/ miércoles 2 de enero de 2019

Roma = Amor, los tesoros de Cuarón I

Vitral

*Ganadora del León de Oro a la mejor película, en el Festival Internacional de cine de Venecia 2018

El regreso a nuestro pasado puede transitarse por dos vías: para sufrir o para enriquecerse. Si elegimos la segunda podemos salir fortalecidos. Nuestro pasado está lleno de tantos eventos que si sabemos mirarlos con la óptica de la sabiduría pueden nutrir enormemente nuestro presente. Y entre las muchas aristas que tiene la película Roma, de Alfonso Cuarón (México, 2018), está la que nos ofrece a cada espectador, la oportunidad de revisar el pasado de cada uno, situación por situación, para ver proyectada nuestra propia película. Pero es muy importante la manera como nos acercamos, porque si nos asomamos al pasado para revivir rencores, odios, intrigas, celos y todo tipo de bajas pasiones, sólo estaremos encendiendo de nuevo la hoguera del dolor y el sufrimiento. No tiene caso.

Como espectador, el que ve esta película se está viendo retratado. Estás ahí, porque fuiste niño y desde entonces estás viviendo y construyendo la realidad social, y Roma es prueba de ello, ya que el autor reconstruye su infancia. ¿Quién dice que los niños no se dan cuenta de las cosas? Esta película revienta esa falacia, los niños se dan cuenta de todo. Excavar en el pozo sin fondo de los recuerdos, de la nostalgia, permite descubrir la mina que es la vida, llena de tesoros.

El pasado ejerce un gran poder, no es nada más “el pasado” a secas. Es la misma vida la que en un determinado momento fue presente con toda su complejidad, en esto radica su fuerza. Fue acción, concreción, por tanto es un cúmulo de experiencias factibles de analizarse y sacar conclusiones de ellas. El pasado es el manantial que mana, es un pozo sin fondo. Cuarón lo sabe y se dedica a beber en él. Y lo mejor, con su sustancia realiza arte, arte que enriquece la vida presente de otros. Además, voltear al pasado es apelar a la tradición, a los valores antiguos, a los que dan fuerza, sustento. La película rinde un homenaje a la empleada doméstica que trabajó en la casa de Cuarón cuando éste era niño, la señora Liboria Rodríguez, a quien está dedicada la obra.

El valor subyacente en toda la película Roma es el amor. El amor de la abuela Teresa; de Sofía, (Marina de Tavira) la madre de familia; de la empleada doméstica (Yalitza Aparicio) llamada Cleo (en aquellos tiempos se les llamaba sirvientas); de los niños, y hasta del perro “Borras” que mueve la cola y salta de alegría. El palíndromo de Roma es Amor. El amor como valor antiguo y presente, consciente o inconsciente, pero siempre fundamentando las acciones de las mujeres en la película. La doctora que atiende a Cleo en su embarazo y parto es amorosa con ella; la amiga, Adela (Nancy García), compañera doméstica de Cleo, la trata de “manita”, le aconseja, la vacila, siempre con amor. Éste reluce y trasluce en toda la película. Es la apuesta mayor.

Hasta ese árbol de Navidad que aparece en una de las escenas, un tanto triste, opaco y solitario, es un detalle que refuerza la proyección y vigencia de las tradiciones, que aunque oscurecidas por las circunstancias, ilumina, con su serie de foquitos, los rincones claves de esa casa.

Roma es una película que recupera el espíritu de una época, ese es uno de los enormes valores de la cinta, plantea todo un zeitgeist, una visión de un mundo que existió y que sigue manifestándose en el presente. La conjunción pasado-presente-futuro es la verdad latente que anima este trabajo de Cuarón. A pesar del, por momentos, tremendo pesimismo de la madre de los niños, como cuando llega alcoholizada, tratando de ahogar su dolor, y pronuncia esa tremenda frase de “no importa lo que te digan, siempre estamos solas”. Pesimismo enfrentado al, por momentos, optimismo de Cleo, que, a pesar del dolor por haber perdido a su hija, que nació muerta, acepta ir a Veracruz de vacaciones, y todavía saca fuerzas para participar en el acto luminoso de salvarle la vida a la hija de su patrona, que se ahogaba en el impetuoso oleaje del mar. No son personajes planos, sino que poseen una gama de matices con una paleta variada. Luces y sombras, como en todo ser humano.

