/ viernes 17 de enero de 2020

El teatro en 2019

Tinta para un Atabal

La democracia es un invento del teatro. Fue Esquilo el primero al que se le ocurrió que podíamos liberarnos del cerco de la venganza para entrar en el consenso democrático. La democracia es un fruto teatral y donde desaparece el teatro, donde gobernantes y ciudadanos prescinden del teatro, se cae en la intolerancia, la tiranía y los sectarismos

Luis de Tavira*


El pasado 2019 fue determinante para la definición del rumbo del arte y la cultura en nuestro país. Fue un año en el que los artistas pasamos de la esperanza a la incertidumbre, a la incredulidad, a la desolación, a la desesperanza de construcción de una verdadera nación teatral. Los artistas teníamos esperanza de que hubiera una explosión de la cultura, sin embargo esto no sucedió, primero porque para que esto sucediera, el presupuesto asignado a este rubro por parte del Estado debería haberse elevado considerablemente. No solamente no hubo aumento, hubo un gran recorte presupuestal (que afecta no sólo a los artistas sino a todos los ciudadanos) y no conforme con ello, fuimos atacados mediante campañas que momento a momento promovían la desacreditación del ser artista.

Es así como por ejemplo la palabra “Fifí” ganó terreno en la arena pública, pronunciando en ésta el desprecio de nuestros gobernantes por los artistas que no trabajan directamente en las comunidades, fuera del teatro, como si trabajar dentro de un recinto correspondiera a un privilegio de clase alta y esto nos convirtiera en improductivos, indolentes ante las necesidades de nuestro país, de los que menos tienen y, por supuesto, ociosos, vividores de becas y mantenidos del Estado.

En el imaginario colectivo un “Fifí” no es fuente de riqueza, sino quien vive de ella. Nada más alejado de la realidad. Porque en los estados de la República el teatro se hace en los patios de las escuelas, en las calles, en los jardines, en bodegas, en las casas convertidas en salones de ensayos y entrenamiento. En el interior de nuestro país, vivir de la taquilla que genera una producción teatral no es más que una utopía y, en el mejor de los casos, la producción de las puestas en escena y los mínimos honorarios que quedan para los artistas involucrados, se solventan con pequeños apoyos (poco a poco reducidos a dádivas) provenientes de las instancias culturales locales.

En los estados no vivimos de la taquilla y sí pagamos nuestros impuestos y se incrementa el costo de vida como a cualquier ciudadano que habita este país, independientemente de su profesión. Ha sido un gran golpe para la comunidad artística del país que en lugar de ser beneficiada es afectada por un gobierno que acaba con la economía, devalúa el trabajo y precariza aún más a los creadores, lo que merma la producción y la oferta.

Foto: Cortesía | A escena teatro

En 2019, la llamada “cuarta transformación” resonó en la vida de los artistas como una lápida que censura, descalifica y aniquila la libertad creativa. El tiempo valiosísimo de la creación, fue reducido porque tuvimos que dedicarnos a justificar nuestra existencia, a afirmar nuestro valor ante un Estado que no observa el arte desde una dimensión amplia, diversa y profesional.

El arte es un componente de la cultura. Refleja, en su concepción, las bases económicas y sociales y la transmisión de ideas y valores inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el tiempo. Es por ello que estoy de acuerdo en que el arte debe llegar a todos los núcleos sociales, pero para que el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, alcance ese nivel debe ser considerado como una actividad creadora del ser humano, por la cual produce una serie de objetos (obras de arte) que son singulares y cuya finalidad es principalmente estética.

Y lo repito: la finalidad del arte es principalmente estética, no responde a un sistema de entretenimiento con fines políticos o propagandísticos, que es el lugar en el que se le ha querido ubicar dentro de la actual política cultural del Estado mexicano y que las entidades estatales y municipales replican, dejando fuera del juego a una gran cantidad de compañías y artistas independientes del país.

Porque si bien es muy importante que haya una mayor diversidad de prácticas culturales emitidas por el estado, el proyecto inscrito en la nueva ley como “Cultura comunitaria” ha generado divisiones innecesarias en el sector. La autoridad lo ha planteado de una forma protagonista y de confrontación, como si fuera un proyecto contra las prácticas de los académicos, intelectuales, de los artistas… Distorsiona el arte y la cultura al volverlas un objeto de uso político y folclórico. Ya lo dijo en reciente entrevista el maestro De Tavira: “El teatro tampoco es una manifestación folclórica convertida en mercancía de turismo, es la construcción de la conciencia, el arribo a la condición espiritual de los seres humanos”.

