/ jueves 9 de noviembre de 2023

Yo soy actor

Tinta para un Atabal


¡Yo soy actor, vivo feliz con mi profesión y gano dinero con ella!

La profesión del actor la desarrollo desde mis 49 años en este camino de vida. Durante este tiempo he percibido que la gente tiene visiones muy equivocadas o poco claras acerca de lo que implica ser actor y esto evidentemente influye en la manera como se relaciona tanto con la persona que realiza este arte, como con la actividad misma.

Son conocidos de todos los actores o actrices los famosos dichos de la familia, el amigo o el dialogante circunstancial que van desde: “¿Actor? eso no es un trabajo, ¡te vas a morir de hambre!” o “¡Ah! ¿Entonces te dedicas a eso de la actuada? pero ¿en qué trabajas?” “Oiga, usted es actor ¿verdad? ¡A ver, hágale así como si estuviera triste o ríase!” “Si eres actor ¿por qué no sales en la tele? ¿por qué no estás en Hollywood?” Hasta puntos tan divergentes o encontrados como: “Actuar, ¡ah sí! yo tengo un tío que es bien chistoso y en las fiestas nos hace reír a todos con sus ocurrencias!” o “¡Actuar! eso sí está bien difícil, se necesita ser como especial… o estar medio loco”. En fin, mis colegas que lean esta columna podrían agregar muchos dichos y creencias que existen sobre nuestra profesión.

Lo anterior no excluye que haya gente que sí ubica y aprecia la misma y que la entiende como una profesión más que se suma al servicio que nos damos unos a otros en la sociedad, en diversos ámbitos y con muchos propósitos; pero pienso que aún hay mucho por hacer para dignificar nuestra labor y más cuando trabajamos en proyectos independientes, ya sea en el teatro o en el cine.

Como en la vida, las cosas no suceden de afuera hacia adentro, es decir, no podemos esperar que los demás nos amen, nos aprecien o nos reconozcan sin que primero nosotros nos amemos, nos apreciemos y nos reconozcamos. Esto, en el existir de una persona, puede darse si desde la formación en sus primeras etapas de vida se lo fomentan, si no puede costarle algún tiempo, parte o toda una vida para integrarlo. En el teatro sucede lo mismo, si desde la formación inicial recibimos (por tradición) una mala educación con respecto a nuestro quehacer, llena de vicios y malformaciones, después va a ser difícil quitarnos esto y vamos a repetirlo a lo largo de nuestra trayectoria, sin percatarnos que estos están en relación directa con la manera en la que los demás, e incluso nosotros mismos, vemos nuestra profesión.

No solo me refiero a vicios y malformaciones que estén relacionadas con un método interpretativo o el conocimiento de un sistema de actuación, sino algunas cosas que acompañan el quehacer escénico y la relación de éste con el público y que nunca nos enseñan en las escuelas o en los talleres; las vamos descubriendo, si estamos atentos a ellos, en nuestro transitar por los escenarios. Sin embargo, lo que yo ignoro o no le pongo importancia, sumado a lo que los otros ignoran y no le ponen importancia, propicia que la gente no tome en serio nuestro oficio como actores y por lo tanto no lo respete, por ejemplo en lo referente al pago que merecemos por la misma.

A continuación mencionaré dos de las expresiones que frecuentemente recibimos los actores y actrices, aclarando que el propósito de este artículo no es enunciar verdades absolutas sino compartir experiencias con el fin de generar reflexiones que nos lleven a mejorar nuestra práctica profesional.

“Cualquiera puede actuar” Este postulado lo he oído a lo largo de mi carrera en boca de muchos y no siempre ubicado desde un contexto preciso. Ha habido, tanto en el teatro, como en el cine, personas que han participado en el hecho escénico o cinematográfico sin ser actores o actrices de profesión, e incluso que han tenido un desempeño exitoso. Sí, pero lo que no se dice, u olvidamos, es que en esos espectáculos u obras en lo que esto ha sucedido estas personas han tenido una guía y/o preparación por parte de algún profesional. Cuando esto no se ha tomado en cuenta, hemos sido testigos de grupos, compañías y directores que han invitado a personas a subirse al escenario sin darles la capacitación necesaria, asignándoles papeles relevantes en cuando menos una escena y sin ningún apoyo por parte del elenco o sin el entrenamiento específico al elenco para ayudar a salir airoso en la prueba al invitado. Quizá lo más terrible de esos casos, que para el espectador son desconcertantes aunque no lo diga, es lo que en muchas ocasiones pasa con el invitado a actuar: Le pregunta el amigo “¿Qué andas haciendo?” “pues haciéndole a eso de la actuada” “¿y a poco tú eres actor?” “sí, es bien fácil…”

Lo espeluznante es que después sigue “actuando” y… cobrando ante la complacencia o indiferencia del mismo gremio dejando flotar en el ambiente la idea de que “cualquiera puede ser actor”.

