/ sábado 11 de diciembre de 2021

Tango, teatro, danza y tan, tan

El espectador

Conocidas las producciones de Unidos Tango en el Foro Escénico, en el Teatro de la Ciudad e incluso en el reducido auditorio del Museo de la Ciudad, dudaba de la idoneidad del pequeño tablado y la colocación del público en un mismo nivel general en el antiguo patio de una casona vecina de la Casa de la Cultura ‘Dr Ignacio Mena Rosales’, pero Gerardo Gonzáles E. demostró el 25 de noviembre en La Grieta de 5 de Mayo, último de tres jueves, que quien es perico donde quiera es verde. Sin escenografía, salvo el cortinaje que enmarca el entarimado y atenido a un juego de luces fijo en el techo, el tango sucedió y emocionó a continuación de un cuestionamiento teatral-bailable acerca de la finalidad de la existencia: ¿qué sentido tiene?

A la vista del desempeño escénico, una respuesta es el arte y particularmente el tango. En el inicio no le viene bien a un tramo del montaje responsivo el vestuario que sugiere la presentación en paños menores. (Existe en la danza ropa de trabajo que bien sugiere desnudez o el propósito de no portar el propio para una caracterización convencional, como podrá apreciarse en esta entrega con “Tacto nuevo”.) Por lo demás, el transcurrir de quince cuadros se disfruta por la atinada conjunción de los bailarines, Gerardo González y Gabriel Mesinas, y las bailarinas Guadalupe Zúñiga, Astrit Hernández, Rubí Segura y Claudia González. El aprovechamiento del espacio es exacto y no parecen faltos de amplitud. Hay una hilación y continuidad apenas entorpecida por la falta de salidas entre piernas o laterales. Quizá lo más importante: proyectan gozo, bienestar, frente al público, estar bien con él público. Que el público esté bien con el tango.

*

El viernes 26 de noviembre, en una sala más del Museo de la Ciudad de Querétaro, instantáneamente pasaríamos la píldora de que los personajes vistos al iniciar “Akan” están muertos, disecados por la miseria, pero María Fernanda Monroy Gómez no explota, o podría hacerlo más tenebrosa y temerariamente evidente: la ambivalencia mágica de vida y muerte. Salvo una leve vuelta de tuerca final, que si no predecible sí consecuente con la trama ideada, se queda clavada en el pesimista y pesadumbroso mundo rulfiano, que si es su propósito ofrecernos una visión propia, ni siquiera una interpretación, mucho acierta con caracterizaciones y ambientación, aunque desaprovecharía el impacto inicial. La reiterada mención de Comala como misión y meta no deja lugar a dudas referenciales por la única novela del escritor jalisciense. En la indagación de Juan no tarda en aparecer la respuesta derivada del primer relato o cuento de “El llano en llamas”: “Nos han dado la tierra”.

A la mitad de la primera página de “Pedro Páramo” está la provocación materna para meter un mundo de trama y drama: «El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.» No se toma un clásico para reproducirlo y dejarlo igual, siquiera cuestionando al público: «¿Y usted va a Comala o ya llegó?» No dejarlo frente a una trama, sino meterlo en ella, siquiera de camino a casa, pa’que no duerma, que no vuelva al teatro que lo hace pensar con motivo y razón. Pero esta propuesta no vale sin preguntar: «¿Y usted ya leyó “Pedro Páramo", “El llano en llamas”?». Más fácil, para apenar menos, «¿practica la lectura?» «¿La qué…?» Chin. Somos de los países con más bajo promedio de lectura per capita; la osmosis con la acumulación de libros no funciona, solo reproduce polilla. Si “Akan” anima un lector con cada función, habrá hecho una gran aportación a la desmañada patria, ¡la estará transformando! Que el visitador-buscador ya no salga de Comala, atrapado y absorbido por ésta, es una bienvenida vuelta de tuerca, que no salva la oportunidad de jugar con una evolutiva ambivalencia de muerte y vida que llevaría al espectador a asumirse en Juan. Pero ¿qué con el anillo materno?, ¿qué con las hojas secas de elotes en la maleta del citadino? Las magníficas voces de los actores así permanecen. La del buscador arribeño no deja de ser la apropiada para el personaje urbano. Las otras dos no están en ese tono lerdo, cansado de una desolación rural generacional, del tiempo del campo que no se mide con reloj. (La metáfora de su descompostura relacionada con el correr de la vida, queda aislada, sin correlación ni aprovechamiento.) Referenciales las voces ruralizadas de Ignacio López Tarso y Ernesto Gómez Cruz.