Con “Cultura comunitaria” se han concebido desde el gobierno dos clases de cultura: la alta y centralizada para unos cuantos privilegiados y la comunitaria-aficionada, para pobres. Esto ha dejado a los artistas profesionales sin trabajo y el presupuesto se va en pagar una enorme nómina de gestores que coordinan actividades que se presentan demagógicamente como “redistribución de la riqueza cultural”. Engaño total. Sépase que los presupuestos ganados mediante concurso en forma de beca o apoyo directo, se multiplican en beneficios para la población peso a peso. Los artistas convertimos con el Estado todos nuestros recursos, nuestros ideales y nuestra verdadera vocación que incide fuerte y directamente en la conciencia social.

En más de una ocasión, ya casi al finalizar el año, escuché a mis colegas decir: “Que ya se acabe 2019”. Porque de tanto golpe hasta supersticiosos nos volvimos, pensando que sólo fue un mal año y que 2020 pintará mejor para los artistas de México y que las frases como: “El arte y la cultura no es un privilegio, es un derecho”, “Arte y la cultura deben ser el eje rector de cualquier verdadera transformación”, “Invertir en la cultura es invertir en la construcción del país que soñamos”, “No más artistas y técnicos sin seguridad social”, entre otras, acuñadas en múltiples demandas de la comunidad, serán en este año que inicia escuchadas, estudiadas y reinterpretada por nuestras autoridades culturales. Otra utopía. No hay esperanza de que esto cambie, al contrario, creo que el panorama todavía puede ser mucho peor, siendo nuestra única salida, la organización.

Estar unidos como comunidad artística, cultural y ciudadana. Permanecer activos, propositivos y creativos, para que los cambios no estén dados desde territorios alejados de nuestra realidad y no permitir que violenten aún más nuestros derechos.

El daño es enorme y más que una decepción, a la larga, la política cultural actual será una tragedia para la vida artística y cultural del país y la tragedia es admisible solamente en la ficción.

“Que quede claro: El derecho al teatro es un derecho de la sociedad y por lo tanto, una tarea del Estado. La cultura no es un lujo burgués prescindible en tiempos de crisis”.

Luis de Tavira (*)

*Nació en México en el año de 1948. Director de escena, pedagogo, teatrólogo, dramaturgo y fundador de instituciones teatrales desde 1970.

La democracia es un invento del teatro. Fue Esquilo el primero al que se le ocurrió que podíamos liberarnos del cerco de la venganza para entrar en el consenso democrático. La democracia es un fruto teatral y donde desaparece el teatro, donde gobernantes y ciudadanos prescinden del teatro, se cae en la intolerancia, la tiranía y los sectarismos

Luis de Tavira*


El pasado 2019 fue determinante para la definición del rumbo del arte y la cultura en nuestro país. Fue un año en el que los artistas pasamos de la esperanza a la incertidumbre, a la incredulidad, a la desolación, a la desesperanza de construcción de una verdadera nación teatral. Los artistas teníamos esperanza de que hubiera una explosión de la cultura, sin embargo esto no sucedió, primero porque para que esto sucediera, el presupuesto asignado a este rubro por parte del Estado debería haberse elevado considerablemente. No solamente no hubo aumento, hubo un gran recorte presupuestal (que afecta no sólo a los artistas sino a todos los ciudadanos) y no conforme con ello, fuimos atacados mediante campañas que momento a momento promovían la desacreditación del ser artista.

Es así como por ejemplo la palabra “Fifí” ganó terreno en la arena pública, pronunciando en ésta el desprecio de nuestros gobernantes por los artistas que no trabajan directamente en las comunidades, fuera del teatro, como si trabajar dentro de un recinto correspondiera a un privilegio de clase alta y esto nos convirtiera en improductivos, indolentes ante las necesidades de nuestro país, de los que menos tienen y, por supuesto, ociosos, vividores de becas y mantenidos del Estado.

En el imaginario colectivo un “Fifí” no es fuente de riqueza, sino quien vive de ella. Nada más alejado de la realidad. Porque en los estados de la República el teatro se hace en los patios de las escuelas, en las calles, en los jardines, en bodegas, en las casas convertidas en salones de ensayos y entrenamiento. En el interior de nuestro país, vivir de la taquilla que genera una producción teatral no es más que una utopía y, en el mejor de los casos, la producción de las puestas en escena y los mínimos honorarios que quedan para los artistas involucrados, se solventan con pequeños apoyos (poco a poco reducidos a dádivas) provenientes de las instancias culturales locales.

