/ miércoles 9 de septiembre de 2020

Viajes alrededor del Go (parte 1)

Vitral

A Rosario Vela


Leer es viajar de muchas formas, a miles de lugares posibles, y donde se abre una puerta, se abren otras tantas. Leer es una aventura interminable. Un ejemplo, la relectura del libro El maestro de Go que me está llevando por una serie de caminos a cual más maravillosos que deseo compartir. Este libro es una crónica, una obra del escritor japonés Yasunari Kawabata que narra la historia de un gran maestro de ese juego chino llamado Go, en donde el jugador Shusai Honninbō –ya grande y enfermo– se dispone a celebrar su última partida, su despedida. Este evento es reseñado por los periódicos de su tiempo, y Kawabata es el enviado del periódico japonés Tokyo Nichinichi Shinbun. En esta obra, Kawabata desarrolla una alegoría acerca de la vida, la muerte, y todo lo que implican con sus placeres y sinsabores. Esto ocurre en el año de 1938. En esta última partida entre el maestro de Go y su joven retador se enfrentan lo viejo y lo nuevo, la modernidad y lo tradicional, el pasado y el presente, pero no sólo eso, la lucha entre estos dos jugadores deja ver los diferentes tipos de temperamentos existentes entre los humanos, y cómo es verdaderamente irracional que alguien pretenda poseer la verdad absoluta respecto de una forma de actuar o un tema. En estos dos jugadores podemos ver las diferencias de procedimiento y también atestiguar que todas son válidas dependiendo de la persona, lugar y circunstancias. Eso nos debería llevar a recapacitar y a evaluar los puntos de vista ajenos a los nuestros, ya que todos son parte de una totalidad que permite conformar una visión más amplia de la vida. A unos les gusta la noche a otros el día, ninguno está equivocado, ambos tienen razón y sus verdades se complementan.

El tiempo no se detiene nunca, todo se va transformando permanentemente sin posibilidad de evitarlo, lo que hoy es, mañana no será. Algunos han utilizado la metáfora del polvo del tiempo que barre con todo y no deja nada de pie, salvo quizá la obra de los grandes artistas, o de los transformadores sociales. Es poco lo que queda de la vida de los seres humanos, la mayor parte son olvidados y borrados de la historia. De ahí la importancia de vivir plenamente, a conciencia y con maestría, porque aunque no se deje huella permanente, cuando menos se tendrá la dicha de haber disfrutado, en tu nivel y circunstancia, lo vivido.Y habría que agregar a esto, la satisfacción enorme que proporciona servir a los demás, preocuparse por ellos, no molestar, no causar tristezas, penas, desdichas, y mucho menos dañar ni psicológica ni físicamente a nadie.

Son parte de las reflexiones que me provoca la lectura de El maestro de Go, pero el viaje apenas comienza. En realidad, si uno se propusiera narrar todo lo que viene a la mente, sería una labor interminable. De hecho, hay escritores que lo han intentado, sentarse en un lugar y hacer una precisa descripción de todo lo que acontece frente a ellos. Es un ejercicio agotador, la realidad es compleja y está compuesta de hilos tan delgados, tan diversos, entretejidos de maneras tan entreveradas que... Sin embargo, vale la pena el intento porque mínimo toma uno conciencia, se descubre lo simple y lo complejo, y cada evento de la vida puede resultar muy enriquecedor. Entre los escritores que han intentado describir minuciosamente lo que ven frente a ellos está Georges Perec, uno de los autores franceses más importantes de la segunda mitad del siglo XX, en quien valdría la pena detenerse y leerlo.

Así, en este libro de El maestro de Go al comenzar a leerlo con calma y atención, a conciencia, empiezan a aflorar pensamientos, dudas, preguntas, respecto al juego. ¿Cuál es su origen? ¿Desde cuándo existe? Entonces, detengo la lectura, y me dirijo hacia una página web para que me ilustre y conteste mis preguntas. Y el que busca encuentra. El Go es muy antiguo, se originó en China hace más de 4 mil años. Es un juego abstracto, de posiciones, y los que saben dicen que, a pesar de su aparente sencillez, es altamente complejo.