*

Foto: Cortesía | Óscar Salas


El maravillamiento visual lo brinda la arquitectura del Museo de Arte Contemporáneo, con el mérito para los artistas escénicos del colectivo Astillados de Ruido de haber elegido uno de sus pasillos, incorporándolo prácticamente al suceder dramático de “Tacto nuevo”.

Con elementos simplísimos aprovechados con la mayor sencillez de la Geometría (líneas verticales y horizontales, y su perpendicularidad). Cemento (pisos y paredes), madera (las vigas del techo) y vidrio (puertas y ventanas). La iluminación, la luz general señalada para el aprovechamiento museístico del inmueble colonial, sin otro cromatismo que el blanco mate. Didier Olvera y Beatriz Juan-Gil, creadores e intérpretes, contrastan fuertemente con un par de tonalidades: negro y carne. Difícil acusar maquillaje alguno fuera de las líneas de los ojos. El vuelo de los largos falda-pantalones alterando la geometría arquitectónica. En resumen: una creación visual impactante. El aprovechamiento espacial muy especial: un larguísimo pasillo, casi una abertura abismal entre dos altísimos muros.

En el extremo de entrada quizá veinte sillas, diez y diez contra sendas paredes oblicuamente una detrás de la otra para presenciar, el sábado 27 de noviembre, la función de clausura de la breve temporada de estreno de “Tacto nuevo”, remitiendo a la nostalgia los saludos de beso y de mano, por los de puño y codo, en medio de la exasperante e imperiosa necesidad de la cercanía, la proximidad, la intimación.

Foto: Cortesía | Óscar Salas

Conocidas las producciones de Unidos Tango en el Foro Escénico, en el Teatro de la Ciudad e incluso en el reducido auditorio del Museo de la Ciudad, dudaba de la idoneidad del pequeño tablado y la colocación del público en un mismo nivel general en el antiguo patio de una casona vecina de la Casa de la Cultura ‘Dr Ignacio Mena Rosales’, pero Gerardo Gonzáles E. demostró el 25 de noviembre en La Grieta de 5 de Mayo, último de tres jueves, que quien es perico donde quiera es verde. Sin escenografía, salvo el cortinaje que enmarca el entarimado y atenido a un juego de luces fijo en el techo, el tango sucedió y emocionó a continuación de un cuestionamiento teatral-bailable acerca de la finalidad de la existencia: ¿qué sentido tiene?

A la vista del desempeño escénico, una respuesta es el arte y particularmente el tango. En el inicio no le viene bien a un tramo del montaje responsivo el vestuario que sugiere la presentación en paños menores. (Existe en la danza ropa de trabajo que bien sugiere desnudez o el propósito de no portar el propio para una caracterización convencional, como podrá apreciarse en esta entrega con “Tacto nuevo”.) Por lo demás, el transcurrir de quince cuadros se disfruta por la atinada conjunción de los bailarines, Gerardo González y Gabriel Mesinas, y las bailarinas Guadalupe Zúñiga, Astrit Hernández, Rubí Segura y Claudia González. El aprovechamiento del espacio es exacto y no parecen faltos de amplitud. Hay una hilación y continuidad apenas entorpecida por la falta de salidas entre piernas o laterales. Quizá lo más importante: proyectan gozo, bienestar, frente al público, estar bien con él público. Que el público esté bien con el tango.

