/ sábado 17 de febrero de 2018

Xoloescuincles artesanales de barro rojo buscan llegar al corazón 

México, (Notimex).- La redondeada herrería del taller artesanal de Mónica Barajas en Tláhuac ve el paso de los días mientras se trabaja el barro, como lo hacían los mexicanos desde tiempos ancestrales; ella da vida a xoloitzcuintles de barro rojo, las criaturas que buscan acompañar a las nuevas generaciones al Mictlán cuando dejen este mundo y lograr así la permanencia de las raíces ancestrales mexicanas.

Barajas es una de esas mujeres sin edad pero que la satisfacción de vivir de lo que le gusta y además dejar un poco de sí misma en cada pieza fue algo que nunca imaginó; comenzó a trabajar con barro desde hace 20 años pero apenas hace nueve, en las entrañas del pueblo de Tlaltengo, en Tláhuac, nació el taller familiar Arzolike Barro Urbano.

Los xolos parecen tener una personalidad propia, tienen pequeñas y coloridas capas y máscaras de luchadores y personajes prehispánicos, hay otros que buscan fomentar causas ecológicas como el Ecoxólotl, que forma parte de la familia de perros ancestrales elaborados con barro rojo y engobes (decoraciones) de arcilla y óxidos minerales.

Estos animalitos, que de acuerdo con la cosmovisión prehispánica acompañaban a sus dueños al Mictlán o mundo de los muertos, se hacen mediante la técnica de cuerda y no se utilizan máquinas o tornos de ninguna índole; para los engobes de utilizan pigmentaciones de barro y minerales, técnica que se usaba en el periodo prehispánico.

Mónica refirió que otra de las técnicas que dan vida a las criaturas ancestrales es el proceso de pulido, el cual se hace a mano y con un cuarzo para así cerrar los poros del barro y lograr un brillo natural.

Lo que se hace, explicó a Notimex, son reinterpretaciones con máscaras que hacen alusión a periodos más actuales, como son el zinacan o murciélago, o la Xolita, ataviada con una capa azul y flores decorando su pequeño cuerpo.

El regreso a las raíces y el sentido de la identidad son el objetivo no solo de estas piezas, sino de otras como las que representan ajolotes, endémicos del sur de la Ciudad de México, quienes también ven la luz en el acogedor taller de Mónica.

Tanto los ajolotes como otras líneas que reproducen tzompantlis, que son altares de cráneos, así como relojes con numeración prehispánica, pedernales de barro y glifos del calendario prehispánico nacen de las manos de Barajas y otras tres personas que trabajan en el taller con técnicas como placa, cuerda, pastillaje y ahuecado; sin embargo, el decorado de la mayoría de las piezas se realiza con engobes.

Dar vida a estos curiosos perritos prehispánicos es un proceso largo, debido a que el barro, algunas veces procedente de Oaxaca y otras tantas del Estado de México, viene con impurezas, por lo que primero se debe hidratar entre 24 y 28 horas.

Luego se hace un proceso de filtrado para cernirlo con una delgada tela sobre un secador de yeso, procedimiento que puede tardar desde apenas unas pocas horas o hasta una semana, depende de la cantidad y el estado del clima.

Una vez que se tiene el barro limpio y listo para trabajar, es decir, que no está seco pero sí maleable, se comienza a hacer la pieza, a veces se auxilia con pequeños moldes para estandarizar el cuerpo, que además hace las veces de sonaja debido a que en su interior lleva pequeñas bolitas de barro que producen un cristalino y relajante sonido.

Una vez que moldeado el cuerpo se comienzan a trabajar las patas del xolo, la cabeza se hace a mano y se arma pieza por pieza; una vez seco, se pule a mano con una pieza de cuarzo, luego se pinta y se hacen los accesorios.

Una vez con todas las piezas, se ingresan en un horno eléctrico a mil 050 grados, procedimiento que tarda entre siete y ocho horas, aunque luego debe esperar hasta 16 horas para que se enfríe el horno y sacar las piezas que posteriormente se arman y van en una caja de madera que se prepara desde antes.

Barajas comenzó a trabajar el barro como una especie de terapia pues al hacerlo le ayuda a expresar sus emociones; con el tiempo, ella y su familia comenzaron a dar vida a las pequeñas y coloridas piezas, pero para el desarrollo de las mismas contó con preparación en diferentes talleres artesanales y la Escuela de Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes.