En los estados no vivimos de la taquilla y sí pagamos nuestros impuestos y se incrementa el costo de vida como a cualquier ciudadano que habita este país, independientemente de su profesión. Ha sido un gran golpe para la comunidad artística del país que en lugar de ser beneficiada es afectada por un gobierno que acaba con la economía, devalúa el trabajo y precariza aún más a los creadores, lo que merma la producción y la oferta.

Foto: Cortesía | A escena teatro

En 2019, la llamada “cuarta transformación” resonó en la vida de los artistas como una lápida que censura, descalifica y aniquila la libertad creativa. El tiempo valiosísimo de la creación, fue reducido porque tuvimos que dedicarnos a justificar nuestra existencia, a afirmar nuestro valor ante un Estado que no observa el arte desde una dimensión amplia, diversa y profesional.

El arte es un componente de la cultura. Refleja, en su concepción, las bases económicas y sociales y la transmisión de ideas y valores inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el tiempo. Es por ello que estoy de acuerdo en que el arte debe llegar a todos los núcleos sociales, pero para que el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, alcance ese nivel debe ser considerado como una actividad creadora del ser humano, por la cual produce una serie de objetos (obras de arte) que son singulares y cuya finalidad es principalmente estética.

Y lo repito: la finalidad del arte es principalmente estética, no responde a un sistema de entretenimiento con fines políticos o propagandísticos, que es el lugar en el que se le ha querido ubicar dentro de la actual política cultural del Estado mexicano y que las entidades estatales y municipales replican, dejando fuera del juego a una gran cantidad de compañías y artistas independientes del país.

Porque si bien es muy importante que haya una mayor diversidad de prácticas culturales emitidas por el estado, el proyecto inscrito en la nueva ley como “Cultura comunitaria” ha generado divisiones innecesarias en el sector. La autoridad lo ha planteado de una forma protagonista y de confrontación, como si fuera un proyecto contra las prácticas de los académicos, intelectuales, de los artistas… Distorsiona el arte y la cultura al volverlas un objeto de uso político y folclórico. Ya lo dijo en reciente entrevista el maestro De Tavira: “El teatro tampoco es una manifestación folclórica convertida en mercancía de turismo, es la construcción de la conciencia, el arribo a la condición espiritual de los seres humanos”.

Con “Cultura comunitaria” se han concebido desde el gobierno dos clases de cultura: la alta y centralizada para unos cuantos privilegiados y la comunitaria-aficionada, para pobres. Esto ha dejado a los artistas profesionales sin trabajo y el presupuesto se va en pagar una enorme nómina de gestores que coordinan actividades que se presentan demagógicamente como “redistribución de la riqueza cultural”. Engaño total. Sépase que los presupuestos ganados mediante concurso en forma de beca o apoyo directo, se multiplican en beneficios para la población peso a peso. Los artistas convertimos con el Estado todos nuestros recursos, nuestros ideales y nuestra verdadera vocación que incide fuerte y directamente en la conciencia social.

En más de una ocasión, ya casi al finalizar el año, escuché a mis colegas decir: “Que ya se acabe 2019”. Porque de tanto golpe hasta supersticiosos nos volvimos, pensando que sólo fue un mal año y que 2020 pintará mejor para los artistas de México y que las frases como: “El arte y la cultura no es un privilegio, es un derecho”, “Arte y la cultura deben ser el eje rector de cualquier verdadera transformación”, “Invertir en la cultura es invertir en la construcción del país que soñamos”, “No más artistas y técnicos sin seguridad social”, entre otras, acuñadas en múltiples demandas de la comunidad, serán en este año que inicia escuchadas, estudiadas y reinterpretada por nuestras autoridades culturales. Otra utopía. No hay esperanza de que esto cambie, al contrario, creo que el panorama todavía puede ser mucho peor, siendo nuestra única salida, la organización.

Estar unidos como comunidad artística, cultural y ciudadana. Permanecer activos, propositivos y creativos, para que los cambios no estén dados desde territorios alejados de nuestra realidad y no permitir que violenten aún más nuestros derechos.

El daño es enorme y más que una decepción, a la larga, la política cultural actual será una tragedia para la vida artística y cultural del país y la tragedia es admisible solamente en la ficción.

“Que quede claro: El derecho al teatro es un derecho de la sociedad y por lo tanto, una tarea del Estado. La cultura no es un lujo burgués prescindible en tiempos de crisis”.

Luis de Tavira (*)

*Nació en México en el año de 1948. Director de escena, pedagogo, teatrólogo, dramaturgo y fundador de instituciones teatrales desde 1970.

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