/ lunes 11 de octubre de 2021

Historia de un aborto | “No me arrepiento”

Era septiembre de 2018, tenía 26 años. Ana salía con alguien que apenas y conocía

Ana abortó a sus 26 años. Viajó de Querétaro a la capital de país para acceder al procedimiento legal y seguro, ya que en la mayoría de estados es legal abortar siempre y cuando el embarazo sea consecuencia de una violación; solamente en cuatro, de los 32 estados del país, es legal por decisión propia. Querétaro, una ciudad por tradición conservadora, a la fecha no es opción para que las mujeres puedan tener acceso a este derecho de manera libre.

Era septiembre de 2018, tenía 26 años. Ana salía con alguien que apenas y conocía, no era oficial el noviazgo. Las cosas se dieron y tuvieron relaciones sexuales, ella estaba en su periodo, situación que les dio “confianza” de hacerlo sin protección, pensó que no pasaría nada.

“Pasaron las semanas, el mes, era hora de que llegara nuevamente mi periodo. No tendía a ser muy regular así que dejé pasaran más días, hasta que se cumplieron dos meses. Mientras tanto yo seguía haciendo mi vida tan normal como siempre: entrenando fuertemente y trabajando en un empleo bastante dinámico”.

Comparte que por su cabeza no pasaba ser madre en ese momento. Tenía un empleo mal pagado y vivía en casa de sus padres. Considera es una responsabilidad muy grande la cual no sabía si estaba dispuesta a ejercerla, por el resto de su vida, junto a una persona de la cual sabía muy poco.

Ana –continúa- después de que compraron una prueba de embarazo se fueron a su casa a realizarla. Estaba muy nerviosa. Leyó cuidadosamente las instrucciones y realizó el procedimiento en el baño. Visualizó dos líneas que se dibujaron y de inmediato el llanto la invadió.

“Me desmoroné, significaba que estaba embarazada; era algo que no planeaba y no deseaba en ese momento de mi vida. Él me abrazó, trato de tranquilizarme, me dijo que realizáramos la prueba de sangre para corroborar el resultado y a partir de ello ver qué podíamos hacer”.

Al día siguiente, se realizó los análisis de sangre, los resultados estarían ese día después de la una de la tarde; su trabajo le permitió pasar por ellos alrededor de las cuatro. Inmediatamente los abrió y distinguió el “POSITIVO” en mayúsculas.

Fue a la ginecóloga y en el consultorio –recuerda- se puso la bata y empezó el ultrasonido transvaginal. “Miren, su producto. Es muy fuerte ya que con todo el movimiento que has tenido en estas semanas, ha resistido y se ve que todo está en orden. Tiene alrededor de 9 semanas”, les dijo la doctora.

La especialista comenzó a persuadirlos para que pensaran en la posibilidad de tenerlo; “como médico estoy a favor de la vida, ya que yo juré protegerla, no puedo ayudarles con lo que me piden”, nos comentó. Nos dijo que en Querétaro no era legal, que si la decisión ya estaba tomada podrían viajar a la Ciudad de México y buscar una alternativa allá.

Fueron para allá y Ana menciona que ingresaron a las instalaciones, sus acompañantes debían permanecer en la sala de espera, y les pidieron se sentaran en sillas acomodadas a manera de herradura, o sea sobre el perímetro del consultorio. Contó cuántas eran, su numeración pasaba del 27. La espera era extenuante ya que una por una por una debían llenar un formulario.

Al lado de ella –recuerda- se sentó una chica que hablaba un poco golpeado, “de dónde vienes”, le preguntó, “de Monterrey”, respondió. “Me platicó había llegado un día antes y que pensaban regresarse al día siguiente. Ella tuvo la posibilidad para costearse los vuelos y hospedarse en hotel. Terminamos de hablar y volvimos nuevamente a nuestros celulares”.

Las que eran residentes de la CDMX y Estado de México se les darían un par de dosis de comprimidos para realizar su proceso en casa, ellos aseguraban era un procedimiento controlado y seguro, nada más se requería estuvieran bajo supervisión de alguna persona; en dado caso no funcionara podrían regresar a terminar su proceso de manera quirúrgica. “Quienes éramos de fuera sería necesario un aborto quirúrgico, sí o sí para asegurarnos nos fuéramos sin nada”.

Dice comenzaron con las locales, les hicieron ultrasonido de una en una y les daban sus comprimidos. La segunda chica en la fila era una niña de 13 años, “lo sé porque su mamá tuvo qué ingresar con ella para poder darles indicaciones a ambas y ahí mencionaron su edad”.

Mandó mensaje a su compañero, le contó lo de la chica de Monterrey y le dijo que no sabía si quería continuar.

