/ lunes 9 de marzo de 2020

Minimizan trabajo de reporteras

La mayoría de éstas se les escuchan decir de un funcionario público; pero también pueden venir de un compañero de trabajo, un jefe o un entrevistado

“Corazón”, “mi reina” o “mamita” son palabras a las que se deben habituar las reporteras en Querétaro; la mayoría de éstas se les escuchan decir de un funcionario público; pero también pueden venir de un compañero de trabajo, un jefe o un entrevistado.

Las tres infantilizan, romantizan y como consecuencia minimizan el trabajo de las mujeres y tienen una misma característica: prácticamente nunca las he escuchado hacia compañeros varones.

Cuando las he escuchado estas tres palabras han sido aceptadas y reproducidas. Después de escucharlas, pudo existir un silencio incómodo, pero quien la ha dicho continúa sin percatarse de lo que ha ocurrido.

En otros momentos, vienen acompañadas de risas, un tanto nerviosas, que también permiten que quien las pronuncia no se percate (y menos reconozca) que lo que acaba de ejercer es una forma de violencia.

De acuerdo con la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión, publicada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Organización de los Estados Americanos en el 2018, la violencia sexual en el ámbito laboral puede incluir una variedad de comportamientos, que van “de los comentarios o gestos no deseados, las bromas y el contacto físico breve, hasta la agresión sexual”.

¿Las bromas son violencia?

En este informe, la Corte Interamericana de Derechos Humanos define que la violencia sexual se configura de acciones de naturaleza sexual que se cometen en una persona sin su consentimiento, que además de comprender la invasión física del cuerpo humano, pueden incluir actos que no involucren contacto físico.

¿Acaso bromear y decirle a alguien “mi reina” o “corazón” se le puede llamar violencia? Para contestar eso, habrá que reflexionar y contabilizar, si es posible, la cantidad de veces que las han escuchado hacia hombres, en qué contextos ha sido, y la reacción que ha provocado.

Durante una entrevista a un senador que visitó el Auditorio José Ortiz de Domínguez en Querétaro, una compañera le preguntó la cantidad de iniciativas que había presentado, porque él al igual que otros líderes sindicalistas, aparecía con la menor cantidad de trabajo legislativo en la Cámara Alta. Su respuesta fue: “cuando los perros ladran, es cuando caminan, mamita…”.

No sólo evadió el cuestionamiento fundamental hacia su trabajo; también, de paso, utilizó un diminuto sexualizado para desviar la pregunta. Y sí, a eso se le llama violencia.

Durante las campañas electorales del 2018, en una rueda de prensa otro personaje en su respuesta hacia una pregunta mía añadió un “mi reina”. Hubo un silencio incómodo, pronuncié un débil “no soy su reina” y prosiguió la rueda de prensa. Una compañera, solidaria, alzó la voz y continúo cuestionándolo. Al final de la rueda de prensa, el partido que convocó me ofreció una disculpa y el ofrecimiento de si “¿ayudaría si se comunica contigo para ofrecerte una disculpa?”. La respuesta es no.

En un país donde la violencia de género es un acto cotidiano, comunitario e incluso político, las disculpas no sirven si no vienen acompañadas de acciones congruentes y del cuestionamiento constante de los roles de género. No sirven, cuando los partidos políticos se “cuelgan” de la lucha feminista y tampoco cuando existe una resistencia, casi incomprensible, para reconocer que la violencia hacia las mujeres existe.

Hace más de un año, tuve una operación en el cuello y funcionarios públicos con los que no había entablado conversación alguna, más allá de la dinámica de una entrevista, me preguntaron lo siguiente: “¿Quién te mordió?” o “¿Qué te pasó, corazón?”.

En ningún momento estos funcionarios se percataron de que no solo vulneraron un espacio privado, sino que contribuyeron de forma inconsciente a la violencia de género; en su forma más “inocente”, más recurrente, más invisible y la más normalizada. Y ambos recientemente dieron declaraciones a favor del paro #UnDíaSinNosotras.