“¿Cuántas cortesías me vas a dar para tu obra?” Siempre que me siento en la silla del dentista me pregunto ¿qué pasaría si yo le dijera? “Oiga, ¿cuántas muelas me va a tapar de cortesía? O en el restaurante de un amigo: “Y qué ¿Cuántos desayunos me vas a regalar hoy? O a los taxistas: “Perdone, ¿me podría dar dos viajes esta semana de cortesía?”. Curiosamente, los tres, en algún momento, me dijeron: “Oiga, ¿me puede dar cortesías para ir a verlo actuar?” Será que yo sí pienso en la odontología como profesión y en el servicio de un restaurant como negocio y en ser taxista como un oficio. Pero ellos no piensan lo mismo de mi profesión como actor. Podría ser. Quizá también hay algo afectivo (si me da cortesías es que me aprecia) y también un criterio de promoción (que en tal circunstancia habría que tener muy claro), pero se queda flotando en el ambiente la idea de que el teatro no se paga.

Por la extensión de este artículo no doy más ejemplos de cosas que afirmó hacen que la gente no considere nuestra profesión como un trabajo. Quiero que reparen especialmente en que es hasta esta parte final que menciono la palabra trabajo y es que este vocablo en su etimología proviene del latín trapaleare que hace referencia a la acción de torturar a alguien en un tripalium (estructura de tres palos en los que se ataba al reo).

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Quizá por eso la mayoría de la gente, sobre todo cuando no le gusta lo que hace para ganarse la vida, asocia trabajo con chinga, esfuerzo u obligación y esto lo pone de mal humor y no entiende por qué un actor o actriz rumbo al ensayo o la función va feliz y pleno, aunque sea a una hora poco común o un día festivo, etc. Probablemente esto contribuya a darle sustento aquella expresión de: “¿Actor? ¿y en qué trabajas?”.

Como sea, creo que está en nosotros los actores y actrices hacer todo lo posible para que nuestra profesión sea respetada y en los dos ejemplos anteriores si observamos hay muchas claves. Cuando las descubramos y encontremos las estrategias como gremio entonces podremos decir: ¡Soy actriz, vivo feliz con mi profesión y gano dinero con ella!


¡Yo soy actor, vivo feliz con mi profesión y gano dinero con ella!

La profesión del actor la desarrollo desde mis 49 años en este camino de vida. Durante este tiempo he percibido que la gente tiene visiones muy equivocadas o poco claras acerca de lo que implica ser actor y esto evidentemente influye en la manera como se relaciona tanto con la persona que realiza este arte, como con la actividad misma.

Son conocidos de todos los actores o actrices los famosos dichos de la familia, el amigo o el dialogante circunstancial que van desde: “¿Actor? eso no es un trabajo, ¡te vas a morir de hambre!” o “¡Ah! ¿Entonces te dedicas a eso de la actuada? pero ¿en qué trabajas?” “Oiga, usted es actor ¿verdad? ¡A ver, hágale así como si estuviera triste o ríase!” “Si eres actor ¿por qué no sales en la tele? ¿por qué no estás en Hollywood?” Hasta puntos tan divergentes o encontrados como: “Actuar, ¡ah sí! yo tengo un tío que es bien chistoso y en las fiestas nos hace reír a todos con sus ocurrencias!” o “¡Actuar! eso sí está bien difícil, se necesita ser como especial… o estar medio loco”. En fin, mis colegas que lean esta columna podrían agregar muchos dichos y creencias que existen sobre nuestra profesión.

Lo anterior no excluye que haya gente que sí ubica y aprecia la misma y que la entiende como una profesión más que se suma al servicio que nos damos unos a otros en la sociedad, en diversos ámbitos y con muchos propósitos; pero pienso que aún hay mucho por hacer para dignificar nuestra labor y más cuando trabajamos en proyectos independientes, ya sea en el teatro o en el cine.

Como en la vida, las cosas no suceden de afuera hacia adentro, es decir, no podemos esperar que los demás nos amen, nos aprecien o nos reconozcan sin que primero nosotros nos amemos, nos apreciemos y nos reconozcamos. Esto, en el existir de una persona, puede darse si desde la formación en sus primeras etapas de vida se lo fomentan, si no puede costarle algún tiempo, parte o toda una vida para integrarlo. En el teatro sucede lo mismo, si desde la formación inicial recibimos (por tradición) una mala educación con respecto a nuestro quehacer, llena de vicios y malformaciones, después va a ser difícil quitarnos esto y vamos a repetirlo a lo largo de nuestra trayectoria, sin percatarnos que estos están en relación directa con la manera en la que los demás, e incluso nosotros mismos, vemos nuestra profesión.