“Jamás pensé que me pudiera dedicar a la cerámica, que me diera tanta satisfacción ser tu propia jefa, generar empleos, no me visualizaba generando empleos y teniendo mi propia marca, tampoco irlo puliendo y escuchar los comentarios que te dicen cuando la gente se identifica con las piezas, con el tiempo vas aprendiendo y luciendo tu trabajo”, abundó con orgullo.

Entre las repisas en las que se seca el barro, así como herramientas y pequeños frascos de colores se secan los xoloitzcuintles y otras figuras que esperan encontrar un hogar en la tienda del taller, ubicada en avenida Xola 1961 local 2, en la colonia Alamos, aunque se sabe que existen personas de Europa y Asia que acuden a buscar estas rojas y divertidas esculturas.

Además, algunas de las piezas que se cuecen en el interior de Arzolike Barro Urbano han participado en diferentes eventos y exposiciones, así como en ferias de artesanías y eventos culturales, sumado a la participación de piezas únicas en la Bienal del Museo Franz Mayer y en el Museo de Arte Popular.

Las galerías de las escuelas de Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y Nacional de Antropología e Historia también han sido hogar temporal de las piezas que producen Barajas y su familia, cuyo trabajo además ha recibido menciones honoríficas en concursos de la Fonart.

Aun cuando Mónica sentiría mucho orgullo de exportar sus piezas, todavía analiza su capacidad de producción debido a que no quiere bajar la calidad de las piezas, aunado a que primero busca posicionarse no sólo en la Ciudad de México, sino en el país y gritar al mundo que en la capital mexicana también se hace trabajo artesanal.

El taller de Mónica ha abierto sus puertas para dar a conocer el trabajo artesanal que se hace en el país, pero también para compartir las técnicas que ahí se desarrollan con otros artesanos, por lo que además imparte talleres para que otras personas conozcan diferentes técnicas.

De lo que se trata, dijo, es de compartir las técnicas con otras personas, no solo de la delegación Tláhuac, sino con artesanos de otras colonias y barrios, incluso poder formar comunidades que hagan de estas piezas una fuente de ingresos justa.

“A través del material puedes expresar cosas, ahí reflejas todas tus emociones, el material me ha permitido no solo dedicarme a lo que me gusta, sino a poder vivir de ello, me permite comunicar las emociones que le pongo a cada una de las piezas”, puntualizó.

México, (Notimex).- La redondeada herrería del taller artesanal de Mónica Barajas en Tláhuac ve el paso de los días mientras se trabaja el barro, como lo hacían los mexicanos desde tiempos ancestrales; ella da vida a xoloitzcuintles de barro rojo, las criaturas que buscan acompañar a las nuevas generaciones al Mictlán cuando dejen este mundo y lograr así la permanencia de las raíces ancestrales mexicanas.

Barajas es una de esas mujeres sin edad pero que la satisfacción de vivir de lo que le gusta y además dejar un poco de sí misma en cada pieza fue algo que nunca imaginó; comenzó a trabajar con barro desde hace 20 años pero apenas hace nueve, en las entrañas del pueblo de Tlaltengo, en Tláhuac, nació el taller familiar Arzolike Barro Urbano.

Los xolos parecen tener una personalidad propia, tienen pequeñas y coloridas capas y máscaras de luchadores y personajes prehispánicos, hay otros que buscan fomentar causas ecológicas como el Ecoxólotl, que forma parte de la familia de perros ancestrales elaborados con barro rojo y engobes (decoraciones) de arcilla y óxidos minerales.

Estos animalitos, que de acuerdo con la cosmovisión prehispánica acompañaban a sus dueños al Mictlán o mundo de los muertos, se hacen mediante la técnica de cuerda y no se utilizan máquinas o tornos de ninguna índole; para los engobes de utilizan pigmentaciones de barro y minerales, técnica que se usaba en el periodo prehispánico.

Mónica refirió que otra de las técnicas que dan vida a las criaturas ancestrales es el proceso de pulido, el cual se hace a mano y con un cuarzo para así cerrar los poros del barro y lograr un brillo natural.

Lo que se hace, explicó a Notimex, son reinterpretaciones con máscaras que hacen alusión a periodos más actuales, como son el zinacan o murciélago, o la Xolita, ataviada con una capa azul y flores decorando su pequeño cuerpo.

El regreso a las raíces y el sentido de la identidad son el objetivo no solo de estas piezas, sino de otras como las que representan ajolotes, endémicos del sur de la Ciudad de México, quienes también ven la luz en el acogedor taller de Mónica.

