/ jueves 29 de julio de 2021

Testimonio de matrimonio donde todo se derrumbó

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en Querétaro, el 25% de los matrimonios se ha disuelto durante los últimos diez años.

Lucía se casó a los 18 años con quien aún considera el amor de su vida “fuimos como novios aún siendo casados, antes de que naciera nuestra primera hija”, no obstante, su esposo decidió terminar con el matrimonio de manera abrupta. Sin cambios aparentes en su forma de actuar, Lucía se enfrentó al vacío y la soledad de la ruptura, hoy que es el Día del Mal de Amores lo recuerda.

“Muchos años vivimos felices, nos divertíamos y pensábamos que todo iba bien, pero después del nacimiento de nuestra tercera hija, todo se vino abajo, vendió nuestra casa y lo que habíamos construido se derrumbó, yo no podía estar triste, por mis hijas, pero no lo podía evitar”.

Considera que el desconocimiento y las dificultades económicas a las que se enfrentó, le impidieron reconocer que no estaba procesando la ruptura de una manera sana, puesto que perdió su empleo, su casa e incluso terminó mudándose de su ciudad de origen.

DOLOR POR LA HERIDA

“Cuando no puedes pagarte un psicólogo, cuando no sabes ni siquiera que existe la depresión o la ansiedad, solamente te sientes perdida y tratas de ser fuerte por tus hijas, por sacarlas adelante, pero sigue el dolor, la herida de que te cambiaron, de que ya no te quieren”.

Ante la tristeza profunda que trataba de disimular, sus familiares procuraron mantenerse cerca, en especial su hermano menor y sus amigas más antiguas. Lucía considera que aunque no recibió ayuda profesional, su círculo de apoyo cercano fue fundamental para que transitara la tristeza sin correr un riesgo mayor.

“Tampoco sabía que lo que yo pensaba eran pensamientos suicidas, sí me daban ganas de ya no sentir nada, de que ya no me doliera, de ya no estar, porque hasta despertar me costaba trabajo, era empezar otro día en el que me iba a sentir terrible y tenía que sonreír para mis hijas”.

Consideró que no pudo haber otra forma de vivir la separación que culminaría con el divorcio definitivo de quien fue por 20 años el amor de su vida, puesto que pasó por todo tiempo de emociones y sentimientos, pero ahora es otra persona, más fuerte, más confiada y que se ha abierto a nuevas experiencias y a una diversidad de afectos que no se limitan a la pareja.

Lucía se casó a los 18 años con quien aún considera el amor de su vida “fuimos como novios aún siendo casados, antes de que naciera nuestra primera hija”, no obstante, su esposo decidió terminar con el matrimonio de manera abrupta. Sin cambios aparentes en su forma de actuar, Lucía se enfrentó al vacío y la soledad de la ruptura, hoy que es el Día del Mal de Amores lo recuerda.

“Muchos años vivimos felices, nos divertíamos y pensábamos que todo iba bien, pero después del nacimiento de nuestra tercera hija, todo se vino abajo, vendió nuestra casa y lo que habíamos construido se derrumbó, yo no podía estar triste, por mis hijas, pero no lo podía evitar”.

Considera que el desconocimiento y las dificultades económicas a las que se enfrentó, le impidieron reconocer que no estaba procesando la ruptura de una manera sana, puesto que perdió su empleo, su casa e incluso terminó mudándose de su ciudad de origen.

DOLOR POR LA HERIDA

“Cuando no puedes pagarte un psicólogo, cuando no sabes ni siquiera que existe la depresión o la ansiedad, solamente te sientes perdida y tratas de ser fuerte por tus hijas, por sacarlas adelante, pero sigue el dolor, la herida de que te cambiaron, de que ya no te quieren”.

Ante la tristeza profunda que trataba de disimular, sus familiares procuraron mantenerse cerca, en especial su hermano menor y sus amigas más antiguas. Lucía considera que aunque no recibió ayuda profesional, su círculo de apoyo cercano fue fundamental para que transitara la tristeza sin correr un riesgo mayor.

“Tampoco sabía que lo que yo pensaba eran pensamientos suicidas, sí me daban ganas de ya no sentir nada, de que ya no me doliera, de ya no estar, porque hasta despertar me costaba trabajo, era empezar otro día en el que me iba a sentir terrible y tenía que sonreír para mis hijas”.

Consideró que no pudo haber otra forma de vivir la separación que culminaría con el divorcio definitivo de quien fue por 20 años el amor de su vida, puesto que pasó por todo tiempo de emociones y sentimientos, pero ahora es otra persona, más fuerte, más confiada y que se ha abierto a nuevas experiencias y a una diversidad de afectos que no se limitan a la pareja.

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