Alfonso Cuarón saca sus mejores aparatos ópticos para revisar su pasado, su infancia, y salir enriquecido de la experiencia, y no sólo él, sino que proyecta sus visiones y nos da la oportunidad de revisar nuestra propia película a través de los ojos del amor y de la revisión crítica sin concesiones. Parafraseando al crítico de cine Emilio García Riera, diremos que el cine es como la vida: cada quien tiene su propia película, llena de eventos revisables. El mundo es una escuela. Nuestro valioso presente, mañana será pasado. Y en el presente se gesta el futuro.

Lo primero que uno celebra con la película Roma es el trabajo meticuloso reflejado en cada aspecto de la producción. Tanto en el guión, la fotografía, la reconstrucción de los escenarios, la dirección de arte, se nota un trabajo realizado con pasión y profesionalismo. Para muchos espectadores resulta impactante el reencuentro con su propio ayer: calles, autos, transporte, vestuario, alimentos, comerciales, radio, programas de televisión y ambiente político. La memoria revive todo en sus cabezas.

Entre otros temas que vemos en Roma está la denuncia del machismo. El padre de familia, Antonio (Fernando Grediaga), es un doctor del Seguro Social, que prácticamente nunca está presente, su figura es fantasmal, débil, es un ser profundamente egoísta, desapegado, carente de amor a su familia, un irresponsable que los deja sin dinero cuando los abandona. Sofía, la madre, ilusiona a sus hijos con la idea de que a partir de la separación vivirán grandes aventuras. En un diálogo cortante, seco, sin contemplaciones, les amarga su paseo por Veracruz para decirles que el viaje fue pura finta para que el papá vaya y saque las cosas de la casa porque se van a divorciar, bueno, dice, quizá esperanzada, quizá engañándolos: que él todavía no lo sabe bien. Mientras, el doctor no da la cara, no enfrenta la situación, es un cobarde incapaz de mirar de frente a su esposa y a sus hijos, quizá enmascarado en aquello de no herirlos.

El novio de Cleo, Fermín, es otra fichita machista. Se luce en el hotel a donde la lleva para abusar de ella. Es un abuso porque se trata de un engaño, no la ama, sólo quiere poseerla y después, adiós. En la habitación que ocupan, el tipo se desnuda para realizar katas de kendo y así impresionar a Cleo. No viene al caso su actitud, salvo mostrar su pasión y habilidades, su ego, para apantallar a una presa ya sometida.

Los temas centrales de la película son pues el machismo, la violencia, y la cobardía; y sus opuestos dialécticos: la solidaridad, la amistad, el trabajo, el amor. Y el producto de este enfrentamiento de valores da como resultado la duda, el miedo, el abandono, las salidas falsas, el alcoholismo, el rechazo, la humillación, la traición, la injusticia, la destrucción del tejido familiar y social…y la fuerza femenina para salir adelante.

Otro de los méritos de la película es ubicar la vida diaria en un contexto que la influye, pero sin hacer panfletos. El entorno de cada personaje da el marco de explicación para lo que ahí sucede. La narración va de lo particular a lo general, en contacto con lo cotidiano, para después volver a lo general que influye a lo particular.

Roma también apunta a las relaciones de poder. Lo hace sin panfletos, sin estridencias, sí con firmeza, como si nada, y ese es precisamente su mérito, porque así se dan esas relaciones de poder, como si nada pasara, como si fueran naturales, cuando mucho anecdóticas. Es la microfísica del poder de la que habló Michel Foucault. Dice el pensador francés: “La historia de las luchas por el poder, y en consecuencia las condiciones reales de su ejercicio y de su sostenimiento, sigue estando casi totalmente oculta. El saber no entra en ello: eso no debe saberse.” Pero su supuesta naturalidad a nadie engaña, ni siquiera a los niños. Cuando están en Veracruz, supuestamente para pasar unas vacaciones, la verdadera razón es ocultar que en eso días el papá ira a casa a sacar sus pertenencias. No da la cara, no enfrenta con honestidad ni valentía la separación ni ante sus hijos ni ante su esposa, pero ese acto a nadie engaña. Sobre todo a Paco (Carlos Peralta), uno de los niños, que rompe a llorar desconsoladamente sobre la mesa al descubrir la mentira. Ese es el ejercicio del poder patriarcal que somete, en las relaciones cotidianas, a las mujeres y a los niños, a las disposiciones y voluntad de un hombre macho y dominante. (Continuará).

