/ miércoles 8 de junio de 2022

La bailadora María Juncal inaugura su tablao con el espectáculo El Caminante

“El baile, para mí, es poder ver la música, darle un lenguaje a la música" María Juncal

Cientos de años de sangre gitana corren por las venas de María Juncal. Se le nota en su mirada de fuego ancestral. Sus pies echan raíces sobre la madera que se cimbra en cada compás. El flamenco es dolor y muerte, pero también ímpetu de vida.

A primera vista, pareciera imposible que de ese roble que tiene por cuerpo emane una voz tan sutil. “¿Hay algo que puedas decir con el baile y que no puedas enunciar con las palabras?”, se le pregunta. Tarda en responder. Desde los cinco años escribe diarios. Bailó profesionalmente mucho tiempo después. No concibe, sin embargo, una cosa sin la otra.

“El baile, para mí, es poder ver la música, darle un lenguaje a la música. Pero las palabras son la hermosura de la vida. Yo escribo muchísimo: me encanta y me apasiona. No hay nada que no encuentre en el baile que en las palabras no”.

Luego se arrepiente un poco: “Quizá haya cosas que no puedan expresar las palabras. Sentimientos que son fugaces, sensaciones espontáneas que no las diría con palabras porque son muy íntimas, de esas que no quieres que nadie sepa jamás. La intimidad del baile, cuando eres capaz de identificarla, se convierte en una forma de comunicarte con el mundo y contigo misma”.

La charla sucede con motivo de la reciente apertura de Juncal, el primer tablao flamenco de la Ciudad de México en muchos años. Ubicado en la colonia Roma, este lugar oscuro e íntimo invita a una bohemia que ya es poco frecuente en la gran urbe de América Latina.

“La primera vez que vine a este país llegué a un tablao que estaba a espaldas de éste, en la calle Oaxaca”, recuerda. “Esta ciudad y este país son muy flamencos. Hay cientos de escuelas con propuestas flamencas maravillosas. Hablamos de una ciudad donde había más de seis tablaos funcionando al mismo tiempo”.

María Juncal atribuye la extinción de los tablaos flamencos en la Ciudad de México a tres factores: el desinterés de los dueños por procurar un buen espectáculo ante un público que sabe del género, la diversificación de los tablaos como centros nocturnos de entretenimiento y el aumento de la inseguridad que, poco a poco, fue apagando la vida bohemia y nocturna.

“De pronto en aquellos tablaos te encontrabas con que había la noche de la salsa y la noche de no sé cuánto. Y un tablao debe tener la esencia, porque la esencia se diluye”, advierte la bailaora.

Originaria de Las Palmas, María Juncal es descendiente de la estirpe de los Borrull, una de las familias gitanas que mayores aportes concedió al flamenco y a la danza clásica española. Miguel Borrull, su abuelo, fue el protagonista del cambio de paradigma en la guitarra. Paco de Lucía solía decir que aquel hombre marcó el paso de la transición de la guitarra clásica a la guitarra como se conoce en la actualidad.

Son mujeres, sin embargo, las que forjaron en ella a la bailaora que es. Conoció el flamenco por su abuela Josefina. Luego, una tía abuela suya, Trini Borrull, le enseñó sus primeras lecciones de disciplina cuando ella tenía sólo nueve años.

“Admiro a Carmen Amaya, pero también a todas las mujeres Borrull de mi familia porque fueron bastante atrevidas. Una fue guitarrista, la otra musa de pintores, la otra torera. Las admiro porque fueron muy valientes. Lo mismo con la Paquera de Jerez: una mujer única y genuina”, dice Juncal, quien ya se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes, un momento que ella misma define como un sueño hecho realidad.

La familia de María pasó por muchas catedrales del flamenco, entre ellas el Café Cantante de Villa Rosa, en Barcelona, donde los Borrull interpretaron el flamenco con una temática eminentemente gitana y andaluza. Allí también departió Pablo Picasso.

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El paso del tiempo, sin embargo, es inevitable, y María Juncal sabe que el flamenco —igual que toda la música— no es un estanque: es un río que, si se detiene, se seca. Por eso le gusta ver rostros jóvenes en sus espectáculos. Nuevas generaciones que, quizá sin querer, se interesaron en este género por haber escuchado a Rosalía o a C Tangana, las dos grandes figuras del mainstream español que han tomado algunos elementos flamencos para sus composiciones.

“Son parte del movimiento natural de todo. El tiempo es el que determina qué perdura y qué no. Como en su tiempo Camarón o Triana fueron revolucionarios y los viejos se echaron las manos a la cabeza de indignación, lo mismo sucede ahora. Será el tiempo el que ponga las cosas en su sitio, porque creo que en ambos casos hay calidad”, afirma.

