libre de todas las maneras posibles, aceptar que la locura, como dijo Goethe “es otra manera de estar cuerdo”, querer ser visto hasta el fondo del alma, disfrutar en la incertidumbre, en el dolor y en la pasión, querer jugar el juego de transformar y transformarse, aunque ello implique ofrecer mi vida y lanzarme al vacío.

A cambio, el teatro se entrega a quien entregarse quiere, exigente, compasivo y cruel, como un contenedor de todas las pasiones humanas, inmenso en su poder de encantar, maravillar y perder. Acceder, permanecer o vivir en el teatro creando, requiere voluntad para acrecentar la habilidad de conjugar cuando menos tres universos: el que implica las razones personales por las que se hace teatro, lo que el mismo teatro representa en su dimensión humana y lo que significa hacer teatro en un determinado contexto.

La voluntad -capacidad humana para decidir con libertad lo que se desea y lo que no- es incompleta en la triada que he mencionado anteriormente desarrollando la profesión en México. Porque existimos en tanto que ofrecemos nuestro trabajo como retribución social. Porque para empezar, no hay un reconocimiento generalizado de que dedicarse al teatro sea tener una profesión. Porque no es serio, porque se puede prescindir de éste, porque “haces lo que te gusta y, además te pagan”.

Para vivir del arte, no solamente se necesita que perviva la voluntad del artista para poner al servicio de la creación toda su capacidad, su entusiasmo, su amor, su esperanza de cambio, su inteligencia sensible y razonada, su confianza, su condición romántica y realista, su consciencia colectiva… es necesario que además, en un sentido de entrega total, vaya incluido su patrimonio. Por tanto, es asunto serio cuando se toma la decisión de dedicarse al teatro. Es verdad que uno decide lo que quiere hacer en la vida. Pero la vocación es otra cosa, la vocación no se elige, simplemente se presenta para marcar la pauta de lo que serás, hagas lo que hagas.

Vivir del arte y del producto de nuestro trabajo, se ha convertido en un insulto para quienes esgrimen el poder desde los puestos burocráticos que, dicho sea de paso, existen gracias a la existencia de los primeros. Tener un apoyo gubernamental tal parece que de facto vuelve corrupta a la persona, sin analizar ni los logros, ni el avance, ni el fortalecimiento, ni la aportación que las actividades derivadas de la creación artística hacen como contribución para la reestructuración del tejido social, por decir lo menos. Porque realmente lo que hacemos los que nos preocupa el desarrollo cultural y artístico de México es, mediante el arte, salvaguardar la dignidad humana, tal como lo establece la Comisión de Derechos Humanos: “…la promoción, respeto, protección y garantía de los derechos culturales reconocidos por la Constitución y los tratados internacionales es decisiva para garantizar la dignidad humana y la interacción positiva entre individuos y comunidades, más en atención a la diversidad cultural existente en nuestro país y sus manifestaciones tanto presentes como históricas”.

El artista va ligado a su arte. De sus condiciones de vida depende que siga contribuyendo a construir la sociedad que necesitamos en este país. Es necesario que se le observe como agente de cambio que contribuye a mejorar y a elevar el nivel de vida de todos los miembros de una sociedad. El trabajo que realiza es respetable por el hecho de que se ocupa de los otros seres humanos. Es momento de dejar de ver al artista como el narcisista que se coloca en el aparador para ser observado. Es verdad que no esperaremos una dádiva del gobierno para seguir adelante, pero indigna hasta el cansancio tener que convencer de que la presencia del artista es necesaria y que hay que apoyarla, porque en este país que por décadas se han encargado de volver más pobre, sería un sueño creer que se sostendría bajo el esquema de mercadeo, de compra y venta. Pocos son aquellos que en su horizonte colocan la posibilidad de comprar arte, con la salvedad de que no están comprando un producto, están invirtiendo en su persona.

Retomando entonces este pensar y pensar, que es la tarea de la que nunca puede escapar un artista, haciendo memoria de por cuántos filtros he pasado durante estos casi 30 años de haber decidido dedicarme al teatro, comienzo mencionando que he tenido que convencer: a mis padres y hermanos para no causarles la angustia de no saber si iba a sobrevivir del teatro; a mi pareja para dejarle claro que uno decide el tipo de artista que quiere ser; a mi hijo para heredarle la autodeterminación para dedicarse a lo que sea que su intuición le ordene (fuera del materialismo); a mis compañeros colegas para contagiarles fortaleza y certidumbre de que se obtiene más riqueza humana cuando se piensa en colectivo, a mis vecinos, a mis amigos, al taxista, a la señora del mercado y un largo etcétera de personas, en las que yo misma me incluyo cuando día con día he de encontrar razones para sostenerme en una postura asumida y clara, respetuosa y guerrera.

Y sin embargo parece insuficiente esta lucha continua, todo indica que el sino de un artista, aquí, hoy, en México, es justificar hasta el último suspiro más que su razón de ser, la valía que tiene su existencia.

Hay un espectáculo invisible reservado a aquel que sea capaz de aventurarse en el laberinto de la mente del actor; un espectáculo que empieza a suceder frente a aquel que sucumbe a la tentación de ingresar por intrincados pasillos en los que transitan muchas ficciones, sueños, olvidos, ángeles extraviados que determinan lo que hacemos hoy o lo que haremos mañana.