“Llegó mi turno, era la única foránea de ese día y una más del Estado de México a quien no le había funcionado el procedimiento desde casa. Me hicieron el ultrasonido y una vez más vi lo que se estaba formando en mí y en mi mente me despedí disculpándome por no recibirlo y hacerme cargo de él en ese momento. Estaba asustada, tenía miedo porque a pesar de estar convencida de mi decisión y que en mi condición era lo mejor que podía hacer, fue una decisión triste, jamás me alegré de abortar”.

Pasaron algunos minutos y los efectos empezaban a sentirse: fuerte dolor de cabeza y escalofríos. Intentó dormirse pero el dolor no se lo permitía. Los efectos aumentaban pues el vómito y la diarrea se hicieron presentes. En ese momento fueron canalizadas para ingresarles suero.

“Después de un rato y con los malestares presentes me indicaron debía pasar a la sala donde iniciarían el proceso quirúrgico. Me recosté en la camilla, había tres médicos. Yo con mi malestar empecé a responder las preguntas que me hacían, “¿de dónde eres?”, “de Querétaro” les dije; “eres de la tierra donde hay muchos viñedos, yo conozco uno que está por la Peña de Bernal”, me dijo, mientras yo apretaba los dientes resistiendo el dolor de la succión que estaban realizando”.

Comenta que fue rápido. Regresó al sillón reclinable, dejando sobre el piso una línea de sangre que le escurría; ahí permaneció por algunos minutos, una media hora. Los efectos poco a poco desaparecían, hasta que logró estabilizarse, le pidieron a mi acompañante que llevara algo ligero de comer.

Salió a un mercado de por ahí cerca y llegó con un recipiente de papaya picada. “¿Papaya?, me pregunté. La comí por requisito y cortesía porque no me gusta la papaya. Evidentemente nos conocíamos muy poco. Dijeron que podía vestirme para ya retirarme. Eso fue todo, salí por mi propio pie y tranquila”.

Reflexiona que tuvo la oportunidad de elegir si quería ser madre o no, que pudo abortar en condiciones de salud digna y no se arrepiente de su decisión. “En mi país diariamente mueren mujeres por que no tienen opción de abortar por falta de dinero y muchas otras dan a luz porque “pues ya qué”. Considero que la maternidad y el aborto significan una gran responsabilidad. A partir de ello solicité un anticonceptivo subdérmico que a la fecha traigo puesto. No quería repetir esa situación. Ambas cosas, el aborto y el implante no me costaron ni un peso, fue gratis”.


Ana abortó a sus 26 años. Viajó de Querétaro a la capital de país para acceder al procedimiento legal y seguro, ya que en la mayoría de estados es legal abortar siempre y cuando el embarazo sea consecuencia de una violación; solamente en cuatro, de los 32 estados del país, es legal por decisión propia. Querétaro, una ciudad por tradición conservadora, a la fecha no es opción para que las mujeres puedan tener acceso a este derecho de manera libre.

Era septiembre de 2018, tenía 26 años. Ana salía con alguien que apenas y conocía, no era oficial el noviazgo. Las cosas se dieron y tuvieron relaciones sexuales, ella estaba en su periodo, situación que les dio “confianza” de hacerlo sin protección, pensó que no pasaría nada.

“Pasaron las semanas, el mes, era hora de que llegara nuevamente mi periodo. No tendía a ser muy regular así que dejé pasaran más días, hasta que se cumplieron dos meses. Mientras tanto yo seguía haciendo mi vida tan normal como siempre: entrenando fuertemente y trabajando en un empleo bastante dinámico”.

Comparte que por su cabeza no pasaba ser madre en ese momento. Tenía un empleo mal pagado y vivía en casa de sus padres. Considera es una responsabilidad muy grande la cual no sabía si estaba dispuesta a ejercerla, por el resto de su vida, junto a una persona de la cual sabía muy poco.

Ana –continúa- después de que compraron una prueba de embarazo se fueron a su casa a realizarla. Estaba muy nerviosa. Leyó cuidadosamente las instrucciones y realizó el procedimiento en el baño. Visualizó dos líneas que se dibujaron y de inmediato el llanto la invadió.

“Me desmoroné, significaba que estaba embarazada; era algo que no planeaba y no deseaba en ese momento de mi vida. Él me abrazó, trato de tranquilizarme, me dijo que realizáramos la prueba de sangre para corroborar el resultado y a partir de ello ver qué podíamos hacer”.

Al día siguiente, se realizó los análisis de sangre, los resultados estarían ese día después de la una de la tarde; su trabajo le permitió pasar por ellos alrededor de las cuatro. Inmediatamente los abrió y distinguió el “POSITIVO” en mayúsculas.

