/ viernes 11 de diciembre de 2020

Teología fundamental: una aproximación existencial

Literatura y filosofía

Estudiar la fe no es cosa fácil si se parte de la idea de que la fe se sostiene —casi— por sí sola. Esto —claro— desde un enfoque simple, sin mayor pretensión de profundidad epistemológica o incluso ontológica. Sin embargo, no es tan sencillo: la fe también puede ser un objeto de estudio. Pero, a diferencia de otras materias de posible análisis y reflexión, la fe tiene dos aspectos que no sólo se unen, sino que también se imbrican: se trata, en primer lugar de quien tiene la fe (el sujeto que realiza la acción); y en segundo lugar, refiere la base de lo que se cree de manera absoluta, esto es que lo que se crea se justifique a sí mismo. Y esto no es tan sencillo; de ahí que la Teología Fundamental busque “ofrecer al creyente las razones que motivan su opción de fe y presentar a quienes no comparten su misma profesión de fe las razones para poder creer” (Fisichella, p. 1). Esto me parece totalmente cierto: hace falta una ciencia (un modo de conocer) que nos permita —como afirma Fisichella— “dar razón de la fe” (p. 1). Pero, habría que preguntarse por qué dar cuenta de algo que es totalmente íntimo.

Entiendo su necesidad a principios de la cristiandad, cuando los padres apologéticos tuvieron que contestar los ataques de los que buscaban imponer más bien un sentido gnóstico al cristianismo. Asimismo, reconozco y valoro cómo se fue desarrollando a través del tiempo, hasta sustituir lo que antiguamente se conoció como «apologética» (defensa de la fe); así: “la teología fundamental aparece cada vez más frecuentemente en los títulos de la primera mitad del siglo XIX, al lado del nombre de «apologética", hasta que llegó a suplantarlo definitivamente” (Fisichella, p. 1). Pero —insisto—, ¿cuál es la necesidad de explicar o justificar la fe en un sentido personal? Quizá la explicación está en la división que se hizo de la Teología fundamental respecto de la Teología de los fundamentos. Al respecto Rahner sostiene que “en el momento en que establecía esta distinción [Teología fundamental de Teología de los fundamentos] conocía la «teología fundamental» como la apologética de los manuales- [así] además de una teología fundamental que recupere los datos de la revelación [piensa que] es necesaria una teología de los fundamentos, es decir, la elaboración de una serie de categorías cognoscitivas a priori capaces de permitir el conocimiento del misterio salvífico” (citado en Fisichella, p. 1); sin embargo, esto nos lleva a una cuestión radical: la permanente creencia de dos cosas: 1) Jesucristo es un ser histórico, de tal suerte que lo que dijo es verídicamente demostrable; y 2) tenemos una teología basada en la firme creencia de los primeros cristianos, o, dicho de otra forma: nuestra fe es una fe basada en la fe de los primeros cristianos, que dejaron por escrito lo que dijo Jesucristo. Esto nos lleva a aceptar lo que dijo Santo Tomás de Aquino: “podemos referirnos a lo que santo Tomás indica con la palabra “principio”. Fundamento es “id a quo aliquid procedit”. Decir, por tanto, que “fundamento” es el principio del que se deriva una cosa, supone reconocer que la teología se deriva constitutivamente de la Revelación y que debe referirse a ella para toda forma real de su saber específico que quiera estar en conformidad. / Esto significa concretamente que la Revelación representa para la teología un fundamento dinámico.” (S/A Teología fundamental, p. 1).

Pero, cuál Revelación. Claramente no a nosotros de manera directa, pero sí a los primeros cristianos, los que escucharon directamente a Jesús. De ahí que el “núcleo histórico en torno a la persona y la vida de Jesús es indispensable para una cristología y teología fundamental” (S/A Teología fundamental, p. 1). Así, la teología fundamental es necesaria si pretendemos reconocer nuestra fe de una manera argumentativa en dos sentidos: 1) histórica, y 2) como Revelación directa de Dios hacia los primeros cristianos, por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Por otra parte, me parece importante reflexionar acerca de la relación que existe entre Dios y el hombre a través de la palabra. La palabra ha sido ‘el medio’ que ha hecho ‘medio’. Me explico. Dios en la creación habla para que las cosas surjan. En ese sentido, puede decirse que la palabra devino en materia a través de Dios. Sin embargo, no es sólo un devenir unidireccional, ya que también se da en forma dinámica en el mismo ser humano.