No solo me refiero a vicios y malformaciones que estén relacionadas con un método interpretativo o el conocimiento de un sistema de actuación, sino algunas cosas que acompañan el quehacer escénico y la relación de éste con el público y que nunca nos enseñan en las escuelas o en los talleres; las vamos descubriendo, si estamos atentos a ellos, en nuestro transitar por los escenarios. Sin embargo, lo que yo ignoro o no le pongo importancia, sumado a lo que los otros ignoran y no le ponen importancia, propicia que la gente no tome en serio nuestro oficio como actores y por lo tanto no lo respete, por ejemplo en lo referente al pago que merecemos por la misma.

A continuación mencionaré dos de las expresiones que frecuentemente recibimos los actores y actrices, aclarando que el propósito de este artículo no es enunciar verdades absolutas sino compartir experiencias con el fin de generar reflexiones que nos lleven a mejorar nuestra práctica profesional.

“Cualquiera puede actuar” Este postulado lo he oído a lo largo de mi carrera en boca de muchos y no siempre ubicado desde un contexto preciso. Ha habido, tanto en el teatro, como en el cine, personas que han participado en el hecho escénico o cinematográfico sin ser actores o actrices de profesión, e incluso que han tenido un desempeño exitoso. Sí, pero lo que no se dice, u olvidamos, es que en esos espectáculos u obras en lo que esto ha sucedido estas personas han tenido una guía y/o preparación por parte de algún profesional. Cuando esto no se ha tomado en cuenta, hemos sido testigos de grupos, compañías y directores que han invitado a personas a subirse al escenario sin darles la capacitación necesaria, asignándoles papeles relevantes en cuando menos una escena y sin ningún apoyo por parte del elenco o sin el entrenamiento específico al elenco para ayudar a salir airoso en la prueba al invitado. Quizá lo más terrible de esos casos, que para el espectador son desconcertantes aunque no lo diga, es lo que en muchas ocasiones pasa con el invitado a actuar: Le pregunta el amigo “¿Qué andas haciendo?” “pues haciéndole a eso de la actuada” “¿y a poco tú eres actor?” “sí, es bien fácil…”

Lo espeluznante es que después sigue “actuando” y… cobrando ante la complacencia o indiferencia del mismo gremio dejando flotar en el ambiente la idea de que “cualquiera puede ser actor”.

“¿Cuántas cortesías me vas a dar para tu obra?” Siempre que me siento en la silla del dentista me pregunto ¿qué pasaría si yo le dijera? “Oiga, ¿cuántas muelas me va a tapar de cortesía? O en el restaurante de un amigo: “Y qué ¿Cuántos desayunos me vas a regalar hoy? O a los taxistas: “Perdone, ¿me podría dar dos viajes esta semana de cortesía?”. Curiosamente, los tres, en algún momento, me dijeron: “Oiga, ¿me puede dar cortesías para ir a verlo actuar?” Será que yo sí pienso en la odontología como profesión y en el servicio de un restaurant como negocio y en ser taxista como un oficio. Pero ellos no piensan lo mismo de mi profesión como actor. Podría ser. Quizá también hay algo afectivo (si me da cortesías es que me aprecia) y también un criterio de promoción (que en tal circunstancia habría que tener muy claro), pero se queda flotando en el ambiente la idea de que el teatro no se paga.

Por la extensión de este artículo no doy más ejemplos de cosas que afirmó hacen que la gente no considere nuestra profesión como un trabajo. Quiero que reparen especialmente en que es hasta esta parte final que menciono la palabra trabajo y es que este vocablo en su etimología proviene del latín trapaleare que hace referencia a la acción de torturar a alguien en un tripalium (estructura de tres palos en los que se ataba al reo).

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Quizá por eso la mayoría de la gente, sobre todo cuando no le gusta lo que hace para ganarse la vida, asocia trabajo con chinga, esfuerzo u obligación y esto lo pone de mal humor y no entiende por qué un actor o actriz rumbo al ensayo o la función va feliz y pleno, aunque sea a una hora poco común o un día festivo, etc. Probablemente esto contribuya a darle sustento aquella expresión de: “¿Actor? ¿y en qué trabajas?”.

Como sea, creo que está en nosotros los actores y actrices hacer todo lo posible para que nuestra profesión sea respetada y en los dos ejemplos anteriores si observamos hay muchas claves. Cuando las descubramos y encontremos las estrategias como gremio entonces podremos decir: ¡Soy actriz, vivo feliz con mi profesión y gano dinero con ella!

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