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El viernes 26 de noviembre, en una sala más del Museo de la Ciudad de Querétaro, instantáneamente pasaríamos la píldora de que los personajes vistos al iniciar “Akan” están muertos, disecados por la miseria, pero María Fernanda Monroy Gómez no explota, o podría hacerlo más tenebrosa y temerariamente evidente: la ambivalencia mágica de vida y muerte. Salvo una leve vuelta de tuerca final, que si no predecible sí consecuente con la trama ideada, se queda clavada en el pesimista y pesadumbroso mundo rulfiano, que si es su propósito ofrecernos una visión propia, ni siquiera una interpretación, mucho acierta con caracterizaciones y ambientación, aunque desaprovecharía el impacto inicial. La reiterada mención de Comala como misión y meta no deja lugar a dudas referenciales por la única novela del escritor jalisciense. En la indagación de Juan no tarda en aparecer la respuesta derivada del primer relato o cuento de “El llano en llamas”: “Nos han dado la tierra”.

A la mitad de la primera página de “Pedro Páramo” está la provocación materna para meter un mundo de trama y drama: «El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.» No se toma un clásico para reproducirlo y dejarlo igual, siquiera cuestionando al público: «¿Y usted va a Comala o ya llegó?» No dejarlo frente a una trama, sino meterlo en ella, siquiera de camino a casa, pa’que no duerma, que no vuelva al teatro que lo hace pensar con motivo y razón. Pero esta propuesta no vale sin preguntar: «¿Y usted ya leyó “Pedro Páramo", “El llano en llamas”?». Más fácil, para apenar menos, «¿practica la lectura?» «¿La qué…?» Chin. Somos de los países con más bajo promedio de lectura per capita; la osmosis con la acumulación de libros no funciona, solo reproduce polilla. Si “Akan” anima un lector con cada función, habrá hecho una gran aportación a la desmañada patria, ¡la estará transformando! Que el visitador-buscador ya no salga de Comala, atrapado y absorbido por ésta, es una bienvenida vuelta de tuerca, que no salva la oportunidad de jugar con una evolutiva ambivalencia de muerte y vida que llevaría al espectador a asumirse en Juan. Pero ¿qué con el anillo materno?, ¿qué con las hojas secas de elotes en la maleta del citadino? Las magníficas voces de los actores así permanecen. La del buscador arribeño no deja de ser la apropiada para el personaje urbano. Las otras dos no están en ese tono lerdo, cansado de una desolación rural generacional, del tiempo del campo que no se mide con reloj. (La metáfora de su descompostura relacionada con el correr de la vida, queda aislada, sin correlación ni aprovechamiento.) Referenciales las voces ruralizadas de Ignacio López Tarso y Ernesto Gómez Cruz.

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Foto: Cortesía | Óscar Salas


El maravillamiento visual lo brinda la arquitectura del Museo de Arte Contemporáneo, con el mérito para los artistas escénicos del colectivo Astillados de Ruido de haber elegido uno de sus pasillos, incorporándolo prácticamente al suceder dramático de “Tacto nuevo”.

Con elementos simplísimos aprovechados con la mayor sencillez de la Geometría (líneas verticales y horizontales, y su perpendicularidad). Cemento (pisos y paredes), madera (las vigas del techo) y vidrio (puertas y ventanas). La iluminación, la luz general señalada para el aprovechamiento museístico del inmueble colonial, sin otro cromatismo que el blanco mate. Didier Olvera y Beatriz Juan-Gil, creadores e intérpretes, contrastan fuertemente con un par de tonalidades: negro y carne. Difícil acusar maquillaje alguno fuera de las líneas de los ojos. El vuelo de los largos falda-pantalones alterando la geometría arquitectónica. En resumen: una creación visual impactante. El aprovechamiento espacial muy especial: un larguísimo pasillo, casi una abertura abismal entre dos altísimos muros.

En el extremo de entrada quizá veinte sillas, diez y diez contra sendas paredes oblicuamente una detrás de la otra para presenciar, el sábado 27 de noviembre, la función de clausura de la breve temporada de estreno de “Tacto nuevo”, remitiendo a la nostalgia los saludos de beso y de mano, por los de puño y codo, en medio de la exasperante e imperiosa necesidad de la cercanía, la proximidad, la intimación.

Foto: Cortesía | Óscar Salas

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