La fe es, en este sentido, la respuesta a la Revelación (como bien apunta Fisichella), sin embargo, esta respuesta es no sólo respuesta: es también afirmación ontológica. Hay, pues, una construcción ontológica en la que el devenir humano está mediado por la presencia de Dios en el hombre: no sólo afuera, como un interlocutor; sino adentro, como conciencia de sí en un para sí infinito (no utilizo el término eterno porque sólo Dios es eterno). Y es que este infinito apareció en la misma creación (tuvo un inicio) y se ha extendido a través de las cuatro etapas de la Revelación.

La Revelación es —me parece— una forma de ser de Dios a través de su propia creación-de-voz. Él mismo es la Palabra que crea a través de una creatura que le puede responder. La cuestión es —en todo caso—, preguntarse cuál es la repuesta que tiene el hombre hoy hacia Dios; ya que cada etapa ha tenido características propias que le han permitido establecer un diálogo con Dios. De hecho, en las mismas Sagradas Escrituras, en el Antiguo Testamento, podemos observar cómo Dios es Yahvé, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (los patriarcas), después lo es de todo el pueblo de Israel (debido a que son descendientes de Abrahán), y este reconocimiento se va dando a través de los siglos en un pueblo que no siempre lo escuchó ni atendió. Por último, observamos cómo llega a ser el Dios de toda la humanidad a través de Jesucristo. Y este devenir histórico ha matizado la palabra; la cual nunca dejó de ser revelación; de ahí que sea un apocalipsis (apokalyptein), un “quitar el velo”, un “hacer manifiesto” que Dios no ha cesado de hablarle a su creatura. Por eso la Revelación es Palabra viva.

Estudiar la fe no es cosa fácil si se parte de la idea de que la fe se sostiene —casi— por sí sola. Esto —claro— desde un enfoque simple, sin mayor pretensión de profundidad epistemológica o incluso ontológica. Sin embargo, no es tan sencillo: la fe también puede ser un objeto de estudio. Pero, a diferencia de otras materias de posible análisis y reflexión, la fe tiene dos aspectos que no sólo se unen, sino que también se imbrican: se trata, en primer lugar de quien tiene la fe (el sujeto que realiza la acción); y en segundo lugar, refiere la base de lo que se cree de manera absoluta, esto es que lo que se crea se justifique a sí mismo. Y esto no es tan sencillo; de ahí que la Teología Fundamental busque “ofrecer al creyente las razones que motivan su opción de fe y presentar a quienes no comparten su misma profesión de fe las razones para poder creer” (Fisichella, p. 1). Esto me parece totalmente cierto: hace falta una ciencia (un modo de conocer) que nos permita —como afirma Fisichella— “dar razón de la fe” (p. 1). Pero, habría que preguntarse por qué dar cuenta de algo que es totalmente íntimo.

