José Luis Armando de la Vega Estrada fue un humano inteligente que siempre supo contestar todas mis dudas a lo largo de mis 21 años. Sin duda extraño su atención y consejos sobre lo que llegué a escribir y dibujar mientras estuvo vivo.
De su labor de escritor me heredó el gusto por la lectura y la sensibilidad hacia lo estético de la palabra.
De su insaciable actividad tanto educativa como social no puedo menos que animarme a estudiar y trabajar duro por mis metas.
Mi padre seguirá presente en cada aspecto de mi vida. En cada saxífraga, en cada libro, en cada periódico, pues quienes fueron cercanos a él lo vieron siempre de lunes a domingo con su Jornada en mano. Todavía me encuentro con las anotaciones que hacía en los márgenes de las hojas, en las servilletas, en el papel que tuviera a la mano.
Hizo cuento, ensayo, reseñas. Editó libros, revistas. Aún jubilado todos los días salía con las primeras luces y se daba tiempo para que nunca nos faltara nada en casa. A su estilo nos dio cariño y muchas lecciones de vida.
También contribuyó al quehacer universitario durante toda su carrera, se echó encima a los directivos de su alma máter en contra del dolor que eso le ocasionaba, pero nunca lo vi dudar, nunca en toda mi vida lo vi llorar.
Quisiera cerrar diciendo que en nombre de mi madre y mi hermano, quiero agradecer a todos nuestros familiares y amigos que desde el pasado domingo se han acercado a nosotros para darnos su cariño y apoyo. Y con la siguiente frase, mi favorita de uno de los primeros libros que papá me compró: "La felicidad puede estar incluso en un oscuro momento, sólo no olviden encender la luz."
Por siempre, papá, por siempre.