En todo el caos de un viaje literario como el aquí planteado subyace la búsqueda del orden que existe en todos los elementos que conforman el mundo. Se requiere de un mago que domine el caos, así que si te paras enfrente, aparentemente todo es un desorden, pero no es así, hay un hilo conductor en cada situación, en cada evento, y hay que descubrir cuál es ese hilo. Y como lo señalan las teorías del juego, cada situación tiene sus propias reglas. En el caso de este artículo, el hilo conductor es el libro de El maestro de Go, de Kawabata, y a partir de él, por más disparatadas que puedan parecer las situaciones presentadas, todas obedecen a esa guía, todas tienen que ver con el Go.

Por eso cité a Georges Perec, porque es un escritor que hurgó en lo cotidiano, en lo diario, en lo que pasa desapercibido, y en el caso de este escrito, en donde estoy hurgando entre los pensamientos, hay una circunstancia parecida. El maestro de Go que se retira, Shusai Honninbō, del que habla Kawabata, entregó su vida completa a este juego dándole un carácter ritual, y a partir de él, articuló toda su vida. Uno de los planteamientos más relevantes aparece en el capítulo 10, donde Kawabata narra que un jugador llamado Onoda, mientras esperaba su jugada, se sentaba con los ojos cerrados y se liberaba del deseo de ganar. Ese acto me llamó mucho la atención ya que uno siempre quiere ganar en lo que sea, ¿quién quiere perder? Curiosamente, aunque dicen que no hay coincidencias, para entender un poco más lo que estaba leyendo, entré a jugar Go en internet aprovechando ese tipo de facilidades que ofrecen las tecnologías de información, me metí en donde uno puede jugar con otros a la hora y el día que uno quiera. Entré pues a una página y me inscribí para jugar. Debía elegir un sobrenombre, elegí Wu wei, la no acción. Esto lo hice antes de llegar al capítulo 10 que he mencionado más arriba, parte de lo interesante de la coincidencia en cuestión –a las que según Carl Jung hay que seguirles la pista–, era que había elegido la no acción, que era algo parecido a lo que Onoda proponía.

https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com

A Rosario Vela


Leer es viajar de muchas formas, a miles de lugares posibles, y donde se abre una puerta, se abren otras tantas. Leer es una aventura interminable. Un ejemplo, la relectura del libro El maestro de Go que me está llevando por una serie de caminos a cual más maravillosos que deseo compartir. Este libro es una crónica, una obra del escritor japonés Yasunari Kawabata que narra la historia de un gran maestro de ese juego chino llamado Go, en donde el jugador Shusai Honninbō –ya grande y enfermo– se dispone a celebrar su última partida, su despedida. Este evento es reseñado por los periódicos de su tiempo, y Kawabata es el enviado del periódico japonés Tokyo Nichinichi Shinbun. En esta obra, Kawabata desarrolla una alegoría acerca de la vida, la muerte, y todo lo que implican con sus placeres y sinsabores. Esto ocurre en el año de 1938. En esta última partida entre el maestro de Go y su joven retador se enfrentan lo viejo y lo nuevo, la modernidad y lo tradicional, el pasado y el presente, pero no sólo eso, la lucha entre estos dos jugadores deja ver los diferentes tipos de temperamentos existentes entre los humanos, y cómo es verdaderamente irracional que alguien pretenda poseer la verdad absoluta respecto de una forma de actuar o un tema. En estos dos jugadores podemos ver las diferencias de procedimiento y también atestiguar que todas son válidas dependiendo de la persona, lugar y circunstancias. Eso nos debería llevar a recapacitar y a evaluar los puntos de vista ajenos a los nuestros, ya que todos son parte de una totalidad que permite conformar una visión más amplia de la vida. A unos les gusta la noche a otros el día, ninguno está equivocado, ambos tienen razón y sus verdades se complementan.