Entiendo su necesidad a principios de la cristiandad, cuando los padres apologéticos tuvieron que contestar los ataques de los que buscaban imponer más bien un sentido gnóstico al cristianismo. Asimismo, reconozco y valoro cómo se fue desarrollando a través del tiempo, hasta sustituir lo que antiguamente se conoció como «apologética» (defensa de la fe); así: “la teología fundamental aparece cada vez más frecuentemente en los títulos de la primera mitad del siglo XIX, al lado del nombre de «apologética", hasta que llegó a suplantarlo definitivamente” (Fisichella, p. 1). Pero —insisto—, ¿cuál es la necesidad de explicar o justificar la fe en un sentido personal? Quizá la explicación está en la división que se hizo de la Teología fundamental respecto de la Teología de los fundamentos. Al respecto Rahner sostiene que “en el momento en que establecía esta distinción [Teología fundamental de Teología de los fundamentos] conocía la «teología fundamental» como la apologética de los manuales- [así] además de una teología fundamental que recupere los datos de la revelación [piensa que] es necesaria una teología de los fundamentos, es decir, la elaboración de una serie de categorías cognoscitivas a priori capaces de permitir el conocimiento del misterio salvífico” (citado en Fisichella, p. 1); sin embargo, esto nos lleva a una cuestión radical: la permanente creencia de dos cosas: 1) Jesucristo es un ser histórico, de tal suerte que lo que dijo es verídicamente demostrable; y 2) tenemos una teología basada en la firme creencia de los primeros cristianos, o, dicho de otra forma: nuestra fe es una fe basada en la fe de los primeros cristianos, que dejaron por escrito lo que dijo Jesucristo. Esto nos lleva a aceptar lo que dijo Santo Tomás de Aquino: “podemos referirnos a lo que santo Tomás indica con la palabra “principio”. Fundamento es “id a quo aliquid procedit”. Decir, por tanto, que “fundamento” es el principio del que se deriva una cosa, supone reconocer que la teología se deriva constitutivamente de la Revelación y que debe referirse a ella para toda forma real de su saber específico que quiera estar en conformidad. / Esto significa concretamente que la Revelación representa para la teología un fundamento dinámico.” (S/A Teología fundamental, p. 1).

Pero, cuál Revelación. Claramente no a nosotros de manera directa, pero sí a los primeros cristianos, los que escucharon directamente a Jesús. De ahí que el “núcleo histórico en torno a la persona y la vida de Jesús es indispensable para una cristología y teología fundamental” (S/A Teología fundamental, p. 1). Así, la teología fundamental es necesaria si pretendemos reconocer nuestra fe de una manera argumentativa en dos sentidos: 1) histórica, y 2) como Revelación directa de Dios hacia los primeros cristianos, por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Por otra parte, me parece importante reflexionar acerca de la relación que existe entre Dios y el hombre a través de la palabra. La palabra ha sido ‘el medio’ que ha hecho ‘medio’. Me explico. Dios en la creación habla para que las cosas surjan. En ese sentido, puede decirse que la palabra devino en materia a través de Dios. Sin embargo, no es sólo un devenir unidireccional, ya que también se da en forma dinámica en el mismo ser humano.

La fe es, en este sentido, la respuesta a la Revelación (como bien apunta Fisichella), sin embargo, esta respuesta es no sólo respuesta: es también afirmación ontológica. Hay, pues, una construcción ontológica en la que el devenir humano está mediado por la presencia de Dios en el hombre: no sólo afuera, como un interlocutor; sino adentro, como conciencia de sí en un para sí infinito (no utilizo el término eterno porque sólo Dios es eterno). Y es que este infinito apareció en la misma creación (tuvo un inicio) y se ha extendido a través de las cuatro etapas de la Revelación.

La Revelación es —me parece— una forma de ser de Dios a través de su propia creación-de-voz. Él mismo es la Palabra que crea a través de una creatura que le puede responder. La cuestión es —en todo caso—, preguntarse cuál es la repuesta que tiene el hombre hoy hacia Dios; ya que cada etapa ha tenido características propias que le han permitido establecer un diálogo con Dios. De hecho, en las mismas Sagradas Escrituras, en el Antiguo Testamento, podemos observar cómo Dios es Yahvé, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (los patriarcas), después lo es de todo el pueblo de Israel (debido a que son descendientes de Abrahán), y este reconocimiento se va dando a través de los siglos en un pueblo que no siempre lo escuchó ni atendió. Por último, observamos cómo llega a ser el Dios de toda la humanidad a través de Jesucristo. Y este devenir histórico ha matizado la palabra; la cual nunca dejó de ser revelación; de ahí que sea un apocalipsis (apokalyptein), un “quitar el velo”, un “hacer manifiesto” que Dios no ha cesado de hablarle a su creatura. Por eso la Revelación es Palabra viva.

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