El 9 de marzo también las periodistas paramos para que nuestro trabajo deje de ser minimizado y, sobre todo, que se reconozca que la violencia hacia nosotras es real y dañina.

“Corazón”, “mi reina” o “mamita” son palabras a las que se deben habituar las reporteras en Querétaro; la mayoría de éstas se les escuchan decir de un funcionario público; pero también pueden venir de un compañero de trabajo, un jefe o un entrevistado.

Las tres infantilizan, romantizan y como consecuencia minimizan el trabajo de las mujeres y tienen una misma característica: prácticamente nunca las he escuchado hacia compañeros varones.

Cuando las he escuchado estas tres palabras han sido aceptadas y reproducidas. Después de escucharlas, pudo existir un silencio incómodo, pero quien la ha dicho continúa sin percatarse de lo que ha ocurrido.

En otros momentos, vienen acompañadas de risas, un tanto nerviosas, que también permiten que quien las pronuncia no se percate (y menos reconozca) que lo que acaba de ejercer es una forma de violencia.

De acuerdo con la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión, publicada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Organización de los Estados Americanos en el 2018, la violencia sexual en el ámbito laboral puede incluir una variedad de comportamientos, que van “de los comentarios o gestos no deseados, las bromas y el contacto físico breve, hasta la agresión sexual”.

¿Las bromas son violencia?

En este informe, la Corte Interamericana de Derechos Humanos define que la violencia sexual se configura de acciones de naturaleza sexual que se cometen en una persona sin su consentimiento, que además de comprender la invasión física del cuerpo humano, pueden incluir actos que no involucren contacto físico.

¿Acaso bromear y decirle a alguien “mi reina” o “corazón” se le puede llamar violencia? Para contestar eso, habrá que reflexionar y contabilizar, si es posible, la cantidad de veces que las han escuchado hacia hombres, en qué contextos ha sido, y la reacción que ha provocado.

Durante una entrevista a un senador que visitó el Auditorio José Ortiz de Domínguez en Querétaro, una compañera le preguntó la cantidad de iniciativas que había presentado, porque él al igual que otros líderes sindicalistas, aparecía con la menor cantidad de trabajo legislativo en la Cámara Alta. Su respuesta fue: “cuando los perros ladran, es cuando caminan, mamita…”.

No sólo evadió el cuestionamiento fundamental hacia su trabajo; también, de paso, utilizó un diminuto sexualizado para desviar la pregunta. Y sí, a eso se le llama violencia.

Durante las campañas electorales del 2018, en una rueda de prensa otro personaje en su respuesta hacia una pregunta mía añadió un “mi reina”. Hubo un silencio incómodo, pronuncié un débil “no soy su reina” y prosiguió la rueda de prensa. Una compañera, solidaria, alzó la voz y continúo cuestionándolo. Al final de la rueda de prensa, el partido que convocó me ofreció una disculpa y el ofrecimiento de si “¿ayudaría si se comunica contigo para ofrecerte una disculpa?”. La respuesta es no.

En un país donde la violencia de género es un acto cotidiano, comunitario e incluso político, las disculpas no sirven si no vienen acompañadas de acciones congruentes y del cuestionamiento constante de los roles de género. No sirven, cuando los partidos políticos se “cuelgan” de la lucha feminista y tampoco cuando existe una resistencia, casi incomprensible, para reconocer que la violencia hacia las mujeres existe.

Hace más de un año, tuve una operación en el cuello y funcionarios públicos con los que no había entablado conversación alguna, más allá de la dinámica de una entrevista, me preguntaron lo siguiente: “¿Quién te mordió?” o “¿Qué te pasó, corazón?”.

En ningún momento estos funcionarios se percataron de que no solo vulneraron un espacio privado, sino que contribuyeron de forma inconsciente a la violencia de género; en su forma más “inocente”, más recurrente, más invisible y la más normalizada. Y ambos recientemente dieron declaraciones a favor del paro #UnDíaSinNosotras.

El 9 de marzo también las periodistas paramos para que nuestro trabajo deje de ser minimizado y, sobre todo, que se reconozca que la violencia hacia nosotras es real y dañina.

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