/ sábado 11 de agosto de 2018

Doña Carmen perdió todo a los 80 años tras incendio en El Tepe

Con 80 años de edad, Carmen Castillo llora la pérdida del local de ropa que inició hace 39 años y con el que mantuvo a sus ocho hijos. Hace casi cuatro décadas inició las gestiones para abrir sus locales en el Tepe junto con Esperanza Balderas, quien falleció hace tiempo y hoy dice que no tendría fuerzas para empezar de nuevo.


Carmen cerró su local a las 5:30 de la tarde el jueves pasado. Durante casi 40 años abrió cada mañana a las 9 am el local marcado con el número 79 del área de ropa. En un espacio de tres por tres metros construyó el negocio que le dio para vivir y que dejaría de herencia. Apenas hace unos días compró uniformes para venderlos en el regreso a clase y teme acabar en la cárcel porque no tiene para pagar a sus proveedores.

Acompañada de sus nietos escucha que se perdieron 80 locales del mercado en un incendio que empezó justo en el área de ropa. Ella no quiere imaginar qué pasó ni de quién es la culpa. Hace mucho tiempo formó parte de los comerciantes que construyeron ese lugar. Lo levantaron con tablas, con lonas, “como se pudo” y solamente en su caso calcula que tenía 400 mil pesos invertidos en mercancía porque siempre salió para comer.

Tiene 32 nietos que igual que sus padres se dedican al comercio, sobre todo a la venta de ropa igual que la abuela. Se sabe fuerte, pero cree que no puede empezar otra vez. Llegó a este “bendito” Querétaro en 1974, después de vender ropa en la sierra poblana y en Veracruz, donde se mató trabajando y fue acá donde encontró su lugar.

En Querétaro no la recibieron bien. La robaron en el tren, vendió gelatinas, tacos, paletas, refrescos, mole, trabajó en lo que pudo hasta que regresó a lo que sabía hacer y empezó a gestionar el espacio del Tepe, porque “yo era una mujer de lucha, pero se me acabaron las fuerzas y no sé qué hacer, estoy desconsolada”.

“Mi vida estaba ahí, en el mercado, yo seguí trabajando porque nunca me gustó molestar a mi familia, sé las condiciones en las que están, pero hoy no sé qué voy a hacer, ya estoy acabada de mis huesos, no puedo hacer más, no sé qué harán mis compañeros porque se nos acabó el patrimonio. Mis hijos, desde chiquitos que los tuve trabajando conmigo, a veces bajo el agua, porque llovía y yo tenía que proteger primero el negocio porque si no qué comíamos”, afirma Carmen mientras se limpia las lágrimas.

Tiene el apoyo de su familia. Lo sabe. Pero su mercado ya no está. Nunca se imaginó que este jueves sería la última vez que abriría el negocio y su preocupación se centra en las deudas, porque “los proveedores se me van a echar encima, no tengo con qué pagarles, si la cárcel para mí es el final pues ahí estaré pero no puedo hacer más, ya no puedo trabajar”.

Ante los anuncios de las autoridades municipales de que se apoyará a los comerciantes, insiste en que tiene miedo que las promesas sólo se den los primeros meses. “Dicen que nos darán dinero, que van a poner sombra, tablas, pero yo quiero mi local, no tengo más, no sé si después se olviden de nosotros. La vida de los mercados es así, tablas, sombras, yo empecé así, pero ya no puedo”.

El resto de los comerciantes piensa lo mismo. La mayor parte de ellos, por no decir todos, no saben de asegurar su mercancía, ni de otra cosa que no sepa vivir al día. No hay bodegas, ni mercancía en otro lado. Todo lo que tenían estaba en los locales que consumió el fuego en pocas horas mientras dormían y buscan entre cenizas lo que se pueda rescatar.


Con 80 años de edad, Carmen Castillo llora la pérdida del local de ropa que inició hace 39 años y con el que mantuvo a sus ocho hijos. Hace casi cuatro décadas inició las gestiones para abrir sus locales en el Tepe junto con Esperanza Balderas, quien falleció hace tiempo y hoy dice que no tendría fuerzas para empezar de nuevo.


Carmen cerró su local a las 5:30 de la tarde el jueves pasado. Durante casi 40 años abrió cada mañana a las 9 am el local marcado con el número 79 del área de ropa. En un espacio de tres por tres metros construyó el negocio que le dio para vivir y que dejaría de herencia. Apenas hace unos días compró uniformes para venderlos en el regreso a clase y teme acabar en la cárcel porque no tiene para pagar a sus proveedores.

Acompañada de sus nietos escucha que se perdieron 80 locales del mercado en un incendio que empezó justo en el área de ropa. Ella no quiere imaginar qué pasó ni de quién es la culpa. Hace mucho tiempo formó parte de los comerciantes que construyeron ese lugar. Lo levantaron con tablas, con lonas, “como se pudo” y solamente en su caso calcula que tenía 400 mil pesos invertidos en mercancía porque siempre salió para comer.

Tiene 32 nietos que igual que sus padres se dedican al comercio, sobre todo a la venta de ropa igual que la abuela. Se sabe fuerte, pero cree que no puede empezar otra vez. Llegó a este “bendito” Querétaro en 1974, después de vender ropa en la sierra poblana y en Veracruz, donde se mató trabajando y fue acá donde encontró su lugar.

En Querétaro no la recibieron bien. La robaron en el tren, vendió gelatinas, tacos, paletas, refrescos, mole, trabajó en lo que pudo hasta que regresó a lo que sabía hacer y empezó a gestionar el espacio del Tepe, porque “yo era una mujer de lucha, pero se me acabaron las fuerzas y no sé qué hacer, estoy desconsolada”.

“Mi vida estaba ahí, en el mercado, yo seguí trabajando porque nunca me gustó molestar a mi familia, sé las condiciones en las que están, pero hoy no sé qué voy a hacer, ya estoy acabada de mis huesos, no puedo hacer más, no sé qué harán mis compañeros porque se nos acabó el patrimonio. Mis hijos, desde chiquitos que los tuve trabajando conmigo, a veces bajo el agua, porque llovía y yo tenía que proteger primero el negocio porque si no qué comíamos”, afirma Carmen mientras se limpia las lágrimas.

Tiene el apoyo de su familia. Lo sabe. Pero su mercado ya no está. Nunca se imaginó que este jueves sería la última vez que abriría el negocio y su preocupación se centra en las deudas, porque “los proveedores se me van a echar encima, no tengo con qué pagarles, si la cárcel para mí es el final pues ahí estaré pero no puedo hacer más, ya no puedo trabajar”.

Ante los anuncios de las autoridades municipales de que se apoyará a los comerciantes, insiste en que tiene miedo que las promesas sólo se den los primeros meses. “Dicen que nos darán dinero, que van a poner sombra, tablas, pero yo quiero mi local, no tengo más, no sé si después se olviden de nosotros. La vida de los mercados es así, tablas, sombras, yo empecé así, pero ya no puedo”.

El resto de los comerciantes piensa lo mismo. La mayor parte de ellos, por no decir todos, no saben de asegurar su mercancía, ni de otra cosa que no sepa vivir al día. No hay bodegas, ni mercancía en otro lado. Todo lo que tenían estaba en los locales que consumió el fuego en pocas horas mientras dormían y buscan entre cenizas lo que se pueda rescatar.


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