/ jueves 2 de noviembre de 2017

El arte de los exhumadores

“Arránquense con otra”, exige un grupo de hombres con vozdolida y una botella de tequila, los músicos responden con “Cruzde olvido” y los deudos improvisan un grito de mariachi, “Éstava por ti, nunca te voy a olvidar”, las palabras escapan contrabajo del nudo en la garganta y enseguida viene un trago detequila para disolver las penas.

Pero las promesas que hoy se hagan al pie de esta tumba, losbrindis por una larga vida y los juramentos en el momento de lamuerte, también tienen fecha de caducidad, el olvido llega en seisaños y éste no será más que un cúmulo de tierra más.

En el panteón de Santa Rosa Jáuregui se han enterrado 17difuntos en octubre, 20 en septiembre y 12 en agosto, lo quetambién significa que en los últimos tres meses se han efectuado49 exhumaciones, 49 difuntos que recibieron su pequeña porción dela “perpetuidad”.

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El artículo 653 del Código municipal de Querétaro estableceque “Tratándose de temporalidades, los cadáveres deberánpermanecer en sus fosas seis años y tratándose de menores de ceroa cinco años de edad, cinco años sepultados”. Existe tambiénel concepto de perpetuidad, referido en el artículo 651, que seentiende como la renta “permanente” para el uso de fosas ycriptas familiares, no obstante, se especifica que éste deberáser exhumado debido al volumen en la demanda o rehabilitación deespacios, y que los restos serán depositados “en donde hayalugar”.

EL FIN DE LA PERPETUIDAD

Ricardo Acosta, José, Fede y “El pinto” son un grupo deamigos que trabajan en el panteón de Santa Rosa Jáuregui, seencargan de la administración, del mantenimiento, el auxilio enlas inhumaciones, y aunque sea poco grato para ellos, también delas exhumaciones.

A la hora del almuerzo, sentados en la oficinita del panteón,comparten los alimentos y cuentan su experiencia que en el caso delmás antiguo alcanza los 28 años, “La exhumación nos lleva unahora y media para sacar los restos, limpiarlos, en su casodescarnarlos y ponerlos en una caja para que los lleven alcrematorio”.

Este panteón está saturado y es difícil encontrar nuevosespacios, comparten, por lo que los difuntos deben estar enterradossolamente por seis años, “Ya no se maneja la perpetuidad porqueno hay espacio, los que no tienen un familiar con más de seisaños los mandan a otro panteón”.

Debido a la baja disposición de espacios este grupo de amigosse ha habituado al aspecto, el olor y la textura de los restoshumanos, “tenemos que agarrarlos para sacarlos, al principio síte daba ansia, te da cosa, pero después te vas acostumbrando, lotomas como un deporte y te tienes que hacer a la idea de que tienesque hacerlo porque es parte del trabajo”, comenta con risasnerviosas Ricardo Acosta.

El nuevo del grupo, “El pinto”, dice sin reticencias lo quepiensa al respecto “Se te acalambran los pies, sientes que laspatas se te van, hay veces que (los cuerpos) todavía salen concarne, huelen mal y el familiar te exige que sólo le entregues loshuesos, entonces es algo que tenemos que hacer”, luego sacude lacabeza y muerde el taco que trae en las manos.

“EL ÚLTIMO TRAGO”

Es común que los deudos se despidan en el panteón de sus seresqueridos con unos tragos de tequila, cerveza y canciones como “Elúltimo trago”, “Amor eterno”, “Cruz de olvido”, “Mifuneral”, entre otras, como si celebraran una fiesta para honrarla memoria del fallecido.

Para Ricardo y sus amigos esas situaciones son comprensibles,pero piensan que los obsequios y el cariño deben darse en vida“Traen música, cerveza y botellas de licor, se ponen a disfrutarlos que están escuchando porque el muerto ya no puede. Las floresy la fiesta son en vida, muerto ya para qué”.

También hay personas a las que les es difícil olvidar, genteque acude diario al panteón, refiere Ricardo, hay una difunta quetiene tres años en el camposanto y su hijo va diario a limpiar latumba y a cambia las flores cada ocho días.

La cercanía de la muerte los ha habituado al dolor, no seconsideran insensibles, pero saben que la muerte es parte de unciclo, “Al principio teníamos que llorar con ellos, sentíamossu dolor, pero se va acostumbrando uno y ves que llegan hasta tresen un día”.

Para ellos la muerte es algo natural que llega tarde o temprano,aseguran que no le tienen miedo porque nadie está exento, “hoyestamos aquí y a lo mejor mañana ya no”.

El panteón de Santa Rosa Jáuregui está abierto de siete de lamañana a siete de la noche, pero no cuentan con alguien que hagalas guardias durante la madrugada; Ricardo y sus amigos no creen enfantasmas ni historias de terror, pero saben que hay quienesintentan tomar algo del camposanto con extrañas intenciones, porlo que vendría bien un velador.

