/ lunes 18 de junio de 2018

Ser desde lo que se lee | Pantera que impla

La pantera impla, aparece en la página. Su sonido trasciende el silencio de las letras escritas: de su voz-lectora surgen sustancias que des-enmohecen tumbas abandonadas, de-cierto-desiertas (ideas que como palabras ya sólo reflejan grafías, moldes escriturísticos sin alma). Sin embargo queda un lenguaje llano, abierto, listo para repasarlo una y otra vez, hasta mondar la simple apariencia del silencio hecho papel.

Releer un texto es leer otro texto. Cuando se relee, el diálogo se modifica. Es cierto que la textura es la misma, pero las pisadas han cambiado. En este sentido la pantera se oculta en noches-lectoras de papel escrito. Entonces el «ser» puede seguir siendo ser-lector. Pero para eso necesita del lenguaje (cualquiera), requiere de un diálogo particular entre el autor y el lector.

El todo y la nada no son suficientes cuando se lee. El lenguaje —en todo caso— rebasa cualquier alfabeto: muestra el alma del ser humano, más allá de la semanticidad racional o la especificidad de alguna afirmación apodíctica. De ahí que aunque se utilicen las mismas palabras, no se diga siempre lo mismo. Quien habla no sólo habla: se da a sí mismo a través del lenguaje. Y es precisamente este ʻdarse al otroʼ, por medio de la palabra, lo que da sentido al texto | res es ser |.

A diferencia del término res (ρες), cosa en griego, que indica cualquier «ser», real o imaginario, el rēs, rēi, en sánscrito, indica cosa o bien, es decir lo que se posee. El texto que verdaderamente se lee (el que se hace propio) contiene ambas ideas de ʻcosaʼ (ser y bien). En él se muestra no sólo la cosa-en-sí (la realidad a secas), sino lo que en realidad se posee. Sólo así el texto se vuelve propio, la cosa escrita se convierte en un para sí.

Y esto se hace desde un silencio lector aprehensible. Sólo cuando el texto se vuelve propio, el alma logra expresarse; con ello las palabras dejan de ser cadáveres, se vuelven aliento de pantera, pisadas de felino a mitad de la noche escrita.

En todo texto hay un decir, un comunicar algo. Sin embargo, el rēthŏr, ŏris, no es quien da un discurso (escrito en este caso), sino el que se da a través del discurso (el texto); el que se ofrece por medio de la rhéma, la palabra, el discurso que des-carna al ser que habla; volviéndola (a la palabra) un rhētós, es decir algo dicho, algo expresado: no se trata de un qué (algo), sino de un quién (alguien). De ahí que cuando no se cumple esta condición los textos suenen huecos, fatuos, forzados.

Así el rhetorĭcus (en griego ῥητορικός, rētorikós) indica la forma; pero ésta (la forma) no es sólo apariencia, pues a través de lo que se muestra, aparece lo que subyace: la sustancia, es decir, lo que se «es» en el fondo. Dicho de otra manera: ʻforma es fondoʼ.

La vista trasciende al objeto cuando logra tomar al texto y hacerlo suyo, haciendo aparecer un nuevo texto, uno específico para ʻeseʼ lector. Qué otra cosa puede ser esto sino una simbiosis escrituraria-lectora.

La pantera avanza por el texto. Olfatea una palabra. Se estira en una frase. Levanta la mirada desde una idea nueva. Sus orejas se mueven a la par del viento. Impla una vez más. Sabe que el texto es su realidad. Y es así, desde esta realidad, que observa y hace suyo el trasfondo del texto. Entonces se oculta entre las líneas que tejen la cosa para sí (para ella). La noche tiene una nueva palabra que —al implar— se pierde como voz ida.

Cuando se lee la palabra, ésta se vuelve parte del ser que lee; o mejor: el ser es la palabra que lo des-cubre siendo pantera-lector. Sólo así se entiende que el logos griego (λόγος) y el da-vár hebreo (דבר) sean una forma de «ser» a través de lo que se declara, de lo que se dice. El «ser», al leer, se abre para darse al ʻotroʼ que se bifurca en un juego de espejos: el lector y el autor del texto: ambos son forma y fondo.

Pero el texto no se agota en una sola pantera. De hecho ningún texto puede agotar su existencialidad. Todo depende del lector y éste, a su vez, está supeditado en mayor o menor medida a la posibilidad de que los textos que ha leído sean lo suficientemente sólidos como para no caer en la tentación de una realidad insustancial: él es lo que ha leído (las palabras que ha hecho suyas). Sin embargo —hay que aclararlo— cualquier realidad puede ser insustancial para quienes no logran hacer aprehensión del texto: no todo es para todos.

El lector-pantera lo sabe muy bien. Comprende que su propia sustancialidad es producto inacabado del texto-leído. Cabe-el-mundo desde habitar-leer en él. Y qué texto no es mundo para ser «ser», para habitar en él. Los textos no se subsumen en los lectores, incluso en los que son pantera. Cada uno es una multitud para volver a nacer.

Siempre se puede reorientar el camino (la lectura). Nunca es tarde para leer. Cada ser es lo que es en la medida en que lo sigue siendo. Así el lector es lector porque lee. Esto lo saben muy bien las panteras-lectoras, las que a mitad de la página, cuando se pierden en la oscuridad de la noche, levantan la mirada y lanzan una vez más su voz de animal-lector: implan y cierran los ojos, buscando quizás a otro yo-lector que habita en su alma.

| leer | pantera | ser | : | ser lector desde lo que se lee |.