https://escritosdeaft.blogspot.com

*Ganadora del León de Oro a la mejor película, en el Festival Internacional de cine de Venecia 2018

El regreso a nuestro pasado puede transitarse por dos vías: para sufrir o para enriquecerse. Si elegimos la segunda podemos salir fortalecidos. Nuestro pasado está lleno de tantos eventos que si sabemos mirarlos con la óptica de la sabiduría pueden nutrir enormemente nuestro presente. Y entre las muchas aristas que tiene la película Roma, de Alfonso Cuarón (México, 2018), está la que nos ofrece a cada espectador, la oportunidad de revisar el pasado de cada uno, situación por situación, para ver proyectada nuestra propia película. Pero es muy importante la manera como nos acercamos, porque si nos asomamos al pasado para revivir rencores, odios, intrigas, celos y todo tipo de bajas pasiones, sólo estaremos encendiendo de nuevo la hoguera del dolor y el sufrimiento. No tiene caso.

Como espectador, el que ve esta película se está viendo retratado. Estás ahí, porque fuiste niño y desde entonces estás viviendo y construyendo la realidad social, y Roma es prueba de ello, ya que el autor reconstruye su infancia. ¿Quién dice que los niños no se dan cuenta de las cosas? Esta película revienta esa falacia, los niños se dan cuenta de todo. Excavar en el pozo sin fondo de los recuerdos, de la nostalgia, permite descubrir la mina que es la vida, llena de tesoros.

El pasado ejerce un gran poder, no es nada más “el pasado” a secas. Es la misma vida la que en un determinado momento fue presente con toda su complejidad, en esto radica su fuerza. Fue acción, concreción, por tanto es un cúmulo de experiencias factibles de analizarse y sacar conclusiones de ellas. El pasado es el manantial que mana, es un pozo sin fondo. Cuarón lo sabe y se dedica a beber en él. Y lo mejor, con su sustancia realiza arte, arte que enriquece la vida presente de otros. Además, voltear al pasado es apelar a la tradición, a los valores antiguos, a los que dan fuerza, sustento. La película rinde un homenaje a la empleada doméstica que trabajó en la casa de Cuarón cuando éste era niño, la señora Liboria Rodríguez, a quien está dedicada la obra.

El valor subyacente en toda la película Roma es el amor. El amor de la abuela Teresa; de Sofía, (Marina de Tavira) la madre de familia; de la empleada doméstica (Yalitza Aparicio) llamada Cleo (en aquellos tiempos se les llamaba sirvientas); de los niños, y hasta del perro “Borras” que mueve la cola y salta de alegría. El palíndromo de Roma es Amor. El amor como valor antiguo y presente, consciente o inconsciente, pero siempre fundamentando las acciones de las mujeres en la película. La doctora que atiende a Cleo en su embarazo y parto es amorosa con ella; la amiga, Adela (Nancy García), compañera doméstica de Cleo, la trata de “manita”, le aconseja, la vacila, siempre con amor. Éste reluce y trasluce en toda la película. Es la apuesta mayor.

Hasta ese árbol de Navidad que aparece en una de las escenas, un tanto triste, opaco y solitario, es un detalle que refuerza la proyección y vigencia de las tradiciones, que aunque oscurecidas por las circunstancias, ilumina, con su serie de foquitos, los rincones claves de esa casa.

Roma es una película que recupera el espíritu de una época, ese es uno de los enormes valores de la cinta, plantea todo un zeitgeist, una visión de un mundo que existió y que sigue manifestándose en el presente. La conjunción pasado-presente-futuro es la verdad latente que anima este trabajo de Cuarón. A pesar del, por momentos, tremendo pesimismo de la madre de los niños, como cuando llega alcoholizada, tratando de ahogar su dolor, y pronuncia esa tremenda frase de “no importa lo que te digan, siempre estamos solas”. Pesimismo enfrentado al, por momentos, optimismo de Cleo, que, a pesar del dolor por haber perdido a su hija, que nació muerta, acepta ir a Veracruz de vacaciones, y todavía saca fuerzas para participar en el acto luminoso de salvarle la vida a la hija de su patrona, que se ahogaba en el impetuoso oleaje del mar. No son personajes planos, sino que poseen una gama de matices con una paleta variada. Luces y sombras, como en todo ser humano.