Tanto los ajolotes como otras líneas que reproducen tzompantlis, que son altares de cráneos, así como relojes con numeración prehispánica, pedernales de barro y glifos del calendario prehispánico nacen de las manos de Barajas y otras tres personas que trabajan en el taller con técnicas como placa, cuerda, pastillaje y ahuecado; sin embargo, el decorado de la mayoría de las piezas se realiza con engobes.

Dar vida a estos curiosos perritos prehispánicos es un proceso largo, debido a que el barro, algunas veces procedente de Oaxaca y otras tantas del Estado de México, viene con impurezas, por lo que primero se debe hidratar entre 24 y 28 horas.

Luego se hace un proceso de filtrado para cernirlo con una delgada tela sobre un secador de yeso, procedimiento que puede tardar desde apenas unas pocas horas o hasta una semana, depende de la cantidad y el estado del clima.

Una vez que se tiene el barro limpio y listo para trabajar, es decir, que no está seco pero sí maleable, se comienza a hacer la pieza, a veces se auxilia con pequeños moldes para estandarizar el cuerpo, que además hace las veces de sonaja debido a que en su interior lleva pequeñas bolitas de barro que producen un cristalino y relajante sonido.

Una vez que moldeado el cuerpo se comienzan a trabajar las patas del xolo, la cabeza se hace a mano y se arma pieza por pieza; una vez seco, se pule a mano con una pieza de cuarzo, luego se pinta y se hacen los accesorios.

Una vez con todas las piezas, se ingresan en un horno eléctrico a mil 050 grados, procedimiento que tarda entre siete y ocho horas, aunque luego debe esperar hasta 16 horas para que se enfríe el horno y sacar las piezas que posteriormente se arman y van en una caja de madera que se prepara desde antes.

Barajas comenzó a trabajar el barro como una especie de terapia pues al hacerlo le ayuda a expresar sus emociones; con el tiempo, ella y su familia comenzaron a dar vida a las pequeñas y coloridas piezas, pero para el desarrollo de las mismas contó con preparación en diferentes talleres artesanales y la Escuela de Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes.

“Jamás pensé que me pudiera dedicar a la cerámica, que me diera tanta satisfacción ser tu propia jefa, generar empleos, no me visualizaba generando empleos y teniendo mi propia marca, tampoco irlo puliendo y escuchar los comentarios que te dicen cuando la gente se identifica con las piezas, con el tiempo vas aprendiendo y luciendo tu trabajo”, abundó con orgullo.

Entre las repisas en las que se seca el barro, así como herramientas y pequeños frascos de colores se secan los xoloitzcuintles y otras figuras que esperan encontrar un hogar en la tienda del taller, ubicada en avenida Xola 1961 local 2, en la colonia Alamos, aunque se sabe que existen personas de Europa y Asia que acuden a buscar estas rojas y divertidas esculturas.

Además, algunas de las piezas que se cuecen en el interior de Arzolike Barro Urbano han participado en diferentes eventos y exposiciones, así como en ferias de artesanías y eventos culturales, sumado a la participación de piezas únicas en la Bienal del Museo Franz Mayer y en el Museo de Arte Popular.

Las galerías de las escuelas de Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y Nacional de Antropología e Historia también han sido hogar temporal de las piezas que producen Barajas y su familia, cuyo trabajo además ha recibido menciones honoríficas en concursos de la Fonart.

Aun cuando Mónica sentiría mucho orgullo de exportar sus piezas, todavía analiza su capacidad de producción debido a que no quiere bajar la calidad de las piezas, aunado a que primero busca posicionarse no sólo en la Ciudad de México, sino en el país y gritar al mundo que en la capital mexicana también se hace trabajo artesanal.

El taller de Mónica ha abierto sus puertas para dar a conocer el trabajo artesanal que se hace en el país, pero también para compartir las técnicas que ahí se desarrollan con otros artesanos, por lo que además imparte talleres para que otras personas conozcan diferentes técnicas.

De lo que se trata, dijo, es de compartir las técnicas con otras personas, no solo de la delegación Tláhuac, sino con artesanos de otras colonias y barrios, incluso poder formar comunidades que hagan de estas piezas una fuente de ingresos justa.

“A través del material puedes expresar cosas, ahí reflejas todas tus emociones, el material me ha permitido no solo dedicarme a lo que me gusta, sino a poder vivir de ello, me permite comunicar las emociones que le pongo a cada una de las piezas”, puntualizó.

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