Fue a la ginecóloga y en el consultorio –recuerda- se puso la bata y empezó el ultrasonido transvaginal. “Miren, su producto. Es muy fuerte ya que con todo el movimiento que has tenido en estas semanas, ha resistido y se ve que todo está en orden. Tiene alrededor de 9 semanas”, les dijo la doctora.

La especialista comenzó a persuadirlos para que pensaran en la posibilidad de tenerlo; “como médico estoy a favor de la vida, ya que yo juré protegerla, no puedo ayudarles con lo que me piden”, nos comentó. Nos dijo que en Querétaro no era legal, que si la decisión ya estaba tomada podrían viajar a la Ciudad de México y buscar una alternativa allá.

Fueron para allá y Ana menciona que ingresaron a las instalaciones, sus acompañantes debían permanecer en la sala de espera, y les pidieron se sentaran en sillas acomodadas a manera de herradura, o sea sobre el perímetro del consultorio. Contó cuántas eran, su numeración pasaba del 27. La espera era extenuante ya que una por una por una debían llenar un formulario.

Al lado de ella –recuerda- se sentó una chica que hablaba un poco golpeado, “de dónde vienes”, le preguntó, “de Monterrey”, respondió. “Me platicó había llegado un día antes y que pensaban regresarse al día siguiente. Ella tuvo la posibilidad para costearse los vuelos y hospedarse en hotel. Terminamos de hablar y volvimos nuevamente a nuestros celulares”.

Las que eran residentes de la CDMX y Estado de México se les darían un par de dosis de comprimidos para realizar su proceso en casa, ellos aseguraban era un procedimiento controlado y seguro, nada más se requería estuvieran bajo supervisión de alguna persona; en dado caso no funcionara podrían regresar a terminar su proceso de manera quirúrgica. “Quienes éramos de fuera sería necesario un aborto quirúrgico, sí o sí para asegurarnos nos fuéramos sin nada”.

Dice comenzaron con las locales, les hicieron ultrasonido de una en una y les daban sus comprimidos. La segunda chica en la fila era una niña de 13 años, “lo sé porque su mamá tuvo qué ingresar con ella para poder darles indicaciones a ambas y ahí mencionaron su edad”.

Mandó mensaje a su compañero, le contó lo de la chica de Monterrey y le dijo que no sabía si quería continuar.

“Llegó mi turno, era la única foránea de ese día y una más del Estado de México a quien no le había funcionado el procedimiento desde casa. Me hicieron el ultrasonido y una vez más vi lo que se estaba formando en mí y en mi mente me despedí disculpándome por no recibirlo y hacerme cargo de él en ese momento. Estaba asustada, tenía miedo porque a pesar de estar convencida de mi decisión y que en mi condición era lo mejor que podía hacer, fue una decisión triste, jamás me alegré de abortar”.

Pasaron algunos minutos y los efectos empezaban a sentirse: fuerte dolor de cabeza y escalofríos. Intentó dormirse pero el dolor no se lo permitía. Los efectos aumentaban pues el vómito y la diarrea se hicieron presentes. En ese momento fueron canalizadas para ingresarles suero.

“Después de un rato y con los malestares presentes me indicaron debía pasar a la sala donde iniciarían el proceso quirúrgico. Me recosté en la camilla, había tres médicos. Yo con mi malestar empecé a responder las preguntas que me hacían, “¿de dónde eres?”, “de Querétaro” les dije; “eres de la tierra donde hay muchos viñedos, yo conozco uno que está por la Peña de Bernal”, me dijo, mientras yo apretaba los dientes resistiendo el dolor de la succión que estaban realizando”.

Comenta que fue rápido. Regresó al sillón reclinable, dejando sobre el piso una línea de sangre que le escurría; ahí permaneció por algunos minutos, una media hora. Los efectos poco a poco desaparecían, hasta que logró estabilizarse, le pidieron a mi acompañante que llevara algo ligero de comer.

Salió a un mercado de por ahí cerca y llegó con un recipiente de papaya picada. “¿Papaya?, me pregunté. La comí por requisito y cortesía porque no me gusta la papaya. Evidentemente nos conocíamos muy poco. Dijeron que podía vestirme para ya retirarme. Eso fue todo, salí por mi propio pie y tranquila”.

Reflexiona que tuvo la oportunidad de elegir si quería ser madre o no, que pudo abortar en condiciones de salud digna y no se arrepiente de su decisión. “En mi país diariamente mueren mujeres por que no tienen opción de abortar por falta de dinero y muchas otras dan a luz porque “pues ya qué”. Considero que la maternidad y el aborto significan una gran responsabilidad. A partir de ello solicité un anticonceptivo subdérmico que a la fecha traigo puesto. No quería repetir esa situación. Ambas cosas, el aborto y el implante no me costaron ni un peso, fue gratis”.


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