Alfonso Cuarón saca sus mejores aparatos ópticos para revisar su pasado, su infancia, y salir enriquecido de la experiencia, y no sólo él, sino que proyecta sus visiones y nos da la oportunidad de revisar nuestra propia película a través de los ojos del amor y de la revisión crítica sin concesiones. Parafraseando al crítico de cine Emilio García Riera, diremos que el cine es como la vida: cada quien tiene su propia película, llena de eventos revisables. El mundo es una escuela. Nuestro valioso presente, mañana será pasado. Y en el presente se gesta el futuro.

Lo primero que uno celebra con la película Roma es el trabajo meticuloso reflejado en cada aspecto de la producción. Tanto en el guión, la fotografía, la reconstrucción de los escenarios, la dirección de arte, se nota un trabajo realizado con pasión y profesionalismo. Para muchos espectadores resulta impactante el reencuentro con su propio ayer: calles, autos, transporte, vestuario, alimentos, comerciales, radio, programas de televisión y ambiente político. La memoria revive todo en sus cabezas.

Entre otros temas que vemos en Roma está la denuncia del machismo. El padre de familia, Antonio (Fernando Grediaga), es un doctor del Seguro Social, que prácticamente nunca está presente, su figura es fantasmal, débil, es un ser profundamente egoísta, desapegado, carente de amor a su familia, un irresponsable que los deja sin dinero cuando los abandona. Sofía, la madre, ilusiona a sus hijos con la idea de que a partir de la separación vivirán grandes aventuras. En un diálogo cortante, seco, sin contemplaciones, les amarga su paseo por Veracruz para decirles que el viaje fue pura finta para que el papá vaya y saque las cosas de la casa porque se van a divorciar, bueno, dice, quizá esperanzada, quizá engañándolos: que él todavía no lo sabe bien. Mientras, el doctor no da la cara, no enfrenta la situación, es un cobarde incapaz de mirar de frente a su esposa y a sus hijos, quizá enmascarado en aquello de no herirlos.

El novio de Cleo, Fermín, es otra fichita machista. Se luce en el hotel a donde la lleva para abusar de ella. Es un abuso porque se trata de un engaño, no la ama, sólo quiere poseerla y después, adiós. En la habitación que ocupan, el tipo se desnuda para realizar katas de kendo y así impresionar a Cleo. No viene al caso su actitud, salvo mostrar su pasión y habilidades, su ego, para apantallar a una presa ya sometida.

Los temas centrales de la película son pues el machismo, la violencia, y la cobardía; y sus opuestos dialécticos: la solidaridad, la amistad, el trabajo, el amor. Y el producto de este enfrentamiento de valores da como resultado la duda, el miedo, el abandono, las salidas falsas, el alcoholismo, el rechazo, la humillación, la traición, la injusticia, la destrucción del tejido familiar y social…y la fuerza femenina para salir adelante.

Otro de los méritos de la película es ubicar la vida diaria en un contexto que la influye, pero sin hacer panfletos. El entorno de cada personaje da el marco de explicación para lo que ahí sucede. La narración va de lo particular a lo general, en contacto con lo cotidiano, para después volver a lo general que influye a lo particular.

Roma también apunta a las relaciones de poder. Lo hace sin panfletos, sin estridencias, sí con firmeza, como si nada, y ese es precisamente su mérito, porque así se dan esas relaciones de poder, como si nada pasara, como si fueran naturales, cuando mucho anecdóticas. Es la microfísica del poder de la que habló Michel Foucault. Dice el pensador francés: “La historia de las luchas por el poder, y en consecuencia las condiciones reales de su ejercicio y de su sostenimiento, sigue estando casi totalmente oculta. El saber no entra en ello: eso no debe saberse.” Pero su supuesta naturalidad a nadie engaña, ni siquiera a los niños. Cuando están en Veracruz, supuestamente para pasar unas vacaciones, la verdadera razón es ocultar que en eso días el papá ira a casa a sacar sus pertenencias. No da la cara, no enfrenta con honestidad ni valentía la separación ni ante sus hijos ni ante su esposa, pero ese acto a nadie engaña. Sobre todo a Paco (Carlos Peralta), uno de los niños, que rompe a llorar desconsoladamente sobre la mesa al descubrir la mentira. Ese es el ejercicio del poder patriarcal que somete, en las relaciones cotidianas, a las mujeres y a los niños, a las disposiciones y voluntad de un hombre macho y dominante. (Continuará).

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