“El espectáculo invisible”/ Luis de Tavira

Todos los días me levanto, vivo y camino por esta realidad inasible, intentando entender el lugar que ocupa, en mi vida, la ficción. Estos días he hablado mucho, he pensado mucho, y caigo en cuenta de que por una tal intuición profunda, un día llegó y no se fue. Se quedó agazapada y poco a poco fue invadiendo cada rincón, en lo cotidiano y en lo extraordinario de mi vida.

Hacer teatro exige condenarme a mí misma a perseguir una utopía yendo en contra de toda resistencia que la realidad impone, no conformarme con sólo ver pasar la vida, sino querer poseer todo en un instante, buscar ser libre de todas las maneras posibles, aceptar que la locura, como dijo Goethe “es otra manera de estar cuerdo”, querer ser visto hasta el fondo del alma, disfrutar en la incertidumbre, en el dolor y en la pasión, querer jugar el juego de transformar y transformarse, aunque ello implique ofrecer mi vida y lanzarme al vacío.

A cambio, el teatro se entrega a quien entregarse quiere, exigente, compasivo y cruel, como un contenedor de todas las pasiones humanas, inmenso en su poder de encantar, maravillar y perder. Acceder, permanecer o vivir en el teatro creando, requiere voluntad para acrecentar la habilidad de conjugar cuando menos tres universos: el que implica las razones personales por las que se hace teatro, lo que el mismo teatro representa en su dimensión humana y lo que significa hacer teatro en un determinado contexto.

La voluntad -capacidad humana para decidir con libertad lo que se desea y lo que no- es incompleta en la triada que he mencionado anteriormente desarrollando la profesión en México. Porque existimos en tanto que ofrecemos nuestro trabajo como retribución social. Porque para empezar, no hay un reconocimiento generalizado de que dedicarse al teatro sea tener una profesión. Porque no es serio, porque se puede prescindir de éste, porque “haces lo que te gusta y, además te pagan”.

Para vivir del arte, no solamente se necesita que perviva la voluntad del artista para poner al servicio de la creación toda su capacidad, su entusiasmo, su amor, su esperanza de cambio, su inteligencia sensible y razonada, su confianza, su condición romántica y realista, su consciencia colectiva… es necesario que además, en un sentido de entrega total, vaya incluido su patrimonio. Por tanto, es asunto serio cuando se toma la decisión de dedicarse al teatro. Es verdad que uno decide lo que quiere hacer en la vida. Pero la vocación es otra cosa, la vocación no se elige, simplemente se presenta para marcar la pauta de lo que serás, hagas lo que hagas.

Vivir del arte y del producto de nuestro trabajo, se ha convertido en un insulto para quienes esgrimen el poder desde los puestos burocráticos que, dicho sea de paso, existen gracias a la existencia de los primeros. Tener un apoyo gubernamental tal parece que de facto vuelve corrupta a la persona, sin analizar ni los logros, ni el avance, ni el fortalecimiento, ni la aportación que las actividades derivadas de la creación artística hacen como contribución para la reestructuración del tejido social, por decir lo menos. Porque realmente lo que hacemos los que nos preocupa el desarrollo cultural y artístico de México es, mediante el arte, salvaguardar la dignidad humana, tal como lo establece la Comisión de Derechos Humanos: “…la promoción, respeto, protección y garantía de los derechos culturales reconocidos por la Constitución y los tratados internacionales es decisiva para garantizar la dignidad humana y la interacción positiva entre individuos y comunidades, más en atención a la diversidad cultural existente en nuestro país y sus manifestaciones tanto presentes como históricas”.

El artista va ligado a su arte. De sus condiciones de vida depende que siga contribuyendo a construir la sociedad que necesitamos en este país. Es necesario que se le observe como agente de cambio que contribuye a mejorar y a elevar el nivel de vida de todos los miembros de una sociedad. El trabajo que realiza es respetable por el hecho de que se ocupa de los otros seres humanos. Es momento de dejar de ver al artista como el narcisista que se coloca en el aparador para ser observado. Es verdad que no esperaremos una dádiva del gobierno para seguir adelante, pero indigna hasta el cansancio tener que convencer de que la presencia del artista es necesaria y que hay que apoyarla, porque en este país que por décadas se han encargado de volver más pobre, sería un sueño creer que se sostendría bajo el esquema de mercadeo, de compra y venta. Pocos son aquellos que en su horizonte colocan la posibilidad de comprar arte, con la salvedad de que no están comprando un producto, están invirtiendo en su persona.

Retomando entonces este pensar y pensar, que es la tarea de la que nunca puede escapar un artista, haciendo memoria de por cuántos filtros he pasado durante estos casi 30 años de haber decidido dedicarme al teatro, comienzo mencionando que he tenido que convencer: a mis padres y hermanos para no causarles la angustia de no saber si iba a sobrevivir del teatro; a mi pareja para dejarle claro que uno decide el tipo de artista que quiere ser; a mi hijo para heredarle la autodeterminación para dedicarse a lo que sea que su intuición le ordene (fuera del materialismo); a mis compañeros colegas para contagiarles fortaleza y certidumbre de que se obtiene más riqueza humana cuando se piensa en colectivo, a mis vecinos, a mis amigos, al taxista, a la señora del mercado y un largo etcétera de personas, en las que yo misma me incluyo cuando día con día he de encontrar razones para sostenerme en una postura asumida y clara, respetuosa y guerrera.

Y sin embargo parece insuficiente esta lucha continua, todo indica que el sino de un artista, aquí, hoy, en México, es justificar hasta el último suspiro más que su razón de ser, la valía que tiene su existencia.

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