Los difuntos seguirán yendo y viniendo, y mientras este grupode amigos pueda, continuará con el desmalezado del panteón,darán la bienvenida y la despedida a decenas de queretanos.

“Arránquense con otra”, exige un grupo de hombres con vozdolida y una botella de tequila, los músicos responden con “Cruzde olvido” y los deudos improvisan un grito de mariachi, “Éstava por ti, nunca te voy a olvidar”, las palabras escapan contrabajo del nudo en la garganta y enseguida viene un trago detequila para disolver las penas.

Pero las promesas que hoy se hagan al pie de esta tumba, losbrindis por una larga vida y los juramentos en el momento de lamuerte, también tienen fecha de caducidad, el olvido llega en seisaños y éste no será más que un cúmulo de tierra más.

En el panteón de Santa Rosa Jáuregui se han enterrado 17difuntos en octubre, 20 en septiembre y 12 en agosto, lo quetambién significa que en los últimos tres meses se han efectuado49 exhumaciones, 49 difuntos que recibieron su pequeña porción dela “perpetuidad”.

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EL FIN DE LA PERPETUIDAD

Ricardo Acosta, José, Fede y “El pinto” son un grupo deamigos que trabajan en el panteón de Santa Rosa Jáuregui, seencargan de la administración, del mantenimiento, el auxilio enlas inhumaciones, y aunque sea poco grato para ellos, también delas exhumaciones.

A la hora del almuerzo, sentados en la oficinita del panteón,comparten los alimentos y cuentan su experiencia que en el caso delmás antiguo alcanza los 28 años, “La exhumación nos lleva unahora y media para sacar los restos, limpiarlos, en su casodescarnarlos y ponerlos en una caja para que los lleven alcrematorio”.

Este panteón está saturado y es difícil encontrar nuevosespacios, comparten, por lo que los difuntos deben estar enterradossolamente por seis años, “Ya no se maneja la perpetuidad porqueno hay espacio, los que no tienen un familiar con más de seisaños los mandan a otro panteón”.

Debido a la baja disposición de espacios este grupo de amigosse ha habituado al aspecto, el olor y la textura de los restoshumanos, “tenemos que agarrarlos para sacarlos, al principio síte daba ansia, te da cosa, pero después te vas acostumbrando, lotomas como un deporte y te tienes que hacer a la idea de que tienesque hacerlo porque es parte del trabajo”, comenta con risasnerviosas Ricardo Acosta.

El nuevo del grupo, “El pinto”, dice sin reticencias lo quepiensa al respecto “Se te acalambran los pies, sientes que laspatas se te van, hay veces que (los cuerpos) todavía salen concarne, huelen mal y el familiar te exige que sólo le entregues loshuesos, entonces es algo que tenemos que hacer”, luego sacude lacabeza y muerde el taco que trae en las manos.

“EL ÚLTIMO TRAGO”

Es común que los deudos se despidan en el panteón de sus seresqueridos con unos tragos de tequila, cerveza y canciones como “Elúltimo trago”, “Amor eterno”, “Cruz de olvido”, “Mifuneral”, entre otras, como si celebraran una fiesta para honrarla memoria del fallecido.

Para Ricardo y sus amigos esas situaciones son comprensibles,pero piensan que los obsequios y el cariño deben darse en vida“Traen música, cerveza y botellas de licor, se ponen a disfrutarlos que están escuchando porque el muerto ya no puede. Las floresy la fiesta son en vida, muerto ya para qué”.

También hay personas a las que les es difícil olvidar, genteque acude diario al panteón, refiere Ricardo, hay una difunta quetiene tres años en el camposanto y su hijo va diario a limpiar latumba y a cambia las flores cada ocho días.

La cercanía de la muerte los ha habituado al dolor, no seconsideran insensibles, pero saben que la muerte es parte de unciclo, “Al principio teníamos que llorar con ellos, sentíamossu dolor, pero se va acostumbrando uno y ves que llegan hasta tresen un día”.

Para ellos la muerte es algo natural que llega tarde o temprano,aseguran que no le tienen miedo porque nadie está exento, “hoyestamos aquí y a lo mejor mañana ya no”.

El panteón de Santa Rosa Jáuregui está abierto de siete de lamañana a siete de la noche, pero no cuentan con alguien que hagalas guardias durante la madrugada; Ricardo y sus amigos no creen enfantasmas ni historias de terror, pero saben que hay quienesintentan tomar algo del camposanto con extrañas intenciones, porlo que vendría bien un velador.

Los difuntos seguirán yendo y viniendo, y mientras este grupode amigos pueda, continuará con el desmalezado del panteón,darán la bienvenida y la despedida a decenas de queretanos.

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