Cientos de años de sangre gitana corren por las venas de María Juncal. Se le nota en su mirada de fuego ancestral. Sus pies echan raíces sobre la madera que se cimbra en cada compás. El flamenco es dolor y muerte, pero también ímpetu de vida.

A primera vista, pareciera imposible que de ese roble que tiene por cuerpo emane una voz tan sutil. “¿Hay algo que puedas decir con el baile y que no puedas enunciar con las palabras?”, se le pregunta. Tarda en responder. Desde los cinco años escribe diarios. Bailó profesionalmente mucho tiempo después. No concibe, sin embargo, una cosa sin la otra.

“El baile, para mí, es poder ver la música, darle un lenguaje a la música. Pero las palabras son la hermosura de la vida. Yo escribo muchísimo: me encanta y me apasiona. No hay nada que no encuentre en el baile que en las palabras no”.

Luego se arrepiente un poco: “Quizá haya cosas que no puedan expresar las palabras. Sentimientos que son fugaces, sensaciones espontáneas que no las diría con palabras porque son muy íntimas, de esas que no quieres que nadie sepa jamás. La intimidad del baile, cuando eres capaz de identificarla, se convierte en una forma de comunicarte con el mundo y contigo misma”.

La charla sucede con motivo de la reciente apertura de Juncal, el primer tablao flamenco de la Ciudad de México en muchos años. Ubicado en la colonia Roma, este lugar oscuro e íntimo invita a una bohemia que ya es poco frecuente en la gran urbe de América Latina.

“La primera vez que vine a este país llegué a un tablao que estaba a espaldas de éste, en la calle Oaxaca”, recuerda. “Esta ciudad y este país son muy flamencos. Hay cientos de escuelas con propuestas flamencas maravillosas. Hablamos de una ciudad donde había más de seis tablaos funcionando al mismo tiempo”.

María Juncal atribuye la extinción de los tablaos flamencos en la Ciudad de México a tres factores: el desinterés de los dueños por procurar un buen espectáculo ante un público que sabe del género, la diversificación de los tablaos como centros nocturnos de entretenimiento y el aumento de la inseguridad que, poco a poco, fue apagando la vida bohemia y nocturna.

“De pronto en aquellos tablaos te encontrabas con que había la noche de la salsa y la noche de no sé cuánto. Y un tablao debe tener la esencia, porque la esencia se diluye”, advierte la bailaora.

Originaria de Las Palmas, María Juncal es descendiente de la estirpe de los Borrull, una de las familias gitanas que mayores aportes concedió al flamenco y a la danza clásica española. Miguel Borrull, su abuelo, fue el protagonista del cambio de paradigma en la guitarra. Paco de Lucía solía decir que aquel hombre marcó el paso de la transición de la guitarra clásica a la guitarra como se conoce en la actualidad.

Son mujeres, sin embargo, las que forjaron en ella a la bailaora que es. Conoció el flamenco por su abuela Josefina. Luego, una tía abuela suya, Trini Borrull, le enseñó sus primeras lecciones de disciplina cuando ella tenía sólo nueve años.

“Admiro a Carmen Amaya, pero también a todas las mujeres Borrull de mi familia porque fueron bastante atrevidas. Una fue guitarrista, la otra musa de pintores, la otra torera. Las admiro porque fueron muy valientes. Lo mismo con la Paquera de Jerez: una mujer única y genuina”, dice Juncal, quien ya se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes, un momento que ella misma define como un sueño hecho realidad.

La familia de María pasó por muchas catedrales del flamenco, entre ellas el Café Cantante de Villa Rosa, en Barcelona, donde los Borrull interpretaron el flamenco con una temática eminentemente gitana y andaluza. Allí también departió Pablo Picasso.

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El paso del tiempo, sin embargo, es inevitable, y María Juncal sabe que el flamenco —igual que toda la música— no es un estanque: es un río que, si se detiene, se seca. Por eso le gusta ver rostros jóvenes en sus espectáculos. Nuevas generaciones que, quizá sin querer, se interesaron en este género por haber escuchado a Rosalía o a C Tangana, las dos grandes figuras del mainstream español que han tomado algunos elementos flamencos para sus composiciones.

“Son parte del movimiento natural de todo. El tiempo es el que determina qué perdura y qué no. Como en su tiempo Camarón o Triana fueron revolucionarios y los viejos se echaron las manos a la cabeza de indignación, lo mismo sucede ahora. Será el tiempo el que ponga las cosas en su sitio, porque creo que en ambos casos hay calidad”, afirma.

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