El tiempo no se detiene nunca, todo se va transformando permanentemente sin posibilidad de evitarlo, lo que hoy es, mañana no será. Algunos han utilizado la metáfora del polvo del tiempo que barre con todo y no deja nada de pie, salvo quizá la obra de los grandes artistas, o de los transformadores sociales. Es poco lo que queda de la vida de los seres humanos, la mayor parte son olvidados y borrados de la historia. De ahí la importancia de vivir plenamente, a conciencia y con maestría, porque aunque no se deje huella permanente, cuando menos se tendrá la dicha de haber disfrutado, en tu nivel y circunstancia, lo vivido.Y habría que agregar a esto, la satisfacción enorme que proporciona servir a los demás, preocuparse por ellos, no molestar, no causar tristezas, penas, desdichas, y mucho menos dañar ni psicológica ni físicamente a nadie.

Son parte de las reflexiones que me provoca la lectura de El maestro de Go, pero el viaje apenas comienza. En realidad, si uno se propusiera narrar todo lo que viene a la mente, sería una labor interminable. De hecho, hay escritores que lo han intentado, sentarse en un lugar y hacer una precisa descripción de todo lo que acontece frente a ellos. Es un ejercicio agotador, la realidad es compleja y está compuesta de hilos tan delgados, tan diversos, entretejidos de maneras tan entreveradas que... Sin embargo, vale la pena el intento porque mínimo toma uno conciencia, se descubre lo simple y lo complejo, y cada evento de la vida puede resultar muy enriquecedor. Entre los escritores que han intentado describir minuciosamente lo que ven frente a ellos está Georges Perec, uno de los autores franceses más importantes de la segunda mitad del siglo XX, en quien valdría la pena detenerse y leerlo.

Así, en este libro de El maestro de Go al comenzar a leerlo con calma y atención, a conciencia, empiezan a aflorar pensamientos, dudas, preguntas, respecto al juego. ¿Cuál es su origen? ¿Desde cuándo existe? Entonces, detengo la lectura, y me dirijo hacia una página web para que me ilustre y conteste mis preguntas. Y el que busca encuentra. El Go es muy antiguo, se originó en China hace más de 4 mil años. Es un juego abstracto, de posiciones, y los que saben dicen que, a pesar de su aparente sencillez, es altamente complejo.

En todo el caos de un viaje literario como el aquí planteado subyace la búsqueda del orden que existe en todos los elementos que conforman el mundo. Se requiere de un mago que domine el caos, así que si te paras enfrente, aparentemente todo es un desorden, pero no es así, hay un hilo conductor en cada situación, en cada evento, y hay que descubrir cuál es ese hilo. Y como lo señalan las teorías del juego, cada situación tiene sus propias reglas. En el caso de este artículo, el hilo conductor es el libro de El maestro de Go, de Kawabata, y a partir de él, por más disparatadas que puedan parecer las situaciones presentadas, todas obedecen a esa guía, todas tienen que ver con el Go.

Por eso cité a Georges Perec, porque es un escritor que hurgó en lo cotidiano, en lo diario, en lo que pasa desapercibido, y en el caso de este escrito, en donde estoy hurgando entre los pensamientos, hay una circunstancia parecida. El maestro de Go que se retira, Shusai Honninbō, del que habla Kawabata, entregó su vida completa a este juego dándole un carácter ritual, y a partir de él, articuló toda su vida. Uno de los planteamientos más relevantes aparece en el capítulo 10, donde Kawabata narra que un jugador llamado Onoda, mientras esperaba su jugada, se sentaba con los ojos cerrados y se liberaba del deseo de ganar. Ese acto me llamó mucho la atención ya que uno siempre quiere ganar en lo que sea, ¿quién quiere perder? Curiosamente, aunque dicen que no hay coincidencias, para entender un poco más lo que estaba leyendo, entré a jugar Go en internet aprovechando ese tipo de facilidades que ofrecen las tecnologías de información, me metí en donde uno puede jugar con otros a la hora y el día que uno quiera. Entré pues a una página y me inscribí para jugar. Debía elegir un sobrenombre, elegí Wu wei, la no acción. Esto lo hice antes de llegar al capítulo 10 que he mencionado más arriba, parte de lo interesante de la coincidencia en cuestión –a las que según Carl Jung hay que seguirles la pista–, era que había elegido la no acción, que era algo parecido a lo que Onoda proponía.

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