La pantera impla, aparece en la página. Su sonido trasciende el silencio de las letras escritas: de su voz-lectora surgen sustancias que des-enmohecen tumbas abandonadas, de-cierto-desiertas (ideas que como palabras ya sólo reflejan grafías, moldes escriturísticos sin alma). Sin embargo queda un lenguaje llano, abierto, listo para repasarlo una y otra vez, hasta mondar la simple apariencia del silencio hecho papel.

Releer un texto es leer otro texto. Cuando se relee, el diálogo se modifica. Es cierto que la textura es la misma, pero las pisadas han cambiado. En este sentido la pantera se oculta en noches-lectoras de papel escrito. Entonces el «ser» puede seguir siendo ser-lector. Pero para eso necesita del lenguaje (cualquiera), requiere de un diálogo particular entre el autor y el lector.

El todo y la nada no son suficientes cuando se lee. El lenguaje —en todo caso— rebasa cualquier alfabeto: muestra el alma del ser humano, más allá de la semanticidad racional o la especificidad de alguna afirmación apodíctica. De ahí que aunque se utilicen las mismas palabras, no se diga siempre lo mismo. Quien habla no sólo habla: se da a sí mismo a través del lenguaje. Y es precisamente este ʻdarse al otroʼ, por medio de la palabra, lo que da sentido al texto | res es ser |.

A diferencia del término res (ρες), cosa en griego, que indica cualquier «ser», real o imaginario, el rēs, rēi, en sánscrito, indica cosa o bien, es decir lo que se posee. El texto que verdaderamente se lee (el que se hace propio) contiene ambas ideas de ʻcosaʼ (ser y bien). En él se muestra no sólo la cosa-en-sí (la realidad a secas), sino lo que en realidad se posee. Sólo así el texto se vuelve propio, la cosa escrita se convierte en un para sí.

Y esto se hace desde un silencio lector aprehensible. Sólo cuando el texto se vuelve propio, el alma logra expresarse; con ello las palabras dejan de ser cadáveres, se vuelven aliento de pantera, pisadas de felino a mitad de la noche escrita.

En todo texto hay un decir, un comunicar algo. Sin embargo, el rēthŏr, ŏris, no es quien da un discurso (escrito en este caso), sino el que se da a través del discurso (el texto); el que se ofrece por medio de la rhéma, la palabra, el discurso que des-carna al ser que habla; volviéndola (a la palabra) un rhētós, es decir algo dicho, algo expresado: no se trata de un qué (algo), sino de un quién (alguien). De ahí que cuando no se cumple esta condición los textos suenen huecos, fatuos, forzados.

Así el rhetorĭcus (en griego ῥητορικός, rētorikós) indica la forma; pero ésta (la forma) no es sólo apariencia, pues a través de lo que se muestra, aparece lo que subyace: la sustancia, es decir, lo que se «es» en el fondo. Dicho de otra manera: ʻforma es fondoʼ.

La vista trasciende al objeto cuando logra tomar al texto y hacerlo suyo, haciendo aparecer un nuevo texto, uno específico para ʻeseʼ lector. Qué otra cosa puede ser esto sino una simbiosis escrituraria-lectora.

La pantera avanza por el texto. Olfatea una palabra. Se estira en una frase. Levanta la mirada desde una idea nueva. Sus orejas se mueven a la par del viento. Impla una vez más. Sabe que el texto es su realidad. Y es así, desde esta realidad, que observa y hace suyo el trasfondo del texto. Entonces se oculta entre las líneas que tejen la cosa para sí (para ella). La noche tiene una nueva palabra que —al implar— se pierde como voz ida.

Cuando se lee la palabra, ésta se vuelve parte del ser que lee; o mejor: el ser es la palabra que lo des-cubre siendo pantera-lector. Sólo así se entiende que el logos griego (λόγος) y el da-vár hebreo (דבר) sean una forma de «ser» a través de lo que se declara, de lo que se dice. El «ser», al leer, se abre para darse al ʻotroʼ que se bifurca en un juego de espejos: el lector y el autor del texto: ambos son forma y fondo.

Pero el texto no se agota en una sola pantera. De hecho ningún texto puede agotar su existencialidad. Todo depende del lector y éste, a su vez, está supeditado en mayor o menor medida a la posibilidad de que los textos que ha leído sean lo suficientemente sólidos como para no caer en la tentación de una realidad insustancial: él es lo que ha leído (las palabras que ha hecho suyas). Sin embargo —hay que aclararlo— cualquier realidad puede ser insustancial para quienes no logran hacer aprehensión del texto: no todo es para todos.

El lector-pantera lo sabe muy bien. Comprende que su propia sustancialidad es producto inacabado del texto-leído. Cabe-el-mundo desde habitar-leer en él. Y qué texto no es mundo para ser «ser», para habitar en él. Los textos no se subsumen en los lectores, incluso en los que son pantera. Cada uno es una multitud para volver a nacer.

Siempre se puede reorientar el camino (la lectura). Nunca es tarde para leer. Cada ser es lo que es en la medida en que lo sigue siendo. Así el lector es lector porque lee. Esto lo saben muy bien las panteras-lectoras, las que a mitad de la página, cuando se pierden en la oscuridad de la noche, levantan la mirada y lanzan una vez más su voz de animal-lector: implan y cierran los ojos, buscando quizás a otro yo-lector que habita en su alma.

| leer | pantera | ser | : | ser lector